Camino de marochos: la devoción que atravesó desde Encinasola al Rocío
Los 156 kilómetros que separan la localidad serrana de la aldea almonteña no fueron obstáculo para el grupo de marochos que diseñó su propio camino
Estuvieron haciéndolo, a caballo y con algún vehículo de apoyo, durante más de una década
Bonares, 90 años caminando con devoción para llegar ante la Virgen del Rocío
El sanjuanero Antonio Rafael Márquez, un año después de hacer historia para el colectivo Síndrome de Down en El Rocío

Aunque parezca difícil de imaginar, los más mayores sí que lo recuerdan. La romería del Rocío no fue siempre tan multitudinaria; la aldea no estuvo siempre tan hiperpoblada alrededor de Pentecostés; la devoción no llegaba tan fácilmente a cada rincón.
Lo sabe bien la reunión de Encinasola cuya casa era la única que se levantaba, hace alrededor de 30 años, en la calle Águila Imperial. «Tenemos una foto en la que se ve, como suele decirse, que alrededor todo era campo». Habla Juan Alfonso García, uno de los dueños de aquella casa y responsable, junto a un grupo de amigos y compañeros, de sembrar la semilla rociera en su pueblo, más de 150 kilómetros al norte, y de instaurar el primer – y único – camino del Rocío que llega desde la Sierra de Aracena hasta la aldea almonteña.
Juan con su mujer y varios matrimonios amigos comenzaron a ir a la romería almonteña «hace 50 años, cuando no había casi nadie en El Rocío. Primero hacíamos el camino con la Hermandad de Hinojos, porque uno de nosotros trabajaba allí, y lo que hacíamos en la aldea era acampar en el barrio de las Gallinas, algo impensable hoy día claro, pero entonces se podía. Luego empezamos a alquilar una casa, y ya luego decidimos comprarnos un solar entre todos y construirnos nuestra casa allí».
Este marocho recuerda los inicios con la nostalgia propia por una época feliz que difícilmente volverá, porque El Rocío, la aldea y la propia celebración «han cambiado muchísimo en todo este tiempo, aunque nosotros la hemos disfrutado siempre, en todas sus formas».
El camino de Encinasola
Esta reunión de Encinasola se construyó su propia casa en la aldea - «uno de nosotros, que tiene mucho arte para las sevillanas, cantaba que «Al Rocío hemos venido, a una casa pa' estrenar, por dentro es de ladrillo, y por fuera toda fachá», porque ese primer año nos quedamos allí sin que estuviese siquiera acabada. Ya la terminamos y bueno, lo de ir al Rocío por Pentecostés se convirtió todavía en una tradición más asentada todavía. Nos íbamos desde Encinasola, todos los años, con nuestros caballos para hacer el camino con Hinojos y luego estar allí toda la romería», recuerda Juan García.

Pero para esta reunión que conformaban («y merecen ser nombrados todos ellos») Juan Alfonso García e Isabel Maestre, Casimiro Delgado y Teresa Delgado, Eduardo López y María José Cabeza, Manuel García (Q.E.D) y Ángeles Gómiz, Jesús Fernández y Emiliana Lianes, y Manuel Rodríguez y Marisa Vallejo (ya fallecidos ambos) esto no fue suficiente, y decidieron emprender suerte en una empresa algo más complicada: hacer un camino propio desde Encinasola.
Más de 150 kilómetros separan el pueblo serrano de la aldea almonteña, con un territorio especialmente escarpado por toda la zona de la Sierra de Aracena y muy pocos puntos realmente habilitados para poder hacer las paradas necesarias, pero nada de eso fue impedimento.
«Nos planteamos diseñar nuestro propio camino y a ello que nos pusimos, explorando el terreno, investigando de quién eran las propiedades de paso y pidiendo ayuda a conocidos y gente de las distintas zonas de paso para que nos orientase», recuerda Juan. Y así fue como en el año 2000 por primera vez, este grupo de marochos inició su propio camino desde Encinasola hasta la aldea del Rocío.
«Lo hacíamos a caballo y llevábamos algunos vehículos de apoyo para cargar las cosas. Salíamos el domingo y recorríamos caminos públicos o fincas privadas en las que teníamos el permiso de los dueños», relata a Huelva24 Juan Alfonso García, que recuerda que «utilizábamos nuestras vacaciones para poder hacer este camino y venir a la romería, porque se nos iba una semana».

