Juan Manuel Seisdedos, artista plástico: «Es difícil vivir del arte, y más aún vivir lejos de él»
El artista me habla de su periplo vital, de una carrera artistica que pretendo en estas breves pinceladas al menos esbozar la trayectoria y los pensamientos de un tipo verdaderamente apasionante, de un personaje ciertamente de novela
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La calle Rui Vélez que en su niñez conoció Juan Manuel Seisdedos difería bastante de lo que hoy es esa céntrica calle onubense. Entonces eran dos líneas de casitas bajas en las que apenas alguna sobresalía en altura, como la casa de vecinos en la que fue a nacer uno de los artistas plásticos de mayor prestigio y con una carrera más sobresaliente del siglo XX y, afortunadamente, de este que ahora sobrevolamos. Aquellas casas eran una especie de corralas, nos recuerda el pintor. casas muy bien situadas en el trazado urbano que se hicieron apetecibles para profesionales liberales, emprendedores y comerciantes que empezaron a construir nuevas viviendas en lo que pocos pueden hoy sospechar que antes de centro urbano fue un barrio con sabor. Y así le llama Juan Manuel Seisdedos, mi barrio.
- Entre La Merced y el paseo del Chocolate tuviste tus primeras correrías.
- Realmente el barrio de La Merced abarca un grupo de calles, entre ellas San José, La Palma, Rui Vélez y otras con sus correspondientes cabezos. Pero sí, en la calle Rui Vélez fui a nacer, en una casa de vecinos que levantó un maestro de obras con el fin de alquilar después las distintas estancias que hoy se considerarían invivibles. Si los cabezos fueron una manera algo asalvajada pero divertida de jugar, esta casa, mi casa, podría ser el escenario de una película del neorealismo italiano. En el número 4 de esa calle vivíamos, al menos diez familias. Unas treinta personas. En casas parecidas de la misma calle vivía la familia de D. José Alejandre - El Niño de Azuaga, su esposa Doña Rocío y toda la prole de sus estupendos hijos guitarristas y cantaores- . De ellos salieron Paquiqui y Juanini para crear el grupo de Los Marismeños. En otra de aquellas casas vivió la familia de Onofre López, también muy ligado al flamenco local. En mi caso vivíamos en dos habitaciones mis padres y mis dos hermanos. Otros vecinos lo tenían peor. No echábamos de menos otra forma de vivir porque creo que mis padres no imaginaban que tendrían posibilidad de cambiar alguna vez. Todo normal entre los trabajadores de posguerra.
- Paisajes en blanco y negro.
- Nunca es todo en blanco y negro. Teníamos un enorme patio con muchas macetas y arriates con flores. Éramos un puñado de niños y niñas con ganas de jugar y el lugar lo permitía. También había un alpende, un cobertizo bajo el que las mujeres lavaban la ropa en unos grandes lebrillos de barro cocido. Algunos de los vecinos artesanos, cuando hacía buen tiempo sacaban el trabajo al patio. Pepe el carpintero montaba su banco, y con la garlopa y el cepillo regaba el patio de tirabuzones de madera. Eso nos encantaba. Jugar con las virutas recién cortadas que olían a pino. Diego el marmolista también tallaba en el patio sus lápidas para los muertos. Aquello era más serio; impresionaba, pero admirábamos sorprendidos lo perfecto de su trabajo. En un rincón del patio, en un fogón donde se quemaba leña, las mujeres calentaban el agua para la colada, y Curro, que aprovechaba cuanto la naturaleza le ofrecía, aparecía alguna que otra vez con un gran saco lleno de cangrejos que cazaba en la bajamar. Encendía el fogón y los cocía en un barreño grande. Con el hervor del agua los bichos se retorcían y enrojecían. Daba pena. Luego Curro los amortajaba sobre un paño blanco, bien colocaditos en una batea de mimbre y los vendía el domingo en la calle concepción. Estaban riquísimos.

