SOBRAN LOS MOTIVOS
El Ébola y la ley de Murphy
Lamentable. Caótico. Sonrojante. Vergonzoso. Chapucero. Así podría seguir, proponiendo adjetivos para valorar la gestión que nuestro gobierno está realizando de la denomina crisis del Ébola. Pero me quedaría corta. La ciudadanía asiste atónita desde hace unos días a una continua sucesión de despropósitos y salidas de tono. Es tal, que podríamos decir que tenemos una nueva versión de la conocida Ley de Murphy: si algo puede salir mal y lo gestiona el PP, es seguro que saldrá peor y será una chapuza.
No podemos culpar de lo ocurrido a la fatalidad. Por el contrario, ha sido el resultado de una cadena de errores que comienza con la repatriación acelerada de dos enfermos a un hospital cuyo personal no estaba debidamente formado ni preparado para asistirles en condiciones seguras.
Personalmente, siempre estuve a favor de la repatriación de los misioneros, pero se debería haber llevado a cabo en condiciones de seguridad para el personal que iba a atenderlos. Estas condiciones eran, cuanto menos, dudosas si tenemos en cuenta las múltiples denuncias que ha realizado el personal sanitario del Carlos III, indicando que los trajes de los que disponían no cumplían las normas de seguridad exigidas para una enfermedad como el Ébola y que los protocolos de seguridad eran insuficientes o no se cumplían.
Los errores se multiplican a partir de que la auxiliar de enfermería enferma, Teresa Romero, acude por primera vez al médico con fiebre. Es enviada de nuevo a su casa, en lugar de ser ingresada y aislada, se envía para recogerla una ambulancia cuyo personal no disponía de las medidas necesarias para garantizar su propia seguridad y continúan trasladando enfermos sin ser desinfectada; finalmente, mantienen a la paciente durante horas en las urgencias del hospital de Alcorcón sin aislar y poniendo en peligro la salud de todo el personal sanitario que tiene contacto con ella.
La indignación aumenta si revisamos la actitud de las autoridades, especialmente de la Ministra de Sanidad, Ana Mato, y el consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez. La primera, con su actitud huidiza y escamoteando responsabilidades, es un ejemplo más de cómo nuestro Gobierno encara los problemas: mirando para otro lado. Una actitud que debe ser bastante habitual para Ana Mato, si tenemos en cuenta que las fiestas de cumpleaños y los viajes a Disneyland París de sus hijos los pagaba la trama Gürtel, y que los Jaguar aparecían en su garaje sin que ella se diera cuenta ni supiera cómo se pagaban.
En cuanto al consejero de Salud, queda poco que decir, ya que él mismo demuestra su bajeza culpando a la auxiliar de enfermería contagiada de mentir, ocultar información y, en definitiva, ser la única culpable del contagio de Ébola. Se permite además el lujo de difundir información personal de la enfermera y su familia, y nos deja claro que él no piensa dimitir, pero que si lo hiciera tendría las espaldas cubiertas, no vayamos a pensar que sigue en el cargo porque le hace falta el dinero, faltaría más... Dinero no le faltará, pero chulería y desfachatez tampoco.
A todo ello hay que añadir la lamentable gestión de la Comunidad de Madrid en caso de Excálibur, el perro de Teresa Romero y su marido, sacrificado vilmente sin el permiso de sus dueños, a pesar de no saber si estaba contagiado y de todas las voces de científicos que negaban la posibilidad de un contagio perro-humano, y de que, en todo caso, habría sido útil poder estudiarlo. Cuidado, que no digo que si el perro hubiera estado contagiado y constituyera un peligro para la salud pública no fuera necesario el sacrificio; pero nada de esto estaba demostrado. Incluso es posible que la gestión de algunos políticos suponga un riesgo mayor para nuestra salud que la vida del pobre perro. En estas circunstancias, su muerte sólo ha acarreado más dolor a una familia que se encuentra en una situación terrible, un dolor que sólo puede comprender quien comparte su vida con un perro y sabe el amor, la lealtad absoluta y la felicidad que estos animales transmiten.
El trasfondo de todo esto es algo que el Gobierno del PP se niega a admitir, pero que constituye el verdadero núcleo del asunto, y sin el cual no se puede comprender lo ocurrido en toda su dimensión: el desmantelamiento que está sufriendo la sanidad pública desde que empezó a gobernar el PP. No hay que olvidar que Javier Rodríguez fue nombrado consejero de Salud de la Comunidad de Madrid tras la dimisión de Javier Fernández-Lasquetty, forzada por el fracaso de su plan de privatización de la sanidad madrileña, paralizado por los tribunales y la Marea Blanca. También habría que recordar que el Hospital Carlos III se encuentra en pleno proceso de desmantelamiento e integración en el Hospital de La Paz, a pesar de que constituía el hospital de referencia en España para enfermedades infecciosas.
¿Quiénes son los responsables de que, a día de hoy, haya una enferma de Ébola grave y 14 personas ingresadas, y que la mayoría sean médicos y personal sanitario? ¿No demuestra esto una mala gestión por parte de las autoridades sanitarias? Parece que nuestro gobierno no es capaz de ver la relación entre las privatizaciones de la Sanidad Pública y que España ostente la vergüenza de ser el primer país del mundo no africano con un contagiado de Ébola. Para ellos todo es culpa de una enfermera negligente.
El gobierno del PP recurre a su política habitual ante los desastres, culpar al más débil y mirar para otro lado. Vuelven a tratar como tontos a los ciudadanos, como ya hicieron tras el 11-M, el Prestige, el YAK-42 o el Metro de Valencia. Pero no somos tontos, señores. Y, como decía un tuit que circulaba estos días por la red, hay un protocolo de seguridad que nunca falla y que se produce cada cuatro años. Se llama votar. Señores, nos vemos en las urnas.