gente de aquí
José Luis Ruiz: «García Márquez me llegó a decir que el Festival de Huelva estaba fastidiando al de La Habana»
El fundador del certamen cinematográfico onubense y también del fotográfico Latitudes, asegura que «ahora estoy con mis memorias»
Destaca que «sembrar cultura es posible y necesario hasta en el desierto»
Rafa Pérez, sobrevivir divirtiéndose entre la música y los libros: «Editar es hacer realidad los sueños de los autores»
Víctor Pulido, artista y soñador: «Crear es liberar todos tus sentidos para revelar tus sentimientos»
Manuel E. Ramírez Vega , pintor de los adentros: «Quiero retratar figuras y almas»

Será por aquello de que los onubenses nacemos donde nos viene en gana, uno de los hijos más ilustres de Huelva vino a nacer en Sevilla. No sería hasta los tres años de edad cuando José Luis Ruiz, el conocido creador del Festival de Cine Iberoamericano, y de muchas, muchísimas otras cosas más, se traslada a Huelva, donde su padre puso en marcha toda una referencia en el mundo de la hospedería onubense y, aún más, de la restauración, el Hotel Victoria. De pequeños, cuando no nos gustaba alguna comida que nos ponían por delante en casa, nos solían contestar con una frase que los más viejos del lugar a buen seguro recuerdan: «pues si no te gusta, te vas al Hotel Victoria». De cómo era aquel establecimiento, o de lo que vino a acontecer en su continuación, el Hotel Tartessos, tan vinculado a las actividades culturales, hemos hablado con José Luis Ruiz, historiador como pocos saben, y hombre abnegado por traer cultura y conocimiento a un páramo que en los años sesenta y setenta de la pasada centuria apenas tuvo en él, aunque parezca mentira, la posibilidad de establecer contactos con un mundo exterior por entonces vedado a la inmensa mayoría de los españoles. Por su inquieto espíritu pasaron exposiciones, teatro, libros, cine … sobre todo cine, en el Cine Club Huelva, germen del que vendría a ser toda una referencia de la cinematografía mundial, lo que aquí después de tantos años y aunque lejos de lo que llegó a ser se sigue llamando El festival, a secas y con el artículo por delante.
Solemos tomar café o compartir comidas y charlas a menudo. He tenido el privilegio de trabajar a su lado y no sólo en el Festival, sino en otras muchas iniciativas de esas que se suelen llamar culturales, término difuso y a veces confuso, de tan despegadas que están de las administraciones públicas, que entienden por ese término estrategias electorales que les prendan en la solapa distintivos de gente culta y por lo tanto capaz, como es el caso de la penosa conversión de una cita con el cine de autor, como fue el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, en una semana de cine en la que políticos y la industria del cine más comercial se dan la mano en pasarelas de pega o delante de un photocall, imágenes que luego repiten alegres los medios y las redes sociales al alimón. El avestruz que mete la cabeza bajo tierra o algo por el estilo.
- José Luis, ¿ves con nostalgia el Festival de Cine Iberoamericano?
- Vivimos de los recuerdos, en los que borramos todo lo negativo. Aquellos fueron buenos tiempos y afortunadamente hemos olvidado los contratiempos y las zancadillas, a tantas adversidades a las que supimos sobreponernos hasta lograr poner en marcha aquel festival. Luego vino lo que vino y aquí estamos, de observadores de lo que fue y de lo que es.



- ¿Capitidisminuido?
- Son otros tiempos y mantener una cita con el cine de autor o mantener este puerto onubense como entrada de lo mejor del cine iberoamericano, como logramos hacer, es harto complejo. Desde que nos apartamos, o nos apartaron, del Festival, que todo tipo de versiones hay, he podido poner en marcha otras cosas.
- ¿Proyectos?
- Mis memorias. Ahora estoy con mis memorias (hace un movimiento circular con las manos abarcando una mesa sobre la que se ve desarrollada mucha actividad). Precisamente tenía una lista por aquí con los nombres de quienes no visitaron en aquellos años, como invitados del Festival y de otros acontecimientos culturales que pudimos poner en marcha, junto a gente como Juan José Domínguez, Álvaro Irala...
