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La playa infinita de Huelva que recomienda la revista Viajar: «Protegida, virgen y rodeada de fauna autóctona»

Lejos del ruido, del hormigón y de las sombrillas alineadas, este arenal virgen es uno de los últimos rincones verdaderamente salvajes del sur de Europa

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Playa de Doñana adobstock

S. M.

Huelva

En una costa cada vez más urbanizada y sometida al turismo masivo, aún queda un tramo de litoral donde la naturaleza impone sus reglas. Se trata de la Playa de Doñana, que según la revista VIAJAR la definen como «Casi 30 kilómetros de arena virgen: así es la playa más larga de España, en pleno corazón de un conocido Parque Nacional». Este maravilloso lugar es una franja de arena interminable que se extiende entre las provincias de Huelva y Cádiz, protegida por el propio Parque Nacional de Doñana. Lejos del ruido, del hormigón y de las sombrillas alineadas, este arenal virgen es uno de los últimos rincones verdaderamente salvajes del sur de Europa.

La Playa de Doñana no es una playa para todos. Ni para los que buscan chiringuitos, ni para quienes miden sus vacaciones en stories. Aquí no hay hamacas ni carreteras costeras, ni construcciones junto a la orilla. Lo que hay es una presencia abrumadora de lo natural, de lo intacto. Dunas móviles, vegetación autóctona y el constante rumor del Atlántico marcan el pulso de este litoral donde la mano del hombre apenas ha intervenido.

Imagen principal - Entorno de Doñana
Imagen secundaria 1 - Entorno de Doñana
Imagen secundaria 2 - Entorno de Doñana
Entorno de Doñana Adobestock

Lo que uno siente al llegar no es tanto la belleza estética como una sensación de estar en territorio sagrado, donde el equilibrio entre tierra, mar y vida salvaje aún no se ha roto. El arenal, que en algunos tramos supera los 30 kilómetros sin interrupciones, parece un abrazo inmenso entre el océano y la tierra, un lugar donde el tiempo se estira y se desacelera.

Una playa donde el lince deja huella

Lo más sorprendente de esta playa no está a la vista, sino en lo que deja rastro sin ser visto. Por las dunas, marismas y pinares cercanos a la costa se mueven libremente especies que en otras zonas apenas sobreviven: linces ibéricos, ciervos, jabalíes, tejones, zorros y más de 300 especies de aves. Al amanecer, la arena húmeda revela huellas que delatan la actividad nocturna de este santuario vivo.

Imagen principal - Lince Ibérico en Doñana
Imagen secundaria 1 - Lince Ibérico en Doñana
Imagen secundaria 2 - Lince Ibérico en Doñana
Lince Ibérico en Doñana adobestock

En ocasiones, incluso los guardas del parque y algunos pescadores han avistado linces bajando hasta la misma orilla del mar, como si también ellos supieran que no hay lugar más seguro para descansar. Esas imágenes, difíciles de capturar, se quedan grabadas en quienes las presencian, una playa que no solo es paisaje, sino también refugio.

Así se puede visitar sin invadir

Por su carácter protegido, la Playa de Doñana no se puede visitar libremente en su totalidad. Pero sí hay formas responsables de conocerla sin comprometer su frágil equilibrio ecológico. Una de las más populares es a través de las excursiones organizadas desde Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz. Barcos autorizados por el parque cruzan el Guadalquivir y permiten caminar brevemente por los primeros metros de la playa, dentro del perímetro habilitado para visitas. Otra opción son los recorridos en vehículos 4x4 desde El Rocío o Matalascañas, que permiten adentrarse por senderos naturales hasta la zona costera y vivir el contraste entre las marismas y el mar.

Desde Matalascañas, al noroeste del parque, es posible caminar por la orilla hacia el sur, sin necesidad de entrar en la zona más estrictamente protegida. Aunque este acceso también está regulado, los primeros kilómetros ya ofrecen una experiencia de inmensidad y silencio muy difícil de encontrar en el litoral andaluz.

Visitar la Playa de Doñana es renunciar al turismo de consumo rápido y abrazar otra forma de estar en la naturaleza. Aquí no hay servicios, pero sí recompensas: el vuelo de un águila imperial, el rastro de un lince, el mar sin ruido humano, las puestas de sol sin filtros. Un lugar donde, por una vez, somos los visitantes y no los dueños. Y donde el simple hecho de mirar ya es un privilegio.

En tiempos donde las playas tienden a parecerse unas a otras, Doñana recuerda lo que una playa puede ser cuando no se fuerza su vocación natural: un refugio, un templo, un trozo intacto de mundo.

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