GRAN TEATRO > 'EL FUNERAL'

Una velada con la Velasco

Más que una función de teatro, El funeral es un encuentro de Concha Velasco con su público. Es una velada íntima que comparte a diario con centenares de seguidores, de manera que si estuviera un par de años con la obra, prácticamente habrá confraternizado con todos ellos, a pesar de que son miles, o centenares de miles, que por algo es la vallisoletana lo que es, toda una señora de la escena, una grande. Sin duda.

Una velada con la Velasco

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La obra, insisto, si es que se puede decir que este tinglado sea una obra teatral, es otra cosa. Nos da la impresión de que la idea es buena, pero que se le podría haber sacado más partido, pues hay momentos que sólo se salvan por las tablas de la actriz, que puede con lo que le echen, eso nadie lo duda. De hecho la obra termina, comienzan los muchos –y por supuesto merecidos aplausos a la carrera de la actriz- y la obra continúa. Es en la mismísima corbata del escenario, mientras recoge tanto aplauso y tanto amor, cuando se producen los guiños que hacen más emotivo el espectáculo que sin duda es. Ya les voy diciendo, obra teatral puede que no, pero sin duda espectáculo sí que lo es. Las alusiones a sus idas y venidas por esta ciudad, el hablar al público con tanta confianza como cercanía evidente, no hacían sino refrendar que esta obra escrita por su hijo –quién mejor que él- es algo más que  puro teatro, es un espectáculo más propio de un reality show al uso que otra cosa. Y en este fenomenal final, ya absolutamente fuera del guión y donde la improvisación juega un papel fundamental, no queremos incluir el homenaje a Manolo Briones, porque sería dudar de los sentimientos de la actriz y minimizar el homenaje que el alma del Gran Teatro, en palabras de la propia Concha Velasco, tiene más que merecido. Grande la Velasco, grande Manolo, grandes los dos.

Una velada con la Velasco

Si hasta aquí han estado ustedes de acuerdo, convendrán conmigo que la obra, si como tal fuere, se cae irremisiblemente a cada momento, sobre todo una vez pasado el impacto inicial, y no me refiero a los estruendos, demasiado previsible el primero con la aparición de la difunta Lucrecia Conti de cuerpo presentísimo, sino a una idea a la que se le podría haber sacado más partido, por supuesto en clave de humor. Por ahí iban bien los tiros, pero prima sobremanera la idea de que sea un encuentro de la actriz con sus admiradores, los cuales, para qué engañarnos, no le pedían más que eso, que estuviera allí, presente, haciéndoles confidencias. De ahí que no se busque en modo alguno hacer teatro, sino hacer un show televisivo al uso, lo que realmente el público le demandaba a voz en grito cada vez que la actriz pedía su colaboración, ese interactuar no con lo que pueda sobrevolar en una obra de teatro, mucho más elevada que la pura anécdota que pueda ser la narración de los hechos que se estén relatando, sino el encuentro con ese público más propio de un plató de televisión que, obviamente, es más numeroso que el público de teatro, un público para colmo más exigente y que ayer no estuvo, y si estuvo, fue con una sonrisa condescendiente ante esta aparente despedida de una gran actriz de los escenarios. En ese sentido, sí que se respiraba un cierto aire de velorio en este funeral, en este homenaje ad maioren Conchita gloriam que se vivió en el Gran Teatro el pasado jueves.

Una velada con la Velasco

Gran Teatro de Huelva. Aforo: 640 localidades (Se colgó el cartel de no hay billetes); 4 de abril, 2019. Regreso de la gran Concha Velasco a Huelva, un público entregado –no sonaron móviles- y una actriz que también ejerce de encantadora de serpientes, cautivando a todos y en especial al gran Manolo Briones, todo un personaje del mundo del espectáculo, mítico cantante de las más celebradas orquestas onubenses y prácticamente nacido en el Gran Teatro de la capital onubense, al que dedicó sus mejores años. A él le dedicó Concha la función, con él se fundió en un abrazo y con él protagonizó uno de los momentos más emotivos de la noche. Las grandes de la escena, son así.

Reportaje gráfico: Angela Ortiz y Gerardo Sanz

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