Sic transit gloria mundi (Elogio a Michael Caine)

Michael Caine, el excepcional actor británico, subasta gran parte de la colección de objetos que ha ido atesorando (es la palabra más apropiada, dado el valor de los ítems a subastar) a lo largo de su dilatada carrera.

Sic transit gloria mundi (Elogio a Michael Caine)

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A sus 88 años, ha decidido venderlo todo a través de Bonhams. una conocida casa de subastas. Y seguro que no es por dinero, ya que se le estima una fortuna de entre 60 y 70 millones de dólares, de modo que, por falta de perras, no va a ser el caso.

En esta miscelánea puesta a la venta, podemos encontrar carteles de cine, relojes, muebles, obras de arte, etc., una cantidad nada desdeñable de bienes acumulados durante su carrera. “Va a ser muy doloroso separarme de tantas partes preciadas de mi vida y de mi carrera, pero es el momento de seguir adelante”, ha reflexionado Sir Michael Caine. 

           A sus 88 años, ha decidido venderlo todo a través de Bonhams. una conocida casa de subastas. Y seguro que no es por dinero, ya que se le estima una fortuna de entre 60 y 70 millones de dólares, de modo que, por falta de perras, no va a ser el caso. En esta miscelánea puesta a la venta, podemos encontrar carteles de cine, relojes, muebles, obras de arte, etc., una cantidad nada desdeñable de bienes acumulados durante su carrera. “Va a ser muy doloroso separarme de tantas partes preciadas de mi vida y de mi carrera, pero es el momento de seguir adelante”, ha reflexionado Sir Michael Caine.  https://www.bonhams.com/press_release/33728/ (aquí tienen ustedes el listado de objetos puestos a la venta por la casa de subastas). ¿Por qué, entonces, se deshace el actor de su tan querida colección? ¿Adivinan ustedes el motivo? No sé si compartirán mi idea, pero, yo lo tengo claro: la cercanía de la muerte. Eso es, así de simple. Creo que Michael Caine vende su amada colección porque le ve ya la cara a Átropos, la Moira que corta el hilo de la vida en la mitología griega.  88 años son muchos años. Da tiempo de sobra para pensar. Yo tengo solo un pelín más de la mitad y ya me asusta la idea de la cara que tendrá Átropos cuando me llegue el momento, así que entiendo los recelos del actor inglés al confrontar su edad con la Ley natural de la existencia. Supongo que llevará ya bastante tiempo dándole vueltas a la cabeza a las preguntas existenciales tradicionales: ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿adónde vamos?, etc. Estoy convencido de que, después de reflexionar largo tiempo sobre ello, nuestro actor ha hecho suya esa maravillosa proposición castiza, ultraespañola y tan querida por todos de: “pa lo que me queda en el convento…”, ustedes pueden acabar la oración como mejor deseen. La acumulación es connatural a la experiencia vital del ser humano. Poseer objetos forma parte de nuestra conexión con la vida. La mejor manera de observar esta idea es la mudanza, ese momento de angustia en el que debemos transportar de un lugar a otro el total de nuestras pertenencias. Seguro que todos ustedes han pensado alguna vez lo mismo ante tal situación: ¿cómo he podido amontonar tantas cosas? Pero, del mismo modo que la acumulación es propia de la psique humana, lo es también reflexionar sobre nuestros actos (a veces, de forma inconsciente): “¿para qué demonios necesito yo aquel Rolex que compré hace 21 años, cuando me dieron el Oscar por 'Las normas de la casa de la sidra'?, puede haberse preguntado Michael Caine hace unos meses, mientras se asomaba a la terraza de su mansión, mirando con languidez el sol ocultándose tras los montes pardos de…donde quiera que viva este hombre. Y es que Caine es consciente de algo que todos sabemos, pero que no solemos asumir hasta que ya es demasiado tarde: “a la fiesta de la eternidad no nos llevamos nada” (la frase es mía, por si les gusta; pueden usarla cuando quieran). Ni sus millones de euros, ni sus casas, ni sus icónicas y famosísimas gafas, ni sus coches, ni sus infinitos y merecidos premios de actuación lo acompañarán en su último viaje.  Si les cuento esta milonga es porque la noticia de la subasta ha exaltado aún más la admiración que profeso al enorme actor británico, uno de los grandes intérpretes de los últimos 40 o 50 años. Y no solo como actor, sino como ser humano. Su decisión es profundamente filosófica (y puede que económica, no puedo negar esa posibilidad) y está cargada de connotaciones sobre el sentido de nuestra existencia. Si piensan ustedes en todo aquello que almacenan, depositando sobre esos objetos un sueño de valor que no es real, se darán cuenta de que poseen humo, nada más que humo. Todos esos objetos sobre los que volcamos tantas expectativas y energía a lo largo de nuestra vida no son más que posesiones temporales, vacías de significado. Esta no tiene por qué ser una idea fúnebre o triste. De hecho, supone un pensamiento vigorizante y esperanzador. Saber que no podemos llevarnos nada de aquello que nos ata, nos ofrece un marco de referencia útil sobre nuestro comportamiento como consumidores compulsivos y nos alienta (o debería alentarnos) a relacionarnos de una manera más distante con la esclavitud de la posesión de bienes.  Michael Caine sabe que su Rolex, valorado en unos 8.000 euros, es solo humo y que, cuando pase a manos de otra persona, se convertirá en aquello que decía Cortázar en sus Instrucciones para dar cuerda al reloj: “Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. Piensen en ello.

