Los Millán, una saga de hermanos mayores de la Hermandad del Rocío de Huelva

Hasta seis componentes de esta familia rociera de siempre han vivido esta experiencia, alrededor de las que se ha engrosado un gran anecdotario

Hay impulsos, pérdidas antológicas por los caminos, animales curiosos, botos encharcados, intoxicaciones, alguna 'suplantación' y desayunos de casa en casa al amanecer

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Emilio Millán Pérez y Mercedes Ruiz Sampedro, en un charré en El Rocío H24
Mario Asensio Figueras

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En mitad de la costura, arreglando vestidos de gitana, hilvana también historias de muchas romerías Rocío Millán. Verbaliza los recuerdos que invisibles se lucen cosidos al alma y que cada primavera sirven para invocar otros tiempos y sus protagonistas. En la familia de 'Los Millán' no faltan historias ligadas a esta tradición, en la que hasta seis componentes han sido hermanos mayores de la señera Hermandad del Rocío de Huelva.

Emilio Millán Pérez, el padre de Rocío, -casado con Mercedes Ruiz Sampedro y con cinco hijos- abrió el camino, nunca mejor dicho, en 1957. Fueron tomando el testigo Francisco Millán Muñoz (1967), sobrino de Emilio, al que siguió 10 años después el hermano de éste, Manuel Millán Pérez (1977). Continuaron ocupando el cargo los sobrinos del Millán inicial, Manuel Millán Vázquez (1980) y Antonio Millán Vázquez (1990). Por ahora el último Millán en ser hermano mayor es Francisco Millán Fernández (2015), sobrino nieto de Emilio e hijo de Francisco Millán Muñoz. Pero la trama de esta saga familiar va mucho más allá de los cargos, porque les superan las puntadas acumuladas en el anecdotario.

En familia en las arenas H24

Rocío Millán ha sido testigo de muchas peripecias y le han contado otras tantas que igualmente sabe relatar como si hubiera estado allí. Nació un mes de febrero y ese año ya vivió su primera romería. «Yo era muy llorona y lo sigo siendo», afirma a Huelva24.com, pero pasó esos días la mar de tranquila. Muy probablemente, nunca volvió a tener un Rocío así de calmado.

Mientras mueve un volante bajo la aguja automática de la máquina de coser, ve necesario ir más atrás en el tiempo. El origen de la relación de la familia con el Rocío se remonta a varias generaciones atrás. Rocío recuerda que sus abuelos tenían una panadería en el barrio del Matadero y los caballos y los carros del negocio familiar pasaban de transportar el pan a llevar a mayores y pequeños de peregrinaje a la aldea almonteña.

Lo curioso es que a veces la familia prestaba algún caballo, que ya tenía el peso de la costumbre en su caminar, y pasaba lo que pasaba. Alguien les llegó a decir «no me voy a llevar ningún año más tu caballo, porque se para en todas las puertas», como cuando cada día repartía el pan.

A vueltas con ser animales de rutina, resulta que su padre se quedó dormido a las riendas de su charré camino de Bodegones en una ocasión y apareció en Moguer porque el mulo era de allí. «Vio unas luces al abrir los ojos y preguntó y resulta que era Moguer. Tuvo que dar la vuelta y no durmió en toda la noche», asegura.

Otra anécdota tiene como protagonista a su abuela, que un año vio conveniente no ir al Rocío porque su hijo era muy pequeño. Sin embargo, cambió de idea en el último momento. La hermandad iba desde La Merced subiendo la cuesta y «a mi abuela comenzó a darle pena. La mujer que le ayudaba en casa, Pepa Páez, le preguntó que si ella se quedaba con el niño si sería capaz de ir al Rocío y sin pensárselo se subió a un carro y se fue», relata y apunta que entonces «no había teléfono móvil» para avisar a nadie más.

