la huelva choquera y tabernera

Los Rascos, aires marineros que van de paso

Aquí todo huele a pesca, un velo de nostalgia amortigua todas las fuerzas vivas que han habitado el lugar y sé que Manuela me va a contar todo y más

Juan, el niño que era pirata

El Uno, donde las señoras de la noche

Hay días en los que todos los caminos te llevan a Lepe

Bar Los Rascos, en la barriada de Canela H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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Los libros de 'La Huelva choquera y tabernera' también nos llevan de garbeo por la provincia, y meter la nariz donde nadie me llama es la gran satisfacción. Ahí van unas cuantas historias sabrosas que el volumen II (editorial Niebla, 2024) les lanza con premeditación y alevosía.

Hay que llegar a Ayamonte. Sin emborracharse, cuando miras al río, de la luz que las aguas quietas devuelven con fuerza al sol debes atravesar el estero de la Rivera, antes de llegar a la dársena con el club náutico. Después pasar el estero de Canela y girar a la derecha para meterte en la Barriada de Canela.

Aquí todo huele a pesca, ya con el freno echado. Un velo de nostalgia amortigua todas las fuerzas vivas que han habitado el lugar. Sé que tengo que ir a Los Rascos y hablar con Manuela. Que ella me va a contar todo y más.

Un desavío que tiene duende

El lugar está solitario. Dentro tengo que avisar unas cuantas veces de que he llegado para que ella salga, casi con sorpresa y curiosidad por mi presencia. Pregunto por la fruta, por las patatas y los tomates, aunque venga buscando sus historias. También sé que sería una pena no llevarse algo de las huertas de la zona. Huertas de subsistencia, como, salvo excepciones, todo es ya en Canela. «To lo que ves tú ahí me lo traen los hombres de Campo Canela».

A día de hoy Los Rascos no es casa de comidas. Es bar y tienda para los desavíos. «Porque ya ellos están trabajando tos y ya yo no puedo». La carta de presentación no es de derrota sino de aceptación. Manuela se adapta y hoy día sigue con sus ventas y sirviendo cervecitas y alguna tapa sencilla. Poco más.

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Pero la historia viene de muy atrás, hace ya casi cincuenta años que Manuela está en Los Rascos. «Yo me casé aquí y tuve a mis hijos aquí. Uno tiene cincuenta y cuatro y lo tuve aquí. Me casé en la iglesia del Carmen. Mis hijos, mis nietos y to se han bautizado y han hecho la comunión ahí».

El lugar existía de antes. «Síííí, hombre, esto era… la historia se la conoce muy bien Tomás… esto no era una isla en la que había españoles. Era una isla de extranjeros, de la gente de la guerra. Cuando terminaban les daban un trocito de tierra a cada uno, que tuvieran para poder vivir. Esto era Canela antes. No había puente ni na. Era una isla solitaria. Tenías que coger una barca desde Ayamonte. Ahora han hecho un puente para la Punta del Moral, pero esto era una isla».

«Antes de yo cogerlo esto era tienda que yo venía a comprar. Había tienda, había bar y había de to. Cuando yo me casé aquí celebré mi boda yo».

Anteriormente había otro negocio distinto. «La panadería era muy buena. Tenía burros y con ellos iba a repartir el pan por tos sitios. Montaba al burro en la barquita y pasaba al pueblo y donde sea y llevaba el pan y llevaba to. El pan era el de leña de aquí».

«La verdá eso no lo conocí yo, la panadería aquí no. Conocí la de Farol, que estaba enfrente, y la del Pompas. Esa sí era muy buena y la conocí yo. Panadería del Pompas, que se llamaba Manué».

«Aquí antes había horroroso. Gente de tos sitios. ¿Tú no ves que esto era una isla que era de gente de marineros to? Venían de Isla Cristina así la gente, venían de Lepe así la gente…», y hace gesto de cuánta gente venía.

«Los Rascos es el apellido de mis padres. Mi padre nunca tuvo bar. Mi padre tenía barcos, grandes. No tenía bar. Vivía en Ayamonte. Aquí vivió un poco de tiempo, pero mi padre tenía los barcos en Ayamonte. Mi padre era de barcos y eso, no tenía bares ni na. Ninguno de mis tíos, eh. Eran siete hermanos y ninguno era marine… bueno, marineros sí, en el sentido que trabajaba en lo suyo, en sus barcos. No que trabajara pa nadie. Mi abuelo tenía una flota de barcos en Galicia. Yo no lo conocí, la verdad. Porque mi madre me lo contaba. Y mi abuela Mercedes también, la mujer también me lo contaba. Que era una flota de barcos muy grande, muy grande, buenos barcos. Eso me contaba mi madre, sí. Que tu abuelo tenía una flota muy grande. Que tu abuelo era muy bueno, y tu abuela también».

