HIZO VIBRAR AL PÚBLICO CON 21 CANCIONES

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

El artista madrileño desnudó con elegancia y autenticidad una buena selección de emblemáticas canciones para vestirlas con los deliciosos matices de una banda de calidad extra, salpicados con ráfagas de rock ardiente. La cuidada instrumentación bailó al son de su voz, en melodiosas mecidas de variable intensidad que conquistaron a un público onubense muy consciente de la exquisitez servida.

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

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Con calma, sin perder el hilo ni caer en la prisa, las melodías vienen, a su tiempo, a los labios de quienes las han vivido. No deja rúbrica el olvido y en él siempre siembra su huella la música, que nos acompaña en los años para sentirnos más vivos al vibrar. 

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

Con ella como constante pareja de baile a la que seducir, llegó pisando firme Quique González, en su acostumbrada inspiración y pasional entrega, para hacer suyo el Gran Teatro en su segunda visita a Huelva. Protagonizó un exquisito striptease de una antológica selección de canciones más recientes y emblemáticas (21), que en un magistral concierto se desnudan y visten en su desarrollo con elegancia y emoción, interpretadas con su sello más personal. Maravilló en un constante juego de intensidades, desenvolviendo un alma tan poética como rockera, oscilando entre la delicadeza y la fuerza, la sencilla piel y una colección de trajes, de la seda al cuero.

El artista madrileño propuso un vaivén melodioso, repleto de deliciosos matices, propiciados por una variada instrumentación (guitarras, mandolina, acordeón, piano, contrabajo, bajo, banjo…) servida por unos músicos de primerísima calidad, como Edu Olmedo, Alejandro ‘Boli’ Climent, Nacho Mur, César Pop y Toni Brunet. Su riqueza sonora orbitó la voz protagonista, el hilo conductor, en una parsimonia agitada a voluntad, con un control absoluto, con una sincronicidad total.

Bajo la papiroflexia luminosa que pobló el cielo de la escena, la guitarra y la voz de González rescató la intimidad de sus canciones, ese instante cargado del ambiente en el que pudieron ser creadas, de las primeras veces, pasando a ser vestidas, capa a capa,  con la riqueza de sutiles matices, amueblando la luz esencial de la primera bombilla en una mudanza. Y en cualquier momento, de repente volvía a estar solo, se escanciaba en gotas de pausa el silencio, y  lentamente reverdecían los sonidos a su alrededor. Todo un lujo preciosista.

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

El recorrido por los variados paisajes de sus canciones esbozados con cuerdas comenzó embelesando al público con 'Bienvenida', cuya melodía mece el oído del mismo modo que acuna a la pequeña Nora los versos de Luis García Montero. Siguió a este tema otra de las incluidas en ‘Las Palabras Vividas’, 'Canción con orquesta', donde un desconocido baila con su entorno en soledad, con un ambiente mediterráneo de mandolina y acordeón, acompasados hasta la última nota. Con más intensidad y volumen llegó ‘El Viajero’, con la misma elegancia como tónica. 

En un primer salto hacia atrás, sonó ‘Sangre en el marcador’ (Me mata si me necesitas) una canción rockera con traje acústico, con su “te juro que estoy mejor” a tres voces y momentos de paréntesis con Quique González solo antes de elevar el tono la banda de nuevo.  

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

Y más hacia los orígenes fue ‘Palomas en la quinta’ (Kamikazes enamorados) ese retrato de juventud jugando en un descampado con los amigos que ahora es carne de asfalto de la M-30, una sonrisa con nostalgia en el gesto del artista. Luego un asunto pendiente con ‘Polvo en el aire’, en la que se desgarra la voz con ese deseo que no cesa de invocarse. 

