El ponche a la manera de Huelva

El exceso de alcohol está echando a un lado las excelencias del suave y refrescante ponche de Huelva, asemejándolo a otros menos afortunados que el que tradicionalmente se ha venido bebiendo en guateques, fiestas y saraos veraniegos, Colombinas incluidas

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El ponche sigue siendo una de las bebidas más típicas de las Fiestas Colombinas h24
Bernardo Romero

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De las mil maneras de hacer el ponche, en Huelva tenemos la mejor y más adaptada a los rigores del verano y a los momentos en que se suele consumir. Es bebida refrescante más que espirituosa, lo cual debe, o debería, ser en grado menor esto de añadir alcohol, pues ni deberían incluirse licores de tipo alguno, ni por supuesto caramelos líquidos u otras barbaridades de las que algunos incautos usan en la elaboración de unos brebajes que están lejos de lo maravillosamente agradables y refrescantes que son los ponches a la manera o modo en que lo hacemos en Huelva. Desde luego y por mucho que les llamen ponche, que tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, el ponche de Huelva no es.

Además de esta combinación de frutas y vino, aligerados con sifón y azúcar, o con gaseosa, y alegrado con especias, también se le llama ponche a cierta bebida espirituosa, de alta graduación. Esta no se debe confundir con los ponches tradicionales y veraniegos, como tampoco se debe confundir el culo con las témporas y andar dando a los niños estos ponches u otros vinos con la excusa de que incluyeran a la medicinal quina en su elaboración. Hubo un tiempo en que no era políticamente incorrecto dar a los niños un vasito de ponche en el curso de una celebración familiar, como tampoco lo era dar una copita de Quina Santa Catalina con la argucia, o la excusa de que daba ganas de comer, según la publicidad cantada en aquellos ya olvidados tiempos del televisor en blanco y negro y el Seiscientos que nos llevaba a toda la familia igual al Rompido que a Tordesillas. Lo del anuncio desde luego tenía muchas narices, y no me resisto a referirlo. Resulta que la quina es un vino al que se le añadía cierta cantidad de corteza del árbol de la Quina calisaya, con propiedades medicinales y que tiene la propiedad de abrir el apetito, razón por la cual este vino, que no deja de ser vino y además con una graduación alcohólica de 15º se le daba a los tiernos infantes inapetentes. Como es lógico y normal, al niño desganado, y por lo general escuchimizado, se le ponían los ojos como platos y no es que se comiera el cocido de coles que le ponían por delante y acabara rebañándolo con un bollo de pan, sino que ya puestos te bailaba una yenka en todo lo alto de la mesa del salón comedor. Hoy el consumo de quina, santa catalina, san clemente o del santo que fuere, están proscritas y relegadas a la marginalidad como consecuencia de aquella introducción al mundo del alcohol de los más pequeños, los cuales de esta manera tienen asegurada la inmersión directa y sin paracaídas en los procelosos mares del botellón, apenas uno o dos años después de aquél preliminar casero de la copita de quina en unos vasitos que parecían dedales.

El ponche de Huelva, refrescante y ligero

La cantidad de ponches que podemos encontrar en todas las latitudes, es realmente mareante. Con huevo y sin huevo, algunos con muchos huevos, con fruta casi siempre, y más o menos etílicos. Para todos los gustos, pero adaptados a las condiciones climáticas, sociales y hasta económicas de cada espacio o lugar y cada uno de ellos. La españolísima sangría se podría considerar también como uno de ellos.

