exposición 'la joya, vida y eternidad en tarteso'
Los sacrificios debidos al turismo cultural
A la espera de que la ciudad disponga de un espacio destinado a mostrar la importante y hasta abultada colección de objetos de este atractivo periodo, la exposición es un avance de lo que sin duda será en el futuro un atractivo de primer orden para la oferta turística onubense
Una gran muestra sobre la necrópolis de La Joya reivindica a Huelva como epicentro de Tarteso
Las imágenes de la inauguración de la exposición 'La Joya, vida y eternidad en Tarteso'
Cuenta atrás en el Museo de Huelva: «El visitante va a entrar en la necrópolis de la Joya»

Una selección de objetos extraídos de distintos yacimientos arqueológicos y con Tartesos como centro de la intención, han subido desde los sótanos y desde la primera planta del Museo Provincial de Arqueología y Bellas Artes para conformar una muestra que se ha presentado como un recorrido por aspectos poco conocidos de aquellos siglos en los que el mito y la leyenda ocupan aún hoy los huecos que la ciencia no ha podido cubrir. Algo se va sabiendo, y nuevos descubrimientos empiezan a completar un puzzle al que cada día le faltan menos piezas. El asunto iba de vida y eternidad, un discurso atractivo, pero la intencionalidad es evidente y por si hubiera dudas, las máximas autoridades presentes en la inauguración así lo certificaron al repetir una cuestión tan facilona como alejada de la realidad: Huelva capital de un reino. Aunque sea mítico, aunque las leyendas anden perdiendo fuelle a medida que avanzan las investigaciones, la ciencia. Huelva es Tartesos, sí, como otros territorios y otros siglos que conocieron esta cultura que brilló a la luz de la riqueza metalífera de la todavía no agostada faja pirítica onubense. Pero hacen falta recursos turísticos a toda costa y es menester ofrecerles el pan comido y hasta digerido. Ni vida ni eternidad, cuestiones baladís en el objetivo de la clase política, la capitalidad sí que importa. Ayer hubo unos que parecían incautos vendiéndonos que Huelva era capital española de la gastronomía, y lo hacían curiosamente lanzando el mensaje de que en Huelva ni teníamos tradiciones, ni sabíamos freír un huevo, ni siquiera teníamos vinos de calidad. Se obvió la increíble despensa onubense, se anularon las tradiciones culinarias que han desembocado en este rincón que ha sido crisol de culturas y se montó una campaña publicitaria carísima para levantar la figura de un alcalde en horas bajas. La capitalidad gastronómica, ese fantasmón absurdo, no lo salvó. Ahora toca buscar otras capitalidades, y se hace en el museo sacando a la luz abundante vajilla para sumar a las piezas más conocidas, hasta se han construido una idealización de un carro de paseo cuyas piezas metálicas han sobrevivido a los tiempos y en el que algún día lejano paseó un reyezuelo cubierto de joyería orientalizante por aquella fortaleza de Baal, Onos Baal, que nombraron los fenicios, los navegantes fenicios que fatigaron los mares conocidos y desconocidos al servicio de los faraones. Para esto va quedando el esplendor tartésico, para montar las primeras piezas de lo que un día no muy lejano será un parque temático, ¿Quizás en el cabezo de La Joya? Pues quizás.
De momento este embrión de recurso turístico se ha montado en el Museo Provincial de la Alameda Sundheim. Se adivina un futuro con distintos espacios abiertos a la ciencia, y, por otro lado al turismo. ¿Por qué no? Pero cada cosa en su sitio.



La cuidada exposición que hasta enero se podrá visitar en el Museo Provincial, pretende hacer ver, en una interpretación bastante primaria, por no tildarla de infantil, que Huelva fue capital de un pretendido país o vaya usted a saber qué, llamado Tarteso. Al menos suprimiéndole al topónimo la letra 'ese' final (1), demuestran los organizadores que Tartesos, esa cultura cada día más alejada del mito, no es la finalidad de la muestra, sino más bien el convertir la ciencia arqueológica en un espectáculo asequible y atractivo para un segmento de población suficientemente amplio como para que la inversión sea rentable. Cultura para todos, aunque sea pervirtiendo inocentemente la realidad. No problem. Todo esto se podía ver hasta ahora en el Museo, salvo alguna cerámica y poco más que cuando la ciudad tenga un museo arqueológico, ya podrán exponerse sin problemas de espacio. Cada cosa en su lugar, el carro en el parque temático, que bien mono que ha quedado, y las piezas originales en un museo, arqueológico, claro. Para todo hay o debería haber lugar, pero sin confundir los culos con las témporas, aunque igual se puede desear que los museos sean espacios para el esparcimiento del público en general y que la didáctica tiene perfectamente establecido y merecido su espacio en un museo, como ya vimos hace muchísimas décadas en el Arqueológico Nacional, con el paleolítico explicado con muñequitos, o más recientemente en la neocueva de Altamira, más cómoda de transitar que la auténtica, hoy cerrada al público pero que hace poco más de medio siglo podías visitar simplemente saludando a un señor que estaba en la puerta sentado en una butaquita con su mascota y su periódico, pero claro eso fue antes del fenómeno denominado turismo cultural (2). Hoy Altamira, la neocueva, la otra no, que está cerrada a la curiosidad general, es visitada a diario por una ingente cantidad de turistas.
