EL AMOR NO ERA PARA TANTO

Alegoría del sabotaje

El comando llevaba meses planeando el golpe

Jesús González Francisco

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Bill Gates, Amancio Ortega, Alvise Pérez, Paris Hilton y Pablo Motos se colocaron sus ropas negras de asalto, sus pasamontañas y se desplazaron en la furgoneta negra con una raya roja del Equipo A hasta las cercanías de la línea del AVE Madrid-Sevilla. Sus ideales de ultraderecha espoleaban las ansias de venganza contra el único gobierno de la historia democrática de España que jamás ha cometido un error.

Protegidos por la noche y la ausencia de cámaras (claro indicio del complot saboteador) emplearon sus herramientas robacables como habían aprendido en su entrenamiento paramilitar y desvalijaron unos metros de cobre (a 5 o 6 euros el Kg, según tengo entendido), lo que supondría la paralización de la línea y el comienzo del golpe de estado encubierto que este grupo financiado por Putin y Trump querrían conseguir. Pero la fortaleza de nuestro Gobierno y la sagacidad de su ministro de Transportes descubrió el pastel y dio al traste con el ignominioso plan.

Puestos a decir tonterías, esta también tiene cabida en el conjunto, ¿o no?

¿No hubiera sido más sencillo y honesto dar una información rigurosa, pedir disculpas a los viajeros afectados y declarar que se intentará mejorar la seguridad y la velocidad de respuesta ante siniestros para evitar futuros problemas? O mejor aún, ¿no hubiera sido políticamente beneficioso acudir en ayuda de la gente tirada en los trenes, aparecer allí cargados de agua, comida y voluntad de ayuda? Después de una performance de ese tipo, te votaría hasta tu enemigo. Pero no, lo mejor es enrocarse, exculparse, afirmar sin datos y buscar a un enemigo fantasma que absorba la culpa y, de paso, la responsabilidad.

Responsabilidad y culpa son conceptos sobre los que se establece una vinculación confusa, como si tuvieran el mismo significado; pueden entenderse dentro de un campo semántico particular, pero no son sinónimas, oiga, son bien distintas. La culpa es innecesaria, arbitraria y destructiva, mientras que la responsabilidad es positiva, constructiva y honesta. Partiendo de esta afirmación, resulta innegociable que el Gobierno adopte posiciones de responsabilidad cada vez que el Estado al que representa (recordemos que Estado y Gobierno son conceptos distintos, aunque a veces se solapen por intereses espurios) se encuentre en algún tipo de peligro o adversidad; es que es de cajón, oiga. Lo que ocurre por estos lares es que preferimos dedicarnos a lanzar la culpa de unos a otros y nadie se mete en el légamo de la responsabilidad hasta las rodillas para tomar decisiones diáfanas y globales, que contribuyan a solucionar o al menos a minimizar el problema al que nos enfrentemos.

¿Es culpa del Gobierno el robo de cables perpetrado hace unos días y que aún (mientras escribo esta columna) sigue en proceso de investigación? Claro que no, hasta el menos perspicaz de los españoles es capaz de comprender esto. La culpa, en caso de que se quiera atribuir a alguien, la tienen los cacos que han apañado el cobre, no la administración pública. Ahora bien, ¿es responsabilidad del Gobierno informar, proteger y responsabilizarse de las consecuencias derivadas de ello? Claro que sí, hasta el menos perspicaz de los españoles es capaz de comprender esto.

Diez horas dentro de un tren en medio de ninguna parte son muchas horas. Imaginen la cantidad de personas que no pudieron llegar a sus trabajos, a despedir a sus parejas o familiares al aeropuerto, a entregar un informe, a una cita médica o a donde fuera que se dirigieran; piensen en su frustración, en su cansancio, en su indefensión. ¿No merecen una rápida y eficaz respuesta por parte de las administraciones públicas pertinentes?

Sin embargo, en consonancia con los absurdos tiempos actuales, se elabora y reelabora constantemente un relato ambiguo y vacío que confunde al respetable, centrado en el peligro de unas disparatadas amenazas acerca de un contubernio de ultraderecha-fango-bulos absolutamente comprometido con la destrucción de la supuesta Arcadia donde vivimos hoy, esta España en la que una enorme cesura continúa dividiendo a los dos hemistiquios irreconciliables que conforman nuestro tapiz ideológico, si me permiten ustedes la metáfora pedante.

Ante este tipo de despropósitos, tan habituales últimamente, solo me queda imaginarme qué hubiera pasado si en alguno de los trenes detenidos durante horas hubiera viajado el propio ministro de Transporte. ¿De verdad piensa usted que la respuesta hubiera tardado diez horas en llegar?

Igual sí, vaya usted a saber…

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