tribuna

A propósito de 'Quejío'

Fue en 1970 cuando monté, con un grupo de teatro en Cuenca, un espectáculo con las obras 'Negro en 15 tiempos' de Jerónimo López Mozo y 'Oratorio' de Alfonso Jiménez Romero. Un año más tarde, ya en Huelva en el Colegio Menor Santa María de la Rábida y con un grupo de chicos y chicas del Instituto y de Magisterio, decido montar de nuevo 'Oratorio' profundizando y enriqueciendo la propuesta teatral –de entrada ya muy abierta– que planteaba el texto.

A propósito de 'Quejío'

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El autor, que por aquella época era profesor del Instituto de Arahal, tan pronto supo de nuestro interés por su obra se puso a nuestra disposición y juntos mantuvimos largas conversaciones sobre lo que debía ser 'Oratorio'. Y un 8 de abril, Viernes Santo, me pidió que me olvidara de 'La Madrugá' sevillana y lo acompañara a Lebrija. Me contó que un grupo de chicos y chicas, estudiantes y trabajadores, habían estrenado dos años antes, en el 69 y en el Salón de Actos del Instituto, una versión de 'Oratorio' dirigida por Juan Bernabé. Al llegar a Lebrija me contaron que en esos dos años y tras muchas representaciones en pueblos, cortijos y pedanías la obra había ganado en fuerza reivindicativa, en hondura, en sinceridad y en violencia. También me dijeron que en las últimas semanas –creo que por consejo del crítico Pepe Monleón, que vio las enormes potencialidades de ese espectáculo– se habían empezado a incorporar cantes flamencos, algo de guitarra y una flauta –genial Pepe Suero– que añadía un toque de lirismo estremecedor a distintos momentos de la obra. Estábamos en una nave industrial no muy grande y la versión de 'Oratorio' que vimos aquella noche, a puerta cerrada y con los ecos lejanos de las procesiones de la Semana Santa, fue para mí algo inolvidable. Éramos muy pocos aparte de los componentes del Teatro Estudio Lebrijano: estaba el autor, estaba Pepe Monleón un poco como mentor del grupo y de aquella obra, y estaban fundamentalmente varios representantes del Festival de Teatro de Nancy, encabezados por Jack Lang, que más tarde fue ministro de cultura en Francia y que entonces era la cabeza visible de ese Festival Mundial de Teatro, el más avanzado y el más rompedor en aquella época. Uno de los que acababan de incorporarse al grupo era Salvador Távora, soldador, novillero y cantaor en la mítica 'Cuadra' de Paco Lira.

A propósito de 'Quejío'

Viene todo esto a colación porque estoy convencido de que en esa época, en esa primavera del 71, y de ese íntimo contacto de dos creadores como Alfonso y Salvador con Paco Lira y Pepe Monleón, fue cuando comenzó a gestarse 'Quejío' como propuesta teatral rompedora, una propuesta que inauguraba un nuevo tipo de teatro que poco o nada tenía que ver con lo que entonces veíamos en nuestros escenarios. Y poco a poco 'Quejío' se fue convirtiendo en ese alegato vivo y estremecedor en el que se mezclaban en una amalgama perfecta los cantes del Cabrero y del propio Salvador, la violencia del baile de Juan Romero, la presencia permanente de la mujer –callada, madre, esposa–, los ritos, las cadenas, el aroma de las alhucemas tan presente en todo el teatro de Távora, las luces mínimas y esenciales y esos elementos dramáticos: el bidón, las cuerdas, los candiles o los aperos del campo, que venían a dar ese toque de pobreza y autenticidad siempre presente en la escena.

Un año más tarde, a principios del 72, me llamó Alfonso Jiménez Romero para decirme que iban a estrenar una obra en Madrid. Creo que no me dijo ni el título. Pero sí me advirtió que no me descuidara o me lo podría perder por culpa de la censura. Esa obra era 'Quejío'. La obra se representaba en el Pequeño Teatro Magallanes a la una de la madrugada y recuerdo que fui con mi hermano Luis, con una cierta sensación de clandestinidad, de estar acudiendo a algo prohibido y por ello doblemente atractivo y deseable. Participar –y digo participar con toda la intención– de 'Quejío' en aquel teatro mínimo de 80 localidades era una experiencia casi religiosa y todo lo que allí ocurría parecía tener otra dimensión aunque sólo fuera por la cercanía de los actores y la pasión con que actuaban, si es que se puede hablar de actuación o de actores. Los jadeos, el sudor, la violencia del baile, los cantes, la penumbra, las cadenas, la opresión, la luz de los candiles o el aroma de las alhucemas, la ausencia de texto hablado junto con la tremenda potencia dramática del montaje hacía de aquella propuesta teatral algo nuevo y distinto.

