ENTREVISTA
Joaquín Campos: “La cultura debería ser el fútbol del pueblo, el puto opio”
El escritor malagueño participa en el encuentro de poetas ‘Voces del Extremo’ de Moguer. También trae bajo el brazo su novela ‘Últimas esperanzas’ y reflexiones interesantes sobre el panorama actual.

Joaquín Campos (Málaga, 1974), es un escritor español de prosa y poesía. Residió en Asia desde el año 2007 hasta que en el 2018 se trasladó a África donde actualmente, y según sus propias palabras, vive, trabaja, escribe y descorcha a diario. Campos es un escritor intrépido y desbordante que vive su vida al límite, paseando y observando, mientras rompe el orden establecido a través de la palabra y la verdad. Su última novela, ‘Últimas esperanzas’, es la historia de un truhán, un estafador, vicioso y un listillo. Una persona con valores que cree en sí mismo, y que apuesta lo poco que tiene por buscar una editorial en Estados Unidos que apuesta por su obra. Es un libro duro, no exento de carcajadas y humor. Está escrito en prosa, pero se incluye verso a través de parajes donde el autor recuerda poemas. La diferencia de esta obra, respecto a las anteriores es su cercanía a la cuadratura del círculo, mejor sintaxis, y un nudo lleno de personajes más trabajados.

PREGUNTA.-¿Qué espera del encuentro de poetas ‘Voces del Extremo’ de Moguer y cuál cree que es su principal virtud para haberse convertido en un evento relevante?RESPUESTA.- Espero que, a nivel personal, me sirva para crecer. Y que a nivel colectivo, genere ruido en los medios, y sobre todo, entre el público. La principal virtud de Voces del Extremo imagino que son sus ya veintiuna ediciones. Todo un milagro en estos tiempos que corren repletos de inmediatez y bobada.
P.- Este año el encuentro se dedica a grandes poetas fallecidos como Francis Vaz, Antonio Montesino, Paqui Jiménez Yepes y Javi 'El Zapata'. ¿Con alguno tuvo relación o conoció a fondo su obra?R.- Con ninguno tuve relación y jamás he sabido de ellos. Y con esta respuesta, contraria en su totalidad a lo que prácticamente todos los políticos y demasiada población responden cuando no saben de algo, quiero aclarar que: primero, la sinceridad en la vida es esencial; y segundo, que aprovecharé el certamen para saber de ellos. Por lo que nunca es tarde si la dicha es buena.
P.- La temática de este año está dedicada a los 35.000 harragas ahogados en el Mediterráneo en los últimos diez años. ¿Qué reflexión cree que debería imperar sobre este triste fenómeno?R.- Es un tema harto complicado del que hablamos sin saber, aunque se nos mueran en nuestras costas miles de harragas cada año. El sistema económico, las naciones y la educación son las realidades de la inmensa mayoría. Sólo te puedo decir que mis primeros poemas homenajearán a esos harragas. Eso sí, recuerda siempre que el mal no es del todo malo y que el bien no siempre es transparente.

P.- Con respecto a su novela, ¿De qué trata y qué mensajes principales lanza ‘Últimas esperanzas?R.- El mensaje esencial que envía Últimas esperanzas es aquel que se reafirma en el riesgo, en la contra, en la lucha, en el sueño y en todo aquello que somos nosotros aunque no queramos aceptarlo. Y trata sobre un humilde y engreído escritor –humilde por sus ventas y engreído por sus creencias– que acepta el reto de visitar Nueva York con casi todos los gastos pagados con la única meta de encontrar un editor. Afortunadamente se topará con otras metas que nunca soñó aunque acabará perdiendo las esenciales. Toda una lección para todos nosotros.
P.-¿Qué verdades como puños que casi nunca son narradas se encuentran en su obra?R.- Pues aunque en otras entrevistas se fijen en las anécdotas sexuales, sin lugar a dudas, las verdades como puños que en Últimas esperanzas se cuentan no son más que todas aquellas que usted piensa, sueña con realizar y realiza pero siempre calla. La obra narra las veinticuatro horas del día de un señor: o sea, sus actos y pensamientos. No se deja nada en el tintero. Un ejemplo: se acerca a un mendigo en un cajero no para darle una moneda, sino para escucharle, a sabiendas de que muchos de nosotros, tras un par de años de trabajo o siete meses depresivos, podríamos pertenecer al gremio de la mendicidad.
P.-¿Qué nos puede decir de ese sortilegio final?R.- El final es justamente lo que a Amador, protagonista de la obra, le iba a ocurrir. No hay sorpresas. Aunque en sí sea un final digno y prosaico. Decidí que debía terminar como la mayoría de todos nosotros. Por eso Últimas esperanzas no juega con milagros y positivismos: toda la fanfarria que busca el que siempre pierde y no quiere reconocerlo; ni en público ni en privado.

P.- ¿En qué momento de su carrera literaria se encuentra?R.- En un momento donde debo trabajar doce horas diarias expuesto a un altísimo nivel de estrés para poder visitar Huelva y otras ciudades españolas promocionando mi obra. No, no me verán tirado en casa de un familiar con una paguita del Estado yendo de radio en redacción exigiendo audiencia. Lo de escritor maldito en España es un oxímoron. Todos esos que van de únicos beben a diario así como se drogan. Y visten a la última. Que se hubieran suicidado con veintisiete años para engrosar la estúpida lista. Aunque sus únicos suicidios son no ponerse a trabajar cuando hace años que saben que su literatura es una pulgada de alga en medio de todos los océanos. Detesto a los mediocres.
P.- ¿Qué papel debe jugar la cultura en el momento actual en la sociedad?R.- Descontando que los ministerios, consejerías, diputaciones y ayuntamientos sólo juegan por favores propios o ajenos, la cultura debería ser, simplemente, el fútbol del pueblo. El puto opio. ¿Y que cómo se consigue eso? Pues no lo sé. Pero algo hay que hacer antes de que ser escritor sea un defecto, y lector, un ridículo. Debería ser punible no leer. Insultar en público a los que desprecian la cultura.