Masa crítica (II)

Si en la primera parte de este artículo, terminaba hablando de la abstención activa como la solución al sistema –es la postura más antisistema que se me puede ocurrir–, ahora lo extiendo más. Hay otra masa crítica emergente, muy silenciosa pero que cada vez, en mayor número, se va sumando a la opción de la conciencia. Voluntariamente huyo de la expresión espiritualidad por su contenido ampuloso y egoico. La conciencia supone, básicamente, tomar una posición de salto evolutivo en lo que hasta aquí han sido las formas de pensamiento y de las vías tradicionales de religiosidad o, es más, la superación completa de esas vías.

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El ser humano es más que su composición material, que su aspecto físico pero, desgraciadamente, la mayoría ha llegado a creer que su cuerpo es su ser. Esa es una de las grandes trampas del ego, el cual se empecina en llevar las riendas de la vida de los seres humanos tras la máscara de los papeles asumidos. Tener nombre, reputación, riqueza, triunfos o éxitos; aparecer como muy autodeterminados y suficientes; proyectarse en los demás desde el que se cree o simula ser y no desde el que se es en realidad; percibir a los otros también desde nuestros pensamientos y emociones y no desde su propia realidad; boicotearnos con apegos imposibles y esclavizantes; vivir en la servidumbre de las creencias  impuestas desde la infancia y adolescencia que limitan nuestros pensamientos, emociones y acciones y, el largo etcétera, que convierte al hombre en el homo patiens (hombre sufriente) que es, en vez del ser pleno que está llamado a ser.

Comprendo el escepticismo que estas posturas pueden despertar y, sin embargo, sé que muchos hoy críticos o rientes ante esas posiciones, algún día descubrirán o, se cuestionarán, que tiene que haber otra manera de pensar y de vivir que nos aleje del dolor y la angustia innecesarios. En su momento acepté con Víctor Frankl que el sufrimiento es un elemento que acompaña a las personas a lo largo de su vida y que es necesario para su crecimiento como individuo. Preocupado cada vez más por ese asunto, después descubrí que es prescindible –no hablo, claro, del sufrimiento biológico como es la pérdida de un ser querido–. Pero para llegar a ese punto hay que poner en solfa todo el sistema de pensamientos inculcado y la superación de conceptos como la culpa, el pecado, el rencor, la venganza, el juicio sobre los otros y nosotros mismos y la extensa lista que garantiza el padecimiento humano.

Cada cual elige su vía y se dirige hacia un despertar que ni es ñoño ni necesariamente búdico que, como digo, cada ser decide por dónde va. Vivimos una ilusión creada por nosotros mismos y que se empeña en ser dual es vez de holística. Yo –como cada quien–, que soy luces y sobras, tengo que entender que no soy o lo uno o lo otro, sino que soy uno solo en mi variedad. Emplear el perdón con uno mismo y con los demás es el inicio del derrumbe del sueño perverso que vivimos y que nos empeñamos en que sea realidad, como las sombras aquellas que los esclavos veían en la cueva de Platón. Como decía, esta masa crítica en aumento, también se aleja de la política tal como hoy se entiende porque no deja de ser un juego de egos que buscan su bienestar y no el bienestar común. Todos formamos parte de una misma unidad y los políticos se empeñan más que nadie en jugar a la separación, es discernirse como esenciales en un mundo que contemplado de otro modo podría prescindir de ellos tal como hoy son concebidos y considerados. Cada día, cada uno de nosotros más ser y menos ego llevará al mundo, cuando toque, a un estado mejor. Pero, para que así sea, es preciso tomar conciencia, como decía al principio, de que otra forma de pensar y ser es imprescindible.

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