EL AMOR NO ERA PARA TANTO

Lo demás ya se irá viendo

Comparto con los lectores un cuento de Navidad titulado 'Lo demás se irá viendo'

'Lo demás ya se irá viendo', cuento de Navidad h24 con IA

Jesús González Francisco

Ayamonte

Susana refunfuña mientras atraviesa el parque, helada de frío, porque ha olvidado las gafas, su madre no la ha dejado salir con sus amigas y su perra de tres patas la arrastra calle abajo, como un búfalo de agua vietnamita en una plantación de arroz.

No hay ni un alma por la calle.

Como cada noche, hasta el fin de los tiempos, la han mandado a tirar la basura y sacar a la perra. Susana piensa que su madre la odia por lo del accidente; su padre quizás no, pero ella seguro.

-¿No querías una perrita? Ahí tienes perrita.

-¡Mamá! Son las once y media de la noche y mañana es Navidad. ¿No tienes suficiente con no dejarme salir?

-Es lo que hay. Haber elegido una tortuga.

Haber elegido una tortuga. Eso es lo que le ha dicho. Y su padre tan tranquilo, sentado en el sofá, riéndose con las gracias de la tele, como si no fuera con él. Vaya Navidad, se lamenta Susana. Si todavía creyera en Papá Noel, le pediría… no, le rogaría, que la dejara pasar las fiestas en una casa distinta, donde la madre que le tocase no le ordenara pasear a la perra a medianoche y el padre no estuviera todo el día tumbado en el sofá, riéndose de tonterías sin gracia.

La perra se llama Shakira y perdió la pata delantera derecha hace seis meses, en un accidente. Se escapó y acabó debajo de un taxi. Así de simple. Aún recuerda al traumatólogo diciéndole que la rueda le había destrozado los nervios y que no había recuperación posible. La amputación costó ochocientos euros. Su madre quería sacrificarla. Ochocientos euros es casi su sueldo de limpiadora en un colegio. Susana lloró y lloró y lloró hasta que el corazón de su madre se ablandó lo suficiente como para acceder a una fórmula de pago en tres veces propuesta por la veterinaria, ese ángel caído del cielo.

Shakira, un cruce incierto de Pastor alemán y demonio de Tasmania, andaba corriendo como una posesa a los dos días de la cirugía, como si no hubiera pasado nada. Su madre le juró que, hasta el día del juicio final, sería ella, Susana, Susanita, la única responsable de sacar a la perra tres veces al día, lloviera, tronase, nevase o un asteroide estuviera en trance de impactar contra La Tierra a noventa mil kilómetros por hora.

Han cenado los tres solos. Sopa de marisco, calamares rellenos y solomillo en salsa de almendras. Al menos, algo ha salido bien. Su hermano mayor, Julio, ha comido en casa de la novia. Suerte que tienen algunos, opina Susana, mientras trata de no partirse la crisma entre el empuje de la perra y su capacidad visual de topo borracho. Julio le saca diez años y va a casarse con Daniela el año que viene. A ver si es verdad --piensa Susana, mientras le da un tirón a la correa para frenar a Shakira-- porque se han separado y vuelto a juntarse tres o cuatro veces ya.

Es una foto de Cristi y las otras, con sus tacones y sus vestidos ajustados en la fiesta a la que su santa madre no la ha dejado ir

Un mensaje le llega al WhatsApp. Es una foto de Cristi y las otras, con sus tacones y sus vestidos ajustados en la fiesta a la que su santa madre no la ha dejado ir. Llorar como con lo de Shakira no sirvió.

-Llora lo que te dé la gana, pero tú esta noche no vas a ninguna fiesta –le ha dicho su madre esta tarde. Su padre confirmó la condena: «Lo que diga tu madre va a misa, cariño. Ya lo sabes».

Se sienta en un banco, cerca de unos contenedores repletos de la basura prenavideña del barrio. El frío le corta el aliento.

«Y yo aquí, tía, tirada en el parque con la Shakira», contesta.

Al momento, le llega un vídeo de diez segundos de todas sus amigas gritando y bailando, rodeadas de chicos. Shakira se sienta junto a ella y la mira, ansiosa, dispuesta a caminar veinte kilómetros más, si la dejan. Susana le sonríe. «Qué pasa, Shaki, ¿Hay frío? Pues a joderse, que yo estoy peor. A ti sí que te dejan salir», y toma una foto de su perra con la lengua fuera y una expresión de divertida extrañeza en la cara.

Un maullido llama su atención cuando estaba a punto de enviarle a sus amigas la foto de Shaki con la lengua fuera. Se gira en dirección a los contenedores, pero no ve ningún gato. Shakira se incorpora en cuanto percibe el movimiento en Susana.

«Chiiiiissssss, tranquila, Shaki». La perra la mira, ladeando la cabeza, inquieta.

El maullido regresa, algo más apagado, entrecortado y débil. Susana vuelve a girarse en dirección a los contenedores. Si tuviera las gafas, podría asegurarse mirando dentro del contenedor, aunque sin ellas, es lo mismo que cerrar los ojos. Pero es un gato, seguro, se dice. Un gatito pequeño, probablemente. Se incorpora, agarrando con fuerza la correa de Shakira, en previsión de que a la perra le dé por lanzarse a por él. La sospecha de que han arrojado al pobre animal al contenedor va afianzándose en su cabeza. No sería la primera vez. Y encima en Navidad.

Otra vez el maullido. Más apagado aún. Shakira se agita, gime, se levanta sobre las patas traseras, venteando el aire en busca del olor felino entre la basura humana. «Tranquila, Shaki, tranquila», dice Susana, acariciando al animal por detrás de las orejas.

