Teodoro Bernal, el párroco con plaza a su nombre en La Hispanidad: «Los curas no somos unos amargados, somos felices»
A sus 78 años, ha recorrido parroquias, hospitales y cementerios de la provincia llevando su mensaje: «El día a día está lleno de gestos humanos»
Teodoro Bernal, párroco de La Hispanidad, ya cuenta con una plaza a su nombre en Huelva

En la plaza que ahora lleva su nombre en el barriada de La Hispanidad, el párroco Teodoro Bernal Serradilla habla con la humildad que le caracteriza del homenaje que ayer le rindió el barrio al que llegó hace doce años. Tras medio siglo de servicio sacerdotal, este cacereño de cuna pero onubense de adopción parece incómodo con tanto reconocimiento.
«Me da vergüenza estas cosas, pero se han empeñado», confiesa con indisimulado pudor. Sin embargo, tiene claro que «detrás de esa placa hay mucha gente que me aprecia y que me quiere«. El reconocimiento, impulsado por los vecinos y la Hermandad del Cautivo, es solo la confirmación de lo que ya era evidente: el profundo vínculo entre el sacerdote y la gente a la que ha servido.
Su historia con Huelva comenzó cuando se ordenó sacerdote con don Rafael González Moralejo, aunque su trayectoria le ha llevado por numerosos rincones de la
«Me da vergüenza el homenaje, pero detrás de esa placa hay mucha gente que me aprecia y que me quiere»
provincia. «He estado de párroco en muchos sitios. Antes de La Hispanidad fui párroco de Beas, Gibraleón, Minas de Riotinto, La Zarza y El Perrunal, fui vicario en el Condado, capellán del hospital Vázquez Díaz y del cementerio y fui profesor de instituto en Bollullos». A pesar de tan variados destinos, don Teodoro no destacaría ninguno por encima de los demás: »Me ha ido bien en todas las parroquias, porque para mí, aparte de mi fe, por supuesto, lo importante es el factor humano, entregarme a los demás», algo que define su concepción del sacerdocio. «Como lo hago por vocación y no por un oficio, pues me siento feliz. Por eso no tengo planes, sólo el día a día«, nos cuenta; aunque a su edad, 78 años, su única aspiración es «tener salud» para continuar con su labor cotidiana, que describe como una constante aventura.

Para este sacerdote, cada amanecer es una oportunidad de encuentro con las personas: «Me encuentro con la gente. El que lleva el niño al colegio, los abuelos que lo recogen, el que va a la farmacia, el que va triste, el que va alegre, la gente que
«Si estoy estresado, cojo el coche y me voy al campo. A ver las flores, a ver los pájaros del cielo. O me voy al cementerio, que ahí ninguno se queja [ríe]»
está en el bar, el que busca trabajo y no lo encuentra. El día a día está lleno de gestos humanos«. Y si esa entrega constante llegara e pesarle, busca su propio espacio de recogimiento. »Si estoy estresado, cojo el coche y me voy al campo. A ver las flores. A ver los pájaros del cielo. A escuchar el sonido de la naturaleza. O me voy al cementerio, que ahí ninguno se queja [ríe], a rezar por la gente que he enterrado, por la gente que he conocido«. La playa –eso sí, cuando está vacía, en invierno– también es otro de sus refugios espirituales.
Sobre la crisis de vocaciones que atraviesa la Iglesia, don Teodoro reconoce su existencia pero mantiene la esperanza. «Es verdad que hoy día hay mucha gente buena y juventud que se compromete con una ONG. Pero comprometerse para toda la vida ya cuesta más trabajo». Sin embargo, destaca que la diócesis de Huelva «no está mal» con sus 17 seminaristas, muchos de ellos «mayores» y con «carreras terminadas».
Su visión del celibato: «No tener una familia directa me permite tener miles y miles de familias. Me dedico a la familia parroquial»
En su despacho, practica una acogida universal: «Yo cuando alguien viene a verme, a nadie le pregunto cuál es su credo político o religioso. Es un ser humano. Es lo importante para mí», una aproximación humana que refleja su convicción de que es necesario »pasar de la teoría a la acción« y »encontrar a la persona por encima de todo».
Respecto a la figura del recién elegido papa León XIV, Teodoro Bernal, quien ya ha visto cuatro pontificados desde su ordenación, se muestra optimista: «Yo estoy contento con él. Muy sensible a los pobres, a la gente inmigrante, a todos. Ha sido además misionero en el Perú. Un hombre con mucha experiencia. También sensible al ser humano, al ser humano en todos los niveles». Para don Teodoro, no obstante, es momento de tener paciencia, ya que cree que aún es muy pronto para hablar de él, «tenemos que dejarle actuar, darle un tiempo como a los políticos, esos 100 días», comenta con humor. En cualquier caso, el sacerdote considera positiva la renovación eclesial: «Es bueno que la Iglesia se renueve, nuevos papas, nuevos obispos, nuevos sacerdotes. Creo que el problema que tenemos aquí en España es que a veces se reacciona visceralmente, no reflexivamente. Hay que intentar no encasillar a la gente. Descubrir su vida. Ver cuál es su acción, su forma de actuar, su forma de pensar».
Y a los jóvenes que comienzan el camino del sacerdocio, les deja un mensaje claro: «Que primero sean sinceros con ellos mismos y si no van a ser felices con ello, que no sean sacerdotes». Y añade su particular visión del celibato: «No tener una familia directa me permite tener miles y miles de familias. Me dedico a la familia parroquial». Con ella, don Teodoro resume lo que podría ser el lema de sus 50 años de entrega: «Yo a la gente le digo, y es verdad, que yo me siento feliz, que los curas no somos unos amargados, que somos felices«. Una felicidad que, como la plaza que ahora lleva su nombre, permanecerá como testigo de una vida dedicada a los demás.