Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

Esta semana da comienzo una serie de artículos en los que trataré de explorar la vida y obra de algunas personalidades de la cultura y la sociedad española que no han recibido a lo largo del tiempo la relevancia que, quien les habla (les escribe, más bien), cree que merecen, no solo por la importancia de su legado, sino por las azarosas vidas (muy tristes, en algunos casos) que hubieron de vivir.

Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

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Estas suertes de vindicaciones de personajes hoy olvidados o parcialmente abandonados por el gran público, no tendrán un orden fijo, ya que los iré incluyendo al azar, con la sana intención de no cansarles demasiado.

Para iniciar esta serie, me gustaría hablarles de uno de los casos más significativos: el de Segundo de Chomón, cuyo hiperbólico nombre ya sería motivo más que suficiente para despertar el interés de la opinión pública. Y, créanme, el hombre lo merece.

Segundo Víctor Aurelio Chomón y Ruiz (el “de” aristocrático fue añadido más tarde) nació en Teruel, en 1871. No se sabe gran cosa de su juventud; se le conocen unos estudios de ingeniería, pero no se sabe si los concluyó. Y es una pena, pues son estos años de formación los que determinan en gran medida el hombre en quién se convertirá después, sobre todo porque le toca realizar el servicio militar durante el 'Desastre del 98', cuando la guerra con EEUU nos terminó por arrebatar los rescoldos que aún permanecían colgando temblorosos, a punto de caerse del viejo árbol del imperio de ultramar. Una experiencia así tuvo que marcarlo de por vida. 

Sea como fuere, el cinematógrafo lo hechizó para siempre. Desde el primer momento intuyó las posibilidades narrativas del llamado 'séptimo arte' o 'arte de artes'. Inmediatamente abducido por el nuevo invento de los Lumiere, se afanó en desarrollar cámaras propias, lentes cada vez mejores y un sistema de coloreado del fotograma que, de inmediato, toda la industria comenzó a utilizar. Durante estos primeros años del siglo XX, Segundo de Chomón aún es un técnico, cada vez más reputado, pero aún no se le puede considerar un creador cinematográfico, al contrario que su idolatrado Méliès. Fue siempre un innovador, un buscador, un inventor. En cada película trataba de ir más allá del lugar donde se hubiera quedado. Era osado y había sido bendecido con el espíritu incansable de la búsqueda, esa prenda del alma que, si se vuelve en tu contra, puede acabar con tus huesos en el arroyo.

Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

Entre 1906 y 1909, trabaja para la Pathé, la empresa cinematográfica más importante del mundo (recuerden que Hollywood aún no existía como tal), debido al monopolio sobre el celuloide. En París se desatará la melena y rodará, más como técnico de trucaje que como director, sus obras maestras, sorprendentes incluso si se ven en nuestros días. Véanlas por favor: son un prodigio de inventiva, osadía técnica, creatividad y espíritu burlón, en la línea de lo que constituía el cine en aquel momento: un invento prodigioso, heredero de la estructura narrativa del vodevil, diseñado para ofrecer diversión barata y original a las clases trabajadoras. 

Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

En esta época consigue rodar la que se considera su obra maestra: El hotel eléctrico (1908), una portentosa obra en la que despliega una descomunal clarividencia creativa  (La mayoría de estas películas son cintas de no más de 10 minutos y están todas en YouTube. De nuevo les invito a disfrutar del mundo creado por Chomón y lo comparen con el otro genio de la época: George Méliès). Poco después se trasladará a Italia, donde sus servicios como técnico serán apreciadísimos, aunque se desdeñarán sus dotes como contador de historias. Lo más probable es que aceptara este trabajo desilusionado tras la debacle que supuso el intento de iniciar en España la primera industria cinematográfica, una empresa ruinosa desde sus inicios y que enterró parte de su prestigio como cineasta, aunque nunca como técnico.

No les voy a aburrir mucho más. En Italia participó en múltiples películas. Más tarde, trabajará por su cuenta en París y otros lugares, cercenada ya para siempre su ambición artística y centrado especialmente en desarrollar técnicas cinematográficas, por las cuales fue premiado (siempre fuera de España, por supuesto). Morirá en 1929, a los 58 años.

Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

Segundo de Chomón es uno de los grandes pioneros del cine. Los especialistas debatirán esto durante muchos años más, pero hay quienes le atribuyen la invención del flashback, el flash-forward o el trávelin. Rivalizó con Méliès (y lo copió mucho, también hay que decirlo) y durante un breve período de tiempo fue el principal técnico de efectos especiales del mundo. El autor de 'Viaje a la luna' (1902) sucumbió al olvido que impusieron los cambios producidos en el cine tras la I Guerra Mundial, pero en los últimos años de su vida su figura fue restituida (pueden ver 'La invención de Hugo' (2011) de Martin Scorsese si quieren conocer más detalles) y hoy es una leyenda tanto en Francia como en el resto del mundo.

¿Y con la figura de nuestro protagonista qué sucedió? El olvido. Mientras decenas de cineastas de Francia y EEUU adquirían celebridad universal como inventores de todo lo inventable, la enorme figura de Segundo de Chomón quedó oculta tras un velo de polvo centenario. Hoy sigue siendo así, pese a que ha habido algunos movimientos en la dirección opuesta. Por ejemplo, en 2009, la Academia de Cine instituyó el premio Segundo de Chomón de efectos especiales y existe un documental de 2015, dirigido por Ramón Alós, muy divertido y original, llamado 'El hombre que quiso ser segundo', que también recupera su trayectoria estableciendo un punto de partida ficticio y que yo también les aconsejo. Poco más, la verdad.

Juguetes rotos (I): Segundo de Chomón

Pero estos esfuerzos son insuficientes y no están a la altura de su trascendencia como cineasta y precursor de la experimentación con el medio cinematográfico. En España apenas nadie conoce su obra; su vida es un misterio y nunca se le ha homenajeado como sus méritos invitarían a ello en naciones menos cicateras con el elogio que la nuestra. Pero no me quiero quedar en la queja y el reproche, prefiero celebrar al personaje por lo verdaderamente importante: su obra. Véanla, disfruten de su visionaria imaginación (sean indulgentes con la calidad del celuloide y con la ingenuidad narrativa de la época) y celebremos el hecho de contar entre las grandes figuras creadoras de nuestro país con uno de los pioneros del cine en sus inicios, un tipo valiente y sin complejos creativos que cogió un lenguaje como el cinematográfico, aún en pañales, y lo llevó (junto a otros soñadores) a lugares que ni él mismo hubiera soñado.

Así sea. 

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