Mi Huelva tiene una ría... y por fin una Feria del Libro
Si recuerdan ustedes, allá por el 25 de octubre del año pasado, en este mismo medio, publiqué un lamento, casi una elegía, por la ausencia de Feria del Libro en nuestra capital.

Se titulaba Mi Huelva tiene una ría, pero no una Feria del Libro. Pues bien, como nobleza obliga y uno está chapado a la antigua en estas lides, me complazco en publicar hoy (aunque ustedes seguramente ya lo saben) que Huelva tendrá, por fin, Feria del Libro. Se celebrará --como suele ser habitual-- en la Plaza de las Monjas, entre el 22 de abril y el 2 de mayo. En esta ocasión, la cuadragésima sexta Feria del Libro de Huelva rinde homenaje a la literatura fantástica y lanza un guiño directo al público más joven, programando actividades destinadas a su disfrute. Para ilustrar y publicitar la Feria, Juan Alberto Hernández ha diseñado un cartel evocador y luminoso en el que aparecen de forma destacada alguno de los personajes más célebres de la literatura fantástica. Como les digo, me complace especialmente hablarles de ello por dos motivos: en primer lugar, porque el sector del libro lo necesita. Libreros, escritores, impresores, editores, correctores, vendedores de papel, diseñadores, ilustradores, gestores culturales, ¡lectores! … la nómina de profesionales a quienes beneficia un espacio de estas características es inmensa y no se ponderan suficientemente los beneficiosos efectos mercantiles y espirituales que genera un acontecimiento de este tipo en un gremio tan necesitado del calor del público como el sector del libro y, por extensión, de la cultura. El segundo motivo es personal y escasamente profundo (aunque uno tiene su corazoncito), pero muy importante para mí, y es que el día de la inauguración, viernes 22 de abril, tendré la suerte de poder encontrarme con el público que quiera acercarse por la caseta de la editorial Pábilo, entre las 18 y las 19 horas (me da un poco de contradió, como decimos por aquí, utilizar este medio para mi beneficio, pero, bueno, espero me lo perdonen). Tras dos años difíciles, de ausencias e imposibilidades, esta Semana Santa hemos visto las calles de nuestras ciudades (excepción hecha de los fenómenos atmosféricos puntuales) llenas a rebosar de gente; restaurantes y bares hasta la bandera, tiendas de todo tipo respirando después de los tiempos duros precedentes y plazas repletas de niños, jugando y riendo. Y si el virus, siempre agazapado, nos lo permite y no desequilibra la dinámica a la baja de las cifras de contagio, parece que en los próximos meses se reactivarán las romerías, fiestas locales, etc. En este contexto, la Feria del Libro requiere también ese tipo de alegría entre sus casetas; necesita gente curioseando, preguntando, comprando, dejándose ver… Vaya usted a la Feria del Libro y acérquese a comprobar la vida que bulle en la Plaza de las Monjas; escudriñe entre las novedades y los clásicos que pondrán a su disposición las librerías y editoriales; asista a los eventos organizados que pueda, apoye, en la medida de sus posibilidades que su ciudad y, por extensión, la provincia a la que representa, se transforme en un centro cultural dinámico y prestigioso. Y, por favor, apoye a los autores y editoriales locales, no por compasión, ni con la desgana patria del que desdeña al vecino porque lo conoce, sino porque en nuestra provincia hay un interesante número de autores de poesía y prosa de calidad contrastada, cuyo trabajo merece ser apuntalado por el aprecio del público onubense y, por si eso fuera poco, contamos, además, con un tejido editorial valeroso (temerario, diría, para los tiempos que corren) y competente, capaz de mantener una cantidad y variedad de géneros y autores locales y foráneos, ciertamente sorprendentes y, creo, con tristeza, escasamente valorado. Si estos argumentos no son suficientes, piense usted en lo siguiente: el libro, como objeto, es uno de los pocos bienes mercantiles que no pierden valor cuando salen del comercio y pasan a su propiedad; al contrario, no solo mantiene su valor, sino que lo incrementa, ya que dispone de un dispositivo económico de primer orden: el valor añadido que le otorga la creación intelectual. Asimismo, puede usted legarlo a sus herederos, regalarlo a su pareja (o a su enemigo si no le ha gustado el libro) o calzar esa pata de la mesa camilla que cojea constantemente. Usted decide, pero, por favor, visite este año la Feria del Libro, seguro que no se arrepiente.
Se celebrará --como suele ser habitual-- en la Plaza de las Monjas, entre el 22 de abril y el 2 de mayo. En esta ocasión, la cuadragésima sexta Feria del Libro de Huelva rinde homenaje a la literatura fantástica y lanza un guiño directo al público más joven, programando actividades destinadas a su disfrute. Para ilustrar y publicitar la Feria, Juan Alberto Hernández ha diseñado un cartel evocador y luminoso en el que aparecen de forma destacada alguno de los personajes más célebres de la literatura fantástica.
Como les digo, me complace especialmente hablarles de ello por dos motivos: en primer lugar, porque el sector del libro lo necesita. Libreros, escritores, impresores, editores, correctores, vendedores de papel, diseñadores, ilustradores, gestores culturales, ¡lectores! … la nómina de profesionales a quienes beneficia un espacio de estas características es inmensa y no se ponderan suficientemente los beneficiosos efectos mercantiles y espirituales que genera un acontecimiento de este tipo en un gremio tan necesitado del calor del público como el sector del libro y, por extensión, de la cultura. El segundo motivo es personal y escasamente profundo (aunque uno tiene su corazoncito), pero muy importante para mí, y es que el día de la inauguración, viernes 22 de abril, tendré la suerte de poder encontrarme con el público que quiera acercarse por la caseta de la editorial Pábilo, entre las 18 y las 19 horas (me da un poco de contradió, como decimos por aquí, utilizar este medio para mi beneficio, pero, bueno, espero me lo perdonen).
Tras dos años difíciles, de ausencias e imposibilidades, esta Semana Santa hemos visto las calles de nuestras ciudades (excepción hecha de los fenómenos atmosféricos puntuales) llenas a rebosar de gente; restaurantes y bares hasta la bandera, tiendas de todo tipo respirando después de los tiempos duros precedentes y plazas repletas de niños, jugando y riendo. Y si el virus, siempre agazapado, nos lo permite y no desequilibra la dinámica a la baja de las cifras de contagio, parece que en los próximos meses se reactivarán las romerías, fiestas locales, etc. En este contexto, la Feria del Libro requiere también ese tipo de alegría entre sus casetas; necesita gente curioseando, preguntando, comprando, dejándose ver…
Vaya usted a la Feria del Libro y acérquese a comprobar la vida que bulle en la Plaza de las Monjas; escudriñe entre las novedades y los clásicos que pondrán a su disposición las librerías y editoriales; asista a los eventos organizados que pueda, apoye, en la medida de sus posibilidades que su ciudad y, por extensión, la provincia a la que representa, se transforme en un centro cultural dinámico y prestigioso. Y, por favor, apoye a los autores y editoriales locales, no por compasión, ni con la desgana patria del que desdeña al vecino porque lo conoce, sino porque en nuestra provincia hay un interesante número de autores de poesía y prosa de calidad contrastada, cuyo trabajo merece ser apuntalado por el aprecio del público onubense y, por si eso fuera poco, contamos, además, con un tejido editorial valeroso (temerario, diría, para los tiempos que corren) y competente, capaz de mantener una cantidad y variedad de géneros y autores locales y foráneos, ciertamente sorprendentes y, creo, con tristeza, escasamente valorado.
Si estos argumentos no son suficientes, piense usted en lo siguiente: el libro, como objeto, es uno de los pocos bienes mercantiles que no pierden valor cuando salen del comercio y pasan a su propiedad; al contrario, no solo mantiene su valor, sino que lo incrementa, ya que dispone de un dispositivo económico de primer orden: el valor añadido que le otorga la creación intelectual. Asimismo, puede usted legarlo a sus herederos, regalarlo a su pareja (o a su enemigo si no le ha gustado el libro) o calzar esa pata de la mesa camilla que cojea constantemente. Usted decide, pero, por favor, visite este año la Feria del Libro, seguro que no se arrepiente.