La obsesión de un onubense por conquistar los 148 vértices geodésicos de la provincia de Huelva
Francis Gallardo ha invertido los 10 últimos años de su vida en ir alcanzando «ubicaciones únicas y panorámicas privilegiadas» en una aventura que completará en Doñana
«Estos monolitos, fundamentales para la observación y medición de grandes extensiones de terreno, se han convertido en mi gran obsesión», dice sobre un desafío repleto de dificultades y anécdotas
Huelva, a través de sus vértices geodésicos

Francisco Javier Gallardo Antero tiene 55 años y presume de llevar 34 casado, de sus tres hijos, dos nietos y una gran obsesión que está a punto de satisfacer: fotografiarse junto a todos y cada uno de los 148 vértices geodésicos oficiales reconocidos por el Instituto Geográfico Nacional (IGN) de la provincia de Huelva, algo que nadie ha hecho antes. Lleva 147 en su colección, constatable en su perfil de Wikiloc, y en julio visitará con autorización en Doñana el que le falta para completar una aventura repleta de anécdotas y algunos momentos críticos que dan para un libro que ya se plantea escribir.
Francis, como le llaman sus conocidos, se define como «un apasionado de la naturaleza y la exploración de la provincia de Huelva», y se muestra a Huelva24.com «emocionado» por compartir una historia que arrancó en 2015. Es un delineante onubense que nunca pudo ejercer como tal. Lleva toda su vida laboral trabajando como camarero y un día comenzó a andar para combatir las consecuencias de pasar tantas horas de pie. Venció al imán del sofá tras largas jornadas de trabajo y comenzó a explorar diferentes senderos del territorio provincial con amigos. Su afición fue a más, se federó en senderismo, montañísmo y alpinismo y acabó por afrontar un reto personal al que lleva dedicado 10 años.



En este tiempo ha encontrado todo tipo de adversidades, como lugares poco accesibles o que se encontraban en propiedades privadas en muchos casos, así como algún accidente, alguna 'pájara'… pero nada le ha frenado en su afán de completar su aventura. Con paciencia e ingenio ha ido solventando cada situación y la recompensa han sido «ubicaciones únicas y panorámicas privilegiadas».
Un vértice geodésico es una señal permanente y visible en el terreno que sirve como punto de referencia para la medición precisa de posiciones geográficas. Estos puntos forman parte de una red de triangulación que se utiliza para la elaboración de mapas topográficos y la determinación de coordenadas con gran exactitud, ubicando con precisión cualquier lugar de la Tierra. Se colocan en lugares elevados y con buena visibilidad, como cimas de montañas o torres, para que sean visibles e identificables fácilmente. Hoy día son reconocidos como parte del patrimonio geográfico del país.
Gallardo pone un ejemplo muy gráfico de la utilidad de estos puntos. «Si vas a medir un tablón con un metro tienes que empezar por un borde, pues para medir terrenos en la tierra se usan los vértices geodésicos», aclara. Los usan los topógrafos para realizar triangulaciones y ubicar el punto exacto en el que se encuentra una casa por ejemplo, midiendo de un vértice geodésico a otro y completando un triángulo con la posición del inmueble con respecto a las otras dos referencias, o para medir la extensión de un terreno, aunque parte de estos puntos se han ido quedan obsoletos ante la irrupción de los satélites y otras tecnologías complementarias.
Este aventurero onubense señala que los vértices geodésicos fueron construidos mayoritariamente por el ejército. Están formados por un bloque de hormigón sobre el que se eleva una parte cilíndrica. «Los primeros se hicieron con un mazacote de piedra con un palo gigantesco y después se hicieron con piedras de laja y más adelante con ladrillos», comenta y añade que «ahora hay muy pocos comparados con los que había antes, pues se colocaban también en los campanarios de las iglesias y otros lugares elevados».



Poco a poco ha ido descubriendo que algunos se encuentran en lugares «inesperados», como junto a una piscina, en la chimenea de una casa, en un faro o una torre Almenara. Para alcanzarlos ha conocido a rejoneadores, exalcaldes, concejales, toreros retirados, profesores jubilados y personas centenarias que le han contado «historias y secretos» que le han permitido «conocer mejor la riqueza cultural y natural de mi provincia», valora.