¿Por qué, entonces, se deshace el actor de su tan querida colección? ¿Adivinan ustedes el motivo? No sé si compartirán mi idea, pero, yo lo tengo claro: la cercanía de la muerte. Eso es, así de simple. Creo que Michael Caine vende su amada colección porque le ve ya la cara a Átropos, la Moira que corta el hilo de la vida en la mitología griega. 

88 años son muchos años. Da tiempo de sobra para pensar. Yo tengo solo un pelín más de la mitad y ya me asusta la idea de la cara que tendrá Átropos cuando me llegue el momento, así que entiendo los recelos del actor inglés al confrontar su edad con la Ley natural de la existencia. Supongo que llevará ya bastante tiempo dándole vueltas a la cabeza a las preguntas existenciales tradicionales: ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿adónde vamos?, etc. Estoy convencido de que, después de reflexionar largo tiempo sobre ello, nuestro actor ha hecho suya esa maravillosa proposición castiza, ultraespañola y tan querida por todos de: “pa lo que me queda en el convento…”, ustedes pueden acabar la oración como mejor deseen.

La acumulación es connatural a la experiencia vital del ser humano. Poseer objetos forma parte de nuestra conexión con la vida. La mejor manera de observar esta idea es la mudanza, ese momento de angustia en el que debemos transportar de un lugar a otro el total de nuestras pertenencias. Seguro que todos ustedes han pensado alguna vez lo mismo ante tal situación: ¿cómo he podido amontonar tantas cosas?

Pero, del mismo modo que la acumulación es propia de la psique humana, lo es también reflexionar sobre nuestros actos (a veces, de forma inconsciente): “¿para qué demonios necesito yo aquel Rolex que compré hace 21 años, cuando me dieron el Oscar por 'Las normas de la casa de la sidra'?, puede haberse preguntado Michael Caine hace unos meses, mientras se asomaba a la terraza de su mansión, mirando con languidez el sol ocultándose tras los montes pardos de…donde quiera que viva este hombre.

Y es que Caine es consciente de algo que todos sabemos, pero que no solemos asumir hasta que ya es demasiado tarde: “a la fiesta de la eternidad no nos llevamos nada” (la frase es mía, por si les gusta; pueden usarla cuando quieran). Ni sus millones de euros, ni sus casas, ni sus icónicas y famosísimas gafas, ni sus coches, ni sus infinitos y merecidos premios de actuación lo acompañarán en su último viaje. 

Si les cuento esta milonga es porque la noticia de la subasta ha exaltado aún más la admiración que profeso al enorme actor británico, uno de los grandes intérpretes de los últimos 40 o 50 años. Y no solo como actor, sino como ser humano. Su decisión es profundamente filosófica (y puede que económica, no puedo negar esa posibilidad) y está cargada de connotaciones sobre el sentido de nuestra existencia. Si piensan ustedes en todo aquello que almacenan, depositando sobre esos objetos un sueño de valor que no es real, se darán cuenta de que poseen humo, nada más que humo. Todos esos objetos sobre los que volcamos tantas expectativas y energía a lo largo de nuestra vida no son más que posesiones temporales, vacías de significado.

Esta no tiene por qué ser una idea fúnebre o triste. De hecho, supone un pensamiento vigorizante y esperanzador. Saber que no podemos llevarnos nada de aquello que nos ata, nos ofrece un marco de referencia útil sobre nuestro comportamiento como consumidores compulsivos y nos alienta (o debería alentarnos) a relacionarnos de una manera más distante con la esclavitud de la posesión de bienes. 

Michael Caine sabe que su Rolex, valorado en unos 8.000 euros, es solo humo y que, cuando pase a manos de otra persona, se convertirá en aquello que decía Cortázar en sus Instrucciones para dar cuerda al reloj: “Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.

Piensen en ello.

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