Jugándose el patrimonio por el Rocío

Entre anécdota y anécdota también hay capítulos muy serios, pero que permiten ejemplificar nítidamente el nivel de devoción y compromiso que tenía Emilio Millán Pérez. Cuando se estaba construyendo el actual santuario del Rocío «el arquitecto no cayó en la cuenta de que aquel suelo no era normal, sino marisma pura, por lo que al comenzar la cimentación tuvieron que echar tela marinera», dice con aspavientos Rocío. El proyecto exigía más dinero y el pueblo de Almonte pidió ayuda entre las principales hermandades de Huelva, Cádiz y Sevilla.

El patriarca de los Millán fue uno de los cuatro de Huelva que avaló el préstamo con su patrimonio, la casa y el negocio, sin decírselo a nadie de los suyos

El patriarca de los Millán fue uno de los cuatro de Huelva que avaló el préstamo con su patrimonio, la casa y el negocio, sin decírselo a nadie de los suyos. Lo hizo junto con Arturo López Damas, Agustín, Álvarez y el Litri. El Santuario pudo seguir avanzando. En este punto, Rocío también recuerda que Martín Cambra, también panadero y ahijado de su abuelo, criado en su casa y como un hermano para su padre «regaló la puerta que tiene los rosetones con la imagen de la Virgen al entrar en la ermita».

Para un libro dan las «muchas anécdotas de quedarnos tirados por los caminos». Unas de esas situaciones de pérdidas de rumbo se produjo en 1969, el año que se inauguró el puente que ahora une la Punta del Sebo con La Rábida. Fue la primera vez que la Hermandad de Huelva cogía por allí y seguía en dirección a Mazagón para alcanzar la aldea. Hasta entonces el recorrido iba por San Juan del Puerto, Niebla, Rociana, Almonte y El Rocío.

«La mitad de la hermandad llegamos a las tres o cuatro de la mañana a Matalascañas y tuvimos que volver de noche y sin ninguna luz»

«El hermano mayor era Antonio Cambra y se iba marcando con cal los pinos para guiar a los demás. No sé lo que pasó, pero lo cierto es que la mitad de la hermandad llegamos a las tres o cuatro de la mañana a Matalascañas y tuvimos que volver de noche y sin ninguna luz», explica sonriendo Rocío.

En otro camino, en el año que Emilio Millán fue hermano mayor, en 1957, hicieron carne con tomate y fue transportada en el carro en cacerolas de aluminio. Con el calor se estropeó la comida y «se tuvieron que llevar a algunos malos de vuelta a Huelva» por intoxicación. Además, llevaban gallinas al camino para matarlas y alimentarse y no hay referencias de que nadie se pusiera malo.

En tantos trayectos hicieron y vieron de todo y también se dio el momento de ir metidos en la pala de un tractor o de ver a otros que llevaban una bañera en un carro.

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Imágenes icónicas

A la hora de poner una forma concreta a un recuerdo, fotos hay casi tantas como anécdotas y una muy especial es en la aldea. Emilio y Mercedes posan juntos de pie, mirándose fijamente y sonriendo, apoyando en un poste una mano y poniendo la contraria en la cintura. Este mismo retrato, enmarcado en la entrada de la casa de Rocío, lo recrearon años después sus hermanos Manolete y Chángeles. Otras dan fe de que Emilio siempre iba a caballo, con la bandera de España, mientras que «mi madre en el charré, con raya y una margarita en el pelo y tocando la guitarra, como siempre. Fumaba y bebía vino», recuerda Rocío mientras remira la imagen.

Imagen - «Mi madre se hacía pasar por La Paquera de Jerez. Se ponía unas gafas oscuras y se le llenaba el charré de gente»

«Mi madre se hacía pasar por La Paquera de Jerez. Se ponía unas gafas oscuras y se le llenaba el charré de gente»

Rocío Millán

Entonces cae en la cuenta de situaciones divertidas, como cuando «mi madre se hacía pasar por la Paquera de Jerez. Se ponía unas gafas oscuras y se le llenaba el charré de gente». Añade que era «incansable, nadie aguantaba tanto» y tocaba la guitarra con ganas, por lo que la tenía «arañada» y a veces se le caía el cigarro dentro y la limpiaba cómo podía.