Creo que los niños éramos felices, a pesar de que casi siempre había que hacer cola para ir al retrete y limpiarse el culo con un trozo del diario Odiel reciclado y arrugado para tal finalidad.
- Tu madre era costurera, ayamontina, y tu padre viene de una curiosa familia moguereña.
- Sí, mi mamá era ayamontina, también de familia currante. Mi abuela, buena sastra, le transmitió a su hija los conocimientos de la costura. El abuelo materno, al que no conocí, era soldador de latas de conserva. Según la época se desplazaba por almadrabas y conserveras. También recalaba en la factoría de Tejero en la Rábida. Mi abuelo paterno, al que tampoco conocí, pertenecía a un grupo familiar de relojeros y joyeros zamoranos que bajó hasta Huelva. Algunos se repartieron entre Zalamea, Huelva y Moguer, donde nació mi padre del vientre moguereño de mi abuela Margarita. Ser platero en Moguer puede resultar chocante. Me contó un familiar que el camino por el que Juan Ramón bajaba desde Fuentepiña pasaba por delante de la casa de mis abuelos. Mi tita Aurora, niña pequeña entonces, jugaba en la calle en el momento en que el poeta –que en contra de muchas opiniones tenía su sentido del humor- le gritó a su montura ¡ Plateero, buurro! La niña entró corriendo en la casa para decirle a su madre que el loco se estaba metiendo con papá.
- El loco, Juan Ramón le dedica o se dedica un capítulo de su universal elegía andaluza.
- No era el único en el pueblo. También mi abuelo tenía ese gramo de locura de algunos Seisdedos. Intentaba conseguir con sus mecanismos de relojería el empeño imposible del movimiento continuo. Cuando murió dejó a la abuela con siete hijos que se fueron dispersando y encajando donde pudieron. Mi padre marchó a la capital, era el más pequeño y aun siendo un niño entró a trabajar en el bar América, que estaba en la esquina que forman las calles Concepción y Rascón. Era un bar moderno y poderoso en aquella época.
- Pues acabó abriendo el bar Santa Fe, santo y seña de la intelectualidad onubense
- Sí, al cerrar el bar América, tres compañeros de los que trabajaban allí montaron un bar por su cuenta, les fue bien y abrieron otro, y cuando pudieron hicieron lo mismo con un tercero, momento en el que decidieron sortearse los tres establecimientos. A Basilio, que era un cocinero estupendo, le tocó en suerte Los Tres Reyes, a Salvador Los Cisnes y a mi padre el Santa Fe, que por circunstancias fortuitas fue lugar de reunión de muchos de quienes tenían inquietudes culturales en aquellos años sesenta y setenta.
- Vázquez Montalbán le llamó el Bloomsbury onubense.
- Sí, muchos de los intelectuales y pensadores más reconocidos de Huelva coincidían allí. Desde Vaz de Soto a Márquez Reviriego, Jesús Quintero, Manolo Garrido Palacios, Paco Perez Gomez, Manolo Pizán, José Luis Gómez, Ricardo Bada, José Manuel de Lara, Sanchez Tello, Rodolfo de Meneses, el músico Mora Romero, José María Franco, Pilar Barroso, Pilar Toscano, Diego Figueroa, Jesús Salas Dabrio, Carlos Naverrete, Guillermo Alonso del Real…y otros que lamento que mi dislocada memoria no recuerde. Aunque no se podría hablar de un grupo, sino de gente que se reunía allí para charlar e intercambiar ideas, poemas o conocimientos sobre cualquier cosa relativa a las actividades artísticas. Hasta que un pequeño grupo de los ya mencionados apostó porque aquello trascendiera en la prensa y tuviese también la intención de recuperar a escritores silenciados por la censura que aún existía. Se montaron charlas con contenido crítico. Se habló y se recitó a Miguel Hernandez, quizás por vez primera en Huelva tras el golpe de estado militar, se repartían folletos con Los Derechos Humanos… y cosas por el estilo. Mi padre, el tabernero, fue llamado al orden por la policía y se acabó el grupo Santafé. Felizmente no se acabó la amistad ni la memoria entre muchas de aquellas personas.
- Siempre has estado rodeado de cultura, pero de joven por el instituto parabas poco.
- Sí, la verdad es que buenas notas no podía tener, pero Dibujo siempre lo aprobaba y con buenas notas. Me daba clases de dibujo don Policarpo, a quien le encantaba lo que yo hacía y fue el primero que me introdujo en los conceptos fundamentales del dibujo. En lo demás es cierto que era un desastre y además la vida por los cabezos y los huertos era muy atractiva. Ten en cuenta que yo entré en primero de bachiller con nueve años. Sentía tremenda atracción por el aire libre. Mis padres que trabajando todo el día consiguieron sacar la familia adelante, conocían el valor del trabajo, pero ignoraban el peso de la cultura y el estudio en esta sociedad velozmente cambiante…no pudieron transmitírnoslo a pesar de que su esfuerzo lo dedicaron a mejorar las condiciones de sus hijos.

- No pudiste acabar el bachillerato con tanta faena que tenías con la escalada y el senderismo cabezil, ¿cómo fue entonces que tomaras la senda de las Bellas Artes?
- Con el fatalismo, a veces feliz, de que una cosa lleva a la siguiente. Además de dibujar o de modelar con barro de los cabezos, me gustaba jugar al futbolín y al ping pong. Y me asocié a un centro para jóvenes que el Frente de Juventudes tenía en la calle Marina donde se podía jugar gratis a estas y a otras cosas. Además se socializaba con el fascio. Organizaron allí un curso de dibujo y me apunté sin dudarlo. El profe del curso resultó ser Manuel Moreno Díaz, discípulo de Vázquez Díaz en Madrid y amigo y condiscípulo de Pepe Caballero. Los que tuvimos la suerte de estar en el curso nos pusimos al día de lo que se hacía fuera de Huelva. Manolo Moreno tenía un buen método para enseñar a dibujar y a mostrar un arte sin limitaciones.
- Y a través de Moreno Díaz entras en contacto con Pedro Gómez y León Ortega.
- Así es. Tendría yo quince años cuando crucé aquella puerta de la calle San Cristóbal y sentír un tipo de emoción diferente. El taller de Pedro Gómez y Antonio León Ortega me pareció un lugar maravilloso. Un espacio grande y techos altos, con una luz tamizada por un lienzo polvoriento que resultaba ideal para los trabajos que allí se realizaban. Caballetes con cuadros, bancos de carpintero, gente con la atención puesta en su trabajo dando certeros golpes de maza sobre las gubias, o aplicando certeramente una pincelada. Flotaban olores de óleo y aguarrás. Olores animales intensos de cola de conejo y cola de carpintero.
Manolo Moreno fue, efectivamente, mi introductor y los maestros me aceptaron desinteresadamente. Conocí a otros compañeros que llegaron antes y pasaron a formar parte de mi vida afectiva.
- Tuviste de profesores a Moreno Díaz y a su opuesto, Pedro Gómez.
- Nunca fueron opuestos; si diferentes, pero respetuosos. A Pedro Gómez no le hacían gracia las modernuras aunque admiraba a Sorolla que tenía una pincelada nada académica y muy rompedora. Se conocieron cuando el genio valenciano vino a pintar por nuestra costa. Moreno Díaz era un tertuliano asiduo al taller y siempre era interesante escuchar los temas que surgían. Manolo Moreno me presentó a Pepe Caballero, de quién recibí consejos, amistad y también una inevitable influencia. Junto a Pedro Gómez un pequeño grupo de educandos salíamos con cierta frecuencia a pintar al Conquero. Portábamos los utensilios del maestro, que ya andaba entrado en años, y los nuestros. Sesiones muy instructivas. Al final recogíamos los trastos. Limpiábamos la paleta del maestro y de vuelta a la calle San Cristóbal. Era lo único que el maestro nos pedía.