Las excavaciones en La Joya
Las primeras excavaciones en el cabezo de la Joya las llevó a cabo Juan Pedro Garrido Roiz (3) sin apenas medios ni conocimientos en el verano de 1960, pero sería ya en 1966, al adquirir una mayor y especializada formación este hombre sabio, cuando da comienzo una serie de trascendentales excavaciones que son en buena medida el eje central de esta magna exposición que ofrece el museo onubense. La muestra llega y hasta impresiona al público, como hemos podido constatar en las visitas que hemos realizado, luego es menester reconocer que los organizadores han dado en el clavo. La exposición del museo es muy didáctica y eficaz en este sentido, y lo es hasta el punto de que incluso las opiniones a la buena de dios de las autoridades presentes en la inauguración (4), no dudaron un instante en destacar la capitalidad de Huelva en ese pretendido país ideal. No deja de ser curiosa esta conclusión ahora que tanta información hay al respecto, conociéndose tanto la expansión como la importancia de otros lugares, y no hay más que recordar el Carambolo, o los niveles más profundos de Cancho Roano o, más recientemente, abrir los ojos al impactante yacimiento de El Turuñuelo con su tan sorprendente como llamativa, y por ende turística, hecatombe que los arqueólogos han desenterrado allí, un acontecimiento muy posterior en el tiempo a esos otros a los que nos llevan las tumbas excavadas por Juan Pedro en la Joya. Al parecer la cultura de Tartesos es algo más en el espacio y en el tiempo, de lo que algunos pudieran entender.
Las piezas
Hasta doscientas piezas se exponen en el museo, desde las más conocidas y hasta reproducidas, hasta las que componen atractivos montajes en el recorrido expositivo. Una de las estampas más llamativas de este espectacular montaje, es la recreación de la excavación, ya en tonos sepias su recuerdo, de la tumba 17. Allí está don Juan Pedro Garrido, retratado y sobre la arena de pega su salacot, su pipa, sus apuntes y algunas de las joyas que descubrió allí, en la Joya, tal como aparecen en la fotografía que los organizadores han usado como pista de lo que pudieron ser aquellos momentos.

Otra de las imágenes que se nos quedarán grabadas de esta muestra es la atrevida recreación o idealización del carro cuyas piezas encontrara el celebrado arqueólogo en sus campañas de la Joya. Vayan ustedes a saber cómo sería si el tiempo solo ha salvado el metal. En todo caso esta recreación es mucho más fiable y real que otros pretendidos atractivos turísticos tradicionalmente impulsados en Huelva capital desde hace décadas, como el trasunto del legado británico que deja de lado a franceses y alemanes que tan importantes fueron en esos años de esplendor burgués y cosmopolita que fue Huelva a finales del siglo XIX, o el más curioso aún de la ciudad colombina donde todo empezó (5), que solo hay que desplazarse a la plaza de las Monjas para entenderlo todo al levantar la vista y admirar a don Cristóbal Colón, almirante de la mar océana, en versión y adaptación de Cecil B. DeMille, que allí está el hombre, colocado en su blanco y radiante pedestal, señalando a los visitantes donde se come bien, entre otros lugares, en esta emergente turística ciudad.
La Hoya
Entre los cabezos que generalmente se han conocido como de La Joya, hubo una depresión, u hoya en términos geográficos, que los más viejos del lugar aún recuerdan. Esta formación daba nombre a todos los cabezos circundantes, que escoltaban la hoya, reconvertida en Joya, por el desaparecido cabezo donde hoy está Villa Conchita, lo que queda del de Roma o el del Pino que se acabó de peinar cuando desde la calle Nueva surgió la más amplia calle Pablo Rada, una elevación esta última que se extendía hasta el frente del colegio Francés, tras las casas últimas de la calle San Andrés. Todos esos cabezos ostentan el nombre genérico de La Joya, tal como por extensión se denominó no sólo a esta primera zona excavada por Juan Pedro Garrido, sino también a esa otra localizada en el hoy llamado Parque Moret (6), donde son visibles unos túmulos que el propio arqueólogo nos explicaba hace unas décadas la dificultad que presentarían a la hora de excavarlos, al estar cubiertos por auténticas cúpulas blindadas, hechas con escorias y argamasas de yesos o cal. En cualquier manual de arqueología encontrarán que los yacimientos onubenses, excavados o por excavar, todos, se denominan genéricamente como La Joya.



Fue a finales de los años sesenta cuando visité por vez primera las excavaciones del cabezo de La Joya. Allí conocí a Juan Pedro Garrido, cuando todavía no había sacado del túmulo 17 el carro, pero ya hablaba, con conocimientos y convencimiento, del proceso de aculturación del elemento indígena con lo llegado del otro lado del mar, el mundo fenicio que algunos indicios encontrados en los lodos del manto del Guadalquivir apuntan a que ya navegaban por el golfo de Cádiz hace tres mil quinientos años. Expertos navegantes, los fenicios recorrieron todo el mar Mediterráneo hasta conocer los vientos y las corrientes que les permitieron cruzar el estrecho. Cabotaron por el Atlántico, recorriendo las costas africanas hacia el sur, y muy al norte conocieron las playas europeas y británicas. Eran gentes de Tiro, de Biblos o de Ugarit los que navegaron al servicio de los faraones egipcios, de ahí que en La Joya, se hayan encontrado modelos similares a otros aparecidos en Egipto, como la arqueta (7) que se muestra en la exposición del museo onubense.
Los fenicios no alcanzaron estas costas para hacer turismo. Ellos arriesgaron vida y fortuna en cruzar todo el Mediterráneo atraídos por la riqueza de los yacimientos de plata, de oro y de cobre, también de estaño, que se localizaban en las últimas estribaciones de la Sierra Morena hacia occidente. Vinieron desde el otro lado del mar interior, desafiando en pequeñas embarcaciones a los temporales, al proceloso mar. Y lograrían su propósito en no pocas oportunidades, como demuestra la presencia, y hasta la trascendencia, de estos metales huelvanos en la historia del antiguo Egipto. Y no son solo las conocidas referencias a Tarsis en la Biblia, o la información que los sacerdotes egipcios le dieran a Solón y a su sobrino Platón de una ciudad (un puerto) al otro lado del estrecho rica en metales y bien gobernada, Atlantis. Después de mil años los sacerdotes habían simplemente transmitido de generación en generación una lejana noticia que permitió a Tebas recuperar el trono de las dos coronas y expulsar definitivamente a los hicsos.
Continuarán en los próximos años excavándose yacimientos tartesios, incluso los túmulos del Parque Moret algún día serán profanados para maravillar a turistas del mundo entero. En las últimas dos décadas se ha avanzado una barbaridad en la ciencia arqueológica en general. De momento son hoy plenamente vigentes aquellas excavaciones de don Juan Pedro Garrido que recuerdo como si las estuviera viendo, al arqueólogo, con su pipa y su salacot pronunciando la palabra tart, que definía el color de las velas de los barcos, rojizo, tart, el nombre que se le daría a las gentes que ocupaban estas costas, desde las que se exportaba hacia el otro lado del mar el oro, la plata y el cobre que hicieron de este golfo de Cádiz, de sus puertos, un lugar rico y próspero. Supimos hace muchos años que Tartesos era el resultado de adjuntar una cultura, estilos y modos orientalizantes a la realidad local, y más adelante aún, que Tartesos se desplaza hacia el norte, a partir de las excavaciones del Turuñuelo, probablemente por el colapso, uno más, de estas costas, derivado de los no muy bien conocidos movimientos telúricos y posterior entrada violenta del mar en la tierra firme. También de las comarcas extremeñas hubieron de salir pitando estas gentes tartesias, ahora por factores climáticos desfavorables. Se habla de grandes inundaciones y tremendas crecidas del Guadiana que hicieron imposible el cultivo de la tierra. Todavía queda mucho por descubrir, por excavar y por estudiar. De momento, como en las tiras ilustradas de los viejos periódicos, abajo y a la derecha de la última viñeta, aparece la frase que nos dejaba con las ganas de conocer todo hasta el final, a suivre…o si lo prefieren en inglés por lo del legado británico, to be continued.
Notas al pie
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(1) El alfabeto fenicio no disponía de vocales, de modo que trt, en la pronunciación apasionada de nuestro recordado y admirado Juan Pedro Garrido, vendría a ser algo así como Tart, El término vendría a definir el color rojizo de las velas de las embarcaciones fenicias, las primeras que, probablemente muchos siglos antes de que se conformara la cultura tartesia, lograron atravesar el estrecho a fuer de conocer corrientes y vientos dominantes en el peligroso trance de alcanzar estas orillas atlánticas del Mediterráneo.
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(2) La primera vez que tuve noticia de las perversiones del llamado turismo cultural fue a finales de los ochenta al escritor y periodista onubense Ricardo Bada. En tono de humorístico lamento alertaba de un fenómeno entonces apenas visible pero que amenazaba ya con tener que ir haciéndose a la idea de que los museos como elementos destinados a la tranquila, reposada contemplación de antigüedades y obras de arte, tenía los días contados. Auguraba ya el director de las emisiones en castellano de la Deutsche Welle, que en un futuro cercano se verían corretear por las salas de los museos a criaturas impulsadas por sus profesores a descubrir una pintura impresionista o una terracota etrusca y quedar campeón de su curso, o a grupos conducidos por una persona con gorra de los New York Yankees portando una banderita para que no se le disperse el rebaño. No andaba muy despistado don Ricardo Bada.
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(3) Juan Pedro Garrido Roiz (1935-2012) simultaneó sus estudios de Derecho con los de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid en los años cincuenta del pasado siglo. Las excavaciones de una urna de incineración en la Joya en 1960 le llevaron a participar y aprender arqueología con nada menos que Martín Almagro, Tarradell y Nino Lamboglia a lo largo de la década de los sesenta. Fue al poco de estas experiencias cuando accede al departamento de Prehistoria y Etnología de la Complutense, donde fue profesor titular, y alcanzar por oposición la plaza de conservador del Museo Nacional de Etnología en 1972. En 1966 ya había excavado en el cabezo de la Horca, para pasar al año siguiente al cabezo de la Joya, donde estuvo realizando sucesivas campañas hasta el año 1996. Es en la Joya donde sacó a la luz la más importante necrópolis tartésica más importante de la península Ibérica.
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(4) Por prescripción facultativa no suelo acudir a las inauguraciones, luego las declaraciones de la clase política presente en el acto inaugural, delegada del ramo y alcaldesa de esta capital del reino tarteso, sin ese al final, las he tomado de los distintos medios que han cubierto esa información.
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(5) La ciudad donde todo empezó es o me imagino que es, un eslogan publicitario destinado a lo mismo, a convertir Huelva en un atractivo turístico a toda costa. A costa de don Cristóbal Colón, del que no existe ni la más mínima evidencia de que hubiera pisado estas orillas del Odiel, que le quedaban a trasmano siendo el estuario del Tinto el lugar que frecuentó y del que nos hablan las crónicas y datos que los investigadores han sacado a la luz. Todo lo demás es pura fabulación, desde el azulejo de la Cinta hasta lo de su cuñada que vivía en Huelva. Todo es pura invención divulgada primero por la colonia extranjera afincada en este puerto a finales del siglo XIX, y luego por una burguesía local que imitó a sus adorados ingleses, aunque fueran franceses o alemanes, en todos sus hábitos, costumbres y hasta interpretaciones libres de la Historia, todo lo cual contribuyó a traer la aventura colombina a una ciudad cosmopolita y burguesa que en ese tiempo necesitaba glorias como la del Descubrimiento.
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(6) El Parque Moret se ubicó primero en lo que hoy es Ciudad Deportiva, lugar que antaño era el elegido por los onubenses para pasar un día de picnic o simplemente para merendar bajo un pino. Fue a partir de la construcción de la Ciudad Deportiva cuando se llamó Parque Moret a toda la zona adyacente que hoy conforma esta superficie ajardinada, con huertos sociales y hasta con lagos para disfrute de barqueros y de patos.
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(7) Si la observan tiene todos los elementos que definen a la estatuaria egipcia: frontalidad y un hieratismo apenas suavizado al adelantar una pierna, figuras que cuando no representan a reyes o divinidades tienden al naturalismo, intentando describir a la figura humana exenta ya de simbolismo, como es el caso del cortesano que sostiene una de las abrazaderas de la arqueta, el único que milagrosamente ha sobrevivido a las humedades del cabezo.