Cambios sociales 

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Sí, esto es lo que cantaban los Clash hace cuarenta años. Nada menos. Entonces nadie se preocupaba del clima, nadie en la clase política claro está, más preocupada como andaba entonces por ocupar el poder y lograr una buena situación para ellos y para los suyos. Eso era antes, como ahora, la función de un político profesional, como tantos y tantos que hoy ocupan puestos de decisión en los países más desarrollados, aunque no tanta como pudiera parecer. Afortunadamente.

Que fuera una banda de punk rock, a los que entonces se despreciaba como excéntricos y raros, los únicos en apercibir a sus semejantes de que el hielo se fundía sin remisión por el calentamiento global, o que los campos de cereal estuvieran siendo reducidos por la desertización era algo tan irreal entonces como la falta de preocupación de unos punkys que aseguraban no tener miedo a que subiera el nivel del mar porque ellos vivían en Londres a la verita del río. Humor negro. Potentes desde luego eran en su ritmo y en su intención, por mucho que entonces no se les hiciera caso, como ahora tampoco se hace caso alguno a dilemas tan evidentes como que la separación entre quienes poseen el conocimiento y quienes no tienen más referencia que las redes sociales o las cadenas tontas de televisión -en el primer mundo, en el segundo o en el tercero-, se agranda día a día, se hace enorme y por poner un ejemplo cercano, los catorce kilómetros que separan Europa de África son un abismo tan enorme que hasta el tráfico de drogas se ha desviado hacia las costas algarvías y onubenses huyendo del control que sobre las mafias del tráfico de personas se realiza en la zona del estrecho.

El tercer mundo, por mucho que nos preocupemos de levantar muros, no está sólo allá, está también aquí, está en todos lados, porque lo que cuenta es poseer la información y saber utilizarla. Cierto es que sobra información y técnicas para difundir toda la información del mundo en milésimas de segundo al rincón más alejado del planeta o almacenarla en un chip más pequeño que una moneda de céntimo, de esas que nadie sabe para qué sirven. Sobra información pero falta reflexión, escasea la formación necesaria como para salvar ese muro virtual que separa a quienes poseen el conocimiento y en consecuencia son libres y serán prósperos, de aquellos otros sumidos en la ignorancia y consecuentemente condenados a la esclavitud2.

Hay países en los que ya se hace frente a tan tremendo dilema. Se destina una buena parte del presupuesto anual a la educación. De ellos será el reino de la Tierra, más o menos deteriorada, según como la dejen estos cabrones que ahora andan destruyéndola con sus humos y sus residuos, con su soberbia y su ambición desmedida. Pobre gente, mortal como todos, que han estado a punto de acabar con el planeta sin saber que la vida es eterna, que la eternidad es tan cierta como que estamos aquí quienes nacemos y fenecemos porque, nosotros sí, somos mortales, al contrario de un mundo capaz de recuperarse, o de un universo por el que andamos navegando desde el principio de los tiempos3. Si hubo principio, claro está. Ove tenebrae, troncos.

1  London calling es el tema central del álbum homónimo de los Clash editado en 1979,  cuando tumbados en la playa veíamos con estupor como el personal andaba cambiando de chaqueta como si tal cosa. La letra de este estribillo, más o menos dice que la edad del hielo se acerca porque el sol aprieta y va a empezar a fundirse, que las cosechas menguarán y que las máquinas pararán, pero, continuaban cantando, ellos no tenían la más mínima preocupación porque daba igual que la ciudad se inundara porque ellos vivían ya junto al río.2  La separación de clases deviene de la formación, de la capacidad individual de almacenar saber y emplearlo, claro está. Pero esto no es nada nuevo, desde que se establecen las primeras sociedades urbanas, el control ha sido asumido por unos y otros, quienes no saben, han pasado a ser los esclavos, los siervos o como quieran ustedes llamarles. El problema ahora es que las nuevas tecnologías, la robótica y todo lo demás, va a generar ingentes masas de humanos absolutamente inútiles. A ver qué se hace ahora con ellos.3  La vida en la tierra procede del exterior. Esto fue una vez una nebulosa de gases bombardeada durante millones de años por millones de meteoritos que conformaron la estructura del planeta Tierra, en el interior de esos meteoritos viajaba la vida en forma de cristales de agua. Ahí está el origen, lo demás ha sido solo tiempo al tiempo. Podremos destruir el planeta, pero no a la vida, que es eterna y de una u otra forma continuará. Los finitos somos nosotros, como las hojas de un árbol, que un día nacen, pero que tarde o temprano se quiebran, oscurecen y mueren. Somos mortales, y algo idiotas, que todo hay que decirlo.

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