CRÍTICA
'Sin City': Vicio, violencia y mucho, mucho romance
Al margen de cuestiones ideológicas y dejando de lado sus ocasionales pero siempre polémicas declaraciones, Frank Miller fue y sigue siendo, sin atisbo de duda, uno de los artistas más destacados del noveno arte. Sin él y sin Alan Moore no podría entenderse la evolución de la industria del cómic estadounidense a partir de los ochenta, década en la que ambos cambiaron por completo y para siempre la concepción y el tratamiento de este medio.

A partir de los noventa, ya consolidado sobradamente como estandarte, Miller se dedicó especialmente a títulos de creación propia, entre las que destaca poderosamente uno de sus proyectos más personales: 'Sin City'. Su gestación tuvo lugar tras sus primeros desencuentros con el mundo del cine: pese a que, a la larga, seguiría desarrollando su faceta de cineasta, deseaba entonces volver a los pinceles tras tenerlos abandonados durante prácticamente dos años. Totalmente indiferente a la posible reacción del público o de la crítica, la realizó, al menos en un principio, exclusivamente para sí mismo, en busca de su propio disfrute y sin imaginar que acabaría revolviendo otra vez este mundillo.

Hablar de 'Sin City' es hablar de su peculiar grafismo, pues sin menospreciar en absoluto sus guiones, es el aspecto en el que destaca más poderosamente. Miller nunca ha sido considerado un gran ilustrador y, precisamente, parte de su indudable talento como guionista se basa en saber elegir o en saber construir argumentos que se adecúen a su trazado tosco. Sin embargo, en este caso, se supera a sí mismo y explota sus virtudes y defectos hasta configurar un estilo único; y mientras crea composiciones envidiables también juega e innova con las herramientas del medio como sólo podría un auténtico heredero de Will Eisner.
Estaba decidido no sólo a hacerla en absoluto blanco y negro, sino a aprovechar todo el potencial experimental que le brindaría esta opción: un formidable uso de luces y sombras, trazos sugerentes, personajes grotescos o directamente monstruosos, mujeres perfectas con curvas perfectas, perspectivas imposibles, composición tanto de página como de viñeta deslumbrante... Hay una fuerza en estas planchas que no puede ser reproducida ni trasladada a ningún otro medio, por mucho que se intente: las escenas de lluvia son un claro ejemplo de ello.

El primer volumen vio la luz en 1992 y se dio a conocer originalmente como 'Sin City' a secas, aunque con el tiempo sería subtitulado como 'El duro adiós' para evitar confusiones con otros títulos de la serie. No sólo es la primera historia, sino también la mejor, la más intensa: curiosamente, según declaraciones del propio Miller, cronológicamente sería la última. Aparece por primera vez el entrañable gigantón Marv, así como el sendero de destrucción y caos que suele dejar tras su paso. Aquí su propósito será resolver el asesinato de su amante Goldie, crimen del que le acusarán a él mismo y por el que será perseguido. En su cruzada irán apareciendo muchos de los elementos comunes de futuras historias: el garito donde la bellísima Nancy deslumbra con su danza a los parroquianos habituales, las peculiares prostitutas del llamado Barrio Viejo, la aterradora y desolada granja a las afueras de la ciudad o la todopoderosa familia Roark, entre otros.
'Mataría por ella' data de 1994 y narra acontecimientos tanto previos como paralelos a 'El Duro Adiós'. Su protagonista es Dwight, a la larga uno de los personajes más recurrentes, amigo de Marv y, en esencia, buen tipo, pero cargado de demonios internos. El regreso de una antigua amante que le marcó de por vida será el detonador que le lance de lleno a una vendetta sangrienta. Se aprovecha la oportunidad para mostrarnos más del Barrio Viejo y aparece por primera vez Herr Wallenquist, el jefe de la mafia de Basin City. Sólo lo vislumbraremos en otra breve ocasión, pero se le mencionará en varias ocasiones y resultará clave desde las sombras, ganando todavía más en amenaza gracias a ese aura de misterio.

'Ese cobarde bastardo' (1997) está considerada la mejor historia del compendio junto con 'El Duro Adiós', aunque personalmente considero que ambas son demasiado parecidas en exceso cuando no debería haber motivos para ello. Desde luego, no puede negarse su calidad, presentando a un expolicía Hartigan tan carismático como el propio Marv y a la altura de Dwight, y a un villano memorablemente repelente como el que da título al libro. La indispensable cuota femenina la cubre Nancy Callahan que, hasta entonces, y salvo un brevísima escena con Marv, resultaba prácticamente más decorativa que otra cosa y a la que aquí por fin se la dota de 'alma' y trasfondo auténticos.
'Valores familiares' (1997) cuenta con un argumento estirado en exceso. Pero, al menos, ofrece una lectura sumamente entretenida, mantiene el suspenso hasta un final para el que se reserva lo mejor y difiere estructuralmente con respecto a lo que se nos venía ofreciendo hasta ahora. Además, en todo caso, siempre es un auténtico placer reencontrarse con viejos conocidos como Dwight o Miho.
'Alcohol, chicas & balas' (1998) es una recopilación de historias cortas de distinta extensión. Algunas de ellas son realmente buenas mientras que otras, simplemente, se dejan leer. A mí, personalmente, me gustan todas, aunque comprendo que otros encuentre agridulce lo anecdótico e, incluso, intrascendente de muchas de ellas. Grandes personajes se alternan con otros más secundarios que por fin consiguen su momento e, incluso, se presentan otros inéditos de cara al siguiente y último título.

Nos falta decir, por cierto, que Miller contó con la colaboración de su compañera artística y entonces esposa Lynn Varley, responsable de las eventuales pinceladas de color que interrumpen el, por lo demás, riguroso blanco y negro, capturando intencionadamente la atención del espectador en los elementos resaltados y constituyendo una de las características más definitorias y conocidas del tebeo. Que el primer tomo esté dedicado a ella es un detalle tan bonito, dado su cariz tremendamente romántico, como dolorosamente irónico: la pareja, que tantas historias y tantos romances construyeron juntos, acabaría rompiendo escaso tiempo después del fin de la obra.
La evolución artística del Maestro Miller ha caído en picado en los últimos tiempos, con dibujos cada vez menos pulidos y argumentos más vacuos e ideológicamente reaccionarios. No es sólo mi opinión personal, que también, sino el de la crítica general. Ya en los últimos tramos de 'Sin City' denotaba algunos de esos síntomas; si bien, afortunadamente, de forma muy leve. Bien está lo que bien acaba, como es este caso; y aunque siempre existe la posibilidad de que retome la ciudad del pecado, es de desear que no se tome la molestia.
Además, todos sabemos que no sería lo mismo sin Varley. Cosas del presunto amor eterno, que les resulta difícil, a veces, incluso a sus arquitectos.