UNA PRODUCCIÓN DE TEATRO FERNÁN GÓMEZ, CENTRO CULTURAL DE LA VILLA Y SECUENCIA 3
Zipeando a Clarín
crítica 'la regenta'
En esta adaptación han pretendido comprimirla, zipear a Clarín. Mal negocio
El acelerador de partículas
Reír en tiempos revueltos

LA REGENTA, de Leopoldo Alas Clarín, adaptada por Eduardo Galán. Dirección: Helena Pimenta; Iluminación: Nicolás Fischtel. Escenografía: José Tomé y Marcos Carazo. Vestuario: Yaiza Pinillos. Música y espacio sonoro: Iñigo Lacasa. Coreografía: Nuria Castejón. Intérpretes: Ana Ruiz, Alex Gadea, Joaquín Notario, Jacobo Dicenta, Pepa Pedroche, Francesc Galcerán, Lucía Serrano y Alejandro Arestegui.
Demasiados monólogos se sucedieron en la función de este viernes en el Gran Teatro, explicando innecesariamente de qué va La Regenta, una de las cumbres de la literatura en lengua española, mil páginas de dramón decimonónico sobre el que se podrían haber sacado innúmeras versiones, y hasta perversiones si me apuran, pero que en esta adaptación han pretendido comprimirla, zipear a Clarín. Mal negocio.
La obra se conoce sobradamente, si no por el hoy esforzado ejercicio de leer la novela de don Leopoldo Alas, algo no consustancial a estos vertiginosos tiempos que vivimos, sí por la película que Gonzalo Suárez dirigiera hace ya medio siglo –Dios, cómo pasa el tiempo-, producida por Emiliano Piedra, que contó con su mujer, una estelar Emma Penella, que tras este éxito estaría toda una larga década apartada de escenarios y platós.
También es recordada, e igualmente alabada, la serie de televisión que veinte años después, en el 95, dirigiera Fernando Méndez-Leite, con una Aitana Sánchez Gijón que por entonces andaba ya demostrando lo gran actriz que era y que sigue siendo. Con estos antecedentes, que es a lo que vamos, esperábamos otra cosa, no que nos contaran de qué va La Regenta, tenemos que repetir.
La pintura del Realismo español que Clarín bocetara por entregas, sin saber cómo ni a dónde iría a parar aquello, sigue dando mucha tela que cortar. Podría haber circulado la adaptación de Eduardo Galán por los amores impuros del magistral, metiendo los dedos a ese voto de castidad que a muchos nos parece imposible o simplemente perverso y hasta escandaloso; o por una caricaturización del donjuanismo más trasnochado. Se puede aprovechar el tocho clariniano para hacer muchas versiones, y hasta perversiones que serían no ya permitidas sino incluso agradecidas. Pero en la pieza que ha dirigido Helena Pimenta se recuerda la trama desde la primera escena, lo cual nos hacía temer lo peor, aunque luego se va recomponiendo y llega a ofrecer teatro, buen teatro en más de una ocasión. Y esto nos lleva a insistir en que se podía haber hecho otra cosa distinta a una cantidad de monólogos que, a nuestro modo de ver y en su mayoría, sobran.
Sobre la sucinta escenografía destacaba una iluminación que nos recordaba a la obra maestra del expresionismo alemán, la oblicuidad del gabinete del doctor Caligari, y nos lo recordaba tanto que podría decirse que sobraba la música, explícita y adosada a la acción, como el vestuario, haciendo juego al tono de la iluminación.
En lo concerniente a los actores, muy acertados y con momentos destacables, dando luz y no oblicua, sino directa y a los ojos, a unos espectadores que nos hemos enterado al fin de que esto de no regar el jardín puede traer malas consecuencias.
Gran Teatro. Aforo: 644 localidades (agotadas las entradas desde días antes); 23 de mayo, 2025. Muy aplaudida la función, como suele ser habitual, y nuevamente los móviles sonando, un señor hablando, con dos narices, y las pantallitas iluminándose, distrayendo a quienes van al teatro a ver teatro, pero qué os voy a contar…