Juguetes rotos (II): Francisco Sanz Baldoví

Seguro que muchos de ustedes han fantaseado alguna vez, junto a amigos o en solitario, con la idea de regresar en el tiempo a alguna época pasada. Y seguro que se han decantado por la antigua Grecia, el Imperio Romano, la época dorada de Napoleón o la Galilea de Jesús, allá por los inicios de nuestra era. Es normal; cuando nos permitimos soñar, lo suyo es hacerlo a lo grande, ¿verdad? 

Juguetes rotos (II): Francisco Sanz Baldoví

Huelva24

Huelva

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Juguetes rotos (II): Francisco Sanz Baldoví

Desconozco si alguno de mis escasos lectores coincide conmigo en esta cuestión, pero yo siempre he tenido muy claro adónde viajaría: al mundo previo a la Primera Guerra Mundial, un arco de tiempo que podríamos delimitar entre 1885 y 1914 y que supone uno de los puntos culminantes de la creatividad y el ingenio humanos. Un universo, el de la Belle Epoque, plagado de desconcertantes y maravillosos inventos como el cinematógrafo, la luz eléctrica, la aviación, el teléfono, el telégrafo, la locomotora… Pues allí, en ese cosmos fronterizo, a caballo del futuro, pero con la mirada puesta aún en la tradición esquemática del mundo antiguo, entre las butacas de alguno de los numerosísimos teatros de cualquier ciudad, venerado por un público entregado a su descomunal talento, nos encontraríamos a nuestro protagonista de hoy, uno de esos compatriotas españoles que, partiendo de la nada, construyó una leyenda artística cuyos ecos fueron difuminándose en este país ingrato, hasta desaparecer como un murmullo en un día de viento: Francisco Sanz Valdobí.

Nuestro protagonista nació en Anna, Valencia, el 3 de mayo de 1872, en el seno de una familia de molineros. No debe ser casualidad su filiación molinera en una localidad tan profundamente relacionada con el agua como Anna, cuyo topónimo, según apuntan diversas fuentes (contradictorias, como siempre) deriva de vocablos relacionados con el agua en culturas antiguas. 

Pero el niño Francisco no había nacido para procesar grano ni para adormilarse escuchando el ronroneo de las aguas deslizándose por los numerosísimos acuíferos de su pueblo. Según cuenta la tradición, aprendió a tocar la guitarra de oído, mostrando inmediatamente una destreza impropia de su edad y de su condición autodidacta. Puedo imaginar al pequeño Francisco, regordete y cordial, rasgando las cuerdas de su guitarra, soñando con lugares lejanos y paraísos inventados, mientras la rueda del molino trillaba el grano hasta convertirlo en harina. 

Con poco más de veinte años, nos lo encontramos siendo parte de la compañía de zarzuela del Teatro Princesa de Valencia. En algún momento anterior habría descubierto la ventriloquía, probablemente asistiendo a algún espectáculo en su localidad, pues ya en el Teatro Princesa destacó pronto con su número de transformismo (nada que ver con el sentido actual) bajo el nombre de Camaleonte, donde asombraba a todos con su capacidad casi luciferina para transformar su voz.

También destacó como intérprete de guitarra, siendo alumno aventajado del gran Francisco Tárrega, pero su vocación se decantó definitivamente por el sendero que le otorgaría la gloria artística de su generación: la ventriloquía. Es justo, asimismo, destacar su importancia como precursor de los monologuistas actuales, pues uno de los campos donde cosechó mayores éxitos fue en su papel de cómico, compaginando su facilidad para la ventriloquía con elaborados guiones llenos de gags y situaciones divertidas. 

A principios del siglo XX, Francisco Sanz comienza su escalada directa al triunfo absoluto en los escenarios de España, Europa y, especialmente, América del sur, donde sus números atraían colas interminables a los teatros. Con la ayuda del escultor Francisco Boví y el mecánico Lorenzo Mataix fue creando una gran cantidad de autómatas, llegando a mantener en funcionamiento a más de veinticinco de ellos, siendo los más famosos don Liberio, don Venancio, Pepito o Frey Volt el Orador.

Juguetes rotos (II): Francisco Sanz Baldoví

Sus espectáculos de más de dos horas debían ser fascinantes y todo un esfuerzo titánico de organización y estructura interpretativa. Su afán de totalidad creativa lo llevaba a efectuar verdaderas obras de ingeniería para mantener la credibilidad y el misterio en el escenario. Sus personajes iban más allá de ser simples “muñecos”; eran autómatas dotados de vida y personalidades definidas, un mosaico asombroso y articulado, de madera, metal e ingeniosos engranajes. En este sentido, especialmente célebre fue el estupor causado en su tiempo por el autómata que podía fumar, cuyo mecanismo puede verse en este vídeo rescatado recientemente.

En la revista “Caras y caretas”, de marzo de 1912, hablaban de su número en estos términos: No se crea que son figuras con movimientos espasmódicos y ademanes rígidos. No, señor… caminan, bailan, ríen, lloran, fuman y cantan. Hacen lo que hacemos nosotros. Mariano de Cavia dedicó a Sanz uno de sus mejores artículos. El rey Alfonso XIII honró varias veces el espectáculo, en el circo Parish, de Madrid, donde Sanz actúa durante todas las temporadas de primavera. El rey aplaudió con entusiasmo. El único artista de varietés que ha trabajado en el palacio de la infanta Isabel, ha sido él. (…) El extenso repertorio de Sanz (…) seguirá atrayendo a un público selecto y numeroso, ávido de presenciar esta maravilla del siglo XX. Como pueden comprobar, un auténtico espectáculo de masas y un éxito sin ambages; no en vano, fue bautizado en su época como 'El mejor ventrílocuo del mundo'. 

Sanz Baldoví conoció la fortuna y la ruina varias veces. El territorio del teatro y el mundo del espectáculo siempre han sido lugares peligrosos, resbaladizos, inestables. Los autómatas del niño regordete que tocaba la guitarra junto al molino de su familia recorrieron medio mundo haciendo reír y fascinando al público. En los primero días de octubre de 1939, un par de años antes de cumplir los 70, con España destruida por una guerra fratricida, Francisco Sanz Baldoví, el mejor ventrílocuo del mundo, moría en Valencia.

¿Y tras su muerte? Pues, imagínese; estamos en España, así que solo pudo ocurrir una cosa: el olvido. La guerra lo había obligado a exiliarse en Francia, donde sobrevivió trabajando en radio y otros asuntos meramente alimenticios, no pudiendo mantener su espectáculo activo. Los años siguientes fueron de polvo y apolillamiento. El mundo se transformó, dejando los inventos y los artilugios mecánicos de principios de siglo a la altura de chistes sin gracia. El estruendo de las carcajadas fue atenuándose, hasta desaparecer por completo. Uno de los cómicos más exitosos del mundo yacía olvidado en el desván donde se acumulan los juguetes rotos que ya no necesitamos: deshilachados, despanzurrados y con las entrañas mecánicas desparramadas por doquier. 

Busquen, si lo desean, la impronta de su legado en los vídeos diseminados por YouTube, donde se recogen algunos de sus ingenios articulados y puede escucharse su amplia gama de voces. Como otros tantos hombres y mujeres de diversas épocas, hoy olvidados por esta sociedad de la inmediatez avariciosa, Francisco Sanz Baldoví dejó una herencia artística maravillosa que merece ser rescatada, glosada y admirada. Disfrútenla.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación