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Violencia de hijos a padres

No existe una definición única y consensuada sobre qué se considera violencia de hijos a padres, pero lo que sí parece estar cada vez más claro es que este tipo de conductas se ha ido incrementando en nuestro país a lo largo de los últimos años.

Violencia de hijos a padres

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Según Cottrell (2001), la violencia filio-parental supone una conducta abusiva que conduce a una situación de humillación, acoso y desafío de los hijos hacia los padres con la intención evidente de dominar y herir. Roberto Pereira (2006), además, añade que deben darse agresiones reiteradas (no casos aislados), excluyendo aquí las agresiones puntuales ya sea por consumo de drogas, por trastorno psicopatológico del hijo o por deficiencia mental.

En realidad, es complicado definir exactamente con qué frecuencia se da la violencia de hijos a padres. Uno de los motivos es la dificultad que tienen los padres para sacar a la luz el problema. Esto puede ser debido a la negación de la gravedad del asunto, por querer aparentar un estado de armonía familiar frente a los demás, por miedo a las represalias del hijo, porque se sienten culpables de la situación, etc.

Otro motivo por el que es dificultoso establecer la prevalencia del abuso de los hijos hacia los padres es que esta problemática ha sido tradicionalmente relegada, avanzándose más en el problema del maltrato en la pareja. A esto se suma que los datos disponibles al respecto no diferencian entre los distintos tipos de maltrato en que se clasifica la violencia filio-parental, que son la física, la psicológica, la emocional y la financiera; los estudios se centran en la violencia de tipo físico.

También hay que tener en cuenta que muchos trabajos han recopilado datos preguntando directamente a los adolescentes o a sus familias, lo que aumenta la probabilidad de obtener información poco precisa o equivocada.

Contando con todos estos hándicaps, las estadísticas en España indican que ha habido un aumento considerable en el número de casos de violencia filio-parental, multiplicándose por seis desde el año 2000 y con cerca de 6.500 denuncias de padres a hijos. En estudios de Calvete y sus colaboradores (2011), quienes diferencian entre violencia física y verbal, se concluye que el 85% de los adolescentes entre 12 y 17 años ha gritado, insultado o amenazado con pegar a sus padres alguna vez y el 10% lo ha hecho a menudo. Respecto a las agresiones físicas (abofetear, golpear con objetos, dar patadas o puñetazos), el 5% afirmó haberlo hecho alguna vez, y el 2% a menudo.

Algunas señales de alertaEn los casos de violencia de hijos a padres, un aspecto fundamental es analizar las señales de alerta que nos pueden ayudar a prevenir el problema. O, si este ya existe, a comprenderlo mejor para darle solución.

El comportamiento humano es tan complejo que van a ser muchos elementos los que estén jugando un papel importante tanto en la aparición de conductas de maltrato como en su continuidad en el tiempo. La violencia no se debe a un único motivo; hay casos donde la explicación puede estar en una enfermedad de origen psicológico u otro proceso biológico alterado, pero lo más común es que estos comportamientos se expliquen por un conjunto de factores que, todos unidos, dan como resultado una actitud violenta. Entre ellos, vamos a ver las características del adolescente, las características de la familia y las características adquiridas del entorno social.

Características del adolescente

·    Impulsividad y falta de reflexión en sus reacciones frente a los comentarios o comportamientos de los demás, que son malinterpretados con frecuencia como amenazas o ataques.

·    Irritabilidad y facilidad para sentir frustración por las cosas que no acontecen como quisiera. Necesidad de satisfacer de inmediato sus deseos.

·    Falta de empatía, es decir, que no saben o les cuesta sentir lo que otras personas sienten, ponerse en el lugar de los demás. Esto implica no valorar las consecuencias negativas de sus actos.

·    Modo de actuar egoísta, centrado en sí mismo y en satisfacer sus propios deseos, aunque los medios para conseguirlos supongan pasar por encima del respeto hacia los demás.

·    Deseo de dominación y poder sobre otros, y de transmitir una imagen de personas fuertes, rebeldes e intocables.

·    Participación en actos antisociales fuera del hogar, es decir, en actividades que suponen el quebrantamiento de las normas socialmente establecidas y, en ocasiones, delitos.

·    Consumo de sustancias, alcohol y otras drogas ilegales.

Características de la familia

·    En algunas familias, ante una situación de estrés (dificultades laborales, privación económica…), no saben enfrentarse al problema de modo positivo, lo que aumenta la tensión en sus relaciones y, por tanto, los conflictos con la pareja y con los hijos, haciendo más probable que estos se rebelen contra sus padres.

