La ebullición silenciosa

La sociedad está agitada aunque casi no sea consciente de ello. Los ciudadanos están cansados de estar cansados, 'hartos de estar hartos', como rezaba 'Vagabundear', la canción de Joan Manuel Serrat.

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La irritación es evidente, pero quizás haya más emoción que entendimiento, más rabia que racionalización. Cuando ésta llegue, cuando el conjunto social se haya parado a pensar por qué sucede lo que nos está pasando, quiénes son los beneficiarios, por qué nosotros somos los que cargamos con el peso de la crisis y hasta dónde la injusticia se va enseñoreando de nuestras vidas, algo pasará. Pero la sociedad vive una ebullición silenciosa que le quema la sangre y que todavía no ha sabido convertir en gestos y actos concretos; la energía que bulle en su interior aún no se ha manifestado en cinegética, en movimiento, pero o mucho cambian las cosas, o éste habrá de venir.

Los mercados, la UE, las empresas de rating económica de los Estados, Angela Merkel y su política de expolio de la periferia, los gobiernos entreguistas como el de Mariano Rajoy y el largo etcétera de usurpadores de nuestras vidas, son los que han llevado a la sociedad a la ebullición silenciosa y hasta ahora improductiva. Por supuesto, una variante negativa añadida es que los partidos del sistema están deslegitimados para liderar un proceso de rebeldía como el que se necesita porque, de un modo u otro, son cómplices del nivel de deterioro económico, político, social y moral al que hemos llegado.

A los medios de comunicación les queda una buena parte de responsabilidad en dar vía a ese proceso porque desde las líneas editoriales, desde la lealtad a la noticia y desde los comentarios de los colaboradores se podrá hacer una narración diaria de la realidad que vivimos y de quiénes son los responsables y los directos damnificados por la crisis creada. No hay duda de que la solución  ni llegará pronto ni por creación espontánea y de ahí la alerta que debemos mantener con los reformistas. La reforma de la reforma dejará siempre en el haber de los controladores de hoy parte sustancial del peso político, económico y laboral. Reformarlo todo para que nada cambie ha sido una constante en la vida política de lo que conocemos por España y los borbones casi siempre han sabido subsistir a las peores situaciones en beneficio de la dinastía, no de los ciudadanos. El actual rey juró los principios fundamentales del movimiento, con absoluta lealtad a Franco para después pasar a firmar la Constitución del 78. Por ello es tan necesario prescindir de la monarquía y empezar de cero, con un sistema republicano de nueva planta, sin herencia de anteriores experiencias y comprometido con la representación directa de los ciudadanos por medio de listas abiertas, con el máximo control en la administración del dinero público y a partir del derecho a la propiedad privada, poner en valor la misión social de la riqueza acumulada.

Lo que digo que es que la rabia contenida por los ciudadanos tendrá que buscar su válvula de escape y eso se podrá hacer por dos vías: con el nacimiento y consolidación de formaciones políticas al margen de los actuales partidos políticos y con ciudadanos de probada creencia regeneracionista o por la vía de la acción directa. Las dos fórmulas tienen sus inconvenientes: en el primer caso se pueden colar muchos advenedizos con el  mismo ansia de poder y enriquecimiento de los que ya están y en el segundo, la desestabilización siempre representa un peligro de violencia que hay que evitar porque la integridad de los individuos siempre estará por encima de cualquier otro bien a conseguir.

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