«Mi abuelo era grande, medía, dicen, dos metros. Grande, un tío grande, bien

preparao

, y tuvo siete hijos«

«Y después se quedó con unos cuantos, dos o tres barcos, que es donde trabajaron mi padre y mis tíos. Mi abuelo era grande, medía, dicen, dos metros. Grande, un tío grande, bien preparao, y tuvo siete hijos».

Ahora, y desde hace muchos años, el alma y la fuerza del lugar es Manuela. Personalidad y saber hacer. «Este negocio no es de nadie, na más que mío. No tiene nadie que ver con esto. Na más que mis hijos y mis nietos y yo y ya está. No tiene que ver nadie. Ni mi madre, ni mi hermana».

¡Aquí se hacía de todo!

Más que un negocio ha sido y es un hogar. Para Manuela y su gente. Y para muchos que llegaban y se sentían acogidos.

«Yo me casé aquí y aquí me quedé ya. Lo cogí y me quedé con él. Hablé con el dueño, estaba cerrao hacía ya muchos años. Me lo alquiló y ya, después, me gasté un buen dinero. Porque estaba esto… ¡no había na! Me quedé aquí y aquí estoy, y de aquí me iré al patio de las malvas.

«Uuuh, aquí venía la Guardia Civí, venían los marineros. Aquí se hacían bodas, se hacían bautizos. ¡Aquí se hacía de todo!«

¿Esto era bar desde el principio? «Uuuh, aquí venía la Guardia Civí, venían los marineros. Aquí se hacían bodas, se hacían bautizos. ¡Aquí se hacía de todo! Antiguamente se hacía de todo, de todo, de todo. Y la muchacha de… ¿cómo se llama esto?… de… doña Cristina Pascual. Eso eran franceses o algo de eso, y se juntaban aquí lo último. De franceses y de alemanes ¿tú sabes lo que se venía aquí? Gente que venía de vacaciones de tos sitios. O con su ruló, o con lo que sea. Gente que tenía apartamentos en la playa. Esto se ponía así, se llenaba to. Pero tela. Ya hace años, muchos años. Una de las alemanas que viene, que vive en Puerto Esuri, que viene con una sillita ruedas, que viene a verme, ya el marido murió y to. Y las amigas se han muerto… O sea, ella se quedó aquí».

«Yo ponía ahí barbacoa. Ponía de to, de to, de to. Porque tenía mucha gente trabajando conmigo. Había cinco camareros, estaban mis hijas. Toa mi gente trabajábamos, todo el mundo. Ya son muchos años de eso. Nosotros pues trabajábamos muy bien aquí. Pero ya no se puede trabajar: ni se gana, ni se puede tené porque no se puede pagar a una persona. Y yo ya no, en la cocina no me meto. ¡Que a mí me encanta, que yo hago de comer tos los días! Hoy he hecho puchero para mi hija, para mis nietos. Pero para hacer de comer para gente que venga de Zamora, de León… ya no».

«¿La terraza esta?... llena. Los chiquillos jugando a la pelota, jugando a esto, a lo otro. Aquí jugando al furbolín que yo tenía. Tenía billar, tenía de to. En el comedor ese grande, lo tenía pa jugá los chiquillos».

Le recuerdo a Manuela que conozco el lugar de haber estado con mi familia, y que quizá comí… «como no fuera pulpo coooon… con garbanzos, o choco con habas, que es lo que ponía yo mucho y la gente me lo pedía. O La Flor de la Casa. Era una comida que hacía antiguamente, que era con ingredientes de colores. Era huevo, era jamón, era beicon, era pimientos rojos, pimientos verdes. Era mucha cebolla y llevaba una forma que yo lo ponía como una flor, con los huevos encima. Entonces era una flor. Yo lo ponía en invierno porque es muy fuerte. Pero había gente que lo quería también en verano. La gente me lo encargaba. Eso era muy bueno. Lo que yo hacía estaba riquísimo. Nada más que llevando la bandeja te quedabas con la boca abierta. Aquí hacía yo ciento y pico de platos. Y carnes ibéricas a la brasa muchas he puesto. Porque mi hija tenía un asador y compraba la carne en La Serranía y se hacía mucha carne, mucha carne. Venía gente de tos sitios. Tenía también pulpitos a la brasa, los chorizos criollos… Cositas así sí. Tenía una bandeja grande a treinta y tantos euros. Y la más chica era veintiocho o veintinueve euros, de pluma, de secreto… de todo. La pedía el jueves pa´l viernes, porque todos los días no tenía carne».

