LA HUELVA CHOQUERA Y TABERNERA

Con el Bar Farándula en el corazón

Dejó una marca profunda en las gentes que, en aquel momento, aborrecían la caspa que el régimen franquista, apenas acabado, intentaba aún colocar sobre las cabezas de la sociedad

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José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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La Farándula (1) era un rinconcito tan pequeño como grandioso. Así lo recuerda mi amigo Fali. «Yo le decía Rod Stewart. Era un tío eléctrico, especial. A veces llevaba un jersey con Talía y Melpómene en el pecho». Porque Daniel Hidalgo era teatrero, payaso auténtico, artista, … Todo eso y, sobre todo, indefinible. Fali me cuenta todo esto con un nudo en la garganta. «Daniel es mi hermano. Un tío muy querido en Huelva. Súper simpático».

Hemos quedado en la calle Bonares, en el Amejumi del intrépido Juan, donde allende los tiempos se estableció la taberna El Buzo. El Amejumi, formado por las iniciales de sus dos hijas y sus dos hijos, es el nuevo bar de Juan, que viene a sustituir al Pancho de calle Pastillo. Aprovechamos el descanso de un partido de fútbol y me relata con alegría por los recuerdos merecidos.

Daniel nació en Casariche, provincia de Sevilla, pero de muy peque se vino a Huelva. Y, claro, era muy de Huelva. En la calle José Fariña montó su bar, frente a los billares y futbolines de La Cepa. En Las Delicias de la Isla Chica. Fali me lo señala desde la esquina en la que hablamos. «Ahora allí tiene que haber ratas con wifi».

Manuel Hidalgo, y Fali, un chavalito aún, a la izquierda, que es el que me ofrece estos recuerdos. Años 80. H24

En ese lugar, en los primeros años ochenta, en el 82, quizá en el 83, montó un cuchitril en el que apenas… ¡nada! Era tan chiquinino, que, en la puerta del servicio, con ironía, había un cartel que decía Salida. «Se meaba con el culo en la pared». El típico garito en el que te «controlan» con un cartel admonitorio: Prohibido correr por los pasillos.

Duró unos seis años, pero dejó una marca profunda en las gentes que, en aquel momento, aborrecían la caspa que el régimen franquista, apenas acabado, intentaba aún colocar sobre las cabezas de la sociedad.

En aquellos tiempos la Isla Chica estaba llena de vida. El estadio de fútbol era un imán para la hostelería y el bullicio que ello comporta. La Carretera de Sevilla hacía que todo el flujo de coches y gentes pasara por aquí y la actividad comercial era de una pujanza tremenda, quizá por encima de la del Centro.

Se juntaba lo más rojo y pro URSS de la capital, y las tertulias culturales florecían en la noche choquera. Sonaba música de jazz y a veces había hasta conciertos. No dentro, porque ni de coña era posible. Se cogía una plaza de aparcamiento como escenario y a tocar. Vecinos y autoridades le llamaban la atención y esas cosas. Pero el concierto se hacía y las guitarras flamencas se apoderaban de la noche.

El Macaco, el de La Macaca, tocó allí. Fue con su banda Pimienta Negra (antiguos componentes del grupo Macaco). También el hermano de Fali. Pepe Mojarro, Pepe El Jipi. El mote lo tenía desde los catorce. No sé yo si había muchos jipis por Huelva en los setenta. Algunos sí. Por resumir: Pepe Mojarro y Javier Negro guitarras, Guille al bajo y Damián Garrochena a la batería. Y a su aire, en otras ocasiones, Fali que, a veces, se hacía sus solos de guitarra por Triana.

El bar se llamaba Farándula. La verdad es que encontró un nombre con sonoridad y que le venía a güevo para la bohemia que allí se juntaba. Su socio era Javier, arquitecto valenciano.

Por situarnos en aquella calle tan intensa entonces, Fali añade algunas referencias. «Estaba más pa´bajo el bar Leonardo, que era una taberna llena de pienso (serrín), pero ponía la ensaladilla más rica der mundo. El dueño era un viejo gordo. Enfrente La Cepa».

A Daniel le gustaba la marcha. Se compró un Dos Caballos. Fali se acuerda hasta de la matrícula: H-6661-F. Matrícula de Huelva por cabezonería de Daniel, porque lo compró en Tarragona. «Con el fumeteo nos adelantaba hasta el camión de la basura».