- También tú emprendiste dos viajes de iniciación, en tiempos en los que no era muy normal coger una mochila e irse a recorrer mundo.
- La primera vez tenía dieciséis años, y fue a finales de los cincuenta. Cargué todo lo que pude en una mochila que me prestaron. Mi padre me dio 500 pesetas. Puse proa a Madrid con parada en Illescas para ver unos cuadros de El Greco que estaban en un convento de ese pueblo. El peso de la mochila y el roce de una hebilla me produjeron una herida que se infectó. Con fiebre y mal cuerpo cogí un autobús a Sevilla y otro a Huelva. Al menos vi los cuadros del Greco.
- Primer intento, que como experiencia no estuvo mal, pero duras poco en Huelva.
- Claro, son edades en las que quieres conocer, es como en la creación artística, que necesitas saber más, tener más conocimientos o más información. De técnicas pero también de conceptos, para expresar aquello que quieres con mayor nitidez. En el fondo todo es comunicación. Para la siguiente salida tardé un par de años.
- Y eliges Barcelona.
- En este viaje elegí el tren. Ya podía disponer de algún recurso económico. Aquellos años la capital catalana era una ciudad muy cosmopolita y atractiva para los artistas. Recién llegado me apunté al Cercle Artistic Sant Lluc, donde podía pintar directamente a modelos, desnudos y vestidos. También conocer a artistas catalanes. Un amigo de Barcelona, que conocí en Huelva me ofreció la estancia en su casa familiar provisionalmente. Pronto alguien me recomendó la visita a un paraje natural extraordinario. El parque natural del Montseny, y allí me fui a hacer apuntes de aquellos paisajes. Estando cerca del Turo de L'Homa; una montaña de 1700 metros de alta, se acercó un joven algo mayor que yo que observaba mi trabajo. Era el meteorólogo de un observatorio que estaba en la cumbre de la montaña. Se llamaba Jordi Tell y vivía arriba con su esposa Françoise. Me hizo una propuesta. Si yo le dibujaba doce temas de paisajes del entorno para imprimir un calendario, que ellos venderían a los montañeros que llegaban hasta el observatorio, podría alojarme allí hasta terminarlos. Vi el cielo abierto, nunca mejor aplicado el tópico, y pasé allí una de las mejores etapas de mi vida. Cuando terminé las ilustraciones continué allí viviendo y pintando un par de meses.
- Al margen de las ilustraciones, puedes exponer en Barcelona.
- En la Sala Jaimes, una galería que estaba en el Paseo de Gracia. La exposición funcionó bastante bien. Ya conocía a algunas personas que me echaron una mano. Victor Girauta, relaciones públicas, consiguió llevar a mucha gente. Y Rafael Manzano, periodista de Huelva que trabajaba en la prensa catalana también ayudó y consiguió que aquello tuviese algún eco en los periódicos. También tuve el apoyo del escritor Paco Candel, que acababa de ganar un premio importante con su novela Donde la ciudad cambia de nombre.
- Y de Barcelona a Bélgica, donde contactas con artistas y con el exilio.