A propósito de 'Quejío'

El autor, que por aquella época era profesor del Instituto de Arahal, tan pronto supo de nuestro interés por su obra se puso a nuestra disposición y juntos mantuvimos largas conversaciones sobre lo que debía ser 'Oratorio'. Y un 8 de abril, Viernes Santo, me pidió que me olvidara de 'La Madrugá' sevillana y lo acompañara a Lebrija. Me contó que un grupo de chicos y chicas, estudiantes y trabajadores, habían estrenado dos años antes, en el 69 y en el Salón de Actos del Instituto, una versión de 'Oratorio' dirigida por Juan Bernabé. Al llegar a Lebrija me contaron que en esos dos años y tras muchas representaciones en pueblos, cortijos y pedanías la obra había ganado en fuerza reivindicativa, en hondura, en sinceridad y en violencia. También me dijeron que en las últimas semanas –creo que por consejo del crítico Pepe Monleón, que vio las enormes potencialidades de ese espectáculo– se habían empezado a incorporar cantes flamencos, algo de guitarra y una flauta –genial Pepe Suero– que añadía un toque de lirismo estremecedor a distintos momentos de la obra. Estábamos en una nave industrial no muy grande y la versión de 'Oratorio' que vimos aquella noche, a puerta cerrada y con los ecos lejanos de las procesiones de la Semana Santa, fue para mí algo inolvidable. Éramos muy pocos aparte de los componentes del Teatro Estudio Lebrijano: estaba el autor, estaba Pepe Monleón un poco como mentor del grupo y de aquella obra, y estaban fundamentalmente varios representantes del Festival de Teatro de Nancy, encabezados por Jack Lang, que más tarde fue ministro de cultura en Francia y que entonces era la cabeza visible de ese Festival Mundial de Teatro, el más avanzado y el más rompedor en aquella época. Uno de los que acababan de incorporarse al grupo era Salvador Távora, soldador, novillero y cantaor en la mítica 'Cuadra' de Paco Lira.Tras la representación supe que los franceses habían venido a ver al Teatro Lebrijano con idea de llevarlo al Festival de Nancy. Y un mes más tarde ese 'Oratorio' arrasaba en el festival francés. Entre una fecha y otra, en ese mes en el que se fue gestando y tomando forma la versión definitiva de la obra, hubo tiempo y ocasión para que Alfonso Jiménez Romero viniera una tarde a Huelva a ver un ensayo de nuestro 'Oratorio'. Salvador Távora vino con él. Y esa noche tuve ocasión de conocerlo, valorar sus opiniones casi susurradas y dichas desde la más absoluta modestia, descubrir su enorme creatividad, su discreción y ese deseo suyo de ser alguien en ese mundo que estaba empezando a descubrir de la mano de Monleón y Jiménez Romero.Viene todo esto a colación porque estoy convencido de que en esa época, en esa primavera del 71, y de ese íntimo contacto de dos creadores como Alfonso y Salvador con Paco Lira y Pepe Monleón, fue cuando comenzó a gestarse 'Quejío' como propuesta teatral rompedora, una propuesta que inauguraba un nuevo tipo de teatro que poco o nada tenía que ver con lo que entonces veíamos en nuestros escenarios. Y poco a poco 'Quejío' se fue convirtiendo en ese alegato vivo y estremecedor en el que se mezclaban en una amalgama perfecta los cantes del Cabrero y del propio Salvador, la violencia del baile de Juan Romero, la presencia permanente de la mujer –callada, madre, esposa–, los ritos, las cadenas, el aroma de las alhucemas tan presente en todo el teatro de Távora, las luces mínimas y esenciales y esos elementos dramáticos: el bidón, las cuerdas, los candiles o los aperos del campo, que venían a dar ese toque de pobreza y autenticidad siempre presente en la escena.Un año más tarde, a principios del 72, me llamó Alfonso Jiménez Romero para decirme que iban a estrenar una obra en Madrid. Creo que no me dijo ni el título. Pero sí me advirtió que no me descuidara o me lo podría perder por culpa de la censura. Esa obra era 'Quejío'. La obra se representaba en el Pequeño Teatro Magallanes a la una de la madrugada y recuerdo que fui