¿Es Antonio Machado el símbolo que necesitamos?

Ya hay un español que quierevivir y a vivir empieza,entre una España que muerey otra España que bosteza.Españolito que vienesal mundo te guarde Dios.Una de las dos Españasha de helarte el corazón.'Españolito', Antonio Machado

¿Es Antonio Machado el símbolo que necesitamos?

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El ser humano necesita de los símbolos para dar sentido a su existencia; en todas las épocas de la historia las personas han creado estos significados comunes para construir el mundo y perpetuar las costumbres, la cultura y las estructuras sociales y políticas: pirámides milenarias, estatuas de mármol, arcos triunfales, pinturas rupestres, imágenes sacralizadas…  ¿Qué es una bandera, si no una metáfora? ¿Y el himno de un país? ¿Qué pretende decir un futbolista cuando besa el escudo de su selección? Los símbolos concretan en sí mismos toda una tradición sedimentada a lo largo del tiempo; son inmediatos y universales: suyos, míos, de todos.

El 22 de febrero de 1939, miércoles de ceniza, moría en Colliure, una pequeña ciudad francesa a unos 30 kilómetros de Perpiñán, el poeta Antonio Machado; cansado, abatido, desesperanzado y con el espíritu roto en mil pedazos, su vida se extinguió entre el dolor de una España hecha añicos por la guerra y el desprecio de unas autoridades francesas carentes del más mínimo interés en el destino de uno de los grandes autores líricos europeos del siglo XX.

Y allí sigue, junto a su madre, desde hace ya 82 años.

Hasta el momento (que yo sepa) ningún gobierno ha solicitado oficialmente el traslado de los restos de Machado a España. Nadie de los diferentes ejecutivos en los más de cuarenta años de democracia asentada en nuestro país ha expresado con claridad y en voz alta la urgencia de traer de vuelta a una figura fundamental del siglo XX. Dónde y de qué manera descansarían sus restos sería ya materia de otro cantar, pero que la tumba de uno de los mayores poetas del siglo XX, persona de paz y concordia, español consciente y, a todas luces, un hombre bueno, no esté en nuestro país, es una de las grandes vergüenzas que arrastramos como sociedad. En mi opinión constituye una agresión a su legado como persona y al significado de su obra.

¿Y no es Antonio Machado, acaso, un símbolo de concordia y, sobre todo, de justicia? El hombre roto y triste que llegó junto a su madre a Colliure aún sigue en el exilio, por increíble que parezca. Aquel a quien encontraron en el bolsillo el verso “estos días azules y este sol de la infancia” continúa desterrado en una parcelita del cementerio de una pequeña localidad francesa. El poeta de hondura y sencillez, el del verso limpio y sólido, ese al que tanto citamos cuando nos interesa, aún sigue siendo un proscrito, un hombre sin tierra.

¿No es tiempo ya, en esta España incapaz de escucharse a sí misma, de que las autoridades soliciten a Francia la repatriación de los restos de Machado y se le ofrezca el funeral de Estado que, sin duda alguna, merece? Tal como yo lo imagino, sería la oportunidad perfecta de acercarnos un poco más los unos a los otros y aprovechar el ejemplo del poeta para tratar de entendernos más y mejor, de escuchar al otro, de enterrar la discordia, el odio y el desencuentro. 

Y no deseo parecer un ingenuo: tengo claro que el traslado de sus restos se vería rodeado de inmediato por circunstancias políticas que no harían más que complicar el asunto. Lo sé y lo entiendo, pero creo que podemos encontrar (por una vez siquiera) en la persona de Antonio Machado el símbolo necesario para llegar a un acuerdo definitivo sobre quiénes fuimos, quienes somos y, por encima de todo, quiénes queremos ser en el futuro.

¿Se imaginan que el descanso eterno de Antonio Machado en tierras españolas sirviera para restañar definitivamente la fractura entre las dos Españas que el mismo poeta cantara con tristeza? 

Será cuestión, quizás, de perseguir el sentido de sus versos y asumir que solo “se hace camino al andar”.

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