GRAN CONCIERTO DEL MÍTICO GUITARRISTA
Steve Vai, maullido cósmico en Huelva
El mítico guitarrista estadounidense Steve Vai firmó un concierto histórico en la Casa Colón, en el que con un variado repertorio de guitarras eléctricas, incluida su Hydra, protagonizó toda una oda a este instrumento. Lo ejecutó con un derroche de virtuosismo y creatividad, proyectando un melódico sonido felino, mágico y potente, que mantuvo al público onubense con la boca abierta canción tras canción.



No queda en pie nadie que haga maullar a una guitarra del modo en que lo hace Steve Vai. Su talento desmedido, tan grande como su creatividad sin límites, su profundo amor por este instrumento que le ha acompañado la mayoría de sus ya casi 63 años de vida, son los pilares de una carrera de 17 álbumes y 15 millones de discos vendidos. Su nombre está en la historia del rock, cuyos senderos recorre sembrando llamas, fantasía, fuerza y emoción. Lejos de ser una reliquia andante, el virtuoso guitarrista estadounidense hace gala de una sonrisa que irradia apasionada ilusión, signo de un espíritu rebosante de vida, con el que navega cuerdas y trastes a la velocidad del rayo. Lo demostró en la noche de este martes en la Casa Colón, donde este miércoles repite función tras dejar su sello en un primer recital que conquistó al público onubense. Los asistentes por momentos deseaban formar parte del ritmo tocando con energía las palmas o permanecían en silencio, embobados, sensibles a la magia del espectáculo que les atrapaba, deleitándose con la boca abierta con la brillante ejecución musical, haciendo efectiva la desconexión digital del mundo rutinario dejado atrás. Steve Vai no se guardó nada en la chistera y fue sorprendiendo con todos los trucos de un repertorio con sello propio, donde su diapasón felino araña el espacio sideral con su sostenido maullido, un show melódico donde con precisión y suavidad exprime las cuerdas, las afila con una cadena irrompible de notas. Engarza en una sucesión inalterable una tras otra como eslabones con una velocidad endiablada en un sonido contundente, sin fisuras, que fluye contra viento y marea. Cabalgan y cabalgan en prolongadas escalas melódicas, cuyas huellas son señas de un laberinto cuya ruta hacia la salida únicamente tiene Vai en su prodigioso cerebro. El que fuera músico de Frank Zappa en los 80 exhibió una figura más delgada y melena menos tupida que antaño. Se elevaba sobre las puntas de sus zapatos oscuros, con un caminar elegante y estético, jugando con las ráfagas de aire del ventilador al que se enfrentaba con el vibrante traje musical con el que vestía el silencio. De vez en cuando, durante un cuarto de segundo, dejaba el vacío a su aire, desnudo, como onda de piedra en el lago, antes de seguir tejiendo con finas caricias de metal. El suyo es un virtuosismo teatral, pues los movimientos propios de guitarristas van acompañados de otros gestos que van en consonancia con lo que expresa su música. De este modo, lanzaba un brazo al aire y lo ondulaba, su expresivo rostros reflejaba su disfrute máximo. Parecía tan sobrado en la ejecución que el resto del cuerpo hablaba en paralelo otro lenguaje y proyectaba toda la energía que le devolvía una guitarra que elevaba a los cielos y baja a los infiernos con cantidad de matices de sonidos, musculosos y melódicos, estridentes y sutiles, oscuros y luminosos. Propuso un viaje en el que las guitarras fueron trenes que transitaron distintas estaciones. Desarrolló composiciones tan emocionantes como complejas. Iba a guitarra por canción, mostrando una colección deseada por cualquiera, sepa o no tocar. Comenzó con una de espejo con luces azules en el mástil y también empuñó una negra con detalles dorados, otra morada y estampado haciendo aguas blancas, otra nacarada, una de tono verde oscuro, negra y oro, celeste metalizada.. más que trajes de luces un torero. Y con ellas era lo opuesto a Don Tancredo, dinamismo puro. Desplegó todo tipo de técnicas con alucinante facilidad y con el tapping hizo del diapasón una especie de piano y también empleó otras como string-skipping, legato, hybrid picking, sweep picking, speed picking, palm mute, armónicos