Belmonte y 'Camino de perfección': contemplación personal

El título de esta primera exposición retrospectiva del pintor y escultor Antonio Belmonte, 'Camino de Perfección', me lleva a expresarme en los términos en los que lo voy a hacer

Antonio Belmonte: «Ha sido entrañable reencontrarme con obra antigua que ratifica que he sido un romántico de toda la vida»

La Casa Colón inaugura la primera exposición retrospectiva de Antonio Belmonte

Antonio Belmonte en su nueva muestra m.a.f.

Porque, como sucediera a la fundadora de la orden de las Carmelitas Descalzas, me permito la dejación de las potencias y experimentar un camino contemplativo interior.

Teresa de Cepeda y Ahumada, en el mundo religioso Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, escribió el ensayo homónimo con la exposición de Belmonte, para que sirviera de guía a sus hijas a fin de alcanzar la perfección espiritual en la tierra, en el pequeño convento de San José (1562) que había fundado tras bula de Pio IV.

Dejando ahora aquellos fascinantes momentos de contrarreforma y Siglo de Oro del Imperio Español, nos adentramos en el recorrido y relato de los ideales que han llevado a Antonio Belmonte a elegir tan singular, pero elevado título, para la presente exposición: 'Camino de perfección', en la Casa Colón de Huelva. Desde el 23 de mayo hasta el 29 de junio.

En la muestra, pictórica y escultórica, el pintor y escultor transita la senda desde sus primeros aprendizajes hasta la mayor maestría de sus obras más recientes, pasando por algunas otras épocas, en concreto en relación con la pérdida de su padre, que nos dejó embelesados por el buen hacer y la intimidad entre el espíritu y la naturaleza.

La Santa de Ávila tenía varias palabras destacadas en su sublime metafísica y mística: determinación y desprendimiento eran dos de ellas. Claramente, también Belmonte busca cabida en su producción a ambos conceptos. En primer lugar, porque nunca le ha faltado la claridad mental y firme para comprender que su vida era pintura y arte y, después, porque ha logrado desmontar la arquitectura ceñidora hasta la expresión más desnuda y natural.

No se trata de hablar por hablar ni de redactar un panegírico florido, ya que resulta innecesario. He tenido la suerte de ver a este autor construirse a sí mismo a lo largo de sus trabajos y puedo testificar, y así lo hago, que ninguno de sus periodos queda libre de la contraposición de la experiencia vital y el efecto en la vida mental e interior. Al final, porque no podría ser de otra manera, le toca a su habilidad librar la batalla con el material que tiene que expresarle como persona y manifestarle como creador. Y de ahí la clara coherencia de que cada etapa dejará el regusto de la interioridad.

Desde el «Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero /que muero porque no muero», de la santa abulense, saltamos a la obra del creador manifestando que este otro recurso, también hunde sus raíces en la estructura comunicativa entre el que crea y lo creado: el antagonismo. Esto supone la aceptación de que lo que se manifiesta como acontecimiento expreso (la pintura o la escultura) y lo que acontece en las emociones del artista, quizás no sea del todo lo que experimenta el espectador.

De ahí que, aunque cada pieza esté justificada en sí misma, va a ser el contemplador el que le dé vida final porque, la causa y el efecto que nosotros, como espectadores, observamos, vivenciamos, co-construimos y revivimos en nuestra cosmovisión, no tiene por qué coincidir con el autor. De ahí que Belmonte nos lo haya querido poner más fácil y nuestra admiración quede pegada a este subir y bajar, como el sueño de Jacob en Betel. En ese movimiento sin vacilación pero, en diferentes niveles de desprendimiento, nos lleva Belmonte, ministrando la depuración paulatina de todos los elementos, a atmósferas donde la forma resulta, escalón a escalón, cada vez más innecesaria.

Los místicos cristianos persiguieron la «divina unión», la desaparición del yo más egoico fundiéndose en la infinitud (o en Dios), para que solo esa infinitud o Dios sean. Cuando a diferencia de los primeros cuadros del onubense, mucho más matéricos y realistas, en los últimos trabajos advertimos cómo las personas que aparecen están al borde de la trascendencia material - del mismo modo que lo percibimos en muchas de sus esculturas-, se me antoja que esa finalidad mística está a punto de convertirse en realidad. La desaparición de la mente «material» está evocada en el todo de cada cuadro, evanescente pero con alma marcada; huidizo de formas, más en continuo propósito de creación particular.

Belmonte ha construido su mística estética y ha tenido que circular un camino de ascenso al desvanecimiento del ser más tupido en la pintura, al sacrificio de la forma a favor del gozo en la esencia común de la experiencia primigenia, cuando la «Mónada» pitagórica, cuando absolutamente nada escapaba a la «Unidad», a lo sencillamente «Absoluto». Con sosiego y mansedumbre, he recorrido los aparentes espacios para, descubrir, además, que el tiempo también se había ido.

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