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La tecnología nos está volviendo más estúpidos: lo dice la ciencia
La ciencia es muy probablemente el fenómeno que más está revolucionando nuestras vidas, si antes se recurría a ella para intentar explicar los fenómenos naturales, ahora es más bien en nombre de la tecnología y de la innovación que todo el mundo, o casi, necesita a los científicos.

Con la llegada de internet se han abierto infinidad posibilidades de desarrollo tecnológico, gracias a las nuevas conexiones posibles. Un caso excelente de colaboración para fines de innovación es el trabajo conjunto que están realizando el centro de supercomputación BSC-CNS de Barcelona y el instituto alemán HLRS de Stuttgart para el proyecto del superordenador MareNostrum5.
Aunque hoy día estemos todos interconectados a través de la red, no significa que tengamos mejor actitud al aprendizaje de la ciencia en comparación con los que vivieron en la era analógica. Poseer un smartphone con conexión 4 o 5G no nos garantiza que conozcamos la tecnología detrás de ello. La prueba de nuestra ignorancia tecnológica se manifiesta cuando nuestros dispositivos se estropean y no dudamos un minuto en acudir a tiendas especializadas, donde alguien con conocimientos específicos de electrónica e informática pueda solucionar nuestro problema a cambio de dinero. Esto es lo que ocurre hoy y que irá intensificándose en el futuro, a no ser que sepamos como y donde informarnos adecuadamente, además de procurarnos las herramientas necesarias para trabajos de complejidad elevada. La previsión para las décadas que vendrán es una sociedad dividida entre analfabetas funcionales y súper expertos, ya que los dispositivos digitales serán siempre más complejos y a la vez más accesibles por los usuarios. Probablemente llegaremos al punto en que los aparatos tecnológicos nos permitirán olvidar las cosas con mucha facilidad, pues serán estos instrumentos a encargarse de conservar la información en lugar de nuestro cerebro.
A propósito de almacenamiento de información e ignorancia debida a la digitalización, lo que hace tiempo se veía como una provocación futurista, aquellos que predecían que el digital nos haría más ignorantes quizás no estén muy lejos de la triste realidad. Aunque pueda parecer absurdo, ahora que tenemos el potencial para saberlo todo a través de la web, no sabemos nada ya que todo lo saben los ordenadores.
Los estudios científicos más confiables y famosos sobre la evolución de nuestro coeficiente intelectual se remontan a los años ochenta, cuando el científico James R. Flynn teorizaba que la población había aumentado sus capacidades intelectuales gracias a las mejores condiciones de vida y al enorme impulso tecnológico a lo largo del siglo XX.
Aparentemente, esa tendencia ha empezado a invertir su rumbo a partir de 1970, cuando el mundo occidental ha comenzado a vivir de una manera más sedentaria y egoísta, abandonando gradualmente las actividades que estimulan las capacidades intelectuales, como la lectura y la interacción entre personas. Esto es lo que han descubierto los científicos Bernt Bratsberg y Ole Rogerberg del Centro de Investigación Económica Ragnar Frisch de Oslo, Noruega. Incluso parece que el efecto Flynn que nos hacía más inteligentes no solo ha terminado, sino que incluso está retrocediendo rápidamente debido a esos fenómenos ambientales más individualistas.
En el constante avance del progreso tecnológico, el hombre aprenderá a utilizar la totalidad de las herramientas que lo rodean, aunque difícilmente tendrá interés ni conocimiento para reparar esos objetos, alimentando así la obsolescencia programada.
De acuerdo con estas teorías, parece que las nuevas generaciones ya no tienen la misma actitud al desarrollo de la mente respeto a sus padres y abuelos, a pesar de que los niños de hoy tienen a su alrededor una cantidad de información ni siquiera comparable a la de los años 60’ o 80’. Con este bombardeo de información, la mayoría de los jóvenes de hoy se centra casi exclusivamente en lo que les interesa de lo que está presente en la red. Entonces, en lo que iba a ser la era de la complejidad digital, la monotonía intelectual está a la vuelta de la esquina ya que cada vez más a menudo dejamos que sean Google y Wikipedia a recordarnos las cosas, así como Netflix nos dice qué películas y series nos gustan e Instagram nos recuerda cuál debe ser nuestra apariencia pública y privada.
Por otro lado, están los Steve Jobs, y Mark Zuckerberg, es decir los genios, aquellos que con su inteligencia se hacen millonarios y fundan sus imperios en la Silicon Valley, gracias a descubrimientos que revolucionan nuestra forma de vivir. A lo largo de la historia humana ha habido muchos personajes iluminados gracias a quienes la sociedad se ha desarrollado y ha progresado, tanto para bien como para mal. Como podemos imaginar ahora, las cosas están cambiando radicalmente. El acceso al estudio ya no es solo una cuestión económica, sino también una prueba de constancia y tenacidad. Hoy, de hecho, hay muchos jóvenes españoles y europeos que pueden acceder a las universidades sin necesariamente endeudarse de por vida con los bancos, como sucede, por ejemplo, en la mayoría de familias de Estados Unidos. Aunque en la rica y moderna Europa, sobre todo a nuestras latitudes, el principal obstáculo de un aspirante científico viene después de la graduación, cuando una vez obtenidos los títulos, hay que emigrar al extranjero o adaptarse a las precarias condiciones que a menudo ofrecen nuestros ateneos. La consecuencia a esta desigualdad en la investigación hace que Europa ocupe todavía un papel secundario en la guerra a la tecnología que se está desatando en todo el planeta.
Obviamente, sería un error si pensáramos que la ciencia está orientada exclusivamente a la obtención de ganancias, hay innumerables áreas en las que se están desarrollando investigaciones para facilitar la vida de todos. Pensamos, por ejemplo, en el reciente estudio del científico ruso, Paul Krapivsky, de la Universidad de Boston, junto con Sidney Redner del Instituto Santa Fe, estos dos físicos nos explican a través de la matemática como ahorrar el mayor tiempo posible buscando parking al aeropuerto, al cine o en centros comerciales.
La ciencia es ciertamente un aliado válido para todos los logros que el hombre enfrentará en los próximos años. El futuro de la ciencia probablemente tendrá muchas cosas en común con respecto a cómo se ha estudiado en los últimos siglos, en primer lugar, tenemos en cuenta el hecho de que la ciencia seguirá siendo elitista, si antes el conocimiento estaba reservado hacia pocos privilegiados de la nobleza y de la iglesia, ahora se podría decir que los estudios de alto nivel son más bien una cuestión de aptitud y capacidad de sacrificarse, ya que la competencia es cada vez mas extrema. Será entonces la sociedad misma que se ocupará de diferenciar a los futuros científicos, es decir, participantes activos de los futuros consumidores de la ciencia, o participantes pasivos, un ejemplo evidente es el mundo digital en el que hay unos pocos expertos cuales por ejemplo programadores, ingenieros, estrategas y gurús del marketing trabajando incansablemente para proporcionar servicios dedicados a un ejército de consumidores, cuyo conocimiento se detiene en el simple uso del producto creado por dichos expertos.Sería como decir que entre los millones de usuarios de Instagram, solo pocos miles tienen bien claro lo qué es un algoritmo, entre los miles de millones de personas que poseen uno o varios smartphones, muy pocos podrían explicar cómo funciona una antena, mientras muchos otros siguen sin entender la diferencia entre analógico y digital.