- Francoise, la mujer de Jordi Tell, era belga y su padre alcalde de un pueblo fronterizo con Alemania, Malmedí. Allí fue mi primera parada belga. Estuve unos días en casa de monsieur Cerexse. Hice unos retratos a la familia y con ellos una exposición en la alcaldía. Acudió gente e hice más retratos. Ahora tenía algo de pasta y pude viajar a Bruselas. Allí conocí a Curro López Real, un paisano, de Ríotinto, que estaba exiliado en Bruselas y había sido secretario general de la Internacional de Jóvenes Socialistas en tiempos de la República. Curro López Real fue quien puso en contacto a Felipe González y a Alfonso Guerra con gente como Willy Brandt, canciller alemán entonces y miembro destacado de la Internacional Socialista. Curro López Real pertenecía a la ejecutiva del PSOE y él fue quien organizaría el trascendental congreso de Suresnes en 1974. Con él tuve mis primeros contactos con el socialismo democrático. Cuando regreso a Huelva conozco a Carlos Navarrete a través de don Alejandro Herrero, toda una referencia de la arquitectura española. Yo le daba clases de dibujo a sus hijos que estaban preparando el ingreso en la Escuela de Arquitectura, y don Alejandro trabajaba para el Ministerio de la Vivienda, donde también estaba Carlos Navarrete, como abogado.
- Sois los fundadores del Partido Socialista Obrero Español en Huelva.
- Sí, y ocurrió que ninguno de los dos nos atrevíamos a declararnos abiertamente socialistas, pero pasó poco tiempo para que tuviéramos confianza el uno con el otro y pudimos poner en marcha el Partido Socialista en Huelva, de lo demás tú sabes ya cómo se fue desarrollando todo.

- Con tu primo Tomás Seisdedos me recorrí la provincia en más de una ocasión. Había mucho trabajo por hacer, entre otras cosas porque no había nada.
- Sí, mi primo fue también de los primeros. Él, en aquella época trabajaba en Celulosas, e intentaba por su cuenta y riesgo fundar en Huelva un sindicato de trabajadores al margen del Vertical, pero le convencí para que se uniera a nosotros. Después pudimos contactar con otras personas de la misma sensibilidad y con el mismo compromiso por cambiar la sociedad. Tomás Seisdedos tenía una cabeza privilegiada y era un enorme organizador.
- ¡Qué me vas a contar!, pero además de en la política colaborasteis en una curiosa empresa.
- Eso fue antes de marchar de nuevo fuera de Huelva, a Madrid. Y antes de la decisión política. Como yo además de pintar modelaba en barro y la arcilla la cogía de los cabezos, me llamó la atención un producto, entonces muy popular, que se llamaba Pedramol, que se usaba para limpiar las cuberterías, pero era demasiado mordiente y erosionaba el esmalte de plata o de lo que fuera y a medio plazo no daba buenos resultados. De hecho nuestras madres usaban el barro de los cabezos para abrillantar los cubiertos. Comprobé que con la arcilla del cabezo, con la que yo moldeaba, el resultado era mejor, así que nos dedicamos a envasar el barro Una vez seco, molido y envasado en pequeñas bolsas, eran embalados en cajas de madera que nos hacían en la pescadería los mismos que las hacían para las gambas. Aquello se disparó, llegamos a exportar hasta a Canarias, pero después el negocio no resultó todo lo bien que esperábamos por factores ajenos.
- Y continuaste con empresas ciertamente descabelladas que al parecer están restringidas a los artistas. Cuéntame algo de los cartelones del Gran Teatro
- Ah, eso fue todo un invento, pero es muy anterior, eso lo hice con Fernando Ruíz Vergara, un buen artista plástico que después se dedicó al cine. Pusimos en marcha nada menos que una empresa publicitaria y uno de los encargos que recibimos fue hacer los carteles de las películas que se exhibían en el Gran Teatro. Éramos unos críos y pensábamos que Huelva tenía que tener carteleras como las que se podían ver en Madrid en la Gran Vía, de modo que acabamos haciendo cartelones de hasta doce metros de alto, con películas míticas como Los diez mandamientos o Guerra y Paz que fue un éxito mundial en los años cincuenta. Para poder hacer ese trabajo y como no disponíamos de un local apropiado, sacábamos el cartelón a la calle, en Las Colonias, y lo poníamos en mitad de la carretera, porque en esos años apenas pasaban coches. Entonces subíamos al cabezo y desde allí veíamos los fallos de perspectiva que pudiera tener. Fue un trabajo de locos, pero éramos unos chavales y estábamos encantados con que Huelva tuviera los mismos carteles de cine que la capital de España.