Y es que el camino al Rocío desde Encinasola comenzaba el domingo, cuando a través de caminos públicos la comitiva marocha se desplazaba hasta La Corte, en Cortegana, y seguían por su carretera hasta el Cruce de las Veredas, donde pasaban la noche. El segundo día se hacía «de las Veredas a Calañas, atravesando trozos de carreteras y por caminos, y ya hacíamos noche en La Zarza, donde teníamos un amigo que nos dejaba acampar en su finca».
Desde Calañas el camino de Encinasola avanza «por la mina de la Torerera hacia El Cobujón, por la Casa de los Cristales, y ya parábamos a comer antes de atravesar el río Odiel por un vado de la zona y enfilar a Fuente de la Corcha, donde hacíamos nuestra tercera noche».
Desde allí, la cuarta jornada se iniciaba camino a Trigueros, andando paralelamente a la carretera y hasta alcanzar el paraje de El Corchito, en Bonares, donde pasaban la cuarta noche acampados junto a las filiales de Trigueros y Valverde. «Al quinto día, al levantarnos, directos ya al Rocío. En esa jornada, y ya por la zona claro, coincidíamos con muchas hermandades por los caminos, pero siempre andábamos con cuidado de no entorpecer. Llegábamos a la aldea y entrábamos por donde mismo entra Huelva, pero mucho más temprano».
«La primera vez que completamos el camino – en el año 2000 – entramos a la aldea muy, muy emocionados», recuerda Juan que, en los años siguientes, junto a su reunión fue consolidando este camino, al que se fueron uniendo «nuestros hijos con sus parejas, algún amigo… Hubo años que éramos una veintena de personas».
La última vez, en 2016
Aunque algún año no pudieron hacer el camino por motivos diversos, esta particular peregrinación acabó instaurándose entre los rocieros de Encinasola, y el camino diseñado por Juan Alfonso García y sus amigos se poblaba cada año en los días previos a Pentecostés. Hasta 2016.
«Es el último año que lo hicimos. Ya somos mayores, algunos de los amigos de la reunión faltan, y los tiempos no son los de antes. Hay que cogerse muchos días, que no todo el mundo puede y, bueno, pues por todas esas razones finalmente se ha ido dejando», expone Juan.

Además, ese último año fue algo accidentado, porque pese a los pronósticos de lluvia que ya les habían advertido, estos ávidos rocieros se echaron al camino. Con sus capotes y toda la fe a cuestas, iniciaron el recorrido habitual entre aguaceros y tormentas, pero el tránsito se interrumpió cuando llegó el momento de cruzar el Odiel. «Nos avisaron los guardias de la zona, no se podía pasar por ningún lado, el río iba con un caudal impresionante, así que no nos quedó más remedio que suspender el camino y evacuar en coche», recuerda Juan.
Y se quedó esa espinita ahí. Porque en el camino de Encinasola, especial por la cantidad de kilómetros que atraviesa, pero también por los paisajes emblemáticos que permite contemplar y por las vivencias que en él han cosechado quienes lo hacían habitualmente, no se ha vuelto a recorrer desde entonces.
«Es difícil, pero se puede recuperar, claro. Está ahí, ya lo pueden hacer nuestros hijos, nuestros nietos… Los que lo iniciamos, difícilmente».
Pero ahí queda para las generaciones futuras, como la semilla rociera que esta reunión plantó en su pueblo, Encinasola, que de su mano aprendió a compartir devociones, más allá de su Virgen de las Flores. Mirando 150 kilómetros al sur, a la aldea del Rocío, donde la casa de estos marochos, en Águila Imperial, 191, siempre estuvo abierta para cualquier vecino que se acercase por la aldea.