gente de aquí

Juan Villa: «La gente de Doñana mantuvo en sus vidas eso que ahora tanto echamos en falta, la lentitud»

De profesor de Literatura a cronista del paraíso, Juan Villa recorre con palabras y pinceles las marismas que ha transitado desde niño, evitando que sus historias, personajes y paisajes se pierdan para siempre

Rafael Delgado, el poeta de la sonrisa: «La poesía no es para lucrarse sino para regalarla»

Pedro Rodríguez Garrido, pintor onubense de la emoción: «Estar sólo delante del lienzo es pura expresión de libertad»

El escritor Juan Villa h24
Bernardo Romero

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Almonteño de raíz y de entendimientos, que no es poca cosa. A mediados de los setenta estaba licenciándose en lo que por aquél entonces se denominaba Filosofía y Letras. Después haría suyos algunos conceptos filosóficos al tiempo que encontraba una manera de pensar, pero sobre todo de vivir, entre el estoicismo y el nihilismo. Unas ideas muy bien seleccionadas que ha sabido desarrollar en sus muy celebradas novelas, esas que le han servido para continuar su labor de profesor de Literatura directamente en las buenas letras. El escritor almonteño ha dado a la imprenta una saga con Doñana de fondo que ha merecido las mejores críticas y de la que se han hecho cargo importantes editoriales. Hoy me lo encuentro limpiando unos pinceles, acaba de dejar la pintura cuando me ha sentido entrar por las puertas de su acogedora casa de El Rocío, donde vive parte del año.

Entre el óleo, la trementina y el teclado del ordenador no ha tenido tiempo de entrar hasta el fondo del patio y llegar a las cuadras. Me comenta que dentro de la casa se estará mejor porque amenaza lluvia. Dentro me dedico a curiosear en su estudio, en ver las pinturas que retratan los hitos de Doñana, el hoy Parque Natural que Juan Villa ha recorrido desde la infancia. En otro lado de la casa tiene el ordenador, los folios y sus novelas, no une los dos oficios que le tienen ocupado, ahora con la jubilación a pleno rendimiento, cada cosa en su momento. No es bueno mezclar el culo con las témporas.

El escritor en su estudio h24

- Cuando te conocí creo que andabas dando clases de Literatura en Huelva, recién licenciado de la mili y de la facultad. Te habías hecho cargo de una revista literaria por aquel entonces de relumbrón, pero quizás yo te fui a conocer en la academia de Paco Ribera y Fernando Domínguez Rivas, donde perfeccionabas tus técnicas pictóricas ¿Cómo era posible entre tanto trajín dedicarte a algo tan preciso como la literatura?

- Sin darme cuenta, al principio la literatura no era más que un divertimento. Daba cuenta de lo vivido. No olvides que esos paisajes que recorren mis personajes son mi infancia, mi juventud y aún estoy en condiciones de montar a caballo y recorrer las marismas de Almonte, mi entorno inmediato, que es decir andar por El Rocío, por Doñana. La ficción está sustentada en una realidad sentida y estudiada. Escribo sobre lo que conozco, y eso siempre es una ventaja.

- En los ochenta dirigías El fantasma de la Glorieta, una colección de novelas que editaba la Diputación de Huelva donde publicaron algunos de los nombres que fueron referencia de las letras onubenses en aquella época, pero no todos, ¿qué sacaste en claro de aquello?

- Pude ver, leer y callar; sin embargo, cuando te enfrentas a un texto literario que tienes que juzgar, en el que tienes que localizar los fallos y los aciertos y decidir si es bueno o es malo, si se publica o no se publica, tu capacidad de penetración se agudiza, te vuelves más reflexivo, sobre todo con los aspectos formales. Aquella actividad acabó por convertirse en una fuente de aprendizaje impagable: localizar errores para no cometerlos. En todo caso no me llegaba todo, solo algunos escritores estaban ligados a aquella publicación. El tiempo habrá puesto a cada cual en su lugar, no fue la biblia de la literatura onubense. Tampoco en este asunto de las letras existe lo absoluto.

- Teniendo en cuenta además que tienes una manera de escribir que combina ficción con una documentación meticulosa, las novelas no se te caen del teclado.

- Sabes que no. Dedico mucho tiempo a cada trabajo, con la pintura en cambio, resuelvo con mayor prontitud, pero una novela me puede llevar meses y meses de duro trabajo. Tampoco es que esté todo el día delante del teclado, pero a veces casi. Cada cosa tiene su momento, pero se saca tiempo para todo. Es cuestión de no tener plazos, de no estar atado ni presionado. Lo que sale va saliendo.

De vuelta de la marisma h24

- Tienes residencia habitual en El Rocío, frente a las antiguas escuelas. Pero de la aldea almonteña conoces hasta el último detalle.

- Por vivencias propias, pero también por ir a las fuentes, y aquí las fuentes son los más viejos del lugar. He mantenido muchas entrevistas con ellos directamente, y con los parientes de los pioneros de El Rocío, y de quienes habitaron Doñana, que también tienen sus historias y muy intensas además.

- Desde luego las descripciones que haces, o más bien dibujas, del hoy Parque Nacional no pueden ser más certeras, las de hoy y las del pasado.

- Claro, y no olvides a mi hermana Águeda, geógrafo como vuesa merced, y profesora en la Universidad Pablo de Olavide, pero en lugar de a los meteoros ella se ha dedicado a estudiar el paisaje, y concretamente a entender estos paisajes de Doñana que ella también y tan bien ha vivido. Es una ayuda para cualquier duda que tenga sobre estas marismas, y siempre la tengo a mano. Y mi otra hermana, Ana, ambientalista, que trabaja aquí, en la fundación Doñana XXI.

- De tu padre tengo una anécdota la mar de curiosa. En el casino de Almonte coincidía con un señor aficionado a la ornitología y a la fotografía, un tipo curioso que vivía en Los Pajares, en pleno corazón de Doñana, sin agua corriente ni energía eléctrica. Solían jugar al ajedrez, una pasión compartida por ambos. En cierta ocasión vas a darle un recado a tu padre y te encuentras allí nada menos que con toda una referencia de la pintura universal.

- Ya lo creo, nada menos que Jorge Camacho, el último superviviente del surrealismo según el diccionario de André Breton y Paul Éluard. Sí, tenían una buena relación. Jugaban al ajedrez y hablaban de pájaros y de fotografías, de Doñana, el lugar del que Jorge Camacho había oído hablar en París y que el pintor vino a conocer a principios de los setenta, enamorándose inmediatamente de aquel paraíso. Cuando mi padre me lo presentó no di crédito. A partir de ahí mantuvimos una relación especial y hemos colaborado en no pocas publicaciones, actividades e iniciativas.

Jorge Camacho fue compañero de Juan Villa en sus recorridos por Doñana h24

- Tu padre era un gran lector, eso debe imprimir carácter.

- Más que carácter, te facilita el acceso a la lectura. Él me hablaba normalmente de Cervantes, de Galdós, de Baroja... En mi casa se leía, sí, así hemos salido los tres hermanos, lectores como ellos, porque mi madre y mis abuelos también leían.

- Teniendo en cuenta ese bagaje, podrás comentarme qué ha sido para ti la educación en todos estos años dedicado a la docencia, porque la educación empieza en el propio hogar, es de suponer.

- Claro, la educación es lo que te encuentras en el aula, pero también en tu casa. Algunos llegamos a la escuela con ventaja, qué duda cabe. En el colegio nos hacían declamar “Platero y yo” con la voz necesariamente engolada, fíjate tú qué cosas, cuando Juan Ramón huía de eso, pero también me encontré con algunos profesores muy buenos, como don Alberto Laberón, que me dio Literatura ya en COU, y por supuesto el recuerdo que tengo de mi padre en su sillón de mimbre al caer la tarde en el patio, siempre con un libro en las manos, algo habrá tenido que ver. Ahí están mis inicios como lector, y probablemente como escritor. Si en casa se aman los libros, es normal que tu sigas por esas sendas del conocimiento y la formación.

- Dime algún escritor que tú hayas sumado a la biblioteca familiar.

- Muchos, obviamente. Pero por citarte uno cercano en el tiempo, te podría apuntar a Luis Landero, un gran contador de historias. Es difícil hablar de tus escritores preferidos o tus gustos literarios, aunque ciertamente hay algunos autores que te enganchan desde un primer momento. Al margen de técnicas que puedan ser muy depuradas, o planteamientos formales muy modernos, es el tono que llevan lo que te engancha, o la perspectiva desde la que miran el mundo. Son muchas cosas en realidad. Después de tantos años impartiendo clases de Literatura, como comprenderás, uno no tiene nombres concretos. Al final lo que tienes es una biblioteca enorme por descubrir. Ahora mismo tengo tres baldas repletas de libros por leer. Me decías que cómo puedo compaginar pinceles y ordenador, pues también tengo tarea debajo de una lámpara. A veces me dan las tantas leyendo y ni me entero.

La pintura, otra de sus facetas h24

- Doñana está en tus novelas y ahora en tus pinceles.

- Sí, es algo extraordinario que no lo haya hecho antes. Pinto desde siempre, en los ochenta, cuando daba clases en el José Caballero, me quedaba por las tardes en Huelva para ir a pintar con Paco Ribera y Fernando Domínguez Rivas, dos grandes maestros de la pintura, pero hasta hace bien poco no he tomado estas marismas como objeto de mis pinturas.

- Has escrito varias novelas sobre Doñana: Crónica de las arenas, El año de Malandar, Los almajos, Voces de la Vera… y hace poco volviste a liarla con un nuevo trabajo, El Rocío antes del alba.

- Es fruto de lo anterior. Para documentar todas mis novelas, además de lo vivido, como te decía, están las entrevistas que he realizado con muchísima gente de por aquí, los antiguos habitantes de Doñana, o los que se instalaron en El Rocío antes de la inmensa popularidad de la romería. Es un mundo descolgado de la Historia, unas formas de vida imposibles. Todavía hay gente que vivió aquellos paisajes y aquellos

«Quienes habitaron Doñana recuerdan una vida plena y feliz a pesar de las carencias»

tiempos, gente que prácticamente fueron nómadas en estos arenales, en estas marismas. Ten en cuenta que hasta mediados del pasado siglo subsistían unas formas de vida similares a las que pudo haber hace mil o dos mil años. La depredación como sustento y la choza hecha con materiales de la zona como cobijo. Aquello no era una forma de vida idílica, tenían innumerables carencias, pero cuando he podido hablar con ellos, ya muy mayores, y me hablan de su juventud, de aquel tiempo ya lejano, no se perciben amarguras, al contrario, sienten que tuvieron una vida plena y feliz a pesar de las muchas carencias.

- ¿Conociste a algunos guardas del antiguo coto?

- A varios. Eran las élites de Doñana, y el Guarda Mayor -que hay que escribirlo con mayúsculas porque así exigía el respeto que se pronunciara- era un auténtico virrey, gente muy sabia, ecuánime, pragmática… De alguna manera son los responsables de que se haya podido mantener este mundo tan frágil de las marismas y los cotos.

- Y qué me puedes decir de los personajes que pueblan tus novelas.

- Algunos aparecen con otro nombre, pero normalmente con el suyo propio. Pedro Rompejierro, por ejemplo, del que en realidad cuento en mis novelas cosas que de él se cuentan. Tenía paralizado medio cuerpo de una paliza que le dieron en el cuartel de la Guardia Civil, pero con el medio cuerpo que le quedó pudo estar recorriendo el coto de hato en hato, llevando recados, noticias o cosas. Como pago por sus servicios le daban comida y cobijo en un lugar u otro porque Pedro Rompejierro no tuvo nunca ni un mísero chozo donde caerse muerto, de hecho, se lo encontraron muerto en uno de los caminos de Doñana una mañana de verano. En cambio, Agustín el Rifeño tiene el nombre que me interesaba, pero está inspirado en Joaquín el Niño, también llamado el de la Jábega, otro personaje curioso que hasta los años sesenta gestionaba un poblado de jabegotes en las cercanías de la Torre del Loro. Un hombre tormentoso y generoso a un tiempo, una vida que en sí es pura literatura. Ya te lo decía antes, cuento lo que conozco, lo que de alguna manera he vivido. La gente de Doñana mantuvo en sus vidas eso que ahora tanto echamos en falta, la lentitud. Se movían a pie o en burro, en mulo o a caballo los que podían, que no eran muchos. Doñana es grande y trabajosa para andarla a pie, es todo arenal o barrizal, lagunas, charcos, el mar o el río. Un lugar con muchas carencias donde lo único que sobraba era el tiempo, tan ancho como el propio coto.

- Hay un hato de Juan Villa, ¿tienes algo que ver?

- Era un hermano de mi bisabuelo que entre otras cosas fue ganadero. A principios del pasado siglo era el alcalde de Almonte. Y por lo que cuentan era todo un personaje Tenía varias aficiones y entre ellas una que era una auténtica pasión por las yeguas, de ahí que creara el hato que lleva su nombre al pie del Soto Chico, frente a la aldea de El Rocío.

- Tus novelas tienen algo de estudios antropológicos.

- En teoría deberían tener ese sesgo. Intento salvar del olvido no ya las formas de vida, sino las costumbres y hasta las palabras, algunas que ya no se usan ni aquí en Almonte. Date cuenta de que ya nadie habita Doñana, luego si no las rescatamos quienes hemos estado en contacto con ese mundo ya perdido, ¿quién lo va a hacer? Escribir sobre Doñana, o sobre El Rocío, es rescatar algo que en pocas décadas se ha quedado muy atrás en el tiempo. Debemos trabajar para salvarlo del olvido.

- Es inevitable preguntarte por esa construcción que has llamado El Majadal.

- Ese espacio resume la historia de Doñana. Otros han construido pueblos que resumieran formas de vida, o partes de la historia que no podían haberse contado de otro modo sin caer en particularidades. Además de Yoknapatwpha, Comala, Macondo, Región o Celama, El Majadal cumple con mi propósito de dar a conocer a estos espacios que fueron salvajes, a estos espacios y a quienes lo habitaron.

- Ese Majadal, o Doñana, o El Rocío, tienen también resonancias con la literatura americana que se llamó más o menos afortunadamente realismo mágico.

- Desde la propia geografía, desde la historia, pero también desde las leyendas y los mitos que encierran el lugar, y además tiene a la Virgen del Rocío como elemento simbólico. Luego el resultado es inevitablemente mágico. Esto lo empiezas a vislumbrar cuando pasa el tiempo e incluso cuando muchos de los personajes y los hechos de Doñana ya son solo recuerdos. Entonces te das cuenta de que Doñana tiene algo de mágico, sobrenatural, lo que lleva a esa atracción que ejerce el caminar estos parajes, a pesar de que ya son otros tiempos, a pesar de que las vallas ya lo tienen acotado, cerrado a todos los aires que allí se fueron a refugiar.

- Antes de la República algunos habitantes de El Rocío, andaban pidiendo la independencia del término municipal, cuando apenas había una treintena de casas. ¿Tus entrevistas con los antiguos habitantes han llegado a ese tiempo?

- Más o menos. La historia de la aldea del Rocío es muy reciente, apenas doscientos años. Esto quiere decir que su nacimiento aún está en la memoria de esas personas, o al menos en la tradición oral. Estamos en el siglo XXI, pero hemos conocido a gentes que al menos por referencias conocieron el XIX. Es menester tener en cuenta que hasta mediados del siglo pasado, no todo había cambiado tanto como en las últimas décadas. Las formas de vida en Doñana, y en El Rocío, se fundamentaron entonces en la depredación y la pobreza, en el aislamiento. Todo cambia cuando a mediados de los años sesenta llega la carretera, y acto seguido Matalascañas, por ejemplo, deja de ser aquella playa lejana a la que se trasladaban siempre las mismas familias para pasar una temporada de baños de forma precaria y en alojamientos de fortuna. Luego llegó la declaración de Doñana como espacio protegido y dejó de ser el coto, no ya de los señoritos, sino de todo el paisanaje que andaba por allí viviendo,

«Ahora todo el mundo conoce Doñana, es un destino turístico, pero se ha perdido la paz y el tiempo ahora discurre a mayor velocidad. El vértigo ha suplido a lo estático de estos paisajes y de quienes lo habitaron»

o refugiado más bien. Con la carretera estos espacios pasan de ser una isla a ser una península, y por el istmo empezó a entrar gente que acabó integrando todo esto en el mundo. Esto ha sido un camino inevitable. Ahora todo el mundo conoce Doñana, el lugar es famoso y de alguna manera hasta popular, es un destino turístico, por ejemplo, pero se ha perdido la paz y el tiempo ahora discurre a mayor velocidad. El vértigo ha suplido a lo estático de estos paisajes y de quienes lo habitaron. El espacio se ha ido dilatando y ahora todos quieren participar del pastel. Si antes era un espacio alejado, ahora todos lo tienen muy cercano, hasta el punto de que son una docena de municipios los que deciden y habitan, en los papeles y en las actas notariales, estos espacios tan cambiados.