·    En otras familias, los padres utilizan estrategias educativas inadecuadas, y fundamentalmente un estilo de socialización excesivamente permisivo, en el que no existe un establecimiento claro de normas y límites a hijos que no aceptan un ‘no’ por respuesta, y que desarrollan actitudes tiránicas hacia sus padres.

·    En otros casos, hay una historia previa de violencia en la familia, bien de violencia de género entre los padres, bien de maltrato y abuso hacia el hijo. Cualquier tipo de violencia previa en el ámbito familiar modela las actitudes, emociones, pensamientos y modos de comportarse de los hijos. En la adolescencia, estos hijos pueden agredir a sus padres como castigo por las humillaciones previas y como medio para evitar el maltrato que reciben.

Características del entorno

·    Fracaso escolar, actitud negativa hacia la escuela y los estudios, y comportamiento antisocial y agresivo en el colegio o instituto.

·    Asociación con un grupo de amistades en el que se aprueban y cometen actos delictivos y violentos, y donde se da normalmente un consumo de sustancias.

·    Convivir en un barrio o vecindario donde los actos vandálicos, antisociales y violentos se suceden con frecuencia, lo que puede causar un impacto crucial en el modo en que los niños entienden y adoptan las normas sociales de comportamiento.

·    Adopción de los estereotipos culturales de género de índole machista, que defienden la superioridad del rol masculino frente a la debilidad del rol femenino.

·    Imitación de modelos violentos expuestos en los medios de comunicación donde los protagonistas agresivos son personajes atractivos que además obtienen beneficios por su conducta violenta.

No existen diferencias entre chicos y chicas maltratadores, es decir, que en ambos sexos la violencia se da por igual. Lo que sí se ha visto es que es más frecuente que la víctima, en estos casos, sea la madre, lo cual no implica que no haya padres maltratados.

En ocasiones, puede resultar complicado distinguir si un comportamiento es abusivo o no, o si podemos considerarlo como violento. Es recomendable que, como padres o educadores, analicemos qué tipo de relación tenemos con nuestros adolescentes; este será el primer paso para el cambio.

Es usual, como hemos comentado antes, que las agresiones de los hijos hacia los padres, generen en estos sentimientos de vergüenza porque va en contra de la armonía familiar que muchos desean mantener. A pesar de esto, es importante no ocultar el problema y buscar ayuda profesional en cuanto se detecta, así podremos frenar lo antes posible un deterioro mayor en las relaciones familiares.

Es fundamental que las estrategias de resolución de conflicto no impliquen violencia, sino el respeto por la postura del otro y la negociación. Los adultos somos modelos para los niños y los adolescentes, aunque a veces creamos que no, o se nos olvide que es así. Así, los niños que crecen en familias excesivamente autoritarias o permisivas, es difícil que aprendan a resolver los conflictos del modo más adecuado, ya sea porque solo conocen la imposición y la violencia en el modo de tratar con los demás, o porque no han interiorizado normas básicas de convivencia al transmitirles que “todo vale”.

Como hemos comentado en otras ocasiones, es importante que existan límites y normas claras desde que los niños son pequeños, normas que sean conocidas por todos los miembros de la familia y, en la medida de lo posible, estén consensuadas. Y, por supuesto, al mismo tiempo es imprescindible que los padres muestren interés por el mundo del niño y/o del adolescente, por sus amistades, sus estudios, sus aficiones, sus gustos, etc. ¿Para qué? Pues para el hijo se sienta valorado y vea a sus progenitores como fuente de apoyo y ayuda.

Por otro lado, es recomendable fomentar el pensamiento crítico, conocer a qué contenidos están expuestos nuestros hijos en los medios de comunicación, videojuegos, lecturas, etc. con el objetivo de darles herramientas para que puedan juzgar por ellos mismos y no aceptar todo lo que caiga en sus manos como algo que “es así y punto”, sin cuestionarse nada.

Todo esto es una labor no solo de los padres, sino también de maestros y educadores, y en general de cualquier agente social que vaya a tener influencia en nuestros jóvenes. Como veíamos, son muchos los factores que influyen en el comportamiento agresivo de los adolescentes, y por lo tanto no hay una única solución. Más bien, son diferentes ángulos desde los que se deben intervenir no sólo para solucionar el problema cuando ya esté, sino para prevenirlo antes de que aparezca.

hola@esperanzaharriero.comEsperanza Gómez Harrierowww.esperanzaharriero.comhttps://www.facebook.com/EGHarrieroTwitter: @EGHarrieroTelegram: telegram.me/egharriero 

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