- Pues será una lista larga e interesante.
- Sí, claro. A ver si la encuentro (va revolviendo papeles en su atestada mesa de trabajo) … Recuerdo que cuando íbamos a cualquier país americano, nos recibían como auténticos personajes. El Festival Iberoamericano era toda una referencia y no sólo en el mundo del cine, sino en el de la cultura en general. Al otro lado del mar decías cine y te contestaban Huelva.
- Vayamos al principio, porque mucha gente no sabe que eres sevillano.
- Sí, de nacimiento soy sevillano, pero me vine aquí con tres años y no tengo más recuerdos que los de Huelva, de esta luz y de este aire salobre. Además, siempre he vivido por la zona del Punto, así que imagina, que tú sabes es por el Punto desde dónde nos llega el aire de poniente, cargado de mar.
«Mi padre obvió las ofertas que tenía en otras ciudades y se plantó en Huelva»
- Su familia era de empresarios hosteleros, cómo fue lo de venir a instalarse aquí y además con un establecimiento de la máxima categoría, el Hotel Victoria, en unos años tan difíciles como fueron los años cuarenta en Huelva
- Pues todo tiene una explicación, mi padre y su hermano gestionaban en Sevilla el Hotel Biarritz desde 1934, y después de unos años compartiendo responsabilidades deciden separar sus caminos. Tenían posibilidades de abrir un establecimiento en Jerez o en Córdoba, pero mi padre quiso venir a una tierra que conocía y de la que tenía muy buenos recuerdos, porque siendo pequeño, mis abuelos venían a Huelva, a su paradisíaca ría, para tomar los por entonces tan de moda y saludables baños de sol y de sal. En consecuencia, mi padre obvió las ofertas que tenía en otras ciudades y se plantó en Huelva. En el 43 se inició el periplo de un hotel de la máxima categoría en aquellos tiempos. Había poca competencia, La Granadina y el Hotel Colón, ambos cerca de la Placeta, centro neurálgico de los negocios y del comercio onubense. Por allí se abrieron también las puertas del Hotel Victoria, en la calle de Los Herreros, hoy calle José Nogales. Fue una referencia en el sector y no sólo en Huelva.
- ¿Y el hotel La Rábida?
- Eso fue en Sevilla, al poco de estar en Huelva y cómo el negocio marchaba bien, mi padre quiso ampliarlo abriendo un establecimiento en un caserón hermosísimo del centro de Sevilla, el Hotel Rábida, siempre con la provincia de Huelva en sus pensamientos. Todavía existe, por el Arenal, por detrás de la Maestranza. Pero entre que mi hermano Antonio estudió ingeniería y no quiso saber nada de hoteles, y que yo no andaba muy centrado en los estudios, decidió venderlo para dedicarse en exclusiva al Hotel Victoria, que fue un hito sobre todo por la cocina, se ofrecían elaboraciones de altísima calidad, una oferta que en aquellos tiempos no era común en Huelva y solo había algo parecido en las grandes capitales españolas.
«Me enviaron a Londres, y aquello fue todo un descubrimiento, una auténtica liberación en todos los sentidos»
- Pero acabaste gestionando el Hotel Tartessos.
- Sí, yo era algo inquieto, podríamos decir. Acabé el bachillerato y ya el preu lo hice en Sevilla, donde empecé Derecho, pero no lo acabé, tal como años después empecé Económicas en Madrid y también lo dejé en dique seco. En realidad, yo quería estudiar Filosofía y Letras, pero me dijeron en casa que de eso nada. Entonces mis padres decidieron enviarme a Lausanne, a la más notable escuela de hostelería que había quizás en todo el mundo, pero las plazas estaban contadas y debía esperar un año para iniciar los estudios allí, de modo que me enviaron a Londres, y aquello fue todo un descubrimiento, una auténtica liberación en todos los sentidos.
- ¿Del mundo de la hostelería?
