CRÍTICA 'LA DESCONQUISTA'
Una aproximación a la historia a ritmo de carnaval
En La Desconquista han sido capaces de reírse de y con nosotros mismos, de nuestro Imperio, y ya que estamos del inglés. Ron Lalá ha recorrido una parte de la historia de España muy manipulada, y lo han hecho con solvencia y con sentido del humor
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Cuando el rigor sobrevuela todos los elementos que componen una pieza teatral, surgen espectáculos como esta desconquista que tan bien han tramado desde Ron Lalá para gozo y divertimento del público que este sábado llenó las casi mil localidades habilitadas en el patio de armas de la alcazaba cristiana inserta en el recinto amurallado de Niebla (1). Mas no nos desviemos a fuer de que nos ocurra como a los actores del montaje ronlaliano y vayamos a parar a saber dónde, pero dónde de cerca, no de lejos porque al fin y al cabo, en todos lados cuecen habas, y patatas.
El argumento, bien, y al final mejor aún, pero si nos viéramos en la necesidad de ir registrando rúbricas (2) por cada apartado deberíamos empezar por la efectiva y funcional iluminación, bien arrimada a una escenografía que ya desde el principio se veía venir cómo iba a servir al movimiento de los actores y a lo que sobre las tablas se estuvo desarrollando durante las casi dos horas que dura el invento de estos Ron Lalá, cada vez mejores y cada vez más en su salsa, en una salsa bien condimentada de conocimientos y un rigor necesario para lograr hacer un puro y bien medido espectáculo, que si es divertido, mejor. El vestuario también nos encandiló, realizado en unos tonos que apuntan al barroco y al compás de los fondos oscuros de toda la función. Aquí, y lo vamos a ir diciendo ya, todo va al compás. A un tres por cuatro para ser más exactos.
Hablábamos del rigor, tan necesario cuando se pretende construir con fundamentos y buenas ideas una trama como la que proponen en La Desconquista. Es menester contar con unos conocimientos mínimos de Historia y además ser capaz de escapar a tanta desinformación como tiene, siempre la ha tenido, la historia que nos cuentan desde los manuales y los libros de texto, saltándose los tópicos, el sesgo, para poder hacer una lectura tan desinhibida y, a la vez, tan cercana y rigurosa de lo que vendría a ser un siglo de Oro que aquí está en sus inicios. De hecho, los personajes son ya plenamente barrocos, y volvemos con lo mismo, como también barroca es aún hoy la banda sonora de esta Andalucía la baja, de este antiguo reino de Sevilla que devino en ser la capital económica y cultural europea de aquellos atribulados tiempos, atrapados en el laberinto de una imparable decadencia económica y social, en mitad de sonados desastres demográficos, envueltos aquellos dorados tiempos en pestilencias y adversidades climáticas, además de tener que andar tirando, para colmo, la riqueza que nos llegaba de América en banderías y guerras que a la postre, ni tampoco en los entrantes, nos iban a servir de nada, absolutamente de nada. Toda esta miseria la resume Ron Lalá colocando en escena a tres pícaros que huyen, ay, sin poder hacerlo, de su propia existencia.

La acción se desarrolla a finales del siglo XVI, quiere decirse ya con la mano en el llamador del XVII. En todo caso el barroco andaluz se extiende a lo largo de este siglo y hasta andar acabando el XVIII, pero no hace falta puntualizar que en Andalucía la Baja continúa el gusto por lo barroco, y que a finales del XVI, como ocurre en la obra, en sus modos y en sus maneras, el barroco ya es un hecho contrastable, de formas nítidas y claras, entre las que destacaremos, porque nos viene que ni al pelo, la cercanía como elemento necesario en un intento de frenar la irracional y retrógrada Reforma protestante invitando al goce y al amor por todo lo hermoso y lo humano, que no otra cosa es la Contrarreforma (3). Con este fondo, manchado ya el lienzo con sabiduría, sólo le restaba a Álvaro Tato, responsable de la dramaturgia, ir dando las pinceladas precisas para acabar con el cuadro, y por supuesto con sobrada maestría: tal como ya apuntábamos más arriba, vestuarios, iluminación, escenografía… y una composición musical soberbia que no necesita a una soprano de colatura para dar el do de pecho, que lo dan, pero a su manera, o por mejor decir a la manera de estos sures peninsulares, a este viejo reino de Sevilla que desde el estero del río Tinto vio partir el primer viaje del que fuera o llegara a ser Almirante de la Mar Océana, el de la Punta del Sebo, sino también a toda una suerte de rufianes a los que no les quedaba otra que embarcarse rumbo a un mundo nuevo o morirse de asco en la madre patria (4).
Y todo esto escondido bajo un ritmo frenético, a un compás muy de carnaval, gaditano por más señas, y no solo en la música, sino metiendo en el adobo unos diálogos no solo bien rimados, con el verso bien dicho, sino efectivos, bien intencionados, provocando la sonrisa del espectador, que es más complejo y agradecido que la vulgar risotada.
En La Desconquista han sido capaces de reírse de y con nosotros mismos, de nuestro Imperio, y ya que estamos del inglés. Ron Lalá ha recorrido una parte de la historia de España muy manipulada, y lo han hecho con solvencia y con sentido del humor, lo que solo pueden hacer aquellos que además de inteligentes están dotados de sentido común y de la suficiente formación como para atreverse a realizar este retrato del natural que es la España del XVI, o lo que es lo mismo, la de este siglo y estos tan revueltos tiempos. Muy buena la obra, como todo lo que Cáceres y Tato nos ofrecen, ay, de la manera que ellos prefieran. Cuando vuelvan, aquí estaremos, aquí o en Cádiz, o al menos intentaremos estar.
RON LALÁ en el XL Festival de Teatro y Danza de Niebla
La Desconquista
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Dirección escénica: Yayo Cáceres
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Dramaturgia y letras: Álvaro Tato
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Dirección musical: Miguel Magdalena
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Composición y arreglos musicales: Ron Lalá
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Escenografía: Ron Lalá y Tatiana de Sarabia
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Vestuario: Tatiana de Sarabia
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Iluminación: Miguel A. Camacho
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Reparto: Juan Cañas, Miguel Magdalena, Diego Morales, Luis Retana y Daniel Rovalher
(1) Año tras año se van descubriendo tramos de paño de la muralla, abriendo nuevos espacios en la trama intramuros de una ciudad que es puro documento en piedra de la historia de esta tierra condal.
(2) Lo que vienen a ser las notas de toda la vida, las calificaciones, pero para ser modernos nos apuntamos a la gilipollez de andar mareando la perdiz y cambiando nombres para que nada cambie. Si Lampedusa levantara la cabeza…
(3) La Leyenda Negra, que Ron Lalá también pone en solfa en la obra, ha sido a lo largo de los siglos tan contundente que hasta en series, malas, de productoras españolas, subvencionadas con dinero público, se sigue un erróneo guion que muestra a una España reaccionaria frente a una Europa de progreso. Nada más lejos de la realidad y más cerca de la imbecilidad o, simplemente, de la ignorancia.
(4) Sirva de ejemplo que entre la marinería del primer viaje de Colón, el del Descubrimiento, hubo tres condenados a muerte a los que se les conmutó la pena a cambio de que se la jugaran en aquellas naves y en aquellos mares. Desde luego los tripulantes en las Ursulinas no debieron de educarse, ni siquiera frente por frente a uno de sus conventos.