TRIBUNA

Salustiano o la dichosa persistencia del Barroco sevillano

Como a lo largo de su fecunda carrera, el pintor busca en este Cristo Resucitado la perfección en las formas humanas, siguiendo esa corriente clasicista que se impuso en Sevilla, tan alejada de la imaginería barroca castellana, más sobria y sangrienta

El pintor junto a su controvertido cartel ABC

Bernardo Romero

Traditiones tum ad fidem tum ad mores pertinentes

La Semana Santa sevillana se anuncia este año con un cartel que tiene de fondo, y de fundamento, una magistral pieza pictórica de Salustiano (Villaverde del Río, 1965), uno de los artistas con mayor proyección internacional de España, con obra en museos y colecciones de medio mundo y cuya producción está presente en las galerías de arte actual más influyentes. La pintura muestra a un Cristo Resucitado, clara muestra de la persistencia del Barroco en Sevilla.

Fueron los renacentistas Berruguete, padre e hijo, quienes trajeran de Italia las formas de una nueva manera de entender las bellas artes, dando inicio a un nuevo estilo que fundamentado a posteriori en las ideas trentinas, daría lugar al Barroco. El concilio de tan larga como complicada duración es razón para que la fe se pudiera encarnar en imágenes a las que rezar y amar hasta el punto de establecer con ellas desde la humildad un diálogo íntimo y reparador. Este estilo nuevo, el Barroco, atrapará a la ciudad hispalense, que desde un primer momento, a lo largo de todo el siglo XVI, se identificará en una corriente muy clasicista, que busca la belleza, esa que según Salustiano es sinónimo de amor, el que se manifiesta en este Cristo Resucitado, en su mirada y en la leve sonrisa que muestran un amor por el género humano al que Dios hecho hombre entrega su vida terrenal.

La pintura de Salustiano utilizada para anunciar la Semana de Pasión sevillana, nos ofrece a un Cristo que se presenta ante los hombres como Salvador, apenas vestido con una cuerda de cáñamo que sostiene unas telas profundamente barrocas que el artista sevillano habrá visto miles de veces en el museo de Bellas Artes o en los pasos –de passus, sufrimiento- de la Semana Santa de la capital andaluza, donde la Sección de Penitencia del Consejo General de Hermandades y Cofradías ha tenido la, a nuestro

«El Consejo General de Hermandades y Cofradías ha tenido la genial idea de ofrecer a Salustiano la oportunidad de regalar a sus paisanos una imagen que demuestra cómo persiste el gusto por el clasicismo en una ciudad donde el Barroco no es otra cosa que la mera evolución de lo clásico»

entender, genial idea de ofrecer a Salustiano la oportunidad de regalar a sus paisanos una imagen que demuestra cómo persiste el gusto por el clasicismo en una ciudad donde el Barroco no es otra cosa que la mera evolución de lo clásico, como es realmente toda la historia de la pintura. Pura evolución.

Salustiano viene a ser consecuentemente el último eslabón de una interminable cadena que principia a desarrollarse en Sevilla con Torrigiano, Millán o Villoldo, en tiempos anteriores al Barroco pero que ya mostraban unas maneras que alcanzan en Sevilla el esplendor de Juan de Arce, Montañés, Mesa, Ocampo o Roldán, o su hija María Luisa Roldán, la Roldana, y ya sin solución de continuidad podríamos ir citando nombres hasta el pasado siglo, con figuras como Joaquín Bilbao, Pérez Comendador o la recientemente desaparecida Carmen Jiménez Serrano, catedrática que fue de la misma Escuela de Bellas Artes de Sevilla en la que se licenció el pintor que ha estado buscando la belleza, que es amor, insistimos como lo insiste él en toda su obra, para iniciar una carrera plena de reconocimientos y de admiración en el mundo del arte.

Un fondo rojo salustiano, color al que el pintor sevillano ha dado nombre, destinado a recortar una imagen del Resucitado que, al compás de Trento, de la partida ideológica del barroco, nos invita a ver en esa hermosísima figura que el hombre está predestinado a realizar obras buenas, no a su salvación o condena como sostenían los radicales reformistas calvinistas o luteranos, de ahí la ternura y la comprensión de este Resucitado que se nos aparece tal como se ha pintado o representado en todas las épocas y por todos los pintores que han trabajado la pintura religiosa, vestido y en apariencia de su propio tiempo. Este Cristo Resucitado de Salustiano es una imagen actual, la de un joven de treinta y pocos años en la que destaca una reposada mirada y un gesto de comprensión y perdón a quienes acabaron con la vida de Dios hecho hombre, que según la tradición y las sagradas escrituras, fuimos todos. La persistencia no solo del gusto por el estilo, sino de la necesidad de perdón, está en la mirada, en el gesto de un hombre de hoy mismo, a pesar de la cuerda de cáñamo y la sábana enrollada que le cubren apenas, como en todas las imágenes que se nos vienen a la cabeza, desde Rubens hasta Murillo, son representaciones de personas, Dios hecho hombre, contemporáneas al tiempo de cada cual.

Salustiano, como a lo largo de su fecunda carrera, busca en este Cristo Resucitado la perfección en las formas humanas, siguiendo esa corriente clasicista que se impuso en Sevilla, tan alejada de la imaginería barroca castellana, más sobria y sangrienta. Es justa correspondencia a toda la

«Como contrapunto al Barroco vallisoletano, más violento y desgarrador, Andalucía prefiere otra manera de ver la vida, de observar un mundo más amable, como hace ver cada año por Semana Santa»

producción imaginera y pictórica que se localiza con profusión en museos y edificios religiosos de toda Andalucía la Baja. La pintura de Salustiano es la dulzura y la comprensión, también el perdón a los hombres, el amor hacia sus semejantes que los Evangelios recogen de la vida de Jesús de Nazaret, según la tradición oral en los siglos posteriores a la condena y muerte del profeta de Galilea. Es justamente ese espíritu clasicista el que encontramos desde el XVI, o desde el esplendor del XVII hasta llegar a la pintura sevillana del siglo XXI, en este Cristo Resucitado que se presenta ante los hombres apenas mostrando leves señales de su pasión y muerte en unas heridas ya sanadas –como en el Resucitado de Murillo o el más reciente de Buiza–, contrapunto al barroco vallisoletano, más violento y desgarrador. Andalucía, lo hace ver cada año por Semana Santa, prefiere otra manera de ver la vida, de observar un mundo más amable, probablemente el que la figura del Divino Salvador del Mundo representa para quienes buscan el amor en su simple comportamiento cotidiano o en sus grandes obras, como hace Salustiano, pintor enamorado de la vida y de quienes le rodean, y aunque apenas le conozcamos gracias a su pintura, somos muchos los que le queremos, y los que como él, amamos la vida y las cosas bellas que ella contiene. Como hace Salustiano y como señaló a la iglesia Trento, como hacen los hombres, creyentes o no, de buena voluntad.

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