- Tus idas y venidas han sido constante a las dos capitales del arte, Barcelona y Madrid, a las que vuelves.
- A Madrid vuelvo, pero ya con la intención de progresar profesionalmente. Alquilo una buhardilla en la calle Jacometrezo. Pude contar con el apoyo de algunos amigos que estaban en Madrid, como Víctor Márquez Reviriego que escribía en Triunfo. También estaba Manolo Pizán, otro paisano y amigo del alma, que escribía en el diario Informaciones. El caso es que pude exponer en la galería Abril, en la calle Arenal. Estuvieron en la inauguración Vázquez Díaz y Pepe Caballero. Una alegría enorme para un principiante. A pesar de todo no tenía muy claro mi objetivo.
- Es difícil vivir del arte
- No es fácil. Siempre he intentado contar con algo que me permita expresarme en libertad si vienen malas. Vivir del arte es complicado. Vivir sin él imposible para mí.
- Vivir del arte sería fácil haciendo cosas facilonas y sencillas, que se vendan bien…
- Eso depende de cada cual y de la idea que tenga del arte. Soy muy tolerante con lo que hagan los demás en cosas de arte o artesanía. Cada uno hace lo que puede o como lo entiende. Yo prefiero vivir del arte.
- Pues vas dado.
- Ya, qué se le va a hacer.
- Volvamos a esos tiempos en que eras solicitado por galeristas. Expones nuevamente en Madrid.
- Sí, y esta vez en la galería Seiquer. Fue un trabajo que hice junto a Jesús Mojarro, recién licenciado en Bellas Artes y al que conocí en el nuevo taller de León Ortega. Modelaba estupendamente. Hicimos un proyecto expositivo en el que trabajamos durante un año. Fefa Seiquer creyó en él. Lo acogió en su galería y trabajó con nosotros. El resultado fue mejor de lo esperado, hubo referencias en muchos medios de comunicación y González Robles, seleccionador oficial, nos eligió para formar parte de la representación española en la Bienal de París de 1971. También venían Úrculo, Darío Villalva y Paco Molina. Al año siguiente me adquirió una obra el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid y otra el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla. Efectivamente estábamos muy solicitados y un par de galerías emergentes y exitosas nos hicieron propuestas pero preferimos ser fieles a Fefa.
- ¿Y en Barcelona?
- Después de la Bienal Jesús y yo decidimos amistosamente continuar cada uno con sus cosas. En 1972 participé en una Muestra de Arte Erótico en la galería Bandrés en Madrid. Hice una nueva exposición en Madrid, en Seiquer,1974, que también funcionó. Y en Barcelona participé en varios eventos. En 1976 Artexpo. En 1992 la X Bienal internacional del Deporte en las Bellas Artes.
Jesús Mojarro murió en 1992. Se perdió una gran persona y un gran artista.
- ¿Y la vuelta a Huelva?
- Nunca está mejor un árbol que en tierra donde se cría. O eso cantan los flamenquitos, que de sentimientos saben mucho. La vuelta estuvo ligada a la mili, en Aviación. Hacer la mili en Aviación en aquellos tiempos era un privilegio si se compara con otros cuerpos del ejército, y para conseguirlo tuve la suerte de haber hecho un curso de aeromodelismo en un taller que funcionó en la esquina de la Calle Rui Vélez. Eso me dio derecho a elegir Aviación. Estuve en Tablada y luego en Morón. Cuando me pude licenciar ya me vine a Huelva y aquí pude continuar con mi formación artística, que ha tenido muchos maestros y fuentes de información como la de Manolo Crespo, que había estado en la Escuela de Bellas Artes, cosa que yo no pude hacer por razones económicas, pero tuve muchos referentes, como él o como Antonio León Ortega, al que el golpe de estado militar le pilló en Madrid estudiando Bellas Artes, todo un maestro, que siempre decía que el que entra en la Escuela de Bellas Artes siendo artista, sale siendo artista, y el que entra sin ser artista, sale sin ser artista. Además, pude hacerme un hueco en mi ciudad porque tanto en las emisoras de radio como en el periódico hacían referencia de mis exposiciones, o me hacían entrevistas. En todo caso vuelvo a decirte que de la pintura es muy complicado vivir y más en una ciudad pequeña como Huelva, donde hay poco coleccionista y escaso mercado de arte.