«Y bodas… que hizo Pedro Rollán unas bodas de plata… ¡Que ahí había setenta personas! El actor de televisión española ¿no? El Pedro. Ese tío es muy amigo mío. Y Pedro Reyes, el actor de televisión que cuenta los chistes, también venía mucho. El Kiko Veneno. También. Toa esa gente. Toda esa gente venía aquí. Toda. Y se ponía de lujo. Ahí en la terraza había barbacoa, sombrillas. De to. Las bodas de plata de un amigo de Pedro Rollán las hicieron aquí. Un matrimonio. Y las hicieron muy bonita, hicieron, y lo pasaron de puta madre. Con orquestita y to».

Manuela recalca cada frase. Las paladea con la satisfacción de haberlo vivido. Con la certeza de que esa etapa dorada de Los Rascos aún le pertenece.

«Tenían muy buenas amistades. Una muchacha que venía aquí se ponía a bailar, el baile de los siete velos y to… muu bonito. Eran unas alemanas preciosas. Una era de París, otra era de Roma. Venía una pandilla buena porque venían aquí a Ayamonte a cantar en el Teatro Cardenio, a hacer cositas. Y con el acordeón cantaba y el otro tocaba la música. Estaba muuuy bonito. Aojalá viniese esa gente otra vez. Esa gente ya… tantos años. Por lo menos veintitantos años ya de eso».

Con lo que era esto antes

Hay que cerrar los ojos e imaginar. Sí, ya pasó, pero merece la pena hacer el esfuerzo y dejarse balancear en las palabras de Manuela.

«Aquí había mucho dinero con la pesca. Con la peseta más todavía. No ahora, con el euro. Todo el mundo tenía dinero, todo el mundo venía pa´cá. Jugaban al dominó, jugaban a las cartas, jugaban al vasito de vino tinto. Con su pescaíto frito, con sus aceitunitas. Desde las doce de la mañana estaba to esto lleno. Y a las cuatro, cuatro y media, cuando abría, ya estaba todo lleno. Hasta por la noche. Jugábamos a la lotería. Venía gente de Ayamonte y nos poníamos todas las mujeres en el comedor a jugar al bingo. Lo pasábamos ¡mu bien, sí! Era una época muy bonita. Muy bonita. Ya no. Ni aquí ni en ningún sitio, desde luego».

«Estaba otro bar que era del difunto Luis, que también iban todos los marineros de la barriada allí. Y después estaba otro bar que era del difunto Belmonte, La Granaína. Eso no era bar, era un estanco. Y ahí la gente jugaba a las cartas, jugaba al dominó y se bebía su botellín. Porque era el estanco, pero con derecho a tú tomarte tu copita. Ahí está. Que no era bar como está ahora ni na. No, eso no era. Eso lo cogió La Mari y lo puso La Mari así, como está ahora. El estanco lo puso el Antonio en Ayamonte y ahora pues ella tiene el bar. Cada uno tiene lo suyo, como son dos hijas, pues cada uno lo suyo».

«Esto se llama Los Rascos. Está ahí el cartel y to el mundo lo sabe. Y llevamos cincuenta años aquí. Lo saben hasta en

interné

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«Esto se llama Los Rascos. Está ahí el cartel y to el mundo lo sabe. Y llevamos cincuenta años aquí. Lo saben hasta en interné. To el mundo llama por los platos que voy a poner. Ese es mi nieto. Cada vez que hago un plato lo pone por interné y me llaman, me llaman. No, ahora no pongo, ahora no pongo ya más cosas».

«Todo esto que ves ahí eran almacenes de los marineros. Eran de los leperos, eran de la gente de Isla Cristina. Metían la red. Después, en la temporada de la sardina, se quedaban aquí viviendo. Y a lo mejor de vigueta a vigueta ponían unas cortinas pa que tu estuvieras con tus hijos y tu marido y el que está aquí al lao no te viera. Esto era un almacén grande, na ma que para el pan, la panadería, una tienda. Y ahí dentro, donde tengo yo los cuartos de baño y to, había una escalerita que se pasaba pa´cá. Y aquí tenía el hombre un televisor grande que yo, cuando era joven, me iba aquí y me ponía a ver el televisor. ¡Tenía que pagar, eh! No te vayas a creer que el televisor era gratis».

«Y ahí, ancá difunto de Falcón también. Era un guardia civí retirao que cogió un bar, porque aquí estaba el cuarté de la Guardia Civí ¡que todavía está el cuarté! y estaban los guardias y to. Y ese hombre tenía ahí una habitación grande grande. Y tenía una televisión grande, pero tenías que pagá. Me parece, no me acuerdo si eran tres euros, cuatro… digo, tres pezeta, cinco pezeta o diez pezeta… algo de eso era. ¡Era dinero!, pero la televisión no la pagaba por gusto, tenía que pagarla. Le teníamos nosotros que ayudá. Nosotros en casa teníamos radio, esa radio que traía mi padre de Portugá. Ahí la escuchábamos».

