El fuego y el cambio climático
El incendio de Ríotinto de 2004 afectó a más de una decena de municipios, y de manera más cruel al sevillano pueblo de El Madroño y en Huelva a Berrocal, que perdió el ochenta por ciento de su bosque de encinas, de su medio de vida
Entre otros factores, el cambio climático está detrás de los incendios forestales, hasta el punto de que estos aumentarán un 50% a lo largo de la presente centuria si las alarmantes condiciones climáticas del planeta no se remedian. Para que se produzca un incendio hace falta una simple chispa que provoque la combustión inmediata de la masa forestal, la cual y debido a la sequía ha tomado agua del sustrato en el que se encuentra, y cuando la humedad del suelo es inferior al 30% las plantas ya no pueden obtener agua del subsuelo y se secan, produciéndose la emisión a la atmósfera desde la masa forestal seca de etileno, altamente inflamable.
Las altas temperaturas y los vientos alimentan el incendio, pero hay un elemento imprescindible para que se produzca un fuego y ya lo apuntábamos más arriba, la chispa. El 85% de los incendios forestales en España son provocados, o bien de forma intencionada o debido a negligencias.
En este contexto de cambio climático estamos siendo testigos de sequías prolongadas, que se alternan con periodos muy lluviosos que van a generar una importante masa forestal que luego se secará, es decir, se acumula el necesario combustible vegetal para que se produzcan virulentos incendios. A esto se suman las olas de calor, resultando ser estos cada vez más destructivos.
Hoy estamos escuchando hablar de los incendios de sexta generación, aquellos que, debemos repetir, el cambio climático y el abandono a su suerte de los montes están detrás de su proliferación. Se trata, como estamos viendo en el televisor estos días, de incendios que logran alterar la estabilidad atmosférica y son capaces de generar tormentas de fuego, auténticos tornados cuya formación deviene de una atmósfera muy cálida y unos bosques con una masa forestal seca importante. Estas masas de fuego se elevan y al enfriarse en capas altas de la troposfera se desploman, provocando nuevos focos.
Este tipo de incendios de sexta generación llegan a alterar las condiciones atmosféricas, resultando en exceso complejo modelizar y predecir los fenómenos físicos que se generan cuando existe una enorme liberación de energía, como es el caso de los incendios que están arrasando una superficie que en toda España ha superado ya a la superficie total de la provincia de Guipúzcoa. Para procurar la seguridad de quienes atacan a estos terribles incendios, es menester trabajar en mitad de una tremenda incertidumbre debido a los caprichos de esta potente liberación de energía.
Recordamos que tras el incendio de Riotinto y Berrocal en 2044, pudimos recorrer la zona devastada y nos sorprendieron las islas de verdor en medio de tanta tristeza. El capricho de las llamas atendiendo a la veleidad de los vientos dejaron zonas libres del fuego, donde se refugiaron los animales que lograron huir de aquella catástrofe.
Nuestro guía en mitad de aquel desastre fue el entonces muy conocido líder ecologista Juan Romero, que hoy se sigue preguntando, más de veinte años después, cómo es posible que no se hayan reparado los daños de una catástrofe que afectó a casi veintiocho mil hectáreas, afectando a varios municipios, con desalojos de personas y dos fallecidos. De aquella visita recuerdo el suelo aún caliente, el intenso olor a quemado y a los animales muertos, hinchados, que aparecían por doquier. El pueblo de Berrocal, junto a El Madroño el más afectado, perdió el 80% de su masa forestal y, lo que es más importante, el medio de vida de una pequeña población que vivía del corcho y la ganadería. Se han realizado repoblaciones importantes, el matorral se ha recuperado, pero tal como nos decía un viejo ganadero en aquella visita al infierno, el arbolado tardará dos generaciones en recuperarse. Y así ha sido. El bosque de encinas que circunda, o circundaba a la población serrana, tardará en recuperarse.
Los incendios forestales se apagan en invierno, esto es una verdad como un templo. Cuidar el monte es por lo demás mucho más barato que tener que andar apagando el fuego en estas calurosas jornadas, sin olvidar el coste más trágico, el de la pérdida de vidas humanas. Permitir el pastoreo o mantener cuadrillas que despojen del exceso de masa vegetal a los montes, reduciría notablemente el riesgo de incendios y, sobre todo, sería mucho más económico y mucho menos trágico.