con mi hermano Luis, con una cierta sensación de clandestinidad, de estar acudiendo a algo prohibido y por ello doblemente atractivo y deseable. Participar –y digo participar con toda la intención– de 'Quejío' en aquel teatro mínimo de 80 localidades era una experiencia casi religiosa y todo lo que allí ocurría parecía tener otra dimensión aunque sólo fuera por la cercanía de los actores y la pasión con que actuaban, si es que se puede hablar de actuación o de actores. Los jadeos, el sudor, la violencia del baile, los cantes, la penumbra, las cadenas, la opresión, la luz de los candiles o el aroma de las alhucemas, la ausencia de texto hablado junto con la tremenda potencia dramática del montaje hacía de aquella propuesta teatral algo nuevo y distinto.De allí, del TEI, al Festival de Teatro de las Naciones en París, y de ahí al Festival Mundial de Teatro de Nancy. Y luego 'Los Palos', 'Herramientas', 'Andalucía amarga', 'Nanas de espinas', 'Las Bacantes'..., con lo que se venía a demostrar que esa propuesta que Távora había iniciado con 'Quejío' no era en absoluto flor de un día. Tenía continuidad.Ahora, cuarenta y cinco años más tarde, la Cuadra ha decidido reponer la obra. Y el pasado sábado tuvimos ocasión de volvernos a emocionar con su alegato en el Castillo de Niebla. De la representación me remito a la crítica de mi amigo Bernardo Romero publicada en este mismo periódico.Al final tuve ocasión de hablar con algunos jóvenes que por razones de edad no vieron el montaje primitivo y he de decir que a la mayoría les interesó y les sorprendió. En mi caso, que vi la del 72 y he visto la del 17 tengo sentimientos encontrados, me resisto a comparar una y otra. Ni los actores son los mismos ni esta sociedad es la de entonces ni el que escribe estas líneas ve y siente la obra como la vio y sintió aquella noche mágica del TEI. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, que escribió Neruda.Y un aplauso para la Diputación y en especial para la diputada de Cultura, Lourdes Garrido, por la idea de homenajear a Salvador Távora. Por el momento, especialmente delicado para él, por el detalle de traer a Niebla dos autocares desde Sevilla con los vecinos de su barrio del Cerro del Águila y por esa escultura con la máscara de soldador que venía a enlazar el ahora con el ayer de sus inicios. Salvador ha tenido desde siempre una vinculación muy especial con Huelva y creo que todos recordamos con emoción sus espectáculos en la antigua Normal, en el polideportivo de la Ciudad Deportiva, en Sindicatos, en la Plaza de Toros o aquí mismo en el Teatro de Niebla. Ahora, cuando desde otras instancias se ningunea su enorme aportación a la cultura andaluza, me parece justo que desde aquí le mandemos nuestro reconocimiento. A él y a su compañera Lilian Drilón que fue la que contestó con atinadas y emocionadas palabras a ese homenaje del sábado en el Castillo de Niebla.         

Y un aplauso para la Diputación y en especial para la diputada de Cultura, Lourdes Garrido, por la idea de homenajear a Salvador Távora. Por el momento, especialmente delicado para él, por el detalle de traer a Niebla dos autocares desde Sevilla con los vecinos de su barrio del Cerro del Águila y por esa escultura con la máscara de soldador que venía a enlazar el ahora con el ayer de sus inicios. Salvador ha tenido desde siempre una vinculación muy especial con Huelva y creo que todos recordamos con emoción sus espectáculos en la antigua Normal, en el polideportivo de la Ciudad Deportiva, en Sindicatos, en la Plaza de Toros o aquí mismo en el Teatro de Niebla. Ahora, cuando desde otras instancias se ningunea su enorme aportación a la cultura andaluza, me parece justo que desde aquí le mandemos nuestro reconocimiento. A él y a su compañera Lilian Drilón que fue la que contestó con atinadas y emocionadas palabras a ese homenaje del sábado en el Castillo de Niebla.        

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