- No, allí se abrió para mí, con apenas dieciocho años recién cumplidos, un mundo fascinante: exposiciones, teatro, música… y por supuesto cine. Se respiraba libertad, algo muy distinto de lo que teníamos por aquí a finales de los años cincuenta, pero sobre todo tuve oportunidad de ver y sentir un contacto con actividades culturales de las que en España apenas teníamos referencias.
- El objetivo de tu estada londinense era otro bien distinto.
- Sí, claro, fui a aprender hostelería. Date cuenta que aquello a mí, al contrario de lo que ocurría con mi hermano, me gustaba. Siempre me sentí a gusto gestionando un hotel, y te puedo asegurar que empecé por el principio, no vayas a creer. Con sólo cinco años andaba siempre brujuleando por las cocinas, y el personal echaba mano de mí, que si Pepito ve a por perejil, que si Pepito lava estas lechugas o bate estos huevos, o pon en remojo estas legumbres. Hasta el punto de que cada decena, entonces se cobraba por decenas, no por semanas ni por meses, yo tenía mi propia paga.
- El cambio de Huelva por Londres debió ser tremendo.
- Ni te imaginas, sobre todo por lo que te decía, las actividades culturales. Esto obviamente me marcó. Además, allí te sentías absolutamente libre, y no solo por las propias libertades de la sólida democracia británica, sino por vivir a mi aire, sin compromisos. Tuve una novia francesa que también vivía en Londres y era una mujer de una sólida formación intelectual. Todo de color de rosa, pero de pronto tengo que volver a España.



- ¿Por el negocio?
- Qué va, por la mili. Tenía la oportunidad de ir voluntario y poder hacer el servicio militar cerca de Huelva, como así ocurrió. Primero estuve en Sevilla, durante del periodo de instrucción, pero sólo tenía que estar en el cuartel hasta las cinco de la tarde, de modo que pude hacer prácticas en el Hotel La Rábida, que mi padre todavía no había vendido. Y luego, tal como esperaba, al haber entrado como voluntario en el cuerpo de aviación, me enviaron a Huelva, de modo que objetivo cumplido. O casi.
- ¿Aviación en Huelva?
- Sí, habrás oído hablar de que había unas pistas de aterrizaje camino de la Punta del Cebo, más o menos donde hoy está Fertiberia, pues por allí.
- Sí, claro. Un familiar hizo la mili allí a finales de los cincuenta y un día de mucho calor, viendo una avioneta que estaba a pleno sol, la empujó y la llevó hasta detrás de unas casas y bajo unos árboles. Cuando regresaron los pilotos y fueron a la pista y no la vieron, se armó la marimorena porque creyeron que la habían mangado.
- Ahí va, era raro que hubiera alguna avioneta, muy pocas veces llegaba alguna. Recuerdo que estábamos solo diez soldados, con un cabo al mando de todo aquello. Poca actividad, hasta el punto de que mis amigos venían a verme y echábamos la tarde por allí. La verdad es que había poco que hacer, o más bien nada. Éramos como unos enchufados en aquello que en principio era un puesto de observación, donde la verdad es que observar observábamos más bien poco. De vez en cuando aterrizaba un biplaza y poco más. Un suizo que trabajaba en la Compañía Riotinto y solía andar por allí, no tenía línea telefónica en su casa y se acercaba al cuartel para hacer de vez en cuando alguna llamada. El hombre no se creía que fuéramos militares. Nos veía allí vestidos con ropa normal y corriente, tumbados y sin hacer nada, hasta que un día, para demostrarle que éramos militares, lo llevamos hasta unas taquillas donde se guardaban las armas, cuatro escopetas viejas. Supongo que haría un análisis certero de lo que era el ejército español, o al menos de cómo era aquella posición estratégica en las marismas del Titán.