Otra de sus aficiones era el fútbol. «Jugaba tela, pero nunca le saqué de qué equipo era». Aunque sospecha que del Madrid, porque siempre afirmaba que los del Barça eran unos listos. Llegaron a montar hasta un equipo de barrio. El Farándula Athletic. Camiseta azul, calzonas rojas y calcetas como fuera. De delantero centro el escurridizo Fali. De cancerbero Javier Ceballos, el director de teatro. En la portería siempre se ha dicho que habita gente curiosa.

Un día, frente a La Soledad, me encuentro con Juanjo de Fuentepiña. Es de esos regalos que uno se lleva por escribir esta columna tabernaria. Nos presentamos y enseguida sale Daniel Hidalgo en la conversación. Con buena memoria me cuenta que en septiembre de 1986 andaban de acampada en una chopera próxima a La Nava. Y en estas que llega la Benemérita buscando a Daniel. El susto morrocotudo se deshace cuando le comunican que le han concedido la beca para formarse en la escuela de teatro de Kiev.

Así que Daniel se formó como actor y payaso profesional en una prestigiosa escuela de arte dramático de la actual capital de Ucrania, cuando formaba parte de la antigua Unión Soviética.

Daniel se fue con una novia morena que se había echado. Muy gitana, muy guapa, con el tatuaje de un punto en el entrecejo. Muy de la protesta y del margen. Una pedazo de actriz que también pasó por aquella escuela de Kiev. Se llamaba Merchi Díaz y era del Parque de la Luz.

Juanjo también recuerda cómo Daniel se ganaba la vida con mil cosas. Un buscavidas de manual. Repartiendo publicidad con zancos por la puerta de Nuevas Galerías aterrizó en el duro suelo y se partió las dos muñecas. Eso también lo conlleva ser artista, aunque sin fortuna.

No fue por casualidad que dos salvadoreños, muy del mundo teatral también, Juan Galea y Roberto, El Payaso Chilolo, al conocerse en Kiev, acabaran en nuestra ciudad de Huelva. Fali incluso compartió vivienda con Chilolo a su llegada de la ciudad del este, a principios de los años 90.

Recuerdo a Juan siempre por el bar de la solidaridad Los Pakis. Y a Chilolo siempre divirtiendo a niños en algún cumpleaños o en su plaza de referencia, la de Las Monjas.

Otra aventura hostelera de Daniel Hidalgo fue el bar La Chaika, gaviota en ruso, frente a la policía municipal, en la avenida de Las Palmeras.

Demasiado pronto la historia se tiñe de drama porque muy posiblemente el desastre de Chernóbil (2) deja una marca letal en los cuerpos de la pareja. Las historias hermosas no tienen siempre final feliz, y las ganas de vivir son pisoteadas por realidades que abundan en el absurdo que a veces representa el ser humano sobre la faz de la tierra. Daniel primero y su mujer Merchi a no mucho tardar… volaron hacia el cielo de los de los insurgentes, de los inconformistas, de la rebeldía en ascuas.

Fali aún es fiel guardián de la historia y hoy es un poco más de todos y todas.

Nota de agradecimiento

  • Aunque creo que se trasluce de mis escritos, por delante está el gran reconocimiento que he de hacer a todas las personas que son cómplices al poner en mis manos sus historias. Este camino choquero y tabernero me tiene activado y alegre y en esos seres generosos está la gran clave. A Fali lo quiero destacar porque sólo escuchándolo se puede saber lo buena persona que es y el cariño con el que se acuerda de Daniel, de Merchi… de esta estirpe salvaje y sin ataduras que es la de los faranduleros.

Nota al pie

  • (1) Según el filólogo Friedrich Diez esta palabra viene de fahrender, la cual en su idioma natal significa vagabundo. El Diccionario de Términos Literarios de María Ayuso le atribuye su llegada a la lengua española en el siglo xvi, cuando en algunas ciudades como Sevilla, Valencia y Toledo, surgieron los corrales de comedia –un tipo de teatro público.

  • (2) Farándula era el nombre con el cual se referían a uno de los ocho grupos, antecedentes de las compañías teatrales que hoy conocemos.

  • (3) El accidente de Chernóbil fue un accidente nuclear ocurrido el sábado 26 de abril de 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin ubicada en el norte de Ucrania, que en ese momento pertenecía a la Unión Soviética.