«No teníamos tele. ¡No teníamos ni luz eléctrica! Teníamos quinqué. Un quinqué, de estos quinqués bonitos que era de Portugá, que se le echaba el petróleo. Más bien que Dios. Mi madre tiene uno grande precioso. Tiene una mecha que va dentro. Le das, la enciendes. No le des mucho porque si no echa mucho humo. Aguanta un poquito. Ahora que, cuando tenía algo abierto y cogiera aire, el quinqué estallaba. A mi madre le estallaba muchas veces el quinqué. Sí. Pero, vamos, que mi madre lo ponía muy bajito y nos quedábamos durmiendo con el quinqué. Le dabas a la ruedita y lo ibas subiendo y bajando. Lo dejaba muy bajito porque eso era malo también para los pulmones porque era gasoil, gasolina. Era una gasolina rosa muy bonita, que era precisamente pa quinqué. De Portugá venía. Yo tengo un quinqué portugué precioso, que me regaló una amiga mía. Grande. Los había largos, muy bonitos como así, los había más anchos, más aplastaos más bonito, los había más decorativos… La gente que tenía dinero tenía el quinqué decorativo. Era un quinqué de lujo. Antiguamente había muchos, hasta que ya después se puso la luz».

«Igual que el agua. Yo iba a coger el agua anca la vecina, pero me costaba el dinero. La vecina tenía un grifo, que ella puso el agua y tenía un grifo. Y entonces, como nosotros no teníamos agua, íbamos a coger cubos de agua pa casa. Pa lavá, pa bebé, pa lavarte y toa esa cosa. Y pa lavá a mano, porque como no había lavadora ni na... Eso te costaba do chica, una chica, do perra chica o tre chica te costaba cada cubo. O sea que la tía también ganó dinero en aquella época. Toa la gente de allí íbamos a cubos. Porque había pocos pozos en Ayamonte. Aquí había muchos pozos. Yo cogía agua de ése que está ahí pa podé fregá aquí, ahí, ahí…».

«Aquí antes no había na. Después se fue esto ya poniendo de otra forma. Ahora tiene de to… de to constipao, desde luego». Y nos reímos de su ocurrencia. «Antes había gente que, aunque era marinero, que vivía de la mar y ganaba dinero, pero no podía poné la lu, porque a lo mejó era mu lejo donde tenía que venir la lu. Los postes que tenía… aquí han quitao hasta… el año pasao, no, el otro… hace do año, antes de la pandemia esta. Quitaron los postes de lu que había aquí, con unos cables que había ahí grandes, los quitaron. Que mucha gente le hicieron afoto y to antes de arrancarlo. Sí, sí, sí. Y después pusieron farolas. Eso siempre está apagao. Nunca se ve. Esta zona de aquí siempre está negra, oscura. Yo de noche pongo mis luces. Cuando me voy la apago. Cualquiera que venga aquí y quie hacé algo na ma que tiene que hacerlo porque está to apagao… No hay lu ni hay na».

«Antiguamente, cuando nosotros vivíamos, es que no había ninguna casa con luz eléctrica. Cuando vivíamos en Ayamonte. Había diez viviendas, un patio grande y estaban las viviendas de lao a lao. En las calles sí, pero dentro de las casas no. La que quería poner la luz tenía que ponerla, pero como no se unían las condiciones para poner todas la luz…».

«Esto era antes Canela. Ya no es Canela. Ya se acabó. ¿Niños? Podía haber por lo menos más de trescientos por aquí. Esto era muy bonito, muy bonito. Y tú dejabas tu puerta abierta, la vecina te decía ¿qué vas a hacer de comé hoy? Pues mira voy a hacer esto…».

Manuela vive con intensidad su día a día. Y en el mismo potaje mezcla la melancolía, la felicidad por lo vivido y por cómo su familia ha tirado hacia delante, con la desazón que le produce una barriada que languidece. Que se muestra hoy con las costuras abiertas, que dejan traslucir una dolorosa decadencia. Es una mujer combativa. No hay que explicarlo mucho.

