La verdadera historia del extraño ¿quiosco? junto a la antigua carretera de Sevilla
Su función primigenia y para la que fue construido, cesó a principios de los años sesenta
El cuartito no era otra cosa que un lugar destinado a la celebración de timbas

Más de una vez habrán reparado en una curiosa construcción que se encuentran si van saliendo de la ciudad por la antigua carretera de Sevilla y según se abandona el casco urbano de Huelva. Es la carretera A-5000, la que se utilizaba antes para ir a la capital andaluza, y que se llamó carretera de Sevilla incluso en su tramo urbano, con un recuerdo en forma de mojón de la antigua carretera nacional antes de llegar a la iglesia del Polvorín y en la misma acera.
Ahora siguen venta y edificio anejo en la margen izquierda según se va a San Juan del Puerto y a la altura del hospital Infanta Elena. Es término municipal de Huelva capital, lejos del arroyo La Habana que delimita los términos de San Juan y Huelva. Probablemente habrán pensado que es un kiosco, o un simple anuncio publicitario, pero si se detuvieran a observarlo, comprobarán que sus dimensiones son mucho mayores que las de un quiosco de chuches o de prensa, y por supuesto para colocar un anuncio publicitario no es menester realizar construcción alguna.
Un clásico donde se come estupendamente
Esta construcción es fácil de visitar ya que está en los aparcamientos de la Venta Angelito, un lugar que si no han visitado ya va siendo hora de que lo hagan, porque no sólo es un clásico de Huelva sino un lugar donde se come estupendamente, eso sí, solo desayunos y almuerzos al ser en teoría lugar destinado a satisfacer las necesidades de los trabajadores de los polígonos de enfrente, pero nada más lejos de la realidad. Al local acuden mayoritariamente los amantes del buen comer que no quieren prosa poética en la carta, sino productos de calidad y la fantástica tradición culinaria de Huelva.

Volvemos a la curiosa construcción, nos acercamos y comprobamos que no hay modo alguno de entrar dentro de un recinto que pequeño, desde luego, no es. Tiene planta hexagonal, con dos de sus paredes ocupadas por una bella azulejería que anuncia una conocida marca de vinos y brandis, con el resto de paredes cercenadas. Qué esconde en su interior este sarcófago del ocio y el vicio, pues no lo podemos saber al estar absolutamente clausurado desde hace casi setenta años. En dos de sus paredes se abrían amplios ventanales, enrejados y con celosías en el interior, y en otra de sus paredes, estaba la puerta de acceso, que el visitante podrá todavía percibir gracias a los restos de los peldaños de la breve escalera de acceso.
Hoy está el minúsculo edificio alterado por cables y barras de hierro que recuerdan a antenas, pero en sus tiempos estaba conectado a la propia Venta Angelito tan solo por un cable, lo cual ya nos va dando pistas de qué o a qué se podría dedicar semejante construcción. Pero no nos demoremos más y vamos al grano, el cuartito no era otra cosa que un lugar destinado a la celebración de timbas en la que, por la época en que estuvo activo el habitáculo, el juego más habitual que se practicaría en su interior, o probablemente el único, sería el giley.
En la actualidad este juego de envite está prácticamente desaparecido, pero aún circulan por la ciudad de Huelva cuentos y leyendas, algunas muy ciertas, sobre partidas de giley en las que conocidas figuras de las finanzas o del arte taurómaco, así como terratenientes, exportadores o ricos herederos sin otra cosa mejor que hacer, se jugaron auténticas fortunas mientras buscaban el as junto a otras tres cartas del mismo palo y con valor diez para alcanzar los cuarenta y un puntos que marcaban el nombre del juego y la victoria absoluta según la modalidad elegida dijera que se ganaba por la mano o según el orden de importancia de los palos: oros, copas, espadas y bastos.
Adrenalina a espuertas
La emoción del giley, el poder de atracción de este juego en el que se descargaba adrenalina a espuertas, hay que entenderlo en el contexto de una España gris, aburrida y con pocas emociones al alcance de la mano, lo cual se traducía en pocos vicios, como el del naipe o el del sexo. El perfil de las personas atrapadas en el juego, como debería ser fácil imaginar, era el de gente adinerada probablemente sin esfuerzo y con escasas concesiones a la moral cristiana, personas con mucho parné, escasa formación y consecuentemente fáciles de ser atrapadas en la red del vicio y la molicie. Vidas huecas sin más horizonte que el estar por encima de sus semejantes para poder de esta manera justificar la propia existencia. Pero dejemos al margen análisis al pairo de esta marginalidad atrapada en el giley o en las putas y volvamos al curioso edificio, que constaba de un solo salón, capacitado para una mesa con cuatro o cinco sillas tan sólo, al ser este el número máximo de jugadores de giley.
Era lo justo y suficiente, sucinto mobiliario y espacio para este número de personas, nada más, sin mirones ni nada parecido. Un lugar con posibilidad de ser cerrado mediante las celosías al mundo exterior, de ahí que estuviera lo suficientemente alejado de la venta, pero eso sí, a un timbre que se accionaba para ser atendidos al instante por los camareros del restaurante y cerca también de los servicios y de los curiosos cuartitos que todavía subsisten, ahora y desde hace setenta años dedicados a almacén del conocido y muy recomendable restaurante.
Así que ya lo saben, a la salida de Huelva y antes de Casa Montíjar, pero probablemente dentro de las heredades y casa solariega que en el siglo XI aún sostenían los Banu Hazm, se encuentra este recuerdo de una España tremendamente triste, trocado ahora por la pericia del matrimonio que lo regenta, en templo del buen comer para los afortunados que conocen, pocos, la actual Venta Angelito. Cuando vayan, temprano para coger mesa, acérquense y vean un vestigio de nuestro pasado, el colmo del vicio como les decía: una mesa, cuatro o cinco sillas y una baraja. Nada más.