- Acabas la mili y a trabajar al hotel
- No, tuve un nuevo lapso motivado por el interés de mis padres en que estudiara. El impulso que te da estar haciendo la mili, quiero decir sin hacer nada, me hizo que me fuera a Madrid y acabará los dos primeros años de Económicas, pero me quedé sin gasolina y de nuevo a Huelva. Esto era a mediados de los sesenta, y diez o doce años después, como el hotel Tartessos marchaba como un reloj y se había creado en Huelva el germen de lo que después sería la Universidad, el Colegio Universitario de la Rábida, me matriculé en Geografía e Historia donde tuvimos la suerte, recordarás, de coincidir con una plantilla de profesores de altura, un auténtico lujo: Luis Alemany, Jesús Monteagudo, Aurora León, Antonio Tejera … y también con un grupo de alumnos tan heterogéneo como divertido, con edades muy distintas, porque algunos erais casi niños y otros andaban ya jubilados o a punto, pero sobre todo era una gente con una formación muy sólida. Es curioso que después de tantísimos años sigamos teniendo una relación tan cordial, sigamos tan cercanos. Fuimos y somos un auténtico grupo.
«Pude poner en marcha la Feria del Libro, el Festival de La Rábida, donde pude traer a muchos grupos y cantautores iberoamericanos, exposiciones, conferencias»
- Por entonces eras concejal y luego repetiste
- Así es. Me llamó Federico Molina en el 71, y acepté porque tenía muchos proyectos que luego pude llevar a cabo. Unos años después forme parte de una lista del Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez y formamos un grupo de gente muy preparada, pero al terminar aquellos cuatro años de compromiso con Huelva, ya no continuamos. En mi primera etapa y a principios de los setenta, desde el área de Cultura del Ayuntamiento pude poner en marcha la Feria del Libro, el Festival de La Rábida, donde pude traer a muchos grupos y cantautores iberoamericanos, exposiciones, conferencias y además, con no pocos problemas, pude poner en marcha junto, entre otros, al cura don José María Roldán, el Cine Club Huelva, aunque don José María lo abandonó al poco de empezar por motivos extraños al Cine Club. En el Diario de Sevilla había salido una información de un gran periodista onubense, que murió siendo muy joven, Juan Arazola, donde aparecía una referencia a un certamen de cine que se realizaba en Huelva desde Educación y Descanso. En el artículo hacía referencia de Diego Fidalgo, que entre otras muchas cosas fue un notable cineasta en unos tiempos imposibles, de Francisco Cortés Narváez y de otros, pero no citaba al cura, y aquello no le sentó muy bien que digamos. De hecho, antes de iniciarse una sesión del Cine Club tomó la palabra y denunció públicamente que no se le citara siendo él quien había organizado aquella muestra de cine, y acto seguido abandonó el Cine Club, que no tenía nada que ver en el asunto.
«Sabíamos que la policía estaba siempre detrás, pero a una distancia prudente y pudimos hacer el Festival a nuestro aire, superando a una curiosa censura»
- Al poco, llegaría el Festival de Cine Iberoamericano
- Así, es. Lo intentamos primero en 1972 Juan José Domínguez y yo. A pesar de que conocíamos en Madrid a gente que trabajaba en las direcciones generales del cine y del teatro, no conseguimos los permisos. Tres años después lo logramos al fin. Por aquellos años llegó a Huelva un ingeniero catalán que se hospedaba en el Hotel Tartessos, Antonio Farré, que se acabó casando con Conchita Bourre, a la que recordarás porque llevaba la intendencia del festival. Farré era una persona muy culta y sabía de cine una barbaridad. Ya tenía yo la experiencia del Festival de Música Iberoamericana de La Rábida, pero eran tiempos convulsos, nos estábamos jugando la llegada de la democracia. Sabíamos que la policía estaba siempre detrás, pero a una distancia prudente y pudimos hacer el Festival a nuestro aire, superando a una curiosa censura.
- Censura última.
