Nueva conciencia

Cuanto más penetro en mí mismo y me esfuerzo por abandonar las raíces más egoicas de mi persona, más me acerco en comprensión hacia los otros al aceptar el momento evolutivo de cada cual y así, tener el coraje de no juzgarles (eso no necesariamente implica no tener opiniones), ni en sus pensamientos, ni en sus actos y, mucho menos, en condenarles ni castigarles por ser quienes son y como son.

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Entiendo que para salir del estado de esclavitud en el que el sistema emergente nos sumerge a todos, incluidos los estados (no es una crisis, sino una mutación en toda regla lo que estamos viviendo, tal como propone Emilio Carillo en su libro “Consciencia”), hemos de pasar a un estado de conciencia nuevo: precisamente la consciencia. Ello implica, en primer lugar, el conocimiento interior y la comprensión del entorno, el abandono del egocentrismo y los juicios; la aceptación de los otros y entender que en múltiples sentidos, son nuestros espejos. Muchas de las cosas que percibimos en los ajenos, están en nosotros. Y, esencial, desde luego, la reinstauración del amor por nosotros mismos. Insistir en el estado de autoconsciencia no es baladí porque será lo único que nos libere de los miedos internos y del sentido de culpa inconsciente que arrastramos, ese entendimiento-no-entendido que nos conduce a juzgar y condenar a los otros.

Sin el abandono de la interpretación de las percepciones, que siempre estarán opinadas por nuestros aprendizajes previos y experiencias acumuladas, nunca veremos realmente. La visión supone el desprendimiento de la ilusión y el encuentro con el ser que realmente somos y que son nuestros semejantes, realidad única e inseparable por mucho que el ego se empeñe en el especialismo individual. Este aprendizaje me ha resultado duro pero he entendido que o nos salvamos juntos o no habrá remisión para ninguno. La maquinaria con la que nos enfrentamos es tan poderosa que las individualidades no tienen el menor sentido y es mi pensamiento que únicamente una masa crítica suficiente podrá emprender el cambio y que este no llegará si no es desde el estado de consciencia. Consciencia individual para llegar a la certeza de la unidad.

Las fuerzas políticas, por muy nuevas o revolucionarias que pretendan ser, no tienen oportunidad alguna en el cambio. Fundamentalmente, están tan involucradas en la red como puedan estarlo las más antiguas y proponen medidas que, como ya vimos en Grecia, serán arrastradas por alguna de las élites económicas y de poder que dominan el planeta. Seguir participando de la norma actual con la esperanza de que algún mesías pueda sacarnos del atolladero, es infantil o, al menos candoroso. Cuando tantas veces he defendido la abstención como forma de defensa contra un poder omnímodo en regímenes ya más que pseudo-democráticos, puede que no se me haya entendido pero, insisto: ubicarse extramuros del sistema es la única manera en el que algún día, lejano quizás, podamos derribar sus murallas. Cualquier forma de participación es colaboración con el mismo para perpetuarlo y todas las organizaciones que pretenden estar esforzándose por los trabajadores, por formas más democráticas de participación, etc., únicamente están coadyuvando a mantener el régimen mundial de la esclavitud. Además, y lo digo porque creo poder hacerlo, dentro de esas organizaciones imperan los egocentrismos, seres en muchos casos en involución –por supuesto, a todos hay que aceptarlos en su realidad-, que en modo alguno pueden abundar en la causa de una liberación universal.

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