Farándula, el mejor bar de Sevilla

Porque el espíritu tabernero y farandulero no tiene fronteras. Quizá no era ni un bar. Era un lugar en el que la casualidad se viste de fiesta. Al que van a parar noctámbulos que parecen despistados, pero que la nariz siempre les pone en el buen camino.

Era una casa okupa. No aparece en el Código Civil sino en los sueños libertarios y anarquistas. En los impulsos que aparentan desorden en su lógica por rescatar la utopía de las redes del aburrimiento y de la desidia. De la intransigencia y de la cuadratura del círculo.

Un volante entregado en un callejón. Un laberinto diseñado hace ya muchos años, orientado por la llamada al rezo desde el alminar. Llegan a una vieja puerta. Unos golpes y el ventanillo se abre. Desconfianza, muchos palos dados en el lomo. «Venimos porque…». Enseñan el arrugado papel. La puerta se franquea.

El zaguán (1) presenta un derrumbe del techo. Todavía podrían no avanzar, pero eso ni se plantea. Dentro las luces pobres contrastan con el exceso. Alegría, música, gritos. Una guitarra electroacústica y un belga fundido con la piel y la respiración sevillanas. Un gitanillo con una guitarra española le enseña los trucos del oficio callejero. El del guitarrista de taberna, el del tocaor que acompaña el cante de abajo (2). «He perdió el hígado, pero sé tocar las palmas», chapurrea el guiri. Suena un fandango bien afinado.

Se le llama fauna. Todos tenemos a nuestro animal anidando en las entrañas. Aquí la bohemia es dispar. Incluye un mimo callejero sin desmaquillar. Inquieta y provoca la desazón. Acaba limpiándose para acallar las quejas. Sigue bebiendo.

El aparcacoches de la universidad reconoce a Juan y a su compañero. Los del 205 que siempre le dan algo. Ahora él invita en una de tantas rondas que se aceleran con vértigo insondable.

Teatreros y músicos del mal vivir. A veces del buen vivir, un rato esplendoroso. Lo demás son brumas y escaseces. Malabaristas a los que, a estas horas, abandonó el equilibrio.

Duermen en la planta de arriba. La de abajo es para sacar para el mantenimiento. Se venden botellines de Cruzcampo. En la estantería una botella de Larios, solitaria y desafiante. Como si no quisiera más compañeros en su austero reino.

Mil pesetas, un verde, al entrar. Un verde, mil pesetas, al salir. Toda una noche, de 11 a 11. Más que un jornal. Dan de mano y salen a la calle que les electriza con un mediodía aplastante que gasta una luz sin paliativos. Sonrisas. Se miran.

¿Vamos a dormir?

¿Encontraremos de nuevo este lugar?

Yo no sé dónde estamos.

Yo tampoco.

Lo intentaremos.

Pero primero habrá que perderse.

Perderse mucho.

Notas al pie

  • (1) La palabra zaguán (espacio cubierto situado en el interior de una casa e inmediato a la puerta de la calle) viene del árabe اسطوان (pasillo), que en castellano lo pronunciaríamos como asitoan, pero en realidad se pronuncia āsţwān, con esos sonidos (ā ţ w) que no tenemos en castellano.

  • (2) «En épocas más antiguas, como no teníamos el adelanto que en comunicaciones tenemos hoy, había que echar mano a lo que había. Y lo que había era, vagamente, la radio y cualquier tipo de espectáculo. Entonces estaba muy en boga el flamenco. El flamenco era una vía de escape del hombre. Sobre todo, solía practicarlo en las tabernas. Yo lo he practicao mucho. Era una forma de liberarnos, digámoslo así. En cualquier momento, en cualquier sitio, taberna… Siempre surgía un cantaor. En cualquier momento. Era respetao por todo el mundo. Cuando cualquier cantaor, aficionao evidentemente, cantaba, automáticamente había un silencio. Porque se respetaba. Tanto por el tema cultural como por el respeto propio que representaba el flamenco. Era muy bonito. Una etapa distinta a la de ahora. Entonces yo he cantao en todas las tabernas, en todas las romerías, en casas particulares. Un cantaor un poquito más de abajo, como solemos decir. De abajo. Arriba significa subir el escalón del escenario que es más frío (se ríe). El cante de abajo es más locuaz, es más puro. Es entrañable. Se hace de una forma con más arte. El de arriba es más frío».Testimonio de Pepe Garcés Infante, Pepe Fregenal, en el libro «Huelva choquera y tabernera, volumen 2» (editorial Niebla, 2024).

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