el amor no era para tanto

El péndulo ibérico

Cualquier novedad constituía una oportunidad de subir a todo el mundo al tren del progreso sin tomarse unos segundos de meditación sobre cómo y en virtud de qué herramientas podía ponerse en práctica

Lo demás ya se irá viendo

La era de la matización

Péndulo sobre una rosa de los vientos pixabay

Jesús González Francisco

Ayamonte

España es un país pendular, esto es, una nación donde las ideas oscilan de un extremo a otro sin detenerse habitualmente en punto intermedio alguno. O somos blancos -pero blancos, blancos, como la cara de la Virgen del Rocío-, o nos volvemos negros como boca de lobo, por utilizar el tópico literario. O dejamos a nuestros perros en estado de virtual abandono, como ocurría cuando éramos pequeños, o nos convertimos en un país con más perros que niños; o no sabemos decir ni «guanchufri» o tenemos todos el C1 de inglés en menos de diez años (me refiero al título, el nivel real es ya otra cosa).

Los ejemplos son incontables y no hacen más que confirmar la regla: el proceso de reflexión previo a la transformación es un aspecto de la realidad que no valoramos excesivamente.

Les cuento esto porque, de un tiempo a esta parte, veo el péndulo educativo regresar a velocidad de crucero en la dirección contraria. Y si no me equivoco, siendo nuestro país como es, las propias leyes de la física van a impulsarlo a su lugar de origen.

Ustedes y yo vivimos el mundo de la regla de madera, las aulas desangeladas, la repetición constante y la aceptación de las jerarquías como orden natural de las cosas. No voy a ser yo quien se posicione en posturas maniqueas de antiguo/bueno, moderno/malo o viceversa, porque muchos tuvimos una educación maravillosa repleta de maestros y maestras extraordinarios, pero incluso estos docentes trabajaban en un entorno inmovilista, heredado de la época anterior, refractaria a novedades educativas.

Niños en un aula escolar ep

 

A finales de los años ochenta comenzó el impulso del péndulo en la dirección contraria. Lo hizo a la española: por ley. Llegaron normativas educativas que imponían escenarios como los que siguen:

-¡Todo el mundo a hablar inglés!

-Pero, ministro, si aquí nadie parla guiri.

-Me da igual.

-¿Y cómo lo hacemos?

-Eso también me da igual, os buscáis la vida, que para algo os hemos dado autonomía pedagógica.

Y nos pusimos a ello. Era necesario y no había que ser excesivamente escrupuloso con las aptitudes del personal. Queríamos títulos, papeles que dijeran que las destrezas estaban ahí. Si esas destrezas estaban o no consolidadas, ya se vería otro día.

Con la informática pasó lo mismo:

-¡Todo dios a convertirse en experto informático!

-Pero ministro (o ministra), si aquí nadie sabe encender un ordenador.

-Pues os apañáis como sea, que para algo os hemos dado autonomía pedagógica.

A la española

Con lo demás, pues igual: cualquier novedad constituía una oportunidad de subir a todo el mundo al tren del progreso sin tomarse unos segundos de meditación sobre cómo y en virtud de qué herramientas podía ponerse en práctica. Lo que se ha dado a conocer como: «a la española». Los procesos han sido siempre iguales: de incontables hojas de deberes a no deberes para volver a los deberes otra vez, pero sin reflexionar nunca sobre qué demonios son «los deberes» y para qué sirven. De la asfixia jerárquica al exceso de injerencia familiar sin pasar por el proceso de diálogo sobre la organización escolar o el establecimiento de espacios REALES de conversación entre los agentes educativos. De olvidar que existe el francés a instaurarlo como segunda lengua en los colegios andaluces del lunes para el martes, sin importar nada, porque yo lo mando, sin un plan escalonado para asegurar una implementación adecuada y con sentido. El caso es no emplear demasiado tiempo en alcanzar acuerdos despolitizados y desinteresados que convengan a la mayoría. Las consecuencias se arreglarán mañana, quizás mañana, como le gustaba decir a la señorita Scartata en 'Lo que el viento se llevó'.

El péndulo llegó a su máximo esplendor con las unidades didácticas, las situaciones de aprendizaje, la gamificación en el aula, el aprendizaje por proyectos, las evaluaciones criteriales, las competencias básicas y después clave, la desaparición de los exámenes, los aprobados generalizados en virtud de intereses de todo tipo, la inteligencia emocional… aspectos educativos que aparecían de un día para otro –como los espárragos— en los BOE´s y BOJA´S de nuestra geografía y sobre los cuales –fueran buenos o menos buenos— no existía un proceso previo de adaptación, reflexión e incluso comprensión.

«De nuevo, se repite el viejo efecto péndulo: volver a lo de antes sin pasar por ninguna estación intermedia»

Ahora, en estos días extraños en los que todo parece ir a la deriva, sin un rumbo firme (perdónenme el símil marinero tan tópico), comienzan a alzarse voces disonantes que quieren volver «a lo de antes» (así es como lo dicen), a una especie de Arcadia educativa, amparándose en noticias refulgentes llegadas de los países donde la Revolución Educativa llegó a su cénit hace unos años. De nuevo, se repite el viejo efecto péndulo: volver a lo de antes sin pasar por ninguna estación intermedia.

Son muchos los que abrazan este nuevo impulso del péndulo ibérico, como si hubieran descubierto - ¡Por fin! – la cura a los males que asolan a nuestra tan vilipendiada y abandonada educación y proclaman una vuelta a la tiza y la pizarra y el destierro definitivo de la pantalla, como aquellos 'Luditas' que combatieron las máquinas a principios del siglo XIX. Y a ella se entregan con la pasión propia de quien ha visto la luz, por supuesto. En esta España maniquea de buenos y malos seguiremos asistiendo a la cancelación del diálogo, porque el vecino siempre tendrá una idea mejor que la nuestra y nos opondremos –unos y otros—a establecer estaciones intermedias de entendimiento, no vaya a ser que nos dé por ponernos de acuerdo en algo.

El unicornio rosa

No sé, llámenme ustedes iluso, pero, quizás, si nos detuviéramos a analizar de verdad cuáles son los elementos positivos y negativos de cada punto de vista y empleáramos esa información en proponer mejoras paulatinas basadas en el medio y largo plazo, sin urgencias, escuchando y aceptando las ideas de los demás y pensando en lo mejor para nuestro alumnado, igual conseguimos mejorar de una vez por todas ese unicornio rosa que es nuestra educación.

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