El acelerador de partículas

CRÍTICA DE TEATRO

Reflexión sobre los límites entre verdad y ficción periodística que, pese a quedar desfasada en la era de la desinformación masiva, deslumbra con un elenco sobresaliente y una puesta en escena minimalista

Reír en tiempos revueltos

'Malditos tacones', un culebrón minimalista

Los tres actores en un momento de la obra carlos pascual
Bernardo Romero

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crítica de teatro

'Hechos y faltas'

Imagen - 'Hechos y faltas'
  • Autores Jeremy Kareken, David Murrell y Gordon Farrell
  • Versión y dirección Bernabé Rico
  • Escenografía Curt Allen y Leticia Gañán
  • Iluminación José Manuel Guerra
  • Vestuario Pier Paolo Álvaro
  • Reparto Jorge Sanz, Ángeles Martín y Gonzalo Hermoso
  • Lugar Gran Teatro de Huelva, 644 localidades (lleno)

Es conveniente tener en cuenta la fecha de publicación de la obra sobre la que se hizo esta pieza teatral, 2012, hace ya trece años, y trece años en un mundo tan cambiante, hacen irreconocible un pasado reciente, consecuencia lógica de los avances telemáticos, de las nuevas tecnologías que ruedan tan aprisa que han podido incorporar la mentira y la desinformación a los canales de información hasta el punto de que hoy es más fácil sostener que en Internet todo o es falso o es publicidad, que andar buscando algún grano de trigo entre tanta paja. Tiempos modernos, y acelerados. Quizás demasiado acelerados. Hechos y faltas, trata todo esto de la falta de veracidad en una crónica, pero se ha quedado tan atrás, con lo que estamos viendo al abrir el ordenador o encender el aparato televisor, que queda como una diatriba demasiado infantil.

Hechos y faltas es una obra que se inspira en hechos reales, vividos por los autores, pues fue una crónica de D'Agata rechazada por una publicación la que dio pie a todo lo que vino después, con la obra aceptada finalmente por The Believer, revista que sometió el artículo a un verificador de textos, el propio Fingal, coautor del libro sobre el que se ha hecho esta pieza teatral. Esta corrección del texto de D'Agata devino en siete años de discusiones en los que ambos anduvieron enfrascados en conocer los límites de la no ficción literaria. Después vino el libro The Lifespan of a Facto by John D'Agata, con su éxito de ventas debajo del brazo y a continuación Broadway, de donde han zarpado traducciones y versiones de la pieza por medio mundo. Como es natural, todo esto va quedando muy atrás, ya saben, todo se acelera en este mundo de locos en el que tenemos la suerte de vivir. Pero centrémonos en la función del viernes.

De los actores que principiaron la obra solo resta Ángeles Martín, a la que por las razones que fueren, le han cambiado sus partenaires. Como quiera que desconozco como les fue la obra hace tres años, me limito a constatar que Ángeles Martín no creo que esté muy disgustada con los cambios. Gonzalo Hermoso, el joven, minucioso y puntilloso hasta la desesperación, lo borda, y qué decir de Jorge Sanz, al que le viene bien para esta obra hasta el estar más gordo que un sollo. Lo hace bien sin el más mínimo esfuerzo, sus andares madrileños, con esa imperceptible

Salvo apenas un momento en el que el trío está tranquilito, cada uno sentado en su lugar y en silencio, los silencios brillan por su ausencia

cadencia de mover más el cuerpo en las alturas que de cintura para abajo, le viene fenomenal en su papel, y por lo demás a este le echen lo que le echen tiene toda la pinta de hacerlo con la punta de la nariz, o de donde sea. Y bien, por supuesto. Sobre Ángeles Martín pivota todo el texto en realidad, y sabe actuar hasta cuando la historia no va con ella. Solo pondría servidor un pero a esta función, el de la aceleración. Salvo apenas un momento en el que el trío está tranquilito, cada uno sentado en su lugar y en silencio, los silencios brillan por su ausencia. Todo muy precipitado, y es de suponer que el ritmo está medido por el director de la obra, y bien medido, con lo cual tenemos que colegir que el problema en este caso no es de la dirección sino que sería de quien esto suscribe, que no sabe adaptarse a los tiempos modernos, como el personaje de Jorge Sanz, al que en uno de los momentos más lúcidos, y lucidos, de la representación, Gonzalo Hermoso le hace ver que no se está enterando de cómo están cambiando los tiempos. Y en efecto, cambian a todo trapo, como decíamos más arriba, estamos viviendo unos puñeteros tiempos que cambian que se las pelan.

Al margen de los actores, que van más que cumplidos, habría que destacar la escenografía y la iluminación, que se necesitan y se confabulan hasta obtener unos resultados sorprendentemente buenos. Mínima utilería, al compás de lo anterior, y un vestuario sin estridencias, ajustado igualmente a la escenografía, todo tan minimalista y al mismo tiempo tan enorme. Cuando aparece el color, en una sudadera del joven revisor de textos o en la bata del escritor, es para alcanzar el mismo vuelo en la seda que el papel que interpreta Sanz, de vuelta en este mundo hasta el punto de que le importan un pimiento todos los cambios que puedan orbitar a su alrededor. Quizás podríamos aprender de este D'Agata, más pasado que un pluscuamperfecto, que aquellos tiempos en los que habíamos estado viviendo a otro ritmo, con más silencios y con más compás, igual no fueron tan malos.

Lejos de Las Vegas y de Nueva York, donde se desarrolla la acción, en Meyrin, Suiza, se encuentra el gran colisionador de hadrones, con el que se estudian las partículas estables e inestables que ayudarán al desarrollo de la ciencia médica, la tecnología electrónica o la exploración espacial, entre otros avances que parece no van a estar dispuestos a evitar las mentiras y fabulas que, no es por nada, han acompañado al hombre desde el principio de los tiempos, a pesar de lo cual progresamos adecuadamente. Si hoy D'Agata escribiera una nueva entrega de su crónica, elegiría este de la humanidad al completo engañándose a sí misma, y no una minoría engañando a todo quisque, como se deduce del mínimo vistazo que ustedes puedan hacer a la pantalla del ordenador o a la del televisor, que sólo merece la pena verlo cuándo está apagado y en silencio. Silencios, como los que necesita la obra. Más silencios y menos aceleración, que para eso ya está el CERN.

De nuevo los putos móviles. A mi lado le sonó dos veces a la misma señora y no se cortó un pelo a la hora de hablar. Impresionante. Recuerdo que me echaron de pequeño de un cine por corretear por el pasillo y me quedé en la puerta sentado en un escalón hasta que el acomodador se me acercó, me dio un cosqui flojito y me dijo que pa dentro y que como volviera a correr me iba a dar una capuana buena. Recuerdo hasta la película, La guerra de los botones. Ahora son otros tiempos, de eso va Hechos y faltas y de eso he intentado daros mi visión de lo que ayer viernes pudimos ver en el Gran Teatro.

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