Juguetes rotos (III): Anita Delgado
Hoy les traigo el caso de una mujer singular. No entra exactamente en la categoría de 'juguete roto' (al menos, tal y como yo lo entiendo), pero ilustra a la perfección el trayecto de una persona desde el anonimato más humilde a la fama más rutilante y a la riqueza más extravagante, para luego pasar el resto de su vida recluida, oscurecidos ya aquellos oropeles majestuosos de otros tiempos, en un piso de Madrid.

Nuestro personaje de esta semana se llamó Anita Delgado, y llegó a ser uno de los grandes iconos de la sociedad de principios del siglo XX.

Ana María Delgado Briones nació en Málaga, en 1890, en el seno de una familia cuya fuente de ingresos era una cafetería que regentaban en la ciudad. Las cosas, como suele suceder, se pusieron complicadas y hubieron de cerrarla y trasladarse a Madrid a buscar algo más de suerte. En la capital, nuestra protagonista, con 16 añitos, dueña de una belleza exuberante, resuelta como ninguna, inteligente y voluntariosa, bailaba junto a su hermana durante los descansos de un teatro de varietés, el Central Kursaal.
Alfonso XIII preparaba su boda por aquellos días con la princesa Victoria Eugenia, así que la ciudad estaba revuelta, como se pueden imaginar. Comenzaban a llegar representantes de todas las casas reales del mundo, aristócratas de todo tipo y condición, políticos, personajes célebres, artistas… una jungla tumultuosa ávida de diversiones. Ese es el contexto en el que llega a Madrid Jagatjit Singh, el maharajá de Kapurthala.
Fue amor a primera vista. El príncipe (Kapurthala era una región perteneciente al Imperio Británico; nuestro enamorado gobernaba tutelado por el gobierno británico) se volvió loco por aquella joven morena, de mirada soñadora y rasgos contundentes. Comenzó entonces un frenético carteo con la familia de la chica para tratar de convencerla. Es fácil imaginar el shock cultural experimentado por una joven andaluza ante la disyuntiva de abandonar su vida para pasar a formar parte de una cultura casi alienígena, en comparación con la recibida desde la cuna. Y, además, formando parte del más alto rango imaginable.
Anita (y su familia, recuerden que estamos en 1906) aceptó los requerimientos del príncipe, pero este impuso una condición previa al bodorrio: la joven debería abandonar a su familia y viajar a París, donde pasaría una temporada rodeada de institutrices y damas de compañía que la prepararían para asumir las liturgias aristócratas y limarle, de paso, las aristas propias de la vida del espectáculo (algo que no consiguieron del todo, pues Anita fue siempre una mujer muy celosa de su propia personalidad).

Se casaron en París y dos años después en Kapurthala, donde el maharajá había construido un palacio de reminiscencias versallescas (el tipo era un francófilo apasionado). El matrimonio tuvo un hijo, Anjit, en 1908.
Anita revolucionó el lugar de residencia de la corte. Fue siempre una mujer independiente, culta, inteligente, brava y de gran sensibilidad artística. Vivió a la europea, aceptando solo las formas tradicionales de su región de adopción cuando había algún acto oficial. Le gustaba la caza, pintaba, hablaba seis idiomas, practicaba deporte… (esto puede parecer algo naif visto con los ojos de hoy, pero a principios del siglo XX y en una sociedad híper jerarquizada como la hindú, el comportamiento de Anita era revolucionario). Su afición por la escritura es digna de destacar sobre cualquier otro aspecto. Si tienen la oportunidad de acercarse a sus escritos, comprobarán que nos encontramos ante una mujer dueña de un estilo genuino y pulido, sin demasiadas estridencias. Su libro 'Impresiones de mis viajes por las Indias', editado por Ediciones del Viento, es un buen ejemplo de cómo se conducía la corte itinerante del maharajá y los lujos babilónicos de los que disfrutaba la familia real (más de 500 sirvientes, un harén para el príncipe, un ferrocarril propio…).

