Ai Ho, Ai Ho, la hora ya llegó

En el cuento de Blancanieves, los enanitos con los que la bella muchacha convive en contubernio, se aprestan a salir de la mina y dirigirse a casa al son de la celebérrima canción conocida por todos. Lo hacen henchidos de alegría, sabiendo que ese día han conseguido atesorar más riquezas que ayer, pero menos que mañana (de la insaciable sed de riquezas de estos simpáticos personajes y su pésima influencia sobre los niños hablaremos otro día).

Ai Ho, Ai Ho, la hora ya llegó

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En unos días, los colegios de toda Andalucía recibirán de nuevo hordas de “locos bajitos” ansiosos por volver al cole (a algunos les costará más que a otros, ya saben ustedes), como ansiosos caminan los enanitos de Blancanieves por volver a encontrarse con la joven fugitiva. En mi caso personal toca cambiar de registro un año más. Los niños con quienes compartí el curso anterior tendrán un nuevo maestro o maestra y yo pasaré a impartir docencia a adultos. La vida es así, como se suele decir; el sistema funciona de una manera determinada y toca adaptarse, no solo en el caso de los docentes, sino, especialmente, en el de los niños y sus familias. Y de esto es de lo que de verdad deseaba hablarles, del horizonte educativo (y social y político y económico…) con el que nos encontraremos a principios de septiembre.

Ai Ho, Ai Ho, la hora ya llegó

El curso pasado, el más extraño de nuestras vidas, da paso a un curso 2021/2022 caracterizado por la incertidumbre. La presencia del Covid-19 y sus desconcertantes mutaciones continúa manteniendo en vilo a la población mundial, pese a que este verano se ha visto que muchos han olvidado el contexto pandémico en el que seguimos inmersos. 

Teniendo esto en cuenta surgen algunas preguntas: ¿Tendremos que volver a hacer uso de la virtualidad o la presencialidad será la norma? ¿Seguiremos utilizando la mascarilla o irá suavizándose gradualmente su uso? ¿Se mantendrán los llamados comúnmente “puestos Covid” para hacer frente a las contingencias provocadas por el virus? ¿Continuarán las ventanas y puertas abiertas, la separación entre personas, el lavado de manos y los termómetros en el aula? ¿Qué se va a hacer con el número de alumnos por aula (la famosa ratio)? ¿Dominaremos al miedo o sucumbiremos a su poderoso influjo?

Como ya saben, especular es un ejercicio baladí, ya que no podemos saber cómo se desenmarañará la madeja de los acontecimientos, pero por devoción a su paciencia con mis artículos intentaré conjeturar un poco, a ver qué pasa.

Para contestar a la primera de las preguntas no hace falta poseer dotes adivinatorias: considerando el ritmo de vacunaciones y la situación epidemiológica, es seguro que comenzaremos el curso en las aulas de forma presencial. En este sentido, volveremos a la práctica del pasado curso, es decir, en caso de contagio, se aislarían pequeños grupos o incluso el aula entera durante varios días si hiciera falta, pero seguiríamos asistiendo a clase. En mi opinión, creo que es lo mejor. La convivencia en las aulas (siempre y cuando sea relativamente segura) es fundamental para lograr atender de la mejor manera posible la amplia gama de necesidades, estilos de aprendizaje, ritmos o niveles del alumnado.

Una idea que compartimos muchos docentes es la de la desaparición paulatina de la mascarilla. Un escenario bastante posible sería comenzar donde lo dejamos, es decir, manteniendo en todo momento la mascarilla, pero, si la situación se mantiene dentro de unos parámetros aceptables, creo que terminaremos permitiendo a los niños dejar la mascarilla durante el recreo y llevarla solo durante las clases. Como símbolo liberatorio será, desde luego, más que eficaz, denlo por seguro. Ojalá podamos librarnos de la mascarilla este curso.

Los “puestos Covid” es posible que sigan la línea de la mascarilla. Lo más probable es que se mantengan en un principio y que, si la situación lo permite, la Consejería de Educación prescinda de ellos. Desde esta pequeña ventana me gustaría, en previsión de que ocurra esto mismo, rogarle algo a las administraciones: si el coronavirus ha mostrado una emergencia clara dentro del sistema educativo es la necesidad de recursos, especialmente humanos. Necesitamos más docentes en las aulas, más maestros y maestras atendiendo a un colectivo, el alumnado, cada vez más diverso y complejo. Difícilmente podremos ofrecer una educación de calidad si no contamos en los centros educativos con más profesionales.

El lavado de manos, la separación física, el aireado de las aulas y los termómetros continuarán siendo una constante en el día a día de los colegios. El Covid ha sentado un precedente de características beneficiosas: la higiene. Estoy convencido (y seguro que una gran parte de mis compañeros y compañeras también lo estarán) de que la pulcritud dentro del aula ha supuesto un motivo de extraordinario peso en la contención de los efectos del virus. Como en los casos anteriores, un escenario más distendido permitirá cerrar puertas y ventanas cuando arrecie el frío y una relajación en cuanto al lavado de manos, materiales comunes para compartir, trabajo en grupo, etc.

Ai Ho, Ai Ho, la hora ya llegó

¿Y las ratios? Con respecto a las ratios, lo tengo claro: todo seguirá igual. Lo deseable sería una reducción notable del número de niños y niñas por aula, no solo por el Covid, sino por mor de una mejor calidad de la enseñanza. Pero no confío en que este debate llegue a donde tiene que llegar en el curso 2021/2022.

El miedo es una emoción primaria de extraordinaria eficacia. Una vez que te atrapa es capaz de paralizarte hasta el tuétano, pero es un compañero de viaje demasiado pesado, casi como la bola de hierro atada al pie del presidiario en las ilustraciones antiguas. A veces precaución y miedo se enredan y conducen a malentendidos, aunque no debería ser así, ya que son dos conceptos muy distintos: la precaución es necesaria y evita males mayores, como por ejemplo, caer en el pánico y la desesperación, mientras que el miedo solo conduce a más miedo, además de acentuar el pánico y la desesperación. Seamos prudentes, no miedosos. 

Termino con una sencilla propuesta: contágiense del entusiasmo de los niños; acompañen al colegio a sus hijos y confíen (siempre con precaución) en que todos los mecanismos del sistema educativo funcionen lo mejor posible para garantizar la seguridad de todos. Imagínenlos como los felices enanitos de Blancanieves, satisfechos y orgullosos, volviendo a las aulas dispuestos a enfrentarse a las contingencias de la vida con una sonrisa en sus caras.

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