- Sí, última y apenas seguida. Los tiempos estaban cambiando a toda velocidad. Resulta que el censor que venía de Madrid se hospedaba también en el hotel, y solía comer en mi casa, con algunos de los invitados que venían del otro lado del Atlántico. Esto de comer en casa era una manera que teníamos de ahorrar dinero y se hizo, como recordarás, todo el tiempo en el que estuvimos en el Festival. Pues bien, este señor solía hacer la vista gorda y ni censura ni nada. Igual pasaba en el Festival de Música Iberoamericana en La Rábida, recuerdo que traje por ejemplo a Carlos Puebla que cantó aquello de que llegó el comandante y mandó parar y lo del compañero Che Guevara. Aquello, junto con las exposiciones de pintores tan vanguardistas como Tapies o Zobel, y conferencias de gente como Santiago Amón, o traer a lo más granado de la literatura en español y de las artes plásticas españolas de la época, fueron un anticipo de la España democrática cuya llegada se veía llegar sí o sí.


- El hotel fue un espacio abierto a actividades culturales de todo tipo, no sólo fue el festival de cine.
- El Festival fue el mascarón de proa, por supuesto. Pero hubo más cosas, muchas más. El hotel estuvo abierto a todo tipo de actividades culturales, y además fue sede y refugio del Festival cuando los presupuestos eran mínimos.
- Organizar actividades en la Huelva de los años sesenta, ¿era posible?
- Y tanto que sí. Desde luego, cualquier campo es apto para sembrar cultura, hasta en el desierto. Pudimos organizar todo tipo de actividades, con apoyos o sin ellos. Estuve siempre muy bien acompañado y además tuve el favor de mis paisanos. Huelva siempre respondió a todas estas actividades, a este soplo de libertad que quisimos traer a nuestra tierra.
- Pero el Festival fue punto y aparte.
- Claro, con eso disfrutamos los onubenses y por supuesto que el nombre de Huelva tuvo resonancia por medio mundo. O mejor dicho por el mundo entero, hasta los chinos tuvieron interés por lo que aquí se exhibía. Vinieron del gigante asiático, y por supuesto de los Estados Unidos, de toda Europa y como es natural de los países iberoamericanos. Hubo un importante mercado del film que todos recuerdan por su actividad, pero también pudimos llevar a cabo un proyecto muy importante siendo Pilar Miró, con la que tuve una gran amistad, la directora general de la cinematografía y el teatro. Se trataba de poner en marcha un organismo iberoamericano de cine, para lo cual me nombraron secretario general. Julia Marquínez se incorporó al equipo y tuvimos una intensa actividad, llegándose a crear Ibermedia.
- Julia Marquínez era una pieza fundamental en el Festival.
- Obviamente. Fue siempre la secretaria general, por sus manos pasaba todo. La nómina del Festival era extraordinaria. Bastará nombrar a Vicente Quiroga, santo y seña del cine en Huelva, o a tus compañeros en la revista y en las publicaciones del festival, todos ellos especializados en cine. Sí, sí, la categoría del equipo, prácticamente todos de Huelva, fue fundamental.
- El Festival en los años ochenta era ya toda una referencia internacional.
- Y tanto. Te puedo hablar de la competencia que tuvimos con la industria del cine cubano, que era en la isla una auténtica cuestión de estado. Gabriel García Márquez estaba volcado con Cuba y sus actividades culturales, sobre todo en la cuestión cinematográfica. En cierta ocasión coincidí con él en Moscú y me dijo, así por las buenas, que el festival de Huelva estaba fastidiando el festival de La Habana, a lo que le contesté que ellos habían llegado después y que en todo caso sería al revés. Recordarás que hasta pusieron fechas similares. Hubo una dura competencia, pero salimos vencedores, por aquí desfilaron todos estos que te decía antes, un listado enorme y brillante de personalidades del cine y de la creación literaria. Gian María Volonté, María Félix, Cantinflas… hasta tres premios Nobel estuvieron con nosotros, Vargas Llosa, Camilo José Cela y José Saramago, y además personajes tan reverenciados como Ricardo Bada, a quien sé que vais a homenajear y que era un asiduo del Festival de Huelva, Bryce Echenique, Alejo Carpentier, Luis Sepúlveda, Manuel Puig, Fernando Quiñones, Benedetti, Arrabal, Rafael Alberti, Marsé, Antonio Gala, Ian Gibson, Zoe Valdés, Vaz de Soto, Onetti, Caballero Bonald, Luis Rosales, Félix Grande, Carlos Saura, Berlanga y a Buñuel, que a este genio del séptimo arte fuimos los primeros que lo trajimos a un festival, que conste. Todos estos y muchos más, porque muchos otros se me quedan atrás, pero los tengo anotados y ya encontraré los papeles. Todos vinieron al Festival pero también al Cine Club Huelva o a los encuentros literarios que organicé junto a Juan José Domínguez y Álvaro Irala, o a las actividades que hacíamos en el propio hotel, desde conferencias o exposiciones hasta lo que entonces estuvo tan de moda, el café teatro. Con estas actividades ganábamos el dinero que luego perdíamos en el Gran Teatro, que lo llegamos a alquilar cuando era de propiedad privada. Allí nos arriesgamos a traer a grupos como Els Joglars, por entonces apenas conocidos.
«Latitudes fue también un gran festival, pero que no entendieron las instituciones, de ahí que acabara desapareciendo en pocos años»
- Después de una vida tan intensa, te quedaron ganas para meterte en lo de Latitudes.
- Sí, me interesa sobremanera la fotografía, como a Paula, mi hija, que se dedica precisamente a la fotografía, entre otras cosas, y también estuvo colaborando en Latitudes. Conseguimos traer a los más renombrados fotógrafos, desde Sebastâo Salgado, al que traje durante la breve estada que tuve en el Patronato del IV Centenario, o a Ramón Masats que forma parte de la historia de la fotografía española. Latitudes fue también un gran festival, pero que no entendieron las instituciones, de ahí que acabara desapareciendo en pocos años. Se trabaja mucho, se pierde dinero y no se cuenta a veces con los necesarios apoyos, ni materiales ni humanos.
«Fuimos a visitar a Ernesto Sábato y estaba con el primer desaparecido encontrado con vida tras la terrible dictadura argentina»
- Con algunos de estos grandes personajes tuviste muchos contactos.
- Con casi todos ellos. Mira, con Ernesto Sábato tuve una experiencia absolutamente conmovedora, todavía hoy se me pone la piel de gallina. Le conocimos porque fue la petición que le hicimos al ministro argentino que nos recibió. En aquellos primeros años ochenta, Ernesto Sábato estuvo encargado por el presidente Alfonsín de la Comisión Nacional de la Desaparición de Personas. Fuimos a visitarle y estaba con el primer desaparecido encontrado con vida tras la terrible dictadura argentina. Aquel encuentro fue absolutamente emocionante. Tremendo. Con otro grande de la literatura, Julio Cortázar, tuve una buena amistad y una relación epistolar hasta su fallecimiento. Recuerdo que tras un viaje a Turquía le llamé para decirle que hacía escala en París, donde residía, y me dijo que ese mismo día iba a ingresar en un hospital. Nunca salió de ese hospital.
- Tuviste muy buena relación con Pepe Caballero, ¿no es así?
- Sí, y con María Fernanda Thomas de Carranza, fallecida recientemente. Espero con satisfacción que su obra pueda venir a Huelva.
Dejo a José Luis Ruiz envuelto en una maraña de papeles y de recuerdos. Tras de él, en una pequeña vitrina, la Cruz de Isabel la Católica, la bandera de Andalucía que le entregó el presidente un 28 de febrero, la medalla al Mérito Turístico, la Medalla de Huelva, la de la provincia, la de las artes de la Universidad de Huelva y junto a ella el título de licenciado en Historia, especialidad en Historia de América, naturalmente. En la Universidad de Huelva pudo finalizar unos estudios este hombre inquieto que ahora anda liado con unas memorias sobre cuyos pasos ya andan algunas editoriales. Me acompaña a la puerta diciendo que hay mucha gente interesante porque todos somos gente interesante, que huye de lo absoluto porque es consciente de que el mundo en su complejidad, no entiende de escalafones ni de primeros ni de segundos lugares, que lo verdaderamente importante es hacer cosas, no pretender destacar ni ser el primero, sino hacer. Los resultados siempre acaban por llegar y la satisfacción, según José Luis Ruiz, es algo íntimo, que no es necesario airear ni mostrar lejos de tu corazón.