«Este reto personal me ha enseñado a valorar la importancia de la perseverancia y la determinación e inspirar a aquellos que buscan aventuras en la naturaleza»
«Este reto personal me ha enseñado a valorar la importancia de la perseverancia y la determinación e inspirar a aquellos que buscan aventuras en la naturaleza», señala Francis, cuya pasión le ha llevado a recorrer «caminos olvidados y sendas de ensueño. Siempre con respeto y con autorización». Resalta que le gusta caminar por la naturaleza, fotografiar los paisajes y hacer panorámicas de 360 grados, «respirar en esos lugares profundamente, con los brazos abiertos». «Mi intención es disfrutar, sin importar el frío, calor, lluvia, viento, cualquier clima o condiciones», explica sobre una aventura con la que ha descubierto en 147 vértices geodésicos oficiales y otros doce descatalogados. También ha visitado varios del resto de provincias andaluzas, también sus montañas más altas y otros lugares de España.
Hace dos años y medio visitó el vértice geodésico 147 de su lista y desde entonces prepara la visita al que le falta, en pleno Parque Nacional de Doñana, en una zona inundada. Asegura que se encuentra «muy cerquita» del Rocío, en el paraje denominado La Raya, en el término municipal de Hinojos, ente la cancela llamada la Escupidera y el Centro José Antonio Valverde. «Lo había intentado todo, pero mi amigo Diego Quintero me dio un contacto hace tiempo de un amigo suyo y esta persona me dijo que tras la romería y la Saca de Yeguas concretáramos», comenta.
Su penúltimo vértice completado fue el de Aroche, donde le «llovió lo más grande». Su primer encuentro con un punto de esta tipología fue el de Tharsis, Mazmorras, junto a la Corta Atalaya, en una caminata con un familiar. Vio una señal que advertía que estaba prohibida la destrucción de la misma, advertencia que está en todos los puntos. «Me llamó mucho la atención y me aficioné a estos sitios. Me metí en Internet y fui estudiando cada uno», recuerda. A este lugar ha vuelto unas cinco veces más.

«Nunca me he accedido a una propiedad privada sin permiso y eso ha hecho que me lleve más tiempo conseguir mi objetivo»
Francis asegura que cuenta con «mil anécdotas» en este viaje discontinuo por los 80 municipios de la provincia de Huelva. De hecho tiene fotos con todos los carteles con sus nombres. Aclara que «nunca he accedido a una propiedad privada sin permiso y eso ha hecho que me lleve más tiempo conseguir mi objetivo», situación en la que ha venido usando un truco recurrente. Ha ido dejando en las vallas una nota con su nombre, DNI, número de teléfono y el de su ficha de federado y una breve explicación de su propósito. En un número importante de casos han contactado con él, le han enseñado la finca y ha podido fotografiarse con el vértice geodésico. En otros, ha tenido más dificultades. También le pasó que se quedó sin bolígrafo para escribir su clásica nota y quemó una paja del suelo para hacerse un lápiz.
El vértice geodésico más bonito
Considera que el punto más bonito de los visitados es el vértice de El Bravo, situado en la finca del mismo nombre, en Encinasola. Está cerca de las ruinas del castillo de Torres (s. XIII), por la carretera de La Nava hacia la izquierda. «Es una finca gigantesca, enorme». El propietario de la finca no le llamaba y optó por preguntar llamando a la cafetería del Hotel Abades. «Me cogió el teléfono un cliente y dio la casualidad de que era Francisco, dueño de otra finca hacia el noroeste, donde está el vértice geodésico de Limones», quien le facilitó el acceso. «El guarda me dejó la puerta abierta de la finca El Bravo, acaricié a unos ciervos y arriba había un antiguo fortín de la época de Sancho IV, con un palomar precioso, con una cúpula acristalada, al final de una escalera de caracol. Sin duda es el vértice más bonito y uno de los que más me costó contactar con el dueño».
Otro objetivo fue un punto, situado en el área del radar de Zalamea. Conoció a un profesor jubilado de más de 80 años, Pastor, que le acompañó. Gracias a él dio con el dueño, que vio de Huelva expresamente para mostrarle la finca. Francis se sorprendió al encontrar en la zona alta del terreno, junto al vértice geodésico, una piscina. «Me quedé anonadado», admite Francis, que dice que le invitaron a bañarse si quería.


