la huelva choquera y tabernera
Pitingo, el vikingo por tierras ignotas
Ya estamos en la fase uno, en la de esto no me lo puedo creer, qué suerte haber venido
Peña de barrio, garito de autor y chiringuito de playa
Se nos ha ido Antonio Chichaque, alma del Bar Marina
El Mai y Fernando el Jipi, dos personajes de la noche en La Mandrágora
José Ramón Andikoetxea 'Andi'
Entramos en tropel y tropezándonos por la lluvia que acaba de empezar. Creíamos que iba a estar cerrada la bodega, pero todo lo contrario. Está muy animada y parece haber rejuvenecido. Hasta la mujer que la lleva desde hace, quizá dos años, parece recuperada de sus dolencias. El marido sigue con su vida contemplativa, cigarro tras cigarro, cerveza tras cerveza. Mira de soslayo, sin disimular, a su mujer que faena, sin amagar ni tan siquiera el escaqueo. La mujer blanca como la cal al sol de agosto.
Una chavala sentada en la entrada nos va dando la bienvenida. Tiene para todos y se nota, en su voz metálica y su tono cheli, que es un poco macarra y que está bastante piripi. Primero va a por María B. Nuestra amiga puede tener una apariencia de formalita, pero, créetelo, puede ser una fiera ante los asuntos que no le encajan. Pues la tía le dice que le recuerda a su catequista de cuando cría. Le suelta eso, sin anestesia, y añade «catequista sí, pero luego follaba con el cura», y finiquita la faena con una risa estridente y descabalada.
La chavala está cuadrada, eso dice ella. Cuenta que ha hecho mucha gimnasia deportiva (no, va a ser antideportiva, exclama por lo bajini un desinformado) y se abre las ropas superiores intentando mostrar poderío. Giramos los rostros, sin dejar de bizquear, como si nos fuera a golpear con un trabajado pectoral. Ya estamos en la fase uno, en la de esto no me lo puedo creer, qué suerte haber venido.
Al Fredi le dice que parece vikingo. O eso entiende él, que se pasa la mano por el pelo de derecha a izquierda y de atrás hacia delante, como buscando.
Ya dentro todos, la tía se nos viene a soltar risotadas y a contar que... mira hacia el que debe de ser su novio... que conoce a Conchita, pero que no puede decirlo... vuelve a mirar hacia el tipo... porque era de la época en la que estaba con otro chavea y ... nueva miradita que pretende, sin conseguirlo, ser discreta. El de ahora es, a las claras,un celoso de aquí te espero.
Al final desentraña el enigma. El Fredi le ha parecido no un vikingo ¡sino Pitingo! El flamenco ese que hace mezclas raras y que es de Ayamonte. Aquilino, versado en disciplinas varias, añade, con la risita correspondiente, que es hijo de gitana y un guardia civil. Y que a ver cómo se come eso.
La tía se cimbrea como la palmera esa de Pino Montano. Se ríe y se retuerce, sin caerse demasiado. Y mira al Fredi, con un gesto serio, repentina mirada directa. «Tú eres el que me va a solucionar a mí la noche». Hace un gesto picarón, ladeando la cara, medio guiñando el ojo derecho, y vuelve a la carcajada desencajada. Inquietante.
Ahora sí, el celoso se acerca al grupo. Mientras, todos, que habíamos escuchado con atención el flirteo calenturiento, damos un pasito atrás, dejando un poco aislada a la mujer. Dando a entender que nada que ver con ella. Que la rodeamos porque así ha surgido, sin intención ni interés manifiesto por nuestra parte. Empieza la fase dos.
El novio es barrigón. Quizá no fuerte, ni siquiera peligroso, pero su sonrisa indefinida ofrece un punto de maldad. Nadie quiere conocer qué significa. Se coloca, nos lo parece al menos, muy cerca. Parlotea algo indefinido, como si masticara polvorones, y su aliento nos acaricia. La tía se le aleja, pasando de su rollo, y se nos pega un poco más. No diría yo que se roza, o sí se roza. La verdad es que no podemos estar atentos a los frentes que se multiplican.
Nuestras cervezas heladas desaparecen rápidamente. No las dejamos abandonadas, eso no. Cuando ya nuestros pasos nos llevan, reculando en maniobra rara, hacia la puerta, ella ni nos mira. Fase tres. Le escupe al susodicho tipo una sola palabra, le dice que jumo. Él responde que ¡eh, tú! Huimos, sí, pero nadie nos presta atención. La chavala aún mantiene su conversación dislocada con nosotros cuando ya no estamos a su lado. En breves momentos la previsión es que entenderá que habla sola.
Estamos en la calle y la lluvia cae en actitud poco colaboradora. Apretamos el paso, se ponga como se ponga la mojada. La hija de Fredi, que no pudo quedarse hoy bajo el cuidado de nadie, va de la mano. En su rostro mantiene una pose de distancia e indignación. El resto, menos sensatos que la niña, aún le damos vueltas a qué ha pasado, y reímos como a trompicones, con gestos entre el alivio y el descreimiento. «No sabía que mi padre fuera tan guapo», exclamará la peque un rato después, digiriendo lo que para ella ha sido un alucinante sinsentido. Un petardazo de estúpidos adultos.
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión