Kilómetros de vida con acento andaluz
La factoría Marvel y DC Comics se frotan las manos y se rifan a este nuevo espécimen. Ha nacido el personaje definitivo que trasciende al ya amplio elenco de superhéroes existentes. Aquel que carece de parangón, la máquina perfecta.
Ninguna mente creativa fue capaz de alumbrar un protagonista de este calibre. Ni el científico más chiflado y disparatado pudo siquiera imaginar tal creación. Su irrupción es el resultado de la mayor obra de ingeniería solidaria. Se trata de una férrea aleación de un adamantio indestructible, la quintaesencia del altruismo, reforzado con una armadura de perseverancia, generosidad y entrega. Posee la fortaleza de Ironman, el honor del Capitán América, una fuerza titánica que reside en su voluntad y tesón, que doblegaría con pasmosa facilidad a Hulk y a La Cosa. Rápido como Flash y con un atuendo que rivaliza cromáticamente con el de Linterna Verde. Un Supermán invencible ante las adversidades y con una única kriptonita, la indiferencia. Su misión también es la de salvar al mundo de las garras de un villano temible e implacable, la muerte.
Eduardo Rangel era un hombre normal, oriundo de Sanlúcar de Barrameda, de unos 40 años. Pero en 2012 algo cambió. Su madre fallecía mientras esperaba un trasplante que nunca llegaría. Fue el punto de inflexión que gestó su metamorfosis. Su transformación fue radical convirtiéndose en un maratoniano removedor de conciencias. Desarrolló unos superpoderes que permanecían ocultos, aletargados. Su entereza y extraterrestre capacidad de sacrificio se activaron y evolucionaron hasta niveles superlativos. Pesaba alrededor de 140 kilos y decidió ponerse en forma con el objetivo de retar a sus límites. Hoy, su leyenda agranda una figura más liviana pero con un alcance de acción insuperable.
Su meta es correr ocho maratones (42 kilómetros cada uno, 336 en total) en cuatro días, dos por jornada, atravesando la comunidad andaluza. Una auténtica proeza solo al alcance de seres hechos de otra pasta. No es una mera prueba de superación personal, Rangel es mucho más ambicioso. Pretende duplicar al término de su gesta la tasa nacional de adscripción a la donación de órganos. El primer escenario testigo de su lucrativa obcecación ha sido Huelva, el punto de partida de un desafío inédito.
Su éxito pasa por la conquista de un extenso y prolífico universo, el de los intrincados y a la vez dispersos planetas digitales, una galaxia recóndita con núcleos fecundos de combustible social. Porque la energía de este titán se abastece de una fuente que nunca debe estancarse ni secarse, siempre debe estar fluyendo y manando. Surca los rincones de la geografía andaluza colonizando sus cuatro puntos cardinales, reclutando aliados para su causa, que es la de todos. El arma que maneja con destreza y suma maestría es el de la concienciación, un mandoble difícil de domar y con una potente némesis, la insensibilidad. Su poder no es ilimitado, pero sí la repercusión de sus hazañas.
Su nombre no es yanqui, ni responde a la fusión radiactiva o la mutación a un arácnido humanoide, ni siquiera posee un apodo con el que identificarse, y vela por nuestra supervivencia a cara descubierta. Su máscara es una gorra, y su antifaz, unas gafas de sol. Su disfraz, las ineludibles mallas y una camiseta lima-limón con un emblema en el pecho: ‘Donando Vidas, desafío Andalucía’. Su indumentaria se completa con una cifra, 10.000, que son los decibelios de su histriónico grito, el número de donantes de órganos que espera reunir en torno a la causa que defiende. Para ello ha habilitado una página, www.donandovidas.es, que enlaza con la web de la Coordinación Autonómica de Trasplantes facilitando los trámites para formalizar el proceso. Rápido, sencillo y extremadamente necesario. Es la llave para el final feliz de muchas personas.
@ManuelGGarrido