el amor no es para tanto
¡Más madera, es la democracia!
Ante la evidencia, quienes antaño ponían sus manos en el fuego por Fulanito, Menganito o Zutanito, se suben hoy a la tribuna justiciera a señalar con el dedo acusador, investidos de una repentina honradez
Alegoría del sabotaje
La mochila
Ni mejores ni peores: iguales
Mire que yo les iba a hablar de Eurovisión y de Melody, ya saben ustedes, toda esa casposa instrumentalización política de una canción y de una cantante en un concurso, certamen o como quiera llamarlo que constituye un absurdo tan desmedido que casi resulta atractivo como ejemplo de decadencia sociológica, pero es que en este bendito país ocurren tantas cosas que ya no sabe uno de qué escribir. También estuve tentado de compartir con ustedes mis impresiones sobre las zozobras de amor-odio entre Donald Trump y ese espécimen chocante de movimientos torpes e ideología confusamente libertaria con nombre de habitante de Ganímedes, llamado Elon Musk.
Ambos son, desde luego, temas de actualidad y acerca de los cuales se puede poner uno a sacar algo de punta del maltrecho lapicero de la opinión pública, pero otras cuestiones se cruzaron en el camino y, antes de que comience el verano y con él la laxitud política y social de la población, les voy a dar la turra con otra cosa.
Primero lo vio usted compungido y cariacontecido, leyendo una misiva a la ciudadanía en la que, cual un joven Werther, anunciaba su desilusión por las cosas de este mundo y su intención de abandonar durante cinco días sus obligaciones para reflexionar sobre el sentido de la vida, de la política y del universo, si me apura. Aquel sainete se produjo por las acusaciones vertidas contra su mujer –no le aburro con detalles que ya usted conoce—por la denominada 'Máquina del fango' (un concepto, por cierto, que ya había utilizado años antes el maestro Umberto Eco, o sea, que ni siquiera es original), esa amalgama de 'pseudomedios' especializados en bulos y tácticas fascistas. Después llegó la comedia tipo 'Aterriza como puedas' protagonizada esta vez por su hermano, el músico que, en sede judicial, a la pregunta de «¿Me puede explicar qué es la oficina de artes escénicas?», tuvo el cuajo de contestar (cito literalmente): «Entiendo que es la oficina que se encarga de las artes escénicas», después de haberse embolsado, claro está, los tres mil euros mensuales que ganaba por su puesto de trabajo creado artificialmente para él en la Diputación de Badajoz, que no era otro que…¡Jefe de la oficina de artes escénicas!
Y más tarde el apagón, y después el AVE, y luego la fontanera/militante/periodista de investigación/escritora de libros fantasma, y el regreso del ubicuo Ábalos, y Koldo y Aldama… hasta llegar a la última ficha de dominó caída hasta el momento: Santos Cerdán (que te salga rana un secretario de organización, pase, pero que te salgan rana dos y de forma consecutiva, es todo un logro de la voluntad humana).
Una nueva carta a la ciudadanía por parte del presidente del Gobierno para explicar lo sucedido en su habitual tono elusivo, hubiera sido una jugada maestra del humor y un motivo más que suficiente para mostrar cierta indulgencia, al menos por mi parte, pero la aparición fúnebre ante las cámaras pidiendo perdón y prometiendo no sé qué medidas de higiene política, tuvo la misma credibilidad que el pelo de Nicolas Cage.
Sea como fuere, de lo que yo quiero hablarles, esta vez ya sí, de verdad de la buena, es de las ratas y de su tendencia a abandonar el barco cuando este se hunde. Usted los ha visto: defendiendo a pecho descubierto a su líder, negando la evidencia y encerrándola en una jaula de “bulos, ultraderecha y máquina del fango” que justificaba cualquier muestra de corrupción escondiéndola bajo la alfombra ideológica, con la excusa de que todo es un malvado ataque de las oscuras fuerzas fascistas que dominan el mundo. Este argumento, infantil y escasamente elaborado, incapaz de engañar a cualquier persona con cierto control neuronal, servía de ariete para tumbar todo atisbo de crítica contra la acción del Gobierno.
Pero, ¡ay!, las cosas han cambiado de forma dramática. Ahora tenemos a alguien (a varios, en realidad, demasiados…) con un arma humeante en la mano, junto a un cadáver tumbado en el suelo y pocas dudas sobre quién cometió el crimen. Y, claro, ante la evidencia, quienes antaño ponían sus manos en el fuego por Fulanito, Menganito o Zutanito, se suben hoy a la tribuna justiciera a señalar con el dedo acusador, investidos de una repentina honradez, arguyendo que ellos no tienen nada que ver, que no han sido nunca tocados (manchados) por la impureza del tabú. El juego de las lealtades, ya se sabe, posee reglas imprecisas.
Lo verá usted en los días que siguen: un número cada vez mayor de conversos alimentando la pira funeraria de los condenados, enarbolando palabras grandes como dignidad, honor, justicia o verdad, al grito de: "¡Más madera, es la democracia!"
O quizás nada de esto pase y llegue el verano, con su cualidad de suave aturdimiento, y todo siga igual, que tampoco me iba asustar a estas alturas, oiga.