- El río Guadalquivir en su curso bajo tiene en cada margen un discurso distinto.

- Así es, la margen izquierda del Guadalquivir en su curso bajo está antropizada. Allí los cultivos son la tónica habitual, incluso el propio río es un espacio habitado, por él no cesan de navegar los buques de carga o los barcos de recreo que remontan sus aguas hasta Sevilla. En cambio, la margen derecha quedó salvaje, y todo es fruto de su propia historia. Estas marismas eran indómitas y salvajes, nunca se pudieron domesticar, y eso que hubo intentos varios y variados. De ellos doy fe también en mis novelas.

- El último conflicto viene por los agricultores.

- Hace treinta o cuarenta años empezaron a introducirse en el entorno de Doñana cultivos de fresas primero y frutos rojos en general a continuación. El agua ha sido objeto de litigio entre unos y otros, es difícil la convivencia en estas circunstancias. Este conflicto no cesará y si te fijas es universal. El agua va a ser una fuente de conflictos en todo el mundo. En el caso de Doñana habría que buscar el punto medio, como diría Aristóteles, pues ahí precisamente está el detalle, que diría Cantinflas.

- Sequías, inundaciones…

- En la Historia portátil de Doñana, una obra que realicé por colleras con Juan Francisco Ojeda y Daniel Bilbao, definíamos Doñana como un lugar agónico o en tránsito de llegar a esa acepción del término, entendiéndolo como agonía de la

«Las previsiones que se apuntan amparadas en el cambio climático nos hacer presentir tiempos difíciles para el equilibrio de este espacio»

muerte y como lucha. Las previsiones que se apuntan amparadas en el cambio climático nos hacer presentir que se adivinan tiempos difíciles para el equilibrio de este espacio, no ya para el que tuvo, sino para el que ahora están empeñados en dibujar los científicos y conservacionistas que están trazado sus nuevas líneas

- Sigues con el teclado dispuesto, pero también quieres dejar constancia de la Doñana que conoces y que tantas veces has recorrido delante de un caballete.

- Es otra forma de recordar y de dar a conocer. En el lienzo se pueden definir las formas, pero también el aire, los aromas, el agua o las dunas. Tengo a Doñana en la paleta y estoy disfrutando pintándola, redactando el acta notarial de lo que todavía es Doñana. Vete a saber, igual en unas décadas, si los futurólogos tienen razón, estas pinturas, como mis novelas, dejan de ser creíbles. A saber.

Dejamos el acogedor zaguán de la casa y volvemos al estudio de pintura. Se ha sentado Juan Villa en una pequeña banqueta, delante del caballete que sostiene un atardecer en Doñana. Cierro la grabación y le veo mirar la paleta, mezcla algunos colores y acercar el pincel al lienzo, casi lo toca, pero se retira y vuelve a mirar un atardecer que guarda en su memoria. Ha vuelto a mezclar colores en la paleta y siento que ya me tengo que retirar, así que me levanto y cuando estoy ya en la puerta del estudio, me dice suavemente “di que te pongan un café, Rocío ha hecho madalenas”. La entrevista ha terminado y en la cocina me ponen un café y me abren una caja de madalenas que, será obsesión o estaré sometido al paisaje y a los recuerdos de Juan Villa, pero me saben a Doñana. Empieza a caer la tarde en el lienzo y en las calles de El Rocío, solas en este día lluvioso y desapacible que parece querer devolver estos espacios a sus orígenes, a cuando fue un espacio salvaje penetrado tan solo por los más atrevidos o por los más necesitados de amparo. Aprieta el chaparrón y me dicen que con este tiempo no me puedo ir. Mejor, no poderse ir es mejor. Mañana igual sale el sol. Doñana es magia y misterio, incertidumbre pues.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación