Respire hondo antes de decir ‘quimiofobia’

Quizás cuando al toser un onubense regurgite un pedazo de pulmón o al estornudar espute mucosidades fosforitas, algunos introduzcan de una vez la sinhueso donde no pega el sol y dejarán de insultar a sus cobayas, los ciudadanos. Según el gerente de la Asociación de las Industrias Químicas, Básicas y Energéticas (AIQBE) de Huelva, Rafael Romero, Huelva padece lo que define como ‘quimiofobia’. Es esperanzador enterarse de que la preocupación desmedida por la contaminación se fundamenta en nuestra naturaleza paleta, ignorante y propensa a la hipérbole en vez de en la existencia de un grave problema de salud pública real.

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Porque, claro, qué exagerados somos, por una mijita de radiactividad de nada dejamos de explotar (cualquier día salimos por los aires) todo el potencial de esa paradisíaca playa de fina arena de arsénico y metales pesados que Fertiberia nos regaló depositando junto a las marismas cientos de hectáreas de fosfoyesos. Por cierto, cuando observen en el horizonte el humo que incesantemente desprenden las chimeneas de las fábricas, no piensen que es ponzoña polutiva, sino bancos de niebla manufacturados para decorar nuestra atmósfera. Además, somos unos analfabetos olfativos incapaces de apreciar las excelsas fragancias que pululan por el ambiente. No solo no reverenciamos las virtudes del ambientador gratuito con el que nos obsequian, sino que denunciamos su pestilente aroma al 112 entre picores de garganta y náuseas. No está hecha la miel para el morro del asno. ¿Azufre? No, huele a progreso, a desarrollo, a prosperidad; a ver si nos enteramos de una vez.

El Polo Químico, por si acaso, suele desmarcarse del asunto descartando que esa deliciosa esencia, que algunos han definido en sus llamadas a la centralita de emergencias como coliflor cocida, proceda de sus cocinas. Lo típico, congregación nocturna de amantes de la hortaliza que hacen una parrillada de verduras al aire libre y la brisa hace el resto.       

No olviden tampoco cuando sufran un ataque de asma que la incidencia elevada de afecciones respiratorias en la capital es anecdótica y que se trata de patologías psicosomáticas de una población paranoica, chalada y tendente a la obsesión.

Y qué decir del cáncer, la excusa barata de los choqueros para no dar un palo al agua y vivir del cuento, qué vagos y chupópteros ‘semos’ los de por aquí. Seguimos a la espera del famoso estudio prospectivo que complete el informe realizado por la Sociedad Española Epidemiología (SEE), allá por marzo de 2014, cuyo dictamen emplazaba a indagar de un modo más preciso y pormenorizado sobre la estrecha relación entre la contaminación y la alta mortalidad y morbilidad en Huelva. El río suena, solo falta ver qué tipo de agua lleva, pero de momento sigue estancada y los peces gordos industriales suelen nadar con destreza en esas cloacas. Suponemos que Rafael Moreno no leyó en su momento aquel estudio tan desalentador para sus teorías acerca de la esquizofrenia paranoide imperante en Huelva.

Sin embargo, este señor podrá llamarnos impunemente ‘quimiofobos’ e ironizar respecto a las lacras medioambientales, al tiempo que prosigue destruyendo nuestro entorno, escudándose, por ejemplo, en mediciones respecto a la calidad del aire realizadas por la Junta de Andalucía, un aire que se encarga de ventilar la fuerte corriente que generan las puertas giratorias, con intereses y connivencias como motor rotativo.  El pasotismo e ineficiencia del ente regional en este sentido no es ni siquiera camuflado. Nos da la razón como a los locos cuando la alarma social se dispara y nos remite directamente a los datos que arrojan los controles realizados diariamente, orientativos pero poco fiables. No en vano, en la letra pequeña de dichos informes se indica que las cifras no pueden compararse puntualmente con los límites de referencia que establece la legislación porque no están sometidos a un proceso de validación, el cual se efectúa mensual o anualmente. ¿Para qué sirven entonces? Postureo y placebo informativo al que recurrir cuando la gente se pone pesada.

En efecto, don Rafael Moreno, tenemos ‘quimiofobia’ como usted la llama, pero no es un episodio de hipocondría e irracionalidad, vivir junto al mayor vertedero de residuos radioactivos de Europa y convivir con un tejido industrial altamente contaminante no provoca  aprensión, sino animadversión a lo que nos mata.        

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