Para seguir el hilo fue el turno de ‘Su día libre’ (Daiquiri Blues), una de sus canciones preferidas por sentidas, donde el juego de intensidades volvió a hacerse patente, modulándose con destreza, como una pincelada que avanza variando su grosor sobre el lienzo. Y de ahí al paisaje de ‘La fiesta de la luna llena’, dedicada a Miriam, que con su padre, José, a las puertas del teatro decía al artista que esta canción valía por un concierto entero. La dedicatoria les llenó de emoción y al final del recital así se lo hicieron saber en un nuevo encuentro inmortalizado con una foto.

Una canción recuperada para este formato, que le viene como anillo al dedo, fue ‘Anoche estuvo aquí’, de las primeras compuestas con César Pop como socio, en la que un banjo de terciopelo se desmadejó con preciosista calma y elegante desvanecimiento. 

Y de regreso a ‘Las Palabras Vividas’ se desplegó ‘Todo se acaba’, que definió Quique González como “la anticanción del verano’, pues pone su foco en el cierre estival, contado con suavidad. También del último trabajo se escanció ‘La nave de los locos’, canción con título de cuadro de El Bosco, que va de lo íntimo a lo colectivo y celebratorio. Cargada de idealismo, supone “comenzar a bailar solo y acabar abrazado a cualquiera”, señaló.

Otro sorbo de daiquiri se sirvió con ‘La luna debajo del brazo’, que ya propició que el público se dejara oír más cantando, desperazándose del embobamiento. Y más fuerza soltó ‘Orquídeas’, que con otro aire fue de un rasgueo acompasado y contenido a desmelenarse.

Aterrizando en un 2007 de ‘Avería y redención’ el camino siguió por ‘Los desperfectos’, apaciguando el dolor. “He olvidado mi mejor momento pero lo llevo dentro”, una frase que la perspectiva del tiempo reinterpreta. Y de ahí a los aires sureños americanos de 'Dallas-Memphis', la balada de ‘Delantera Mítica’ que también se adaptó como un guante a la propuesta del recital. 

Exquisito striptease de Quique González en el Gran Teatro

En el capítulo de imprescindibles, donde siempre se desean más de las que caben, nunca puede faltar ‘Aunque tú no lo sepas’, la canción encargo de Enrique Urquijo y “la semilla de Las Palabras Vividas”, pues se inspira en un poema de Luis García Montero. Fue cuando más móviles se elevaron en la oscuridad para inmortalizar nuevos rasgos de una canción eterna, que se recrea en su profundidad. 

En esa vena emocional es un caudal de sentimientos ‘La casa de mis padres’, en la que arañan los gritos desgarrados de Quique González lidiando con la culpa. Tratando con el pasado de ‘Personal’ puso sobre la mesa ‘Y los conserjes de noche’, canción que dedicó a los que por más de veinte años están en el público. Fue presentando además a sus músicos y sacó la armónica para alargar la canción, mientras que elevando la puntera de las botas con una patada al aire lateral demostraba cómo su banda y él son uno sobre las tablas, apretando el acelerador y el freno. 

Llegó el momento una pausa y las palmas reclamaron más. “Muchas gracias, me estaba peinando”, dijo irónico Quique al reaparecer. Siguió presentando a su equipo antes de que con furia las palmas y punteos más desenfrenados vistieran a ‘Clase media’. Seguidamente, inconfundible desde el primer sonido, la mítica ‘Salitre’, con el poder de que sea verano en cualquier época del año. Se fue desvaneciendo y quedaron las palmas sueltas en un precioso final.

Con el público aún en pie la bola extra fue ‘Vidas Cruzadas’, en el que la cocción lenta del público ya hervía, a excepción de un fan efervescente que en primera fila ya había precalentado el horno. Haciendo de Iván Ferreiro el público se dejó la voz en el épico “Lucha con un movimiento / Una luciernaga azul y tú / Para ya no ves que hay / Un luz en el fondo de mi corazón…”. Un broche repleto de intensidad para un striptease que dejó a todos con el alma vestida de la música que siempre nos toca por dentro.

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