La idea de irse sin mirar atrás cruza su cerebro a la velocidad de la luz. No, no podría, piensa. Sería incapaz de dormir tranquila. No se lo perdonaría. Pero a casa no puede llevarlo. Eso ni pensarlo. ¿Adónde podría llevar a un gatito en Nochebuena? ¿A La policía? Susana duda. Igual no le hacen caso o, algo peor, la largan de allí de malos modos. Si así fuera, no los culparía. Yo estaría cabreada si tuviera que trabajar hoy, recapacita. Tiene frío y ganas de irse a casa, aunque allí la esperen unos padres aburridos. Al menos, podrá encerrarse en su habitación, calentita y segura, a dormir hasta la mañana siguiente y olvidarse de que no la han dejado ir a la fiesta.

Se aproxima al contenedor. La tapa queda semiabierta debido a la cantidad de bolsas de basura en su interior. De allí es de donde procedía el maullido. No lo oye desde hace un minuto. ¿Se habrá muerto? Pobre gatito. «Qué asco de gente, coño», murmura en dirección a Shakira, que husmea el contenedor cada vez más agitada.

El olor es nauseabundo. Percibe el inconfundible hedor de las gambas y la acritud del alcohol derramado por el suelo. «La gente es muy guarra, Shaki», afirma Susana, hablando de nuevo con su perra. Levanta la tapa un poco y trata de enfocar la vista en el bulto blanco que yace entre dos bolsas. ¿Ese es el gato? Ya no oye el maullido, así que podrían ser los restos de un pollo, una cabeza humana o el busto de Nefertiti. A saber. Sin gafas no puede estar segura.

Un gemido casi inaudible surge del bulto blanco. Así no maúllan los gatos, considera Susana. ¿Ha sido un esbozo de llanto? Shakira apoya su única pata delantera sobre el borde del contenedor, sosteniéndose en él y apoyándose sobre sus dos extremidades traseras. No, no puede ser. ¿Cómo va a ser un llanto? Vaya estupidez. No ha sido un llanto. El pobre gatito está en las últimas, eso es todo.

A lo lejos, oye las campanadas del reloj del ayuntamiento. Doce tañidos prístinos y reverberantes. Susana suelta la correa de la perra y, manteniendo la tapa del contenedor elevada sobre su cabeza, aproxima la otra mano hacia el bulto. Es blando y parece algodón o algo similar. Es una tela. Una manta, cree. ¿Una manta? Continua palpando el contorno de la figura, hasta llegar a lo que parece ser la parte superior, aunque por la forma de judía, también podría ser la inferior. Al tocar algo blando, retira inmediatamente la mano, asustada. Shakira ya no gime, sino que jadea y aúlla desesperadamente.

Es imposible. Su cerebro no quiere procesar la idea que acaba de surgir en su interior, diáfana como el cielo de julio. Entonces, llega el maullido otra vez, pero esta vez Susana ya ha descubierto que no es un maullido.

«Mierda, mierda, mierda… ¡Shaki! Es un niño, tío, un bebé»

«Mierda, mierda, mierda… ¡Shaki! Es un niño, tío, un bebé».

Shakira ladra, aún sobre sus dos patas traseras. Susana agarra el collar y la fuerza a bajar. Pisa la correa para evitar que la perra se escape, abre del todo el contenedor y coge el bulto blanco con todo el cuidado del que es capaz. «Shakira, por dios, quieta».

Un recién nacido. Es incapaz de asegurar cuánto tiempo tiene. Ella no sabe nada sobre bebés y menos sobre bebés abandonados –porque no puede ser otra cosa— en contenedores ¿Cuánto tiempo lleva respirando? ¿Unas horas? ¿Varios días? ¿Acaban de tirar a la pobre criatura mientras ella paseaba a Shakira? Lo ve borroso, como si alguien hubiera pasado la mano por un lienzo recién pintado y lo hubiera emborronado todo. Shakira acerca su hocico al bulto y olisquea al bebé unos segundos, lamiendo un par de veces la manta que recubre el cuerpecito envuelto en ella.

Susana abre la cremallera del plumas y deposita en su interior el ovillo apestoso y sucio. Luego vuelve a cerrar su abrigo hasta el cuello, sujetándolo con la mano izquierda; se agacha con cuidado, recoge la correa de Shakira del suelo y se pone en marcha. De vuelta a casa.

«Shaki, tía, llevo a un recién nacido dentro del abrigo… ¡Flipa! Verás cuando se lo cuente a la Cristi».

Shakira avanza por el parque dando leves saltitos y equilibrándose con las patas traseras. Es una buena perra. «Eres una buena perra, Shaki», dice Susana en voz alta. La perra vuelve la cabeza sin detenerse: «Sí, tú: eres una perra de puta madre».

Siente un cálido regocijo al comprobar los tenues movimientos de la criatura que porta en el interior de su abrigo

Mientras piensa en qué le dirá a su madre cuando le abra la puerta, siente un cálido regocijo al comprobar los tenues movimientos de la criatura que porta en el interior de su abrigo --como si fuera ella quien lo llevara en sus entrañas-- y sabe que resistirá, que no morirá, que sus primeras Navidades no serán las últimas; sabe que el bebé «Ojalá sea una niña» –desea— será, de alguna manera, feliz y tendrá una existencia larga y plena, aunque viva con una perra de tres patas, un hermano al que apenas ve o unos padres estrictos y aburridos. Eso da igual, piensa Susana. Mientras estén todos juntos, lo demás ya se irá viendo.

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