La vida continuó aferrada a la rutina (pues todo, al final, se convierte en rutinario) de viajes, suntuosidad, cacerías fabulosas o visitas institucionales hasta el inicio de la I Guerra Mundial (1914-1918). Anita reclutó a un equipo de tejedores pagado de su bolsillo para confeccionar uniformes para los combatientes sijs, por lo que llegó a recibir diplomas de agradecimiento del gobierno francés y de Cruz Roja (de nuevo, puede parecer poca cosa, pero si entendemos el contexto en el que vivió esta mujer, sus acciones fueron notables).
Las cosas se ponen feas a partir de 1920, cuando la princesa enferma y se ve obligada a proteger su corazón maltrecho. El maharajá, aunque amaba a su esposa, comenzó a frecuentar amantes. Anita no dejó pasar la afrenta, pero esperó a que su hijo cumpliera los 18 años para separarse oficialmente (aunque nunca se divorciaron). Ustedes saben: las cosas de las casas reales, el qué dirán, guardar las formas y esas historias trasnochadas que eran tan vitales, sin embargo, en esa época.
La separación se produjo en buenos términos. El maharajá le asigno una pensión descomunal para que pudiera mantener su estatus y Anita se fue a París. En el acuerdo de separación venía establecido que, si ocurría algún conflicto bélico, el gobierno inglés quedaba facultado para enviarla a algún lugar más apacible.
En 1949 muere el maharajá, dejándole la pensión y el título de maharaní. Nuestra protagonista regresa a España y vive en Madrid. En España mantuvo una vida discreta, alejada ya de las candilejas del mundo aristocrático, pero también como recuerdo de otra época, previo a la I Guerra Mundial, que había desaparecido por completo bajo el peso de la industrialización absoluta y los dramas militares del siglo XX. Atrás quedaba aquel mundo de la Belle Époque donde Anita Delgado, la bailarina exuberante de cabello negro y sonrisa enigmática había paseado su impronta andaluza a lo largo de las principales ciudades del planeta, como representante de una casa real de cuento de hadas. En Madrid murió, a los 72 años, en 1962.
Hoy, apenas se recuerda su figura danzarina y su azarosa vida itinerante (aunque cómoda, desde el punto de vista económico). Pero recuerden que era una mujer en un mundo encorsetado (literal y metafóricamente) donde se suponía que la pertenencia a su sexo determinaba un comportamiento y unas expectativas muy definidas. Anita se opuso a ello y aprovechó su privilegiada posición económica para vivir su vida de forma independiente, ajena a los postulados sociales o de género.
Y yo, que soy un enamorado de estas historias y de la época en la que ocurrieron, he querido traerles el recuerdo de una mujer extraordinaria, una jovencita de Málaga, perdida en los laberintos del Madrid de principios del siglo XX, que se topó de golpe con su destino una noche en la que sus ojos se encontraron con la mirada soñadora y determinada de un príncipe con turbante.
El autor de esta semblanza ha utilizado para la composición del texto el propio libro de Anita Delgado Impresiones de mis viajes por las indias (ediciones del viento, 2017), bajo la dirección de Elisa Vázquez de Gey, la principal biógrafa y especialista de la maharaní de Kapurthala y varios artículos online de los que ha tomado los ejes principales para la composición del texto, sin pensar en la posibilidad de haber incurrido en la apropiación del trabajo ajeno, ya que no se han utilizado pasajes literalmente, sino interpretaciones literarias de hechos, eso sí, investigados por quienes han traído luz sobre este maravilloso personaje de nuestra historia. Como quien les escribe no quiere tener sobre su conciencia la mancha de una duda de estas características, tengo a bien publicar esta rectificación, con la que trato de dejar claro que TODOS los datos históricos que se manejan se deben a la tenaz y extraordinaria labor de Elisa Vázquez de Gey, sin que por ello se pueda dudar de la propiedad intelectual del texto que ustedes pueden leer, debida exclusivamente a mi mayor o menor grado de torpeza. En cualquier caso, aprovecho para invitarles a aprender todo lo que puedan sobre Anita Delgado, accediendo a las investigaciones publicadas por Elisa Vázquez de Gey. Que sirvan estas letras para arrojar más luz sobre un personaje tan extraordinario.