LA AGRICULTURA DE PRECISIÓN COMO ALTERNATIVA
España, del uso intensivo de pesticidas a la innovación tecnológica en el agro
A fines de 2015, al mismo tiempo que la Organización Mundial de la Salud clasificaba al glifosato como probablemente carcinogénico para la salud humana, España se convertía en el principal país de la Unión Europea en términos de consumo de agroquímicos

En 2016, la industria de los productos químicos dedicados a la agricultura facturó en España 1.100 millones de euros. A pesar de las advertencias, en el país todavía existen cientos de productos autorizados para la agricultura, silvicultura, jardinería y aplicación doméstica que contienen glifosato. Más allá de las contradicciones en las que están envuelto este producto en particular, si hay algo que ha quedado claro en el último tiempo, es la necesidad de reducir el uso de agroquímicos en la agricultura. Y para lograrlo, se debe prestar atención a los avances recientes y a las tecnologías emergentes que permiten controlar las aplicaciones de fertilizantes.
La actividad agrícola se nutre de distintas herramientas para maximizar su productividad. Por más que muchos sueñen con una agricultura sin agroquímicos, lo cierto es que el debate debe pasar por otro lado. Estamos lejos de alcanzar una reducción del 100% en la utilización de pesticidas, aunque tampoco puede abogarse por el consumo excesivo que se ha venido realizando de estos productos. Cada vez son más los estudios que dan cuenta de las consecuencias del uso intensivo de agroquímicos y pesticidas. Estos productos prevalecen en las vías fluviales de toda Europa, a pesar de que muchos de ellos están prohibidos. Todo esto ocurre mientras las autoridades europeas intentan, sin éxito, regular las aplicaciones de fitosanitarios.
La utilización de agroquímicos en la agricultura es vital para controlar las plagas, enfermedades y malezas de las plantaciones. No hay duda de que esto es así y es por ello que resulta todo un desafío imponer restricciones a estos productos. Sin embargo, durante mucho tiempo, el debate ha estado moldeado de tal forma que mientras las ONGs buscan a toda costa prohibir estos productos y las grandes corporaciones intentan defenderlos, nadie ha puesto el foco en resolver verdaderamente el problema. En medio de esa disputa entre ambos bandos, surge una nueva alternativa, más realista, que comprende el rol de estos productos para la agricultura, pero que además, contempla una solución más coherente. Esta alternativa se apoya en la utilización de nuevas tecnologías de agricultura de precisión para controlar la utilización de agroquímicos, sin recurrir a medidas drásticas como la prohibición total de los plaguicidas.
La agricultura de precisión contempla entonces una reducción progresiva del uso de pesticidas en la industria agrícola. ¿Cómo lo hace? Simplemente nutriéndose de las nuevas tecnologías que permiten realizar aplicaciones de agroquímicos precisas, evitando así el derroche de estos productos químicos. La idea es clara, reducir el uso de agroquímicos, para así proteger el medio ambiente y la salud humana de la sobreexposición a los químicos, pero sin perder de vista las necesidades de un sector que deberá alimentar a una población mundial que superará los 8.500 millones de habitantes en 2030.
Viéndolo desde esa perspectiva, la agricultura de precisión, también llamada agrótica, se presenta como una alternativa más sensata e inmediata a la problemática con respecto al uso de fitosanitarios en la agricultura. Este modelo se basa en la aplicación de tecnologías de la información y la comunicación en las actividades agrícolas. Y sus beneficios ya están a la vista. Gracias a la incorporación de tecnologías disruptivas en un sector que usualmente es considerado como uno de los más tradicionales, la agricultura de precisión logra una gestión inteligente de las parcelas cultivadas, optimizando los recursos gracias a la observación, la medición y la actuación específica de acuerdo con las variables naturales de cada cultivo.
Una de las claves detrás del éxito de la agricultura de precisión está en la incorporación de sensores. Estos permiten monitorear los cultivos con una precisión nunca antes vista e incluso logran anticipar futuros problemas. Lo que, sin duda, representa un gran logro para una actividad que depende de factores muchas veces impredecibles como los cambios climáticos que producen las tan temidas sequías o inundaciones.
En todos los ámbitos suele decirse que la información es poder. Y sin duda, esto puede aplicarse también a la agricultura. Toda la información agronómica que se desprende del monitoreo realizado a través de estas tecnologías permite evaluar con mayor precisión, por ejemplo, cuál debería ser la densidad ideal de la siembra, calcular la cantidad adecuada de fertilizantes o de otros insumos, y finalmente, predecir con más exactitud cuál será el rendimiento real y la producción de los cultivos. La idea central es estimar, evaluar y atender las variaciones y exigencias de cada tierra sembrada de una forma menos perjudicial para el entorno natural, pero sin resignar ganancias.
Todas las alternativas están sobre la mesa y afortunadamente, mientras las autoridades aún siguen dando vueltas en círculos pensando en qué hacer para reducir el impacto medioambiental de las prácticas agrícolas, otros ya están encargándose de desarrollar alternativas eficaces. La agricultura de precisión enriquece el debate y trae a la mesa una propuesta interesante que no debe ser desestimada. Quizá estamos frente a la solución necesaria para reducir, finalmente, el uso de agroquímicos en la industria. Un camino viable tan necesario tanto en Europa, como en España.