Un desavío en pandemia

Le cuento el porqué de estar por Ayamonte. «Pero hace tiempo que no te veo por aquí. Pero tiempo, tiempo, eh ¡buuuu! Mucho tiempo». Con la pandemia y todo paralizado «la gente casi no venía por aquí ni na. A la tienda sí, pero no podía entrar. Se quedaba en la puerta, le llevaba los mandaos y a corré. El bar sí lo tenía abierto, pero aquí dentro no se podía despachar. En la terracita tampoco, ahí menos. Ni servilletas, ni cubiertos, ¡nada, nada, nada! La cerveza se la llevaban, aquí no se podía beber. Y, si querían cerveza, en vaso de plástico. Y como la gente no la quería, pues se la llevaba. ¡No venía nadie! En la terraza no me consentían. Además, yo quité las mesas y to… Y por la noche abierto hasta las diez. Ya después venía el toque de queda y tenían que salir corriendo. Porque viene la policía y coge a alguno, ya sabe. Como te cojan ya verá, se lo lleva pa la carce».

«Yo les despachaba de aquí pa´llá. De aquí pa´cá no podía entrar nadie. Como la peste, como si fuera una enfermedad de la peste, lo mismo. Ha venido la Guardia Civí, ha venido la policía. Aquí ha entrao. ¿Se puede?... Pase usté, pase usté. Ha estado hablando conmigo. Mire usté, lo que ve es lo que hay. Yo tengo cuatro o cinco cosas, pero na más que aquí pa La Isla. Es un desavío, es lo que tengo. Aquí no se hace nada. ¡Es que yo no consiento que beba aquí dentro! Yo vendo to pa fuera. Tos los vasos quitaos. Eso de ahí tampoco…».

«Yo he despachao bien. Ha estao bien. En vez de aquí pues pa la calle. Pero vendía tela pa la calle, eh. De to. Venía la gente con su mascarilla, le despachaba, se marchaba y punto. Yo los frigoríficos los llenaba por la mañana. En las capitales pues peor todavía, que no puedes entrar en ningún sitio, que no te dejan entrar. Aquí das una vueltecita y dame dos kilos de papas, dame tomate, dame huevos, que voy a hacé de comé. Y también pa la playa, to pa la playa. Y voy yo y te los despacho ¡Pero allí en Huelva noooo! ¡es difereeente! Sevilla estaba completamente vacío. Madrí, hay una calle muy grande que es la calle donde pasa toa la gente, y es una calle preciosa… allí no había ni un aaaalma. Ni un perro había por allí. Y en Barcelona menos todavía». Cómo canta Manuela con su acento, cómo vive cada giro de lo que cuenta.

«Antiguamente no había enfermedades ninguna, y ahora todas las enfermedades. Porque los planetas y todas las cosas que vienen pa´rriba, que lo van a reventá to. Eso es muy malo».

«No tengo quejas de mis hijos. De mis hijos ni de mis nietos. Son muy buenos»

«Ahora los dominguitos está lleno. La terraza llena». Ya vuelve la normalidad y Manuela tiene los pies en la tierra. Sabe de decencia, de la importancia de la fortaleza de la familia. Y me cuenta de ella, de cómo luchan y cómo se defienden. De uno de sus hijos me dice: «un tío que se echa pa´lante, que no se deja dormí en una silla. No, no, no». Lo tiene claro. «No tengo quejas de mis hijos. De mis hijos ni de mis nietos. Son muy buenos. No porque sean mis nietos. Por eso veo muchas veces unos panoramas que digo Virgen del Carmen pon las manos encima a mis hijos y a mis nietos. Porque lo que yo veo, ay, madre mía».

Un adiós que es hasta pronto

«Pues yo no digo más na». Pero vaya si dice Manuela. Y todo el derecho del mundo tiene. Que al pie del cañón lleva toda su vida.

Me despido finalmente. Cuesta porque estás infinitamente a gusto. Sintiéndote un privilegiado. Y cuesta porque Manuela tiene carrete pa esto y pa más. Es tremenda y es estupenda.

Le compro unos tomates, dos kilos de patatas y pepinos. Sobre los primeros afirma, con una sonrisa, «ya verás tú cuando los comas. Te va a acordá». Me dice que todo el mundo está bien, en su familia, sus hijos, sus nietos, mientras me echa los productos de la huerta.

«He hecho el puchero y he puesto las patatas con el puchero, que están de lujo». Su vida es su tienda bar, su familia, y su barriada Canela.

«Hasta luego, cuando tú quieras». Ella va a seguir un rato más por su Canela. Que espere quien tenga que esperar, que las fuerzas de Manuela aún son vibrantes.

No puede evitar soltarme un «¡también tengo melones, también tengo sandías!» y, finalmente, «hasta luego, ten cuidao por la carretera». Corazón duro y grande. Curtido y feliz.