Estampas de preparativos

Una estampa habitual es que la casa familiar del Matadero se fuera llenando de gente cuando se acercaba El Rocío. Rocío pinta muy bien ese retrato costumbrista. «Tenía un lavadero grande, con una escalera que subía a la azotea. Poníamos el picú de mi hermana, a la que mi madre le hizo una funda, con los discos de Los Marismeños, Los Hermanos Reyes y los Hermanos Toronjo, para aprendernos las sevillanas y todo el que llegaba se le ponía a desenredar flecos, planchar trajes, limpiar zahones y botos, y estábamos todos cantando y preparando cosas».

En cuanto a los Marismeños, iban mucho por su casa antes de ser famosos. «Eran unos chavales que se dedicaban a empapelar paredes y nos decía Juanini, te vamos a cantar una sevillana que va a salir en el disco y mi madre, a la que le gustaba la música se la aprendía y se la cantaba a otro componente, Antonio Herrero, que se enfadaba por haberla desvelado».

«Esa noche llovió y por la mañana tuvimos que vaciar los botos y ponerlos un rato delante de la estufa de butano, pero nos fuimos con ellos puestos chorreando»

Rocío Millán

Sin abandonar el capítulo de los prolegómenos, Rocío recuerda un episodio inolvidable. Resalta que «mi padre siempre se dejaba ir con los preparativos y mi madre, que le decía Millán y no Emilio, le iba llamando la atención: 'Millán, los botos; Millán, los botos», resalta. No se puso a limpiar los botos hasta la noche antes de salir y al acabar, los dejó en el patio para que se secaran. «Resulta que esa noche llovió y por la mañana tuvimos que vaciar los botos y ponerlos un rato delante de la estufa de butano, pero nos fuimos con ellos puestos chorreando», rememora con la resignación de entonces.

Ya en la aldea se acuerdan de una reunión sólo de chavales a los que conocían como 'los Talega', de los que dos «como familia», por ser padrino de boda de sus padres, Rafael, y otro, Manolo, padrino de nacimiento de su hijo Emilio. «Íbamos a verlos a su casa y una vez no había amanecido, quedaba poco, y nos fuimos a ver a la Virgen los cuatro cogidos del brazo. Vivían en el quinto pino y de ahí nos íbamos a casa de los Pérez de Ayala, que vivían en Muñoz y Pabón, adesayunar huevos fritos con jamón. Nos hartábamos y luego íbamos a otra casa y a otra y en todas pedíamos para desayunar lo mismo. Al llegar a mi casa nos despedimos, y cuando nos cambiamos para acostarnos, sonó la puerta y eran ellos otra vez, diciendo que venían a desayunar «huevos fritos con jamón». Después de 30 huevos que llevaban ya!» (Risas).

Despertar con una decena de tamborileros

Hace dos o tres años, en el primer Rocío tras la pandemia, ocurrió que «llevábamos acostados dos o tres horas y vino el tamboril con el alba a tocar. Era el tamborilero de la Hermandad de Huelva, Antonio, que es un fuera de serie, y venía a despertarnos. Nos levantamos todos y fue un momento precioso porque llegaron también dos tamborileros de la Hermandad de Madrid y aparecieron tres más. Se reunieron por lo menos 10 en la puerta de la casa y fue una preciosidad. Vino muchísima gente al darse cuenta. Fue de esos momentos bonitos que surgen».

Ella tiene claro que «para un buen Rocío lo más importante es la gente con la que vayas. Nosotros desde pequeños hemos ido con nuestros padres y no fuimos a reuniones de amigos hasta que ellos eran mayores y dejaron de ir. Nosotros siempre fuimos muy familieros».

Admite que duerme poco cuando la romería se va a acercando, porque «son días insostenibles interiormente y no te puedes controlar». Después de repasar tantos momentos y unirlos en un rato largo como con aguja e hilo los últimos remates del vestido de su nieta, concluye que «me gusta todo. El camino es siempre muy bonito. También la presentación ante la Virgen, el levantarse y desayunar con todo el mundo, las reuniones de cante en las casas, reírte con las trocherías…». Y es que un Rocío da para mucho y mucho más con 'los Millán'.

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