Vaya curso hemos vivido, ¿verdad?
*Dedicado a la comunidad educativa en general y a la gran familia del CEIP “Alonso Barba” en particular.


Hoy me van a permitir que me disocie por un rato y sea el maestro de primaria y no el escritor quien les hable. Ahora que ya estamos de vacaciones (¡Ay las vacaciones de los maestros!, ese gran dilema social) y las mentes y cuerpos permanecen por fin en relativa calma, me gustaría reflexionar sobre este curso 2020/2021, el más extraño que jamás hemos vivido. Hay mucho que decir y un espacio reducido para ello, por lo cual les ruego indulgencia con las posibles omisiones u olvidos.
Si están familiarizados con la expresión “comunidad educativa” ya sabrán de qué les hablo; si no es así, les explico brevemente: se refiere, en líneas generales, al colectivo de alumnos, profesores, familias, personal no docente y administraciones públicas (además de la sociedad en general) que conforman el sistema educativo. Todos los integrantes somos necesarios, todos aportamos lo mejor de lo que disponemos al conjunto y de nuestro esfuerzo común depende su buena salud y su continuidad en el tiempo.

Se habló mucho durante el verano de cómo íbamos a ser capaces de mantener a los niños con las mascarillas puestas, lavándose las manos cada poco tiempo, separados físicamente y soportando las corrientes de aire, la lluvia o el frío. Pues bien, pese a todo ello, ha sido el colectivo que mejor ha desarrollado su función; los niños han estado sencillamente perfectos. Soportaron la esclavitud de la mascarilla sin reproches ni aspavientos estériles, dejando al margen su deseo de tocarse o abrazarse. Y, sobre todo, se pusieron a trabajar con la alegría y la confianza propia de su edad. Al calor y al frío le contestaron con humor y paciencia (recuerdo con cariño al alumno que se negó a sacar una mantita de la mochila, el día más frío del año, porque era de 'La Patrulla Canina' y le daba vergüenza); a las corrientes de aire se enfrentaron con valentía resignada; al galimatías de la voz humana oculta tras una mascarilla le añadieron un estoicismo digno de Séneca. No quiero pecar de condescendiente, pero háganme un favor: escuchen a sus hijos. Tienen muchísimo que decir sobre los problemas importantes de la sociedad. Disponen de criterio, voz y coherencia. Oigan lo que tienen que decir. Se sorprenderán, se lo aseguro.


¿Y qué decimos de las administraciones públicas? Vaya por delante que las estructuras políticas y sociales no contemplaban una situación de esta magnitud. ¿Y quién podía imaginarlo? Pero salvando este argumento absolutorio, quedan algunas cosas por decir. En primer lugar, se ha evidenciado que los llamados “puestos Covid” no solo son necesarios en el contexto pandémico, sino que son fundamentales: sencillamente, la educación necesita más profesionales para poder responder a las necesidades del alumnado. Anótense esto los políticos correspondientes: hacen falta más recursos humanos. Se habla de que lo más probable es que a principios del curso próximo se mantenga la cobertura de estos puestos específicos. Me parece lo más sensato.
En segundo lugar, la respuesta política ha sido, en la mayoría de las ocasiones, lenta y demasiado dubitativa, lastrada por su excesiva burocratización. No voy a negar los esfuerzos de la administración, porque sería injusto, pero el sistema debe flexibilizarse para poder atender con presteza las situaciones que surjan en momentos concretos. Y por favor, olvídense de utilizar la educación como arma política.

Por último, una nueva ley aparece por el horizonte. Se avecinan cambios a nivel global. De nuevo, la maltrecha educación se ve zarandeada por otro cambio legislativo y todos tendremos que adaptarnos al capricho político de turno. Aún es pronto, en cualquier caso, para valorar sus efectos, pero una cosa es segura: el pacto de estado por la educación es más urgente que nunca. Hasta que los partidos políticos no se sienten y lleguen a acuerdos ajenos a sus ideales políticos seguiremos, como Sísifo, arrastrando una roca cuesta arriba para, al llegar a la cima, ver cómo se precipita al punto de origen, volviendo a caer en un ciclo interminable.

En fin, vaya añito hemos vivido, ¿verdad? Y aquí estamos, casi como al principio, es decir, sin saber qué va a pasar al inicio del próximo curso. Se suavizarán las medidas, imagino, y las mascarillas irán desapareciendo progresivamente de los colegios, aunque todo dependerá del progreso de la pandemia. Si, como todo apunta, las vacunaciones y el sentido común empujan al virus a un lugar residual, podremos aflojarnos el cinturón un poco y respirar. Lo único que espero es que justo cuando estemos tomando aire no ocurra algo que nos haga apretarnos el cinturón aún más. Porque entonces nos quedaremos apenas sin aire.
De nosotros depende.