-U27841785262sxo-278x329@huelva24.jpg)
También recuerda que tuvo que atravesar una finca de reses bravas entre Zufre y el Castillo de la Guardas. El famoso rejoneador Andrés Romero era el propietario de La casa de La Corchuela. «Hablé con el joven rejoneador Alexis Navarro. Las cuadras estaban repletas de sus hermosos caballos», señala. En Cala, le dijo a la dueña de una finca, que tiene una tienda en el pueblo, que necesitaba llegar a Valdenueces porque estaba escribiendo un libro, una mentirijilla que quiere hacer verdad.
Su aventura le llevó en otro momento a ir en la búsqueda de un vértice llamado Maijuanes entre Cumbres Mayores y Cumbres de San Bartolomé, hacia el sur de Cumbres de Enmedio. Muchas veces condujo una hora y 45 minutos desde Huelva para quedarse frente a la cancela que conducía a un camino que acababa en un cerro con unas «gigantescas rocas blancas», pero no daba con la persona propietaria. No le valieron las notas ni preguntar. Incluso le intentaron disuadir diciendo que esa persona «tenía problemas con Hacienda o algo y estaba cabreado con todo el mundo».



Un día salió de trabajar sobre las dos de la mañana y a las seis llamó a su amigo David Wert para contarle que iba intentar llegar al tan deseado punto por una ruta más larga de 23 kilómetros, la más complicada. Sin dudarlo se pusieron a caminar siguiendo esa idea y alguien pasó con un vehículo tipo ranchera y les paró. Francis le explicó de qué iba su reto y que quería llevar al cortijo Moralito. «Me dijo que había un tirón andando y le dije que eso no me importaba, pero sí llegar allí andando y que no me dejaran pasar. Él insistió en que me llevaba en coche. Me advirtió que me costaría porque había muchas rocas y árboles y que no me preocupara, que el propietario era él». Tras esta feliz casualidad, tuvieron que subir rocas y trepar, pero su amigo David y él lo lograron y de hecho volvió una segunda vez.
En un barranco y con dos ruedas del coche en el aire
Sin duda el momento más terrorífico que vivió fue cuando se quedó con dos ruedas del coche en el aire sobre un barranco camino del vértice Ordeñega, entre El Cerro de Andévalo y Villanueva de las Cruces. «Iba en un Opel Corsa bajito y las piedras iban dando en el motor y en una de las bajadas no me di cuenta que había un precipicio delante. Pegué un frenazo y el coche resbaló y me quedé así», describe. Estaba solo y sin cobertura para poder llamar. Se le ocurrió usar el gato hidráulico y piedras de pizarra para que una de las ruedas se apoyara y pudiera dar marcha atrás.

«Las piernas no me funcionaban, me temblaban y no era capaz de andar. Me dio una pájara»
«En otra de mis locuras», como él mismo dice, fue con un amigo de La Rábida cerca de Berrocal pero en el término municipal de Zalamea. «Llevaba 3-4 meses sin hacer una ruta, era julio, y no llevábamos tanta agua para ese calor. De cabeza iba perfecto, pero las piernas no me funcionaban, me temblaban y no era capaz de andar. Me dio una pájara y me puse a la sombra», relata. Su acompañante buscaba cobertura para pedir ayuda y se plantearon llamar a Urgencias cuando se acercaron a una antena. Finalmente llamó a Diego Quintero, quien «se sabe orientar muy bien. Con mis indicaciones llegó, nos llevó refrescos y nos recogió. Le estaré agradecido toda la vida».
Un alacrán en el brazo
En el término municipal de Cartaya se encontraba en busca de otra conquista geográfica -Miramundo- junto a una torreta de vigilancia, en mitad de los pinos. Estaba investigando el terreno, haciendo fotografías y al regresar al coche se dio cuenta que no podía salir. Tenía un tronco cortado en la zona del motor y no lograba avanzar. Decidió coger trozos de hormigón que había alrededor para solventar la situación y de pronto notó que tenía en el brazo un alacrán. «Estaba con miedo por si me picaba y moría allí. Solté la piedra y le dio un manotazo rápido y me lo quité. Tuve suerte», asegura.
Nuevos retos
A punto de completar su desafío de conquistar los 148 vértices geodésicos de Huelva otros proyectos se asoman en sus pensamientos. La pasión por explorar la provincia la mantiene en sus numerosas rutas y ha descubierto muchos saltos de agua que cree que no conoce nadie porque están muy ocultos. Tal vez sea el inicio de otro desafío que le mantenga lejos del sofá y muy cerca de descubrir tesoros en la exuberante naturaleza onubense.