La gente de la barriada

Me resisto a marchar y salgo a dar alguna vuelta más. Entablo conversación con un paisano. Un hombre que arregla redes en una esquina. Sentado en el suelo el redero me mira casi sin interés. Le pregunto por cómo le van las cosas y parece que le apetece contarme.

«Pero, vamos, que aquí se estaba muy bien antes. Muy bien, muy bien ¡aunque ahora tampoco se está malamente! Porque nadie se mete con nadie. Pero, vamos, lo de ahora es diferente. Antes aquí no había drogas ni había de na. Ni halicóptero a cada momento. Y ahora está… paehe Marbella Shica. Siempre está la policía, la Guardia Civí, los halicóptero, siempre, vigilando, ji. Tranquilidad hay, lo que pasa es que los que tengan su rollo, que se vayan con su rollo. Que dejen a la gente tranquila, que la gente no tiene nada que ver con eso. Pero da por saco a la isla. No tiene por qué la isla estar en boca de nadie, con lo que hay aquí metido y con lo que no hay. Porque aquí nunca ha visto nada. Na ma que pescao, coquinas, almejas. Es lo que ha visto siempre. Entonces no tiene que estar la isla en boca de nadie por cuatro o cinco niñatos que vienen aquí y hacen lo que no deben, por no trabajar. A ve, eso es lo que pasa. No quieren trabajar y quieren tener billetes. Te acuestas con cinco y te levantas con veinte. Sin trabajá ni na. Y por eso está como está. Pero vamos… ¿tú te vas a llenar las manos y vas a ir a pescar cuando te acuestas y te levantas con más dinero? Pues sí…».

Me habla de cómo las malas compañías son las que te llevan a los lugares no queridos. «Ahora, que sale de la persona, desde luego. El refrán dice con quien te ajuntate te comparate. Eso también influye mucho. Aunque tú seas muy bueno y muy santo, pero como llegue el momento de hacer algo como tú piques, tú piques, eso es como la miel. Tú picas, tú picas, te gusta ¡y ya no dejas de picar! ¡Y eso es la junta! Exactamente. Y hay que tener una junta muy buena, muy buena».

Desando por otra calle. Con el relato en caliente le inquiero a otra vecina de la barriada. Es una mujer madura y tiene la cara curtida por el sol y el viento. Sentada en su puerta, mirando a Portugal, a Vila Real de Santo António, no necesito darle mucho palique para que me cuente sus impresiones.

«Hay que tener picardía y darse cuenta de lo que hay en el campo»

«Que si el hijo del médico éste, que si el hijo del director del banco yo no sé qué… Aunque eso tampoco influye mucho. Ya puedes ser director, ya puedes ser Jefe del Estado que como te metas en eso… Y el que está al lao también paga el pato. Yo porque lo veo. Tonta no soy. Pero vamos, igual que el campo. El campo como no tengas picardía para trabajá, eh, te quedas como las tontas. Hay que tener picardía y darse cuenta de lo que hay en el campo. Que te engañan como si fuera una niña chica. Pues esto es iguá. Te ajuntas con esta y te dice vamos a ir aquí que no sé qué no sé cuántos. Y cuando vas a venir y por qué te fuiste con ella y mira lo que ha pasao… ¡Coño, si ella me llevó! Sí, te llevó, pero lo mismo paga una que paga la otra. Digo, pues ya no voy más. Si tengo que ir a un sitio pues que salga de mí. Voy a ir y voy a ver y voy a experimentá. Voy a ver cómo me sale. ¡Yo sola! Si me sale bien, bien. Si no pues mala suerte, ya no voy más. Una vez está bien, pero ya dos veces no. Que salga de mí de hacer las cosas. No que tú me mandes ni mandes al otro ni al otro. Porque tú me vas a mandar para un bien y me va a salir un mal pues pa eso no voy, y voy sola».

«Yo he buscao mi trabajo yo sola, a mí nadie me ha acompañado para trabajar en ningún sitio. Yo he ido sola al campo, he hablao con el manijero, con esto, con el otro, me ha colocao ¡enseguida! He ido a la fábrica, he hablao con el jefe de la fábrica. Esto y lo demás. Enseguida me ha colocao. No me ha hecho falta ni padre ni madre. Nadie. Yo misma me he buscao mis habichuelas sola. Yo mismo. He trabajado en la fábrica de Ayamonte… que hay un montón de fábricas. Uh, lo que había. De charangas (1) lo último. Las charangas que había de langostinos, de gambas, de to. Ahí en Ayamonte era una miiiina. Si Ayamonte es el pueblo más rico de la provincia de Hueeelva. Una charanga es donde cogen las gambas, en padiolas, las preparan. Los lenguaos también. Y se llaman charangas porque es chiquitita, no es grande. No es una fábrica. Ahí te ponen a engrillar (2). Ahí te ponen a lo que haga falta. Y se llama charanga. Ahí he estado yo engrillando, y descabezando, enlatando. Todas esas cosas. Y me encanta. Lo que pasa es que ya no hay fábricas… Tampoco me van a colocar».

Otra mujer se afana por dejar reluciente su portal y su acera. El viento le hace de las suyas, pero ella no se arredra. Me cuenta sobre cómo ha evolucionado su barriada.

«Por la isla iban los trasmalleros (3). Porque aquí no había barcos grandes ni na. Vienen de fuera. Los trasmalleros que cogían los lenguaos, las acedías, los chocos, las lenguas, los mejillones, las coquinas, los berdigones, las almejas… aquí hay de to. Cogían de to, de to, de to. Y todavía siguen cogiendo, eh. Los otros días compré, mire, compré cuatro quilos de chocos, que me vendió el chaval que fue… Antonia, he cogido chocos ¿quieres?... Pues tráeme… Sale a la mar y coge los chocos, los lenguaos, coge las lenguas… Un chaval que se dedica a eso y los vende. El otro va a la coquina, va en los barcos grandes buenos y coge setenta, ochenta, doscientos, trescientos quilos. Las vende. Y ahí van viviendo su vida. Tienen su casa, su coche, y su vida la van viviendo con eso. El que no tiene coquinas pues está trabajando en el campo. Que en el campo también se gana un buen dinero. Aquí no hay campos grandes, aquí na más que huertecitos de los hombres que siembran sus cosas. Pa sus casas y pa eso. En Campo Canela hay buenos huertos, eh, sí, hay buenos huertos. Pero buenos, buenos, eh… vete de aquí pa la Punta Moral a ver si encuentras por ahí huertos… pero buenos, buenos. Ahora se están acabando las papas, cuando no están sembrando las lechugas, cuando no los pimientos ¿tú sabes lo que hay aquí? Las patatas aquí son buenas pa to. Es pa to: pa freírlas, pa cocerlas, pa hacerlas con choco, pa hacerlas con carne, pa lo que sea, pa meterlas al horno, pa lo que sea. Ahora está a uno diez el quilo».

Pendientes de su cotidianeidad, hay cosas que le duelen. «Esta barriada tendría que estar mejor organizá. Canela tiene que salir también y el ayuntamiento tiene que ver cómo está, la zona en que se encuentra, quién está, lo que hace falta, la gente que viven allí. Toa esa cosa ¿no? Ahí está. Pues eso es lo que tiene que hacé. Pero ésta no hace na. Ni ésta ni ninguno, eh. Canela lo tenían por abandonao. Pero abandonao lo tenían. Tú te va a cree que e mentira. To el día me llevo barriendo. Tirando basura con el carrito que tengo ahí, to el día tirando basura. Anoche tiré dos veces. Y ya venía el carrito limpio para cuando venga otra vez echar otra vez basura… y así me llevo. Los basureros vienen cuando en cuando. Cuando los llamas. Cuando dicen que vayan… El otro día vino uno con la maquinita esa a cortar hierba… pero fite cómo está to ¿qué cortaste? ¿pa qué has venío?, ¿a hacer el payaso…? Con to lo que hay por ahí, que eso se mete fuego y sale to ardiendo. Cualquiera que tire una colilla, por mismo con el coche o algo, y sale to ardiendo, ¡ardiendo! Pues entonces pue cuídalo, señor. Si está ahí pue cuídalo. Pero, bah, aquí no hacen na. Ahora pa pedí y esto y lo otro sí que piden, aaah. Pa pedí no tienen pelitos en la lengua, eh. Que piden bien. Ahora pa hacé las cosas no las hacen. Pues lo mismo que tú pide ¡habla!».

También las novedades llegan a Canela. Cositas que a la gente alegra. Una mujer que pasea a su perrito, quizá un chiguagua, me lo cuenta.

«La playa está muy bien ahora. Porque ahora han puesto también una playa pa los perritos. Los demás se van pa´llá, pa otra playita. Porque antes la gente se quejaba, que estaba la gente bañándose y los perritos se cagan y se mean, y eso no es normá. O, si no, lleva una bolsita y cógela ¡es tu perro! Yo tengo un perro allí, tengo una bolsita, yo cojo la caca de mi perro, la doblo y la tiro al contenedor… ¿o no? ¡Hombre, es así, es así! Pero no, no lo hacen, cariño. Los otros días dicen que estaba un crío ahí bañándose y fue a ca la madre y tenía las manos llenas de caca, con lo que jiede eso. Y digo uy… Esto es una poca vergüenza. Pues eso es lo que tienen que hacé todas las que van a la playa. Yo no, porque a la playa no voy, la verdá. Mi hija sí va a la playa. Lo que tienen que hacé entre todas ¡entre todas! coger unas firmitas y hacé unas afotitos cuando tú hijo tiene las manos cagás. Haz una foto y le pones una firma a la alcaldesa ¡toma! Lo mismo que tiene mi hijo aquí, como tú vengas pa´ca y no arregles esto, te lo vamos a hacer a ti en la cara ¡lo mismo! ¡La verdá es que es así, hay que hacé así! ¡hombre! Pero nadie hace».

Como coge confianza también le dan las ganas para seguir poniendo en orden alguna queja. Me pregunta que para qué es lo mío. Que si para el periódico. Y, sin dejarme contestar, empieza su retahíla: «Eso que está ahí, en la carretera ¿has visto eso qué está ahí? ¡Nadie! Chiquillo, ustedes que tenéis coche. Yo no tengo coooche. El que tenga coche por lo menos que avise, haz una foto ahí y la mandas al ayuntamiento, pa que arregle eso que hay ahí. Porque eso se mete un coche o una moto asín… No van por ahí, van por esa parte. Y el día que haya un accidente es cuando ustedes ya empezáis a hablá. ¡Coño! ¡Po antes que haya el accidente arreglaaadlo! Y ya se lo he dicho, a un montón de gente se lo he dicho, y a un montón de tíos que pasan por ahí con el coche. El día que haya un accidente es cuando ustedes ya… Escucha, en vista de que haya un accidente, porque lo mismo te puede prejudicá a ti. Porque el coche puede hacé una revuelta y te puede matá ahí mismo ahí. Porque ¿tú has visto la eso que hay?, eh. Porque es una altura buena. Y ya los otros días un hombre echó arena y to por ahí, pa que no se levantara… y eso, con las calores, como eeee… cómo se llama esto, de eso negro, cómo se llama… ¡alquitrán! El alquitrán con las calores se calienta, se calienta y hay una rajita y, cuando te vaya a da cuenta, pue hay un rajazo. Yo por ahí no voy, a tirá la basura. Yo voy por la acera. Porque ahí no se ve na, te pega un trompezón y me meto dentro del carrito de la basura y llego antes de tiempo ¡ja, ja, ja, ja! ¡No hace falta ir andando! Y ya está. Y por eso he dicho yo: ah, no echan cuenta…».

Cada día tiene su afán. Cuando la vida pasa con paciencia y sin prisas las personas somos capaces de sacar jugo y sustancia a nuestro día a día. Con más ahínco, sin dejar de combatir, como el viento frío, húmedo. En una noche de invierno y tormenta.

AFRA

Concha y Carmelo me lo cuentan. En el lugar del no tiempo también hay normas. Las aceitunas son sólo una cortesía para los que piden y beben litronas. Con los botellines no, que se le acaban las aceitunas. Ni aunque se las pagues aparte, ni aunque le traigas un bote con ellas.

Las dos primeras promociones de AFRA se formaron en la Barriada de Canela. Iban a comer a Los Rascos, ancá Manuela. Y le pedían un arroz para vegetarianos. Ella lo ponía como toda la vida. «Pero, Manuela, cómo nos traes arroz con bichos». Y Manuela respondía airada «como que con bichos, ¿me vas a decir tú que yo pongo arroz con bichos?».

En otras no les ponía café. No tenía ganas. Y, con las mismas, les mandaba a otro bar a tomárselo. A La Granaína, o a La Rana. Más no había.

Carácter. Vaya que sí.

Con tanto por poner en pie me marcho, con la claridad de haber vivido unos testimonios embriagadores.

Notas al pie

  1. 1

    (1) El trasmallo es un arte de enmalle fijo al fondo de forma rectangular, constituido por una o varias piezas unidas entre sí. Cada pieza está formada por tres paños de red superpuestos, que se arman conjuntamente entre dos trallas, con los sistemas adecuados para permanecer calado verticalmente. Los dos paños exteriores son de igual dimensión y del mismo tamaño de malla y diámetro del hilo. El paño interior, de malla de tamaño inferior, podrá ser de mayor extensión. https://frescoydelmar.com/blog/

  2. 2

    (2) Engrillar: colocar el pescado en la grilla.

  3. 3

    (3) «Mujeres, fábricas y charangas: el trabajo femenino en el sector conservero de Ayamonte» Rafael Cáceres Feria. Editado por la Junta de Andalucía (2002). Trabajo de documentación etnográfica de las actividades productivas llevadas a cabo por las mujeres que trabajan en las fábricas de conservas y salazones de Ayamonte.

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