Riesgo del fin
Me considero un apóstol evangelizador de la doctrina de la Navaja de Ockham, aquel postulado metodológico de un fraile franciscano del siglo XIV que determinaba que “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más correcta”. Sin embargo, en Huelva, somos capaces de desmontar hasta los aforismos más ancestrales. En lo ocurrido el pasado lunes, pueden existir varias respuestas que lo descifren, pero ninguna parece ser sencilla.
Pongámonos en situación. Unos surfistas se hallan cabalgando sobre las olas de la zona conocida como Casas de Bonares, en la playa de Mazagón, cuando atisban en la distancia a un animal aleteando varado en la orilla. Al aproximarse, descubren que se trata de un delfín aturdido que presentaba unos arañazos en el hocico y varias magulladuras en el lomo, sin que aparentemente se apreciaran heridas o síntomas de mayor consideración.
El fuerte viento y la debilidad del animal, extenuado por el esfuerzo, dificultaban los intentos de devolverlo mar adentro, motivo por el cual los jóvenes optaron por llamar a la Guardia Civil. Acto seguido, se persona en el lugar un veterinario de la Junta de Andalucía procedente de Sevilla que, tras una breve exploración sobre el terreno, determina que el delfín estaba enfermo y que no sobreviviría. Tras el diagnóstico basado, según los testigos, en una revisión somera del animal, sin llegar siquiera a tocarlo, se decidió unilateralmente sacrificarlo administrándole una inyección.
Acertadamente o no, se optó por la vía rápida. Los surfistas cuentan que los agentes de la Benemérita se ofrecieron a trasladar al delfín, en su 4x4, para que recibiera los cuidados necesarios en un centro especializado, pero el veterinario no transigió. Aunque en la clínica solo se hubieran podido certificar los peores presagios, el sentido común dicta que la actuación más diligente habría sido llevar al animal a unas instalaciones con medios suficientes. Al menos habría una refutación y una certeza que espantarían a las especulaciones actuales.
Emitir un juicio al respecto, con la más insolente de las ignorancias como único alegato, es quizás temerario, pero inevitablemente asaltan un sinfín de incógnitas y dudas que aún no han sido abordadas por los responsables y que no deben quedar sin respuesta.
¿Se siguió el protocolo adecuado?, ¿por qué no se accedió a evacuar al delfín?, ¿se agotaron todas las opciones antes de sacrificarlo?, ¿qué potestad tiene el veterinario para inducir una eutanasia de ese modo?, ¿es suficiente una inspección ocular para determinar que el animal estaba enfermo?, ¿qué tipo de patología sufría?, ¿era tratable? Cuestiones que ni mucho menos tratan de convertirse en una acusación velada hacia nadie, más bien son una simple exhortación a la transparencia y el esclarecimiento de unas circunstancias cuanto menos difusas.Es momento de que el partido animalista, PACMA, y las distintas organizaciones ecologistas onubenses entren en acción y ejerzan de vigilantes que garanticen que la supuesta investigación abierta desde la consejería de Medio Ambiente no se queda en puro artificio político.
Es precipitado hablar de imprudencia, negligencia o términos similares, pero lo único cierto es que existió opacidad y escasa pulcritud en la actuación. Una situación que adquiere mayor trascendencia si cabe al tratarse el delfín de una especie protegida que transita de manera habitual por nuestras costas.
@ManuelGGarrido