naturales… Tiraba de la palanca de vibrato como saliendo de una curva cerrada pisando el acelerador a los mandos de un Fórmula 1, alargando el aullido trenzado, embalando la moto, desmadejando un vendaval sónico. Aparición estelar de HydraEn una nube de humo retiró una capa de terciopelo suspendida en el aire, como en los números de magia, y presentó a su Hydra, una guitarra diseñada por Ibanez de tres mástiles con un sonido limpio y potente, con todo el espectro de lo grave a lo agudo. Se diferenciaba en ella un bajo de cuatro cuerdas y trastes solo en las dos cuerdas inferiores. El mástil superior es una guitarra de 12 cuerdas, libre de trastes de mitad del diapasón hacia la base y en medio manda una guitarra eléctrica con 7 cuerdas.Con ella interpretó ‘Teeth of the Hydra’, uno de los temas de su último disco ‘Inviolate’ (2022), del que también interpretó Grennish Blues, entre otras. No faltaron composiciones esenciales en su repertorio como For the love of god, Tender surrender, King of the world, Halo theme gungir mix, Genesong, bad horsie… Steve Vai lo mismo acababa una canción sacando la lengua, como revelando el esfuerzo que ha supuesto desplegar todo su repertorio de técnicas, que a la vista fluye fácil, que acababa humedeciendo un dedo en su boca para frenar de golpe la vibración de las cuerdas para rematar un tema. También buscó la colaboración del público para estos broches finales. Afirmó que Huelva es una bonita ciudad y comentó que lo pudo comprobar paseando por ella. Destacó a su gente y el clima antes de invitar a disfrutar del show. En él jugaba su papel una pantalla con motivos sugerentes, a veces muy oníricos, y otras mostrando su logo, danzante, o con alarde de definición mostraba paso a paso la fecundación de un espermatozoide y un óvulo y el crecimiento del feto hasta tener la cara del niño que fue. Protagonismo compartidoVai no quiso ser únicamente un solista talentoso en el escenario. Entabló un diálogo de imitación con la batería, sumó durante un momento a tres guitarristas más sobre las tablas, con los que hizo más polifónico el cañón de sonido y con los que se arrodilló sincronizadamente. También se ausentó brevemente para dejar el foco en Minishow del guitarrista, Dante Frisiello, que también blandió una guitarra acústica en un tema y tocó el piano, el bajista o el batería, todo esos magníficos músicos. Este último dio un gran espectáculo y puso un ritmo brutal a un video de una persecución policial. Ya en la recta final hubo una sorpresa. Alguien de su equipo, el español Dani G., músico, actor y también cantante de ópera, igualó su torrente de voz a los punteos de Vai, que luego se adentró a tocar entre el público, curioso y expectante. Incluso le colgó la guitarra al cuello a una chica y siguió tocándola para rematar su sucesión melódica. Se fue como llegó, oteando el horizonte con la mano derecha por visera mientras desplegaba otro sostenido maullido de guitarra tan característico en él, un maullido cósmico, con su sello, para dejar hondura en el eco.
Steve Vai no se guardó nada en la chistera y fue sorprendiendo con todos los trucos de un repertorio con sello propio, donde su diapasón felino araña el espacio sideral con su sostenido maullido, un show melódico donde con precisión y suavidad exprime las cuerdas, las afila con una cadena irrompible de notas. Engarza en una sucesión inalterable una tras otra como eslabones con una velocidad endiablada en un sonido contundente, sin fisuras, que fluye contra viento y marea. Cabalgan y cabalgan en prolongadas escalas melódicas, cuyas huellas son señas de un laberinto cuya ruta hacia la salida únicamente tiene Vai en su prodigioso cerebro.
El que fuera músico de Frank Zappa en los 80 exhibió una figura más delgada y melena menos tupida que antaño. Se elevaba sobre las puntas de sus zapatos oscuros, con un caminar elegante y estético, jugando con las ráfagas de aire del ventilador al que se enfrentaba con el vibrante traje musical con el que vestía el silencio. De vez en cuando, durante un cuarto de segundo, dejaba el vacío a su aire, desnudo, como onda de piedra en el lago, antes de seguir tejiendo con finas caricias de metal.
El suyo es un virtuosismo teatral, pues los movimientos propios de guitarristas van acompañados de otros gestos que van en consonancia con lo que expresa su música. De este modo, lanzaba un brazo al aire y lo ondulaba, su expresivo rostros reflejaba su disfrute máximo. Parecía tan sobrado en la ejecución que el resto del cuerpo hablaba en paralelo otro lenguaje y proyectaba toda la energía que le devolvía una guitarra que elevaba a los cielos y baja a los infiernos con cantidad de matices de sonidos, musculosos y melódicos, estridentes y sutiles, oscuros y luminosos.

Propuso un viaje en el que las guitarras fueron trenes que transitaron distintas estaciones. Desarrolló composiciones tan emocionantes como complejas. Iba a guitarra por canción, mostrando una colección deseada por cualquiera, sepa o no tocar. Comenzó con una de espejo con luces azules en el mástil y también empuñó una negra con detalles dorados, otra morada y estampado haciendo aguas blancas, otra nacarada, una de tono verde oscuro, negra y oro, celeste metalizada.. más que trajes de luces un torero. Y con ellas era lo opuesto a Don Tancredo, dinamismo puro. Desplegó todo tipo de técnicas con alucinante facilidad y con el tapping hizo del diapasón una especie de piano y también empleó otras como string-skipping, legato, hybrid picking, sweep picking, speed picking, palm mute, armónicos naturales… Tiraba de la palanca de vibrato como saliendo de una curva cerrada pisando el acelerador a los mandos de un Fórmula 1, alargando el aullido trenzado, embalando la moto, desmadejando un vendaval sónico.
En una nube de humo retiró una capa de terciopelo suspendida en el aire, como en los números de magia, y presentó a su Hydra, una guitarra diseñada por Ibanez de tres mástiles con un sonido limpio y potente, con todo el espectro de lo grave a lo agudo. Se diferenciaba en ella un bajo de cuatro cuerdas y trastes solo en las dos cuerdas inferiores. El mástil superior es una guitarra de 12 cuerdas, libre de trastes de mitad del diapasón hacia la base y en medio manda una guitarra eléctrica con 7 cuerdas.

Steve Vai lo mismo acababa una canción sacando la lengua, como revelando el esfuerzo que ha supuesto desplegar todo su repertorio de técnicas, que a la vista fluye fácil, que acababa humedeciendo un dedo en su boca para frenar de golpe la vibración de las cuerdas para rematar un tema. También buscó la colaboración del público para estos broches finales.
Afirmó que Huelva es una bonita ciudad y comentó que lo pudo comprobar paseando por ella. Destacó a su gente y el clima antes de invitar a disfrutar del show. En él jugaba su papel una pantalla con motivos sugerentes, a veces muy oníricos, y otras mostrando su logo, danzante, o con alarde de definición mostraba paso a paso la fecundación de un espermatozoide y un óvulo y el crecimiento del feto hasta tener la cara del niño que fue.
Vai no quiso ser únicamente un solista talentoso en el escenario. Entabló un diálogo de imitación con la batería, sumó durante un momento a tres guitarristas más sobre las tablas, con los que hizo más polifónico el cañón de sonido y con los que se arrodilló sincronizadamente. También se ausentó brevemente para dejar el foco en Minishow del guitarrista, Dante Frisiello, que también blandió una guitarra acústica en un tema y tocó el piano, el bajista o el batería, todo esos magníficos músicos. Este último dio un gran espectáculo y puso un ritmo brutal a un video de una persecución policial.
Ya en la recta final hubo una sorpresa. Alguien de su equipo, el español Dani G., músico, actor y también cantante de ópera, igualó su torrente de voz a los punteos de Vai, que luego se adentró a tocar entre el público, curioso y expectante. Incluso le colgó la guitarra al cuello a una chica y siguió tocándola para rematar su sucesión melódica.
Se fue como llegó, oteando el horizonte con la mano derecha por visera mientras desplegaba otro sostenido maullido de guitarra tan característico en él, un maullido cósmico, con su sello, para dejar hondura en el eco.
