El sanjuanero Antonio Rafael Márquez, un año después de hacer historia para el colectivo Síndrome de Down en El Rocío
El año pasado fue hermano mayor y se ganó el cariño del resto de rocieros que lo conocieron durante la romería, a la que vuelve feliz
«Lo vivió muy intensamente, tanto que yo creo que en los siete días si durmió tres horas diarias fueron muchas», resalta su madre
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Uno de los conceptos más importantes y que mejor se llevan a la práctica en la romería del Rocío es el de hermandad. Cada momento de esta tradición se vive en auténtica comunidad. Incluso el acto íntimo de postrarse a rezar delante de la Virgen del Rocío, inevitablemente se comparte con otros hermanos de la fe rociera. Lo mismo ocurre con los caminos, las reuniones en las casas, la presentación de hermandades, la procesión y cualquier otro acto. El Rocío se vive como una experiencia compartida en multitud.
En esta sociedad global rociera que se forma estos días, con personas de muchas partes y condiciones, todos son iguales e interactúan mayoritariamente con bondad y cariño hacia el resto. Lo pudo comprobar Antonio Rafael Márquez Sevilla, de 19 años, que el año pasado hizo historia para el colectivo de personas con Síndrome de Down al ser el hermano mayor de la Hermandad del Rocío de San Juan del Puerto, posición desde la que conquistó a todos los que compartieron tiempo con él y con los que se reencuentra en esta romería.
«Él habla muy poco y dio sus vivas a su manera pero todos, muy emotivos»
Su madre, María de la Cinta Sevilla Domínguez, orgullosa, como su padre, Mateo Márquez Pérez, admite a Huelva24.com que los momentos vividos les mantuvieron en una continua emoción. «Fue un valle de lágrimas. El año que hemos llorado más gente. Lloró todo el pueblo. Lágrimas no lleva el río pero lágrimas sanjuaneras, seguro». Añade que este Rocío «fue muy emotivo por todo. Él habla muy poco y dio sus vivas a su manera pero todos, muy emotivos. Se acordaba de todo y tenía en cuenta que llegábamos a la ermita de la Esperanza o si nos encontrábamos con la Hermandad de Trigueros. No se olvidaba de nadie y era increíble verlo sin afán de protagonismo pero con tanta fe, porque se le ve».
Un continuo acto de fe
Toda su vida es un acto de fe. Antonio fue por primera vez al Rocío en 2006, con cuatro meses, en un delicado estado de salud. Tenía una sonda nasográstrica, pero sus padres, muy rocieros, quisieron que fuera y afortunadamente pudo ir muchos años más, especialmente un 2024 que será inolvidable para toda la familia, que es muy rociera. El bisabuelo de Antonio fue fundador de la filial rociera de San Juan, y protagonizó la historia por la que se le conoce como la Hermandad de los dos simpecados. Su abuela, Carmen Pérez Márquez, es hermana honorífica de la Hermandad Matriz.



El Rocío de 2024 Antonio «lo vivió muy intensamente, tanto que yo creo que en los siete días si durmió tres horas diarias fueron muchas. Se acostaba el último y se levantaba el primero. No se perdió nada, estuvo en todos los actos y se lo pasó muy bien», dice su madre. Por eso le cuesta mucho trabajo destacar unos momentos por encima de los otros, aunque cita cuando tocó un varal de la Virgen del Rocío en la procesión y se le rompió la voz de encadenar tantos vivas.
Su familia está muy agradecida por cómo se portaron con él tanto en su hermandad como en las del resto con las que entablaron relación, entre los que puede decir que ganó muchos amigos con los que se reencontrará. «Nos arroparon mucho en la hermandad, principalmente el presidente, El Perla, y los hermanos mayores de otras hermandades. Hemos mantenido el contacto por Whatsapp y nos hemos visto. De hecho, estamos invitados a las reuniones de todos ellos en sus casas en la aldea este año», explica y añade que «no fuimos conscientes del alcance que tuvo hasta que fuimos a Madrid y todo el mundo lo conocía por su nombre porque lo habían visto por televisión».
«Mucha visibilidad» para el colectivo
Su madre considera que fue «muy positivo» que su hijo tuviera la oportunidad de ser hermano mayor, porque le dio «mucha visibilidad» a su colectivo, demostrando su capacidad para desempeñar esta función y sus habilidades sociales. No sólo se relacionó maravillosamente con los demás, sino que también llevó con extremo celo y compromiso sus funciones.Ultraprotegió el Simpecado en cada momento, le piropeó repetidamente, y estuvo a la altura de lo que se espera de un hermano mayor en cada momento en que representó a su hermandad.



Esto ha dejado un sinfín de recuerdos y momentos emotivos y graciosos. «Si alguien quería tocar el Simpecado les decía: eso no se toca que se estropea», recuerda. También rememora que «para el triduo dejamos montado en un lado de la iglesia el altar y tuvimos que cerrar la iglesia para que se viniera porque no quería irse por no dejar al Simpecado solo». Lo mismo ocurrió cuando el Simpecado estuvo en su casa. Un día a las cuatro de la mañana estaba despierto rezando y lanzando vivas, gritos con los que despertó a su familia. Se negaba a acostarse y quería seguir velando al símbolo de la fe rociera de su pueblo.
«Él odia ponerse algo en la cabeza, pero como hermano mayor tenía que llevar sombrero por protocolo y lo llevó sin rechistar»
«Es un niño muy tranquilo que comportó en condiciones en todos los actos y no dio problema de ningún tipo», comenta y deja un ejemplo un curioso. «Él odia ponerse algo en la cabeza, pero como hermano mayor tenía que llevar sombrero por protocolo y lo llevó sin rechistar. Hizo todo lo que tenía que hacer y se emocionó mucho en la presentación», señala como ejemplo de su compromiso.



Recuerda su madre también que «cuando llegamos al Rocío, normalmente los hermanos mayores meten la carreta para adentro y él no podía. Nadie lo esperaba. Pero el carrero era nuevo y le dejó y a la voz de él los mulos entraron solos. Se me ponen los pelos de punta al recordarlo». El remate fue que Los Mellizos de San Juan le dedicaron una sevillana: «nuestra cara era para vernos. Entre los churretes y las lágrimas».
Este año Antonio Rafael Márquez Sevilla no ha sido hermano mayor, pero ha vuelto a hacer el camino con vara, a vivir de cerca cada momento importante, a ser referente para las personas con Síndrome de Down y para todos los rocieros de sentimiento con su ejemplo de fe. Es el elemento que a juicio de su madre lo explica todo en El Rocío y l hace multitudinariamente especial. «Sin fe no tiene sentido. Hay momentos de fiesta también y se puede llevar todo adelante», resalta. Su hijo sonríe a su lado feliz por vivir de este modo algo muy grande para él.