En general todos los ponches tienen, o deberían tener, cinco ingredientes, pues el origen del nombre obliga a ello. Ponche es término procedente del inglés punch, que adaptó el término pāñch = cinco, de alguna legua indostánica, a saber cual de entre las miles que hay en la península del Decán, aunque probablemente sea del hindi. Esto es lo que ocurre con el ponche de Huelva, que de alguna manera acabó en las Américas, no en el polideportivo, sino en los países americanos de habla española, Iberoamérica mejor que Latinoamérica, que es galicismo impuesto en tiempos de la Grandeur. Estos combinados de vino y frutas con especias, están muy relacionados, incluso el chileno clericó (1), que está exportado de Inglaterra, al fin y al cabo como el nuestro, el ponche tradicional de Colombinas, que pusieron de moda los británicos instalados en la capital a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, junto a suizos, alemanes o franceses, que también dejaron su impronta en aquella ciudad que fuera cosmopolita y burguesa. En un primer momento, el ponche va parejo al cup, que definía en otro tiempo no solo a una bebida, a un cóctel, sino también al tipo de fiesta, regularmente propia de gente pudiente, de terraza y veraniega. Finalmente el ponche acabó perviviendo y aquí lo tenemos, vivito y coleando, mientras el cup quedó relegado al olvido, o continúa circunscrito a ambientes muy huelvanos (2). Es este ponche superviviente y vencedor el ponche de los cinco ingredientes, suave y muy alejado del ponche tipo botellón que el sufrido lector se va a encontrar en más de una caseta de Colombinas, aderezados con alcoholes que, unidos al azúcar o a los productos azucarados, le van a asegurar un dolor de cabeza al día siguiente de no te menees. Cinco, y solo cinco: agua con gas, azúcar, especias, vino y fruta. En la receta del ponche con la que acabamos esta introducción a nuestra bebida de fiestas y la mar de familiar, os contamos el mejor modo de hacerlo, aunque sabido es que no sólo cada cual puede hacerlo como le venga engana, snio que ahí está la chispa del asunto. Cada cual a su bolo, pero ojo con las mezclas insanas que puedan derivar en una resaca de espanto.

El color del ponche debe ser claro y casi translúcido, lo cual avisa de su sana mezcla de ingredientes B.R.

Receta del ponche tradicional

Ingredientes: vino, agua con gas y azúcar (obviamente se puede sustituir por gaseosa), melocotón y especias (normalmente canela y clavo)

Elaboración: Tomamos un recipiente suficientemente amplio si no disponemos de ponchera y echamos un litro de vino, para macerarlo con canela y clavo. Lo normal es que para un litro de vino se añadan tres palos de canela partidos a la mitad y dos o tres clavos de olor, no más. Si lo vamos a consumir en una soirée o en un guateque, al margen de que tendréis que buscar a saber dónde, discos de Los Pekeniques y Los Bravos, más alguno de Massiel para bailar agarraos, lo más conveniente es que el vino macere con las especias al menos un par de horas, luego cuando os levantáis de la siesta lo hacéis y luego, ya a eso de las ocho os ponéis a picar melocotones, si pudiera ser de La Nava o de por ahí cerca. Los trozos de melocotón deben ser aptos para un bocado, no demasiado grandes, pero tampoco muy pequeños porque resultan chocantes al beber. Vamos, que se noten y se puedan atrapar aunque sea metiendo el dedo en la copa. Luego, ya a eso de las nueve, cuando empiecen a llegar los invitados, es cuando se echa la gaseosa y el melocotón que hemos estado picando. La razón es que la gaseosa no pierde fuerza si está echada desde dos horas antes, y que el melocotón queda terso y agradable, no lamioso como quedaría si lo tenemos un rato largo con el vino y la gaseosa, enguachinándose y echándose a perder ese bocado tan agradable de la fruta en la bebida.

(1) Hay que considerar que en Argentina o en el Uruguay, como en Chile, es bebida que se prepara tradicionalmente en Navidad, que allí es en pleno verano y Papa Noel va en chanclas.

(2) Es curioso que el diccionario de la Real Academia defina a los habitantes de la ciudad de Huelva como onubenses o huelveños, cuando este último término no lo hemos escuchado en la vida. Generalmente el nombre de onubense se ha impuesto para los habitantes de cualquier lugar de la provincia, y ello a pesar de ser Huelva, la vieja Onuba, capital de una provincia creada en 1833 y hasta ese momento villa perteneciente al reino de Sevilla. En cambio el gentilicio que sí que se utiliza, y sobre todo en la actual provincia, para definir a los habitantes de la capital, es el de huelvano, que en el diccionario de la RAE ni aparece ni se le espera. Cosas de la lengua, de esta y de todas, que son elementos vivos.

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