- Te vienes, pintas, te casas, tienes niños…
- Me casé con Maripaz, que era profesora de francés y persona extraordinaria. Tuvimos tres hijos, Rubén que está en Doñana trabajando, César que es veterinario y Amaya que es enfermera. Buena gente, muy buena gente. Este matrimonio duró catorce años y como una cosa conduce a la siguiente, la siguiente fue el divorcio de común acuerdo. Más tarde soy reincidente y me caso con Lourdes Santos. Y aunque nunca he sido muy de santos, llevamos más de cuarenta años compartiendo vida y trabajo.
- De la pintura es difícil vivir o se vive regular, pero tú siempre has tenido iniciativas. Volumen Huelva es un ejemplo de ello.
- Sí, y además hemos tenido la suerte de contar con la colaboración de gente fenomenal y grandísimos artistas. Ernesto Walls, que tenía una facilidad increíble para modelar, o Faustino Rodriguez, con la visión tan hermosa que tiene de todo lo que le rodea.Y también en aquella etapa, que empieza a ser lejana, estaba Antonio Carrión. Con ellos pudimos iniciar una empresa que hasta hoy sigue vivita y coleando. Escenografías, cabalgatas, montajes para museos… un trabajo muy gratificante.

- Y otro lugar de referencia para la cultura en Huelva es Harina de Otro Costal. Habéis conseguido construir en Trigueros un espacio imprescindible para la cultura.
- El que todo continúe funcionando tiene mucho que ver con la gestión de Lourdes. Con ella en Volumen Huelva y ahora en este proyecto del centro de arte en Trigueros hemos logrado tener muy buena aceptación. De una antigua panadería, cuyo entramado industrial con más de un siglo de antigüedad hemos respetado, Ha surgido un lugar por el que han podido aparecer artistas de todo tipo. En el programa anual igual te encuentras la presentación de un libro de poemas o un ciclo de arte cubano que un concierto de rocanrol, una exposición de pintura o flamenco, jazz, un recital de fados…
Y aquí seguimos, en la Fuente Vieja, intentado hablar de cosas que puedan acercar al lector al personaje, no al pintor, sobre el que tanto se ha escrito y que no vamos a ser nosotros ahora quienes vayamos a descubrir a un artista fenomenal que en el momento más importante de su carrera, cuando era solicitado por unos y por otros, cuando su nombre aparecía hasta en las enciclopedias de arte contemporáneo español, decide dejarlo todo y volver a Huelva, porque nunca está mejor un árbol que en tierra donde se cría, nos ha dicho. Viéndolo aquí sonriendo y en silencio, mirando desde el cabezo del Conquero, arriba de la Fuente Vieja, las líneas azules del río Odiel, empiezas a entender cómo se puede trocar fama y dinero por algo tan económico pero difícil de conseguir como es la felicidad. Ahí está el tío, sonriendo, viendo estallar la luz en el río, dando brillo al verdor del tapiz marismeño y al fondo los pinos de Aljaraque, un brochazo atrevido y firme que definen el color y el calor de esta tierra encajada entre los azules del agua y del cielo. Ahí está, parado y en silencio, midiendo quizás las posibilidades cromáticas de ese